Sobre Memoria de lo vivido, de Mario Bojórquez. Reseña de Raúl Durán

Presentamos una reseña de Raúl Durán sobre Memoria de lo vivido de Mario Bojórquez, libro publicado por el Instituto Sinaloense de Cultura y que reúne cuatro títulos fundamentales de la obra de Bojórquez: Diván de Mouraria, Pretzels, El deseo postergado y Y2K, además de un prólogo de Adalberto García López. El libro se puede adquirir en nuestra tienda en línea haciendo click aquí.

 

 

 

 

 

Sobre Memoria de lo vivido

 

Mario Bojórquez (1968) no sólo es uno de los poetas más destacados de su generación, sino un nombre imprescindible en la poesía escrita en español de las últimas décadas. Su obra está dotada de una inconfundible riqueza lírica y multiplicidad de registros que evidencian un profundo conocimiento de la tradición en la que se reconoce y sitúa.

La memoria, en el sentido combativo del testimonio contra el olvido, es eje central en su poesía, y de esa noción se desprende el título del libro que me ocupa aquí: Memoria de lo vivido, publicado en 2019 por el Instituto Sinaloense de Cultura (ISIC).

Se trata de una antología en la que se reúnen cuatro libros de Bojórquez: Diván de Mouraria, publicado en 1999; Pretzels, en 2005; El deseo postergado, en 2007; y Y2K, en 2009.  Son cuatro títulos, cuatro momentos de la poesía que se engloban en la primera década de nuestro siglo y exploran distintos caminos, que responden también a distintas preocupaciones, pero que a la vez establecen una correspondencia entre sí.

Como primera obra en la lectura tenemos Diván de Mouraria, un poemario que ya de entrada -como indican su título y sus epígrafes- parte de la tradición de las gacelas y las casidas, estos modelos de la poesía mozárabe cuyo mayor exponente fue el poeta musulmán Hafiz, que en el siglo XIV las reunió en su propio Diván. A su vez, también hay un claro punto de partida desde Diván del Tamarit, del gran poeta español Federico García Lorca, que fue publicado de manera póstuma en 1940. Lorca es el responsable de recuperar y reinventar la tradición de las gacelas y las casidas, acercándolas a nosotros en nuestra lengua.

Hay que decir que más que un modelo métrico o formal, se trata de un modelo de expresión, de sensibilidad, en el que las gacelas, de temática amorosa y como sugiere su nombre de animal, están marcadas por la delicadeza y levedad. Pienso como ejemplo de esto en la “Gacela de después del amor”, dispuesta toda en heptasílabos:

No te aflijas, poeta, si su cuerpo volara
si el jardín amoroso de su vientre volara
si sus dos muslos plenos, dura carne, volaran
si sus ojos temibles, si su boca, volaran,
si su sueño y su historia, si su amor y su cama
si sus dientes blanquísimos, si su falda esponjada,
si de verdad volara, no habría por qué afligirse
siempre habrá un corazón que le brinde morada
si volara, volara.

Aquí se percibe claramente lo que la poeta y crítica Alicia Genovese llama el “tono leve”, donde el lirismo está muy presente: es una música grácil, delicada.

Mientras que en las casidas impera el tono grave: más densas, oscuras, cercanas a los “bajos sentimientos”, como diría Francisco Cervantes, con quien también se entabla un diálogo cercano. El odio, la angustia, la indolencia, la envidia, la soberbia, la indignación, cada una de estas caras del abanico de emociones humanas que vemos con recelo e incomodidad.

Resalta en esta sección la “Casida del odio”, uno de los poemas más emblemáticos de Mario Bojórquez, en el cual se vuelve muy clara la universalidad de esta emoción: “Todos tenemos una partícula de odio”, es el verso que inaugura la mayoría de sus partes, y ese “vinagre atroz del sinsentido” nos va creciendo, se hace un torrente que nos ciega. Un desbordamiento se acentúa con la disposición en prosa en la que desemboca la casida. Aunque la disposición formal de esta casida recurra a la prosa, hay que observar que también está sujeta a un ritmo: heptasílabos y endecasílabos trazan su caudal dispuestos para el oído atento.

Siguiendo el orden de publicación, tenemos en segundo lugar a Pretzels, publicado en 2005, donde se establece una correspondencia de sensaciones con los lugares de Nueva York, una ciudad ya cantada en su momento por nombres como Federico García Lorca, José Juan Tablada y José María Fonollosa.

Como si se tratara de un recorrido turístico, cada poema lleva por título el nombre de una calle, edificio o lugar emblemático de la ciudad: el puente Brooklyn, la Estatua de la Libertad, el Museo de Historia Natural, el Museo Guggenheim, Times Square, el Empire State.

Pero no es una descripción del lugar concreto lo que vemos, sino más bien sensaciones esbozadas, la impresión que el lugar evoca en el poeta, sin mencionar que el tratamiento en cada poema es distinto. En ese sentido, Pretzels se consolida como un mapa de sensaciones, trazado por el “ojo limpio” entre “reproducciones de reproducciones”.

Pienso, para ejemplo, en el poema “Guggenheim Museum”, que así como el museo posee su característica arquitectura en forma de espiral, el poema se vuelve en sí mismo una “incesante espiral”, donde la voz se “desplaza” vuelta sobre mí misma:

La incesante espiral por donde el mundo sube
                                                                    baja.
La espiral incesante por donde voy conmigo
                                         para ascender en mí
                                                     y regresarme.

Por donde yo incesante
                                      espiral de mis huesos.
Diestro desde lo mío
                                  hacia yo
              vuelta en mí mismo.

Incesante, por donde yo
                                       espiral apenas.
Retorno sin aliento.

Espiral donde incesante yo
                                             para mí, en mí.

O en el caso del poema “Brooklyn Bridge”, que alude al icónico puente de Nueva York, donde éste se vuelve el recurso para la metáfora de nombrar -y leer- como el acto de tender un puente: “Desde la otra orilla de lo que digo / se tiende un puente para llegar a mi palabra”.

Ahora llegamos a El deseo postergado, libro ganador del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes en 2007, uno de los momentos más intensos de la poesía en español de los últimos años, el cual se divide en ocho secciones (sin contar la “Lápida” que da apertura al libro): Canto, Querella, Dictamen, Edicto, Contracanto, Autos, Laudo y Adenda; cada una de ellas (a excepción del Canto y el Contracanto) nombradas como las partes de un juicio o procedimientos judiciales.

A grandes rasgos, podemos sintetizar cada sección de la siguiente manera, asociándola con lo que evoca:

Canto: lo inasible
Querella (el delito): la partida
Dictamen (sentencia judicial): la mentira, el llanto
Edicto (mandato o decreto): la creencia que se acata
Contracanto: la alegría
Autos (resolución): miedo, angustia, la postergación
Laudo (fallo dictado): el regreso
Adenda (recapitulación): la otredad, el devenir del tiempo

El tono profundamente personal de gran parte de estos poemas se refuerza con una falsa segunda persona, un tú que es un yo, lo que hace más severo el juicio a sí mismo.

La culpa, la vergüenza, el desprecio, desfilan frente a los ojos con la certeza de que “Nadie te reconoce” y “Volver no puede ya salvarte”. Incluso los amigos quedan fuera, incapaces de haber alcanzado la cercanía que condiciona este vínculo:

Ninguno podrá jamás decir de ti
Tuve su mano franca junto a la mía estrechando el deseo
Haciendo de una fuerza común un compartido sueño
Si alguien te vio no supo nunca el color de tus ojos

La postergación encarna en la figura de Tántalo: la mano que se extiende “para alcanzar por fin ese deseo”, el fruto imposible:

En otros mediodías deseaste tocar lo que tu mano no alcanzaba
Que se estirara tanto que no pudieras ver su límite
Transbordado de ti, ser a un tiempo la proyección y la sustancia”

Además de Hugo Vidal, esquizónimo de Francisco Cervantes, cuyos epígrafes inauguran cada sección, el catalán Antoni Marí es otra voz con la que se sostiene un importante diálogo.

La sección del “Laudo”, una de las más altas y emotivas de todo el libro, parte del célebre poema de Marí: “Així com el jorn passat ja mai no torna” (Así como el día pasado ya no vuelve), al cual se vuelve una y otra vez con nuevos matices, desde la negación rotunda del regreso, la resignación y la pregunta, hasta desembocar en la respuesta que da la imprevisible salvación.

Y2K es el poemario que cierra este libro. Pese a que fue publicado en 2009, se trata de un libro marcado por el pulso del fin del milenio, de donde se desprende el propio título que alude al problema del año 2000: un hipotético colapso mundial derivado de un error de software que impediría almacenar fechas y datos del nuevo siglo.

Más en eco con el experimentalismo de Pretzels, y en contraste con el eje más tradicional del que parten el Diván de Mouraria y El deseo postergado, Y2K reproduce la velocidad de una época en la que imperaba el reino de la simultaneidad, que ya a su modo cantaba casi un siglo atrás Guillaume Apollinaire.

Situados ante el fin del milenio, donde todo parece haber sido ya cantado y el presente desprovisto de encanto, resuena la pregunta de Mark Strand: “¿Qué significa haber llegado aquí tan tarde?”.

El desencanto de la nueva era no impide el intento; le da forma. La fragmentariedad, la polifonía, el lenguaje de la nueva era digital, pero también el franco registro coloquial, las alusiones literarias, coexisten y dan forma a los poemas de Y2K, evidenciando una genuina preocupación por responder y cantar el presente.

En suma, cada poemario que conforma Memoria de lo vivido representa un momento distinto en la obra de Mario Bojórquez, que responde a inquietudes que son, para citar al maestro Rubén Bonifaz Nuño, “de otro modo lo mismo”. Es decir, pese a que exploran distintos caminos, se complementan de manera que funcionan como una totalidad, un compendio que no es sino el testimonio de pasos por el mundo. Memoria de lo vivido conmemora dos décadas de producción poética de una de las voces más distintivas de la poesía en español contemporánea. Su publicación, además de acercar a los nuevos lectores algunos de los poemas más memorables de los últimos años en nuestra lengua, constituye también un acto de celebración de la poesía como algo vivo, una reafirmación del canto que traza caminos posibles en una época marcada por la incertidumbre y la coexistencia de una vasta cantidad de propuestas.

 

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