Esbozo para un retrato: Arthur Rimbaud

A partir de una superposición de fragmentos textuales de biografías, ensayos, crónicas, notas periodísticas, cartas, poemas, Adalberto García López nos aproxima a un retrato de Arthur Rimbaud, poeta y caminante. Figura central de la poesía en Occidente. Uno de los grandes mitos poéticos en el siglo XX que pervive hasta nuestros días.

 

 

 

¡Charleville, Mézieres! Ciudades gemelas cuyas más insignificantes calles exploró, y donde acalló su impaciente infancia. Mézieres, ciudadela y prefectura, vieja ciudad en aquel entonces circundada por las murallas que defendiera Bayardo, ciudad de burócratas y de empleados nacionales, adormecida bajo la sombra de su elevada iglesia. Charleville, joven rival, ya más populosa y más rica, orgullosa de su comercio y de su industria, animada por una burguesía emprendedora y charlatana: ni una ni otra pueden reivindicarlo. Él no las amó.

Jean-Marie Carre

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Antes de alzarse contra la religión, la sociedad, la literatura, se insurreccionó contra su familia.

Jean-Marie Carre

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Nada banal germinará en esta cabeza. Será el genio del mal o del bien.

Prefecto Desdouets

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En contraste con los chiquillos de su edad, Rimbaud prefería los libros por sobre todo, y dominaba a los catorce años toda la Antigüedad, toda la Edad Media, todo el Renacimiento, conocía de memoria tanto a los poetas modernos más refinados como a los más ingenuos de nuestra época, desde Desbordes-Valmore hasta Baudelaire.

Paul Verlaine

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En 1870 se produjo el gran acontecimiento de la adolescencia de Rimbaud: la llegada a Charleville, como profesor del instituto, de Georges Izambard, la primera persona que tuvo una influencia destacada en su vida.

Enid Starkie

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Sólo había estudiado la época clásica del siglo XVII, tan pobre en poesía lírica; ahora, gracias a la biblioteca de Izambard descubrió a la Pléiade y a Villon, así como a los escritores que habían sido rebeldes en su propia época, oponiéndose a la autoridad y a la tradición, como Rebelais, Montesquieu, Voltaire, Rousseau y Helvétius.

Enid Starkie

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[Carta de Vitalie Rimbaud a Georges Izambard]

Muy señor mío:

Le estoy extraordinariamente agradecida por todo lo que hace usted en beneficio de Arthur. Le prodiga usted sus consejos y le dispensa sus enseñanzas cuando termina el horario escolar, dedicándole una atención a la que no tenemos derecho.

Pero hay algo que no puedo aprobar, como, por ejemplo, la lectura de un libro como el que le ha dado usted hace pocos días (les miserables, V. hugot [sic]). Usted sabe mejor que yo, señor profesor, que es preciso tener mucho cuidado en la elección de los libros que se ponen al alcance de los niños. Por eso creo que Arthur ha conseguido ese libro sin que usted lo supiera, porque sin duda sería peligroso permitirle semejantes lecturas.

Aprovecho esta ocasión, señor profesor, para presentarle mis respetos.

Viuda de Rimbaud

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Arthur Rimbaud era por entonces alumno “de segunda” en el liceo de… y era muy aficionado a hacer novillos, fumándose las clases. Cuando –al fin– se cansaba de zancajear día y noche por montes, bosques y llanos –¡vaya un andarín!–, llegaba a la biblioteca de la ciudad que callo y pedía obras malsonantes para los oídos del jefe bibliotecario, cuyo nombre, poco requerido por la posteridad, baila en la punta de mi pluma. Mas ¿para qué nombraría yo a semejante metemuertos en este trabajo maledictino?

El excelente burócrata, que estaba obligado por sus funciones a servir los pedidos de Rimbaud, consistentes en numerosos cuentos orientales y libretti de Favart, alternados con mamotretos científicos raros y antiguos, renegaba al tener que “levantarse” por semejante chicuelo y le recomendaba se atuviera a Cicerón, Horacio y también a algunos griegos. El muchacho, que conocía y, sobre todo, apreciaba a los clásicos mejor que el mismo carcamal, acabó por incomodarse, y así hizo la obra maestra en cuestión [Los sentados].

Paul Verlaine

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Aunque su inteligencia se revelara magnífica, su personalidad aún estaba adormecida. Para despertarla fue necesario el impulso de un maestro clarividente y el latigazo de la guerra.

Jean-Marie Carre

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Este chico de quince años escribe a uno de sus ídolos parisienses [Paul Demeny] para decirle: tengo la solución.

Michel Butor

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Físicamente era alto, bien conformado, casi atlético; su rostro tenía el óvalo del de un ángel desterrado; los despeinados cabellos eran de un color castaño claro y los ojos de un azul pálido inquietante. Como era de las Ardenas, además de un lindo dejo del terruño, pronto perdido, poseía el don de la asimilación rápida, propio de sus paisanos, y esto puede explicar la pronta desecación de su numen bajo el sol insulso de París.

Paul Verlaine

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Rimbaud no sólo era irritable; no sólo había que temer el darle algún motivo de cólera. No esperaba; tomaba la iniciativa, se lanzaba sobre uno, de entrada, y sin dignarse dar explicaciones. La injuria le venía tan espontáneamente a la boca, que no sabía resistirla cuando ascendía. Era en él como una función, con su voluptuosidad específica.

Jacques Rivière

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Arthur Rimbaud aparece en 1870, en uno de los momentos más tristes de nuestra historia, en medio de la derrota, en medio de la guerra civil, en pleno colapso material y moral, en pleno asombro positivista.

Paul Claudel

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Un idilio que esboza con la hija de un industrial de Charleville –un vecino– se quiebra en medio del ridículo y la confusión. A fines de mayo de 1871, al salir de su casa, había apercibido tras las cortinas de una ventana del muelle de la Madelaine, a una morochita de mirada incomparable. Ésta le pareció muy cautivadora. Le envió versos –una declaración lírica–, con el torpe candor sobreviviente de sus accesos de cínico desengañado la citó en el square de la estación. Apareció la bella, escoltada por una sirvienta cómplice y pilla, miró de arriba abajo al tímido muchachón mal vestido, embarazado, “asustado como treinta y seis millones de perritos recién nacidos” y siguió burlona, con una despreciativa sonrisa. Decididamente, el joven poeta no causaba ninguna impresión en la pequeña burguesita.

Jean-Marie Carre

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Rimbaud quiso dar un último paseo por Charleville. Era en septiembre de 1871. La luz era radiante y suave, el aire diáfano de una encantadora tibieza, todo invitaba a la esperanza. Nos sentamos en el linde del bosque. “Esto es –dijo– lo que hice para presentarles a mi llegada.” Y me leyó El barco ebrio. Al oír tan deslumbrante maravilla, celebré anticipadamente su retumbante entrada en el mundo literario. “¡Ah! ¿Y sin embargo, qué? ¡El mundo de las letras, los artistas! ¡Los salones! ¡Los elegantes! Ignoro los comportamientos, soy torpe, tímido no sé hablar. ¡Oh! En cuanto al pensamiento no temo a nadie, pero… ¿qué haré allá?

Ernest Delahaye

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(…) muchas de las imágenes del poema [El barco ebrio] son reelaboraciones poéticas de lecturas diversas (…) ya que, entre otras razones, Rimbaud no había salido aún de Europa ni tan siquiera había visto el mar cuando los escribió.

Juan Abeleira

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Arthur Rimbaud es zumbón y maligno socarronamente como nadie cuando le conviene, sin dejar de ser por ello ese gran poeta que es por la gracia de Dios.

Paul Verlaine

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Verlaine (…) no está solo. Un compañero mudo lo acompaña y éste tampoco brilla por su elegancia. Es Rimbaud.

Félix Régamey

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No lo conocí, pero lo vi, una vez, en una de las comidas literarias, rápidamente, reunida por el fin de la Guerra –Le diner des Vilains Bonshommes, ciertamente por antífrasis, debido al retrato que Verlaine dedica al invitado: (…). Tenía un no sé qué de orgullosamente impulsivo, o malamente, de mujer del pueblo, agrego, de oficio lavandera, a causa de manos bastas, enrojecidas por sabañones por los cambios de caliente a frío. Los cuales evocarían oficios más terribles, propios de obreros.

Stéphane Mallarmé

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Es lamentable que Rimbaud y Lautremont no llegaran a conocerse, porque compartían muchas teorías literarias. En 1869, cuando sus necesidades y aspiraciones artísticas eran las mismas que, más adelante, las de Rimbaud en 1871.

Enid Starkie

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Entre los literatos presentes en el estreno de Coppée se encontraban el poeta Paul Verlaine, del brazo de una encantadora joven, Mademoiselle Rimbaud.

Edmond Lepelletier

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Lanzó provocativas paradojas y emitió apotegmas destinados a incitar las contradicciones. Especialmente, pretendió bromear llamándome “saludador de muertos”, porque me había visto levantar el sombrero al paso de un cortejo. Como yo acababa de perder a mi madre sólo hacía dos meses, le impuse silencio al respecto y lo miré de tal manera que lo tomó a mal, pues quiso levantarse y avanzar amenazadoramente hacia mí.

Edmond Lepelletier

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Rimbaud se convirtió de manera especial en la bête noire de un poeta dulce y amable, Albert Mérat, con quien se contaba para que figurara entre los poetas de Le Coin de table, el cuadro de Fantin-Latour; en el último momento Mérat se negó a posar, diciendo que no quería pasar a la posteridad en compañía de un gamberro como Arthur Rimbaud. Finalmente, explica Mathilde Verlaine, el hueco que Mérat dejaba vacío pasó a ocuparlo un jarrón con flores. La posteridad no tiene la sensación de haber sufrido una gran pérdida, porque ¿quién se acuerda hoy de Mérat? En la segunda mitad del siglo XX los únicos nombres conocidos entre los retratados son los de Paul Verlaine y su indeseable amigo.

Enid Starkie

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Se exhibió allí, bajo los auspicios de Verlaine, su inventor, y de mí, su Juan el Bautista de la orilla izquierda, un poeta tremendo de menos de dieciocho años, que se llama Arthur Rimbaud. Manos grandes, pies grandes, rostro absolutamente infantil que podría corresponder a un niño de trece años, penetrantes ojos azules y carácter más salvaje que tímido: ése es el chiquillo cuya imaginación, llena de fuerza y de las más extrañas corrupciones, ha fascinado o aterrorizado a todos nuestros amigos.

Léon Valade

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A despecho de los esfuerzos de Verlaine, Rimbaud no triunfó. El Templo de las Musas permaneció cerrado para él.

Jean-Marie Carre

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Rimbaud, charlatán acabado,
–En un soneto lamentable–
Quiere que las letras O E I
Formen la bandera tricolor.
En vano el Decadente perora,
Es necesario sin peros, ni pues, ni ,
Un estilo claro como la aurora…
…Los mandamientos parnasianos son así.

François Coppée

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Se dice que en Londres, Verlaine y Rimbaud conocieron a miembros del movimiento literario inglés: escritores como Rossetti y Swinburne.

Enid Starkie

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El folleto [Una temporada en el infierno] fue impreso en octubre. Rimbaud se reservó un ejemplar para Verlaine, envió otros a Forain, Richepin, Ponchon. Ninguna respuesta, ningún eco. Nada. Un silencio hostil. La literatura permanecía muda, insensible a su testamento literario. Entonces replicó con el desprecio. No quemó su edición, tal como se creyera durante largo tiempo; la olvidó, la dejó sepultada en el polvo de una imprenta belga.

Jean-Marie Carre

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Tal vez fue Rimbaud el primer poeta que vio, en el sentido de percibir y en el de videncia, la realidad presente como la forma infernal o circular del movimiento. Su obra es una condenación de la sociedad moderna, pero su palabra final, Une saison en enfer, también es una condenación de la poesía. (…) Después de Une saison en enfer no se puede escribir un poema sin vencer un sentimiento de vergüenza: ¿no se trata de un acto irrisorio o, lo que es peor, no se incurre en una mentira? Quedan dos caminos, los dos intentados por Rimbaud: la acción (la industria, la revolución) o escribir ese poema final que sea también el fin de la poesía, su negación y culminación.

Octavio Paz

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La grandeza de Rimbaud permanecerá por haber rechazado lo poco de libertad que en su siglo y en su sitio podría haber hecho suyos, para testimoniar la enajenación del hombre, y llamarlo a partir de su miseria ética al enfrentamiento trágico de lo absurdo. Esta decisión y su firmeza logran que su poesía sea la más liberadora (y por ende una de las más bellas) de la historia de nuestra lengua.

Yves Bonnefoy

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Un camino para huir del mundo sórdido que Rimbaud no se sentía capaz de aceptar era el regreso, mediante la memoria, a los días de su infancia, a la época de las impresiones muy vivas, cuando su mente no estaba aún contaminada por la educación.

Enid Starkie

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El resultado es interesante pero no decisivo, ya que Rimbaud no fue un visionario (a la manera de William Blake o de Swedenborg), sino un artista en busca de experiencias que no logró.

Jorge Luis Borges

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Es probable que Rimbaud estuviera aprendiendo música como parte de las matemáticas, ya que esta disciplina era la rama más importante del saber en el mundo del futuro.

Enid Starkie

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Ya te explicaré, por mediación de Delahaye, mis planes para ti –muy sencillos– y los consejos que me gustaría que atendieras, dejando aparte la religión, aunque ése sería mi principal, mi grandísimo consejo, una vez que, por mediación de Delahaye, me hayas contestado “properly”.

Paul Verlaine

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En mi cuaderno de apuntes dibujo dos tumbas, una junto a otra “Arthur Rimbaud, poeta, 1854-1875, y Arthur Rimbaud, explorador, 1875-1891”.

Alain Borer

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¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud! Tus dieciocho años refractarios a la amistad, a la malevolencia, a la estupidez de los poetas de París, así como al ronroneo de abeja estéril de tu familia ardenesa un poco loca; hiciste bien en lanzarlos lejos de ti, meterlos bajo la cuchilla de tu guillotina precoz. Tuviste razón de cambiar el boulevard de los holgazanes, el cafetín de los mea-liras, por el infierno de las bestias, el comercio de los astutos y los buenos días de los simples.

René Char

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Tiene veinte años cumplidos, buen cuerpo, bien desarrollado, es apto para el servicio militar.

¡Rimbaud con kepi, chaqueta y pantalón rojo!

Jean-Marie Carre

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…el hombre con suelas de viento.

Paul Verlaine

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Nunca estuvo Rimbaud tan febril, tan inestable como durante estos años de 1875-1880. Recorre Europa en todos sus sentidos, va y viene vertiginosamente. Vagabundeos sin tregua y sin norte. Ebriedad de los grandes caminos y de los puertos. Pero, por sobre todas las cosas, Oriente lo atrae, irresistiblemente, un Oriente bárbaro, hermético, deslumbrante; y también un desconocido país irreal, donde se enfrentan el Norte y el Sur.

Jean-Marie Carre

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Fue el primer europeo que llegara desde Harrar hasta Bubassa, gran meseta que comienza a unos cincuenta kilómetros de la ciudad y permaneció allí más de quince días, estableciendo algunos comercios. Luego (…) prolongó sus reconocimientos hacia el sudeste, los extendió a lo largo de los torrentes que descienden de las montañas de Harrar y que desaparecen en dirección al Océano Índico. Prosiguiendo el curso del río Erer, llegó hasta el río Ouabi o Wabi y penetró en el Ogaden.

Jean-Marie Carre

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Es cierto que yo iba casi todos los domingos a cenar a casa del señor Rimbaud: casi me extrañaba el que me autorizase ir a su casa. Creo que yo era la única europea que él recibía. Conversaba muy poco; me parecía muy bueno para con la mujer. (…) quería casarse porque quería ir a Abisinia y que sólo regresaría a Francia cuando hubiese ganado una gran fortuna, de lo contrario nunca volvería. Escribía mucho; me decía que preparaba hermosas obras. No recuerdo quién me dijo que todos sus libros y papeles los había dejado en depósito en lo del padre Francisco (…). En cuanto a esta mujer, era muy dulce, pero hablaba tan poco francés que casi no podíamos conversar. Era alta y delgada; un rostro bastante bonito, sus rasgos eran regulares; no era demasiado negra. No conozco la raza abisinia; en mi opinión tenía una fisonomía completamente europea. Era católica. Ya no recuerdo su nombre. Durante cierto tiempo tuvo con ella a su hermana. Sólo salía de noche, con el señor Rimbaud; se vestía a la moda europea, y el arreglo de la casa era completamente europeo. Le gustaba mucho fumar cigarrillos.

Françoise Grisard

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Uno de esos lugares que lo seducen es Zanzíbar, en cuyo nombre aparece la letra z dos veces, última letra del abecedario, como la omega del soneto de las Voyelles en el alfabeto griego. Sueña también con ir a la India, a China, a Tonkin o incluso a la construcción del canal de Panamá.

Michel Butor

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Recorrió todos los continentes, todos los océanos, pobre y altivamente (rico, además, si hubiera querido, por su familia y su posición) después de haber escrito, también en prosa, una serie de soberbios trozos con el título de Las Iluminaciones, creo que para siempre perdidos.

Paul Verlaine

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¡Oh! Ese viaje fatal de Tadjourah a Choa y a Abisinia. ¿Qué mal soplo pudo respirar en esas funestas regiones? ¿Qué ángel maligno lo condujo? Por más de un año, sí, por más de un año, padeció allí, en su cuerpo como en su espíritu, todas las pruebas y los hastíos posibles. ¿Y cuál compensación como reciprocidad? Conoció todos los desencantos: un desastre completo.

Isabelle Rimbaud

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Así lo vemos en la fotografía de Harrar, descalzo y vestido de algodón, entre la roca y el agua, mirándonos como un animal sagrado en la blancura solar. El rostro es inescrutable, pero el pie y la mano se adelantan articulando su única palabra. Por esa época expresa el deseo de tener un hijo que llegara a ser “un ingeniero renombrado, un hombre poderoso y rico por la ciencia”.

Cintio Vitier

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No me corresponde ni me atrevería a juzgar el pasado del poeta. Pero afirmo con todas mis fuerzas que fue hábil y apasionado comerciante, de escrupulosa honestidad, que se congratulaba siempre en nuestras conversaciones amistosas, que a menudo nos conducían a las confidencias íntimas y sinceras, de haber rechazado lo que llamaba sus calaveradas de juventud, un pasado que aborrecía.

Maurice Riès

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No fue en 1879 cuando Arthur Rimbaud destruyó sus escritos: para esa época hacía mucho tiempo que ya no tenía nada que ver con la literatura; fue en 1876 a más tardar. Intentó destruir Une saison en enfer en el mismo momento de su publicación en 1873.

Isabelle Rimbaud

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Nada me ha llenado más de estupefacción que Rimbaud no volviera a hacer, después de 1875, una sola referencia de poesía y de literatura en todo lo que escribió. No volvió a redactar un solo verso ni hizo una sola referencia a un libro, a un escritor o a un poeta. Toda la poesía y la literatura parece haberla quemado, con fuego que borra la última hierba, igual que los ejemplares de Una temporada en el infierno, que había retirado de la editorial de Bruselas y que no puedo repartir en París en octubre de 1875, cuando lo satanizaron. Nada me impresiona más, o más aún, me conmociona, que esta renuncia sin sueño ni esperanza: la negación absoluta. No siquiera su hermana Isabelle, ejemplo de fidelidad extrema, a quien le escribía desde Europa y África –las cartas eran dirigidas a ella y su madre–, y quien lo acompañó con devoción teresiana los últimos meses de su vida, sabía que su hermano escribía versos. Para ella sólo era un hábil negociante y el más valeroso de los exploradores.

Marco Antonio Campos

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17 de julio de 1890

Estimado señor Poeta:

He leído algunos de sus bellos versos. Apenas puedo expresarle que me sentiría afortunado y honrado si aceptara el jefe de la escuela decadente y simbolista colaborar con la France Moderne de la cual soy el director.

Sea pues uno de los nuestros.

Laurent de Gavoty

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¿Pero a quién diablos podía ocurrírsele que él, Rimbaud, fuera un “decadente y simbolista” y menos que fuera jefe de nada? (…) Y sin embargo, Rimbaud, que rompía todas las cartas que recibía, guardó ésta.

Marco Antonio Campos

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19 de febrero de 1891

¡Esta vez lo tenemos! ¡Sabemos dónde se encuentra Arthur Rimbaud!, el gran Rimbaud, el verdadero Rimbaud, el Rimbaud de las Illuminations.

No es una broma decadente.

Afirmamos que conocemos el domicilio del célebre desaparecido.

La France Moderne

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Celoso, implacable, el Destino lo acecha vigilante.

Jean-Marie Carre

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Despierto concluye su vida en una especie de sueño continuo: dice cosas extrañas, muy dulcemente, con una voz que me encantaría si no me punzara el corazón. Cuanto dice, son sueños, y sin embargo no es lo mismo que cuan tenía fiebre. Pareciera, y lo creo, que lo hace ex profeso… Mezcla todo pero… con arte.

Isabelle Rimbaud

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[Cuando murió] Sólo Isabelle estaba a su lado, porque la señora Rimbaud continuaba en Roche.

Enid Starkie

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Algunos días después, el féretro del poeta llegaba a la estación de Charleville. Su madre fue en busca del padre GIllet, cura de la parroquia, a las ocho de la mañana y le encargó, para las diez, un servicio de primera clase. “Pero señora, es un plazo demasiado corto. No se improvisa así como así una ceremonia semejante”. El cura agregó que antaño había sido, en el colegio, el profesor de instrucción religiosa del niño y que se sentiría satisfecho de poder invitar a los funerales a algunos de sus antiguos condiscípulos. Pero con la voz más seca que podía tener ella, le cortó la palabra: “¡No insista, señor cura, es inútil!”

Así, pues, el entierro tuvo lugar a la dicha hora con el ceremonial convenido. Los transeúntes se detenían en la calle para contemplar el extraño séquito: ¿quién podría ser este muerto tan abandonado por los vivos? Dos personas seguían el coche fúnebre: la madre y la hermana.

Jean-Marie Carré

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Ayer fue un día de profunda emoción para mí, derramé muchas lágrimas, y sentía cierta dicha que no podría explicar. Ayer pues, acababa de llegar a misa, y aún me encontraba de rodillas rezando mis oraciones, cuando llegó cerca de mí alguien a quien no presté atención, y veo cómo apoya una muleta ante mis ojos sobre una columna, como la del pobre Arthur. Vuelvo la cabeza y quedo petrificada: era el propio Arthur: misma altura, misma edad, mismo rostro, tez blanca grisácea, sin barba pero con un pequeño bigote, y además una pierna de menos, y ese chico me miraba con una simpatía extraordinaria. A pesar de todos mis esfuerzos, no me fue posible retener las lágrimas, ciertamente lágrimas de dolor, pero en el fondo había algo que no puedo explicar. Estaba convencida de que se trataba de mi querido hijo que estaba cerca de mí. Más aún: una dama muy elegantemente vestida pasa cerca de nosotros, se detiene y le dice sonriendo: “Acércate a mí, estarás muchos mejor que aquí”. Él le responde: “Tía mía, se lo agradezco, estoy muy bien y le suplico que me deje aquí”. Esa dama insistió, pero él prefirió quedarse. Era muy piadoso y parecía seguir todas las partes del oficio. ¡Dios mío! ¿Acaso se trata de mi pobre Arthur que viene a buscarme?

Vitalie Rimbaud

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Un busto erigido a los 10 años de su muerte, más como explora­dor que como poeta, preside la plaza de la estación de trenes de Charleville. Desde luego el rostro se parece al rostro del busto pero no al de Rimbaud. En los cuatro costados de la base, escri­tos con letras doradas y acompañados de una lira, se leen los tí­tulos de famosos textos poéticos: El barco ebrio, Iluminaciones, Vocales, Una temporada en el infierno. Cuando el busto se inaugu­ró en 1901, su hermano Frédéric representó a la familia, porque su madre no tuvo alma para asistir, y aun, pasados los años, no pasaba por la plaza por no ver el busto. Es el tercero que se pone; los otros desaparecieron, uno en cada guerra.

Marco Antonio Campos

 

 

Bibliografía consultada

Butor, Michel, Retrato hablado de Arthur Rimbaud, Sigo Veintiuno Editores, México, 1991.

Campos, Marco Antonio, La ciudad de los desdichados, FCE, México, 2002.

Carre, Jean-Marie, Vida de Rimbaud, La Pléyade, Argentina, 1974.

Char, René, “¡Hiciste bien en irte, Arthur Rimbaud!”, traducción y nota de Mario Bojórquez, Círculo de Poesía, México, 2012. Enlace: https://circulodepoesia.com/2012/01/%C2%A1hiciste-bien-en-irte-arthur-rimbaud-de-rene-char/.

Julliard, Suzanne, Anthologie de la poésie française, Editions de Fallois, Francia, 2002.

Paz, Octavio, El arco y la lira, FCE, México, 2014.

Rimbaud, Arthur, Illuminations, Mille et une nuits, Francia, 1996.

Rimbaud, Arthur, Iluminaciones, prólogo  y traducción de Marco Antonio Campos, El Tucán de Virginia, México, 2017.

Rimbaud, Arthur, Iluminaciones, prólogo y traducción de Cintio Vitier, Premiá, México, 1981.

Rimbaud, Arthur, Poesías y otros textos, prólogo y traducción de Juan Abeleira, Hiperión, España, 2005.

Rimbaud, Arthur, Poésies. Une saison en enfer. Illuminations, Folio, Francia, 1999.

Rimbaud, Arthur, Una temporada en el infierno, prólogo y traducción de Marco Antonio Campos, Premiá, México, 1981.

Rivière, Jacques, Rimbaud, Cuadernos de la Orquesta, México, 1987.

Starkie, Enid, Arthur Rimbaud, Siruela, España, 1989.

Verlaine, Paul, Los poetas malditos, Muelle de Uribirarte Editores, España, 2000.

Librería

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