Leemos poesía inglesa. Proponemos la lectura de uno de los textos más llamativos del poeta y editor inglés Alan Jenkins (Surrey, 1955). Ha merecido reconocimientos como el Premio T.S. Eliot (2000), el Forward Poetry Prize (Best Poetry Collection of the Year, 2005) y el Cholmondeley Award (2006). El poema, traducido por Carlos López Beltrán y Pedro Serrano, aparece en la mítica La generación del cordero. Antología de la poesía actual en las islas británicas (2000).
“Alan Jenkins ha llegado a ser una de las voces más inventivas de la poesía contemporánea. El control técnico y la atención al detalle que caracterizan su trabajo se unen al tratamiento de una temática íntima: la exploración en el terreno de las relaciones de pareja a través de la poesía, lo cual confronta al autor consigo mismo”. Hugo Williams
“Alan Jenkins destaca entre sus contemporáneos mediante su irresistible y única mezcla de intensidad emotiva y estilo elegante. Leerlo es entender cuál es la sensibilidad masculina”. Carol Ann Duffy
Palomillas
Esa noche regresé tarde a casa y encontré
una palomilla que aleteaba y daba inútilmente vueltas
adentro de la pantalla de la lámpara. Fui a ayudarla.
El foco de 60 vatios no la había disecado
pero sus alas estaban chamuscadas,
ya nada podía salvarla, ni dañarla casi.
Cuando al fin se fue calmando en mi mano extendida
había dejado un espolvoreo dorado
tan fino como el maquillaje en mi camiseta
donde el pómulo de ella la había rozado;
sus aletazos eran tan poderosos y tan frágiles
como el parpadeo de una pestaña en la media pulgada
de aire y humo que entre los dos había.
Sentados, como desconocidos conociéndose,
estuvimos charlando e hicimos una cita para comer
y mi corazón revoloteó al preguntarle
si quería bailar una vieja canción de Elvis.
Era difícil pero ella era ágil y se dejaba conducir
y justo cuando acomodó su pelvis en la mía,
de súbito -nos están viendo,
ella tenía, qué pena pero, ya se iba.
¿Qué tiene de malo? me preguntaba, asándome
en el calor de mi propio cuerpo, de pie entre el tumulto de parejas
entremezcladas, cuando la vi saludar y zigzaguear
hacia el tocador. Me fui poco después.
En el taxi pensé, nada que hacer,
con ésta si no puedes,
no vale la pena, olvida esa comida…
Al día siguiente leí, entre otras malas nuevas,
que incendiaron el sitio;
al parecer alguien pagó un dineral
por un mal trato para su nariz, el resultado:
tres mujeres atrapadas en el baño murieron asfixiadas,
y se cocieron a punto. Contuve la respiración.
La palomilla tardaba tanto en morirse, Dios sabe
que al final yo la aplasté.
Moths
That night I came home late and found
a moth flickering helpesly round and round
inside the lampshade. I went to help it.
The sixty-watt bulb had not shrivelled it
but its wings were scorched,
it was beyond help, almost beyond harm.
As ir un wound slowly on my outstretched palm
it left a powdering of gold dust
as fine as the blusher that streaked my T-shirt
where her cheekbone had brushed it,
its wing-beat was as powerful and as fragile
as the blink of an eyelash in the half-inch
of smoky air between us.
We’d sat as trangers lately introduced,
we’d chewed the fat and made a date for lunch
and my heart was fluttering when I asked her
to dance to and old one by Elvis.
It was tricky but she was lithe and agile
and had just fitted her pelvis
to mine when suddenly -someone had seen us,
she had to, she was sorry but, she was leaving.
Where’s the harm? I wondered as, stood stewing
in my own body heat in a crowd of couples
melted together, I watched her bobbing and weaving
towards the powder-room. I left soon after.
In the taxi I thought, nothing doing,
this one’s too hot to handle,
don’t make that lunch, it’s not worth the candle…
Next day I read, among other troubles,
that the place had been torched –
it seemed someone paid through the nose
for a deal that wasn’t up to snuff, the upshot:
three women trapped in the Ladies choked to death
and were done to a turn. I caugh my breath.
The moth had taken so long to die, God knows
that in the end I cruched it.