Zbigniew Herbert según Adam Zagajewski

Leemos, en versión de Gustavo Osorio de Ita, el texto con el que Adam Zagajewski presenta la poesía de Zbigniew Herbert (1924-1998). Refiere temas como su mezcla tragicómica de tonos, su amistad con Czeslaw Milosz o sus problemas intelectuales centrales. Herbert publicó en Lumen su Poesía completa

 

 

 

 

 

Introducción la poesía de Zbigniew Herbert

¿De dónde viene Herbert? ¿De donde viene su poesia? La respuesta más simple es: no lo sabemos. Al igual que nunca sabemos de dónde viene un gran artista, ya sea que haya nacido en provincia o en la capital. ¡Sin embargo, no podemos simplemente contentarnos con nuestra mística ignorancia!

Los lectores estadounidenses sin duda merecen un breve esbozo biográfico: Zbigniew Herbert, nacido en Lwów en 1924, llevó una vida que, especialmente en su juventud, estuvo llena de aventuras y peligros, aunque uno podría sentirse tentado a decir que él había sido creado más bien para una existencia tranquila entre museos y bibliotecas. Todavía hay muchas cosas que no sabemos sobre su vida en el período de la guerra, hasta qué punto estuvo involucrado en la resistencia o cuál fue su experiencia durante la ocupación. Sabemos que provenía de lo que se ha dado en llamar la “clase media” y en polaco se conoce como “la intelligentsia”. El relativo, o quizás verdaderamente profundo, orden de su infancia fue destruido de una vez por todas en septiembre de 1939 con el estallido de la guerra. Primero la Alemania nazi, luego, diecisiete días después, la Unión Soviética, invadieron el territorio de Polonia. En aquel momento, las unidades de la Wehrmacht no llegaron hasta Lwów; la ciudad, que se encontraba llena de refugiados de Polonia central, fue ocupada por el Ejército Rojo y por la NKVD, la policía secreta, que inmediatamente se dispuso a arrestar a miles de polacos, judíos y ucranianos. El salto repentino de las últimas vacaciones previas a la guerra hacia el terror de Stalin debe haber sido increíblemente brutal. Sin duda, muchos elementos de la poesía de Herbert se originaron en esta experiencia.

En los últimos días de junio de 1941 terminó la ocupación soviética de Lwów y comenzó la ocupación nazi. Distinguir entre ambas ocupaciones es una cuestión para académicos. Por supuesto, una diferencia importante era que ahora las persecuciones estaban dirigidas principalmente, aunque no exclusivamente, a los judíos.

Cuando terminó la guerra y Lwów se incorporó al territorio de la Unión Soviética, Herbert era uno de los miles de jóvenes que vivían en suspenso, tratando de estudiar, mientras escondían su pasado subterráneo. Por difícil que sea de creer para un lector occidental, las nuevas autoridades impuestas por Moscú persiguieron a los excombatientes de la resistencia simplemente por haber luchado de diversas formas contra el invasor nazi. Su crimen había sido estar relacionados –a menudo sin ser plenamente conscientes de ello, ya que operaban a nivel local y en su mayoría realizaban asignaciones específicas a pequeña escala– con el gobierno polaco en el exilio en Londres, en lugar de con el movimiento partidista comunista. El nuevo gobierno les aplicaba una política que era exactamente lo opuesto de la GI Bill estadounidense, colocando obstáculos en su camino, a veces encarcelándolos y, a veces, incluso condenándolos a muerte.

Todo el tiempo, hasta 1956, cuando pacto político alteró la situación para mejor, Herbert llevó una inestable existencia, cambiando de dirección con frecuencia, moviéndose entre Gdansk, Varsovia, Toruń, y Cracovia, y dedicándose a distintos trabajos (cuando estaba sin dinero, incluso vendió su propia sangre, una metáfora dolorosamente precisa de la vida de un poeta). Estudiaba filosofía, preguntándose si debería dedicarse a esta de tiempo completo o no. También sentía sintió atraído por la historia del arte. Por razones políticas no había podido publicar su primer libro de poesía, pero comenzaba ya a publicar poemas individuales y reseñas de libros; el periódico con el cual estuvo más involucrado fue Tygodnik Powszechny, un semanario católico-liberal con sede en Cracovia.

No estaba completamente aislado; tenía amigos en numerosas ciudades y amantes; también tuvo un mentor intelectual. Se trataba de Henryk Elzenberg, entonces profesor de la Universidad de Toruń, filósofo erudito y poeta, incansable investigador de fórmulas intelectuales y un tipo independiente apenas tolerado por el nuevo régimen. Un volumen de correspondencia entre profesor y alumno publicado recientemente (en 2002) revela a un profesor melancólico y a un alumno ingenioso que frecuentemente se disculpa ante su mentor, tanto por fracasos reales como imaginarios. En aquellas cartas Herbert es contrario y obediente, inventivo, talentoso, sin duda consciente de sus encantos epistolares, pero aún tímido, un poco temeroso de su estricto Maestro, no del todo seguro de si debería convertirse en filósofo o poeta, exigiendo emoción a la filosofía e ideas a la poesía, mostrando aversión por los sistemas cerrados, divertido, a la vez irónico y cálido.

El año de 1956, como he mencionado, cambia casi todo para Herbert. Su debut, Chord of Light, es recibido con entusiasmo. De repente, gracias al pacto, las fronteras de Europa se le abren, al menos hasta cierto punto; puede visitar Francia, Italia, Londres. A partir de aquel momento comienza un nuevo capítulo en su vida, uno que duraría casi hasta sus últimos meses –murió en julio de 1998. Un capítulo realmente diferente –aún así, si uno lo mira de cerca, resulta extrañamente similar al anterior. Ahora, hay que reconocerlo, Herbert viaja entre París, Berlín, Los Ángeles y Varsovia; la duración de sus viajes es mucho mayor que antes y se convierte en un poeta de fama mundial. Pero el malestar fundamental y la inestabilidad subyacente (incluida la financiera) siguen ahí. Además, existe una enfermedad invasora. Solo los alrededores son más hermosos; entre ellos se encuentran los museos más grandes del mundo, en los que los turistas sin aliento pueden ver a un poeta polaco esbozar, con calma y diligencia, las obras de grandes artistas en su cuaderno. Porque una vez más tiene maestros: el lugar de Henryk Elzenberg ha sido ocupado ahora por Rembrandt, Vermeer y Piero della Francesca, así como también por los “viejos maestros” del magnífico poema en Informe de una ciudad sitiada.

También tuvo mentores y maestros en poesía. Aprendió mucho de Czeslaw Milosz, de quien era amigo (se conocieron por primera vez en París en la segunda mitad de la década de 1950). Estaba muy familiarizado con los poetas románticos polacos y con la poesía europea antigua y moderna. Ciertamente leyó a Cavafis. Estudió a los autores clásicos –los estudió como lo hacen los poetas, de forma no sistemática, enamorándose y desenamorándose, saltando de un período a otro, encontrando las cosas que eran importantes para sí mismo y descartando las que le interesaban menos; al hacerlo, actuaba de manera muy diferente a un académico, quien suele moverse como un sólido tanque de erudición a lo largo del período que ha seleccionado. También leyó decenas de obras históricas sobre Grecia, Holanda e Italia. Intentaba comprender el pasado. Amaba el pasado –como esteta, ya que estaba fascinado por la belleza, y como un hombre que simplemente buscaba en la historia las huellas de otros.

Todo gran poeta vive entre dos mundos. Uno de estos es el mundo real y tangible de la historia, privado para algunos y público para otros. El otro mundo es una densa capa de sueños, imaginación, fantasmas. A veces sucede —como por ejemplo en el caso de W. B. Yeats— que este segundo mundo adquiere proporciones gigantescas, que se torna en habitado por numerosos espíritus, que es perseguido por Leo Africanus y otros magos antiguos.

Estos dos territorios llevan a cabo negociaciones complejas, cuyo resultado son poemas. Los poetas luchan por el primer mundo, el real, tratando concienzudamente de alcanzarlo, de llegar a aquel lugar donde se encuentran las mentes de la gente; pero sus esfuerzos se ven obstaculizados por el segundo mundo, así como los sueños y las alucinaciones de ciertos enfermos les impiden comprender y experimentar los acontecimientos en sus horas de vigilia. Salvo que en los grandes poetas estos obstáculos son más bien un síntoma de salud mental, ya que el mundo es por naturaleza dual, y los poetas rinden homenaje con su propia dualidad a la verdadera estructura de la realidad, la cual se compone de día y de noche, de sobria inteligencia y fugaz fantasía, de deseo y gratificación.

No hay poesía sin esta dualidad, aunque el segundo mundo, sustituto, resulta distinto para cada gran artista creativo. ¿Cómo es para Herbert? Los sueños de Herbert se sustentan en varias cosas –viajes, Grecia y Florencia, el trabajo de grandes pintores, ciudades ideales (que solo vio en el pasado, no en el futuro, a diferencia de muchos de sus contemporáneos). Pero también se sustentan en las virtudes caballerescas del honor y el coraje.

Herbert mismo nos ayuda a comprender su poesía en “Sr. Cogito y la Imaginación”. Porque el señor Cogito:

anhelaba comprender completamente
—la noche de Pascal
—la naturaleza de los diamantes
—la melancolía de los profetas
—la ira de Aquiles
—la locura de los genocidios
—los sueños de María, Reina de Escocia
—el miedo del neandertal
—la desesperación de los últimos aztecas
—la larga muerte de Nietzsche
—la alegría del pintor de Lascaux
—el ascenso y la caída de un roble
—el ascenso y la caída de Roma

Aquiles y un roble, Lascaux y el miedo de un neandertal, la desesperación de los aztecas –estos son los ingredientes de la imaginación de Herbert. Y siempre “el ascenso y la caída”, la totalidad del ciclo histórico. A Herbert a veces le gusta asumir la posición de un racionalista y por eso en su hermoso poema señala estas cosas insondables que el señor Cogito anhelaba “comprender completamente”, algo que resulta, por supuesto (y afortunadamente), imposible.
 
Pero para Herbert el asunto es aún más complicado. En él encontramos dos problemas intelectuales centrales: la participación y la distancia. Nunca olvidó el horror de la guerra y las obligaciones morales invisibles en las que incurrió durante la ocupación. Él mismo habló de la lealtad como criterio rector de su ética y estética. Sin embargo, era distinto de poetas como Krzysztof Kamil Baczyński, el gran bardo de la generación de la guerra, que murió muy joven (en el Levantamiento de Varsovia) y cuyos poemas están imbuidos por la temperatura de ardientes metáforas. No, Herbert no es así en absoluto: en él, el nivel de horror de la guerra se ve desde cierta distancia. Incluso en las circunstancias más difíciles, los héroes de los poemas de Herbert no pierden el sentido del humor. Y en los poemas y ensayos el poeta trágico se coloca justo al lado del despreocupado Mr. Pickwick, quien no se imagina por qué ha sido merecedor de una desgracia tan grande. Puede ser aquí donde radique el encanto particular e indefinible tanto de la poesía de Herbert como de sus ensayos: esta mezcla tragicómica de tonos, el hecho de que la máxima gravedad no excluye en modo alguno la broma y la ironía. Pero la ironía se refiere principalmente al carácter del poeta, o al de su porte-parole, el señor Cogito, que de manera general es un tipo sumamente imperfecto. En lo que concierne al mensaje de esta poesía —y es poesía con un mensaje, por oscuro que sea—, la ironía no lo afecta en absoluto.
 
La necesidad de la distancia: podemos imaginarnos (me gusta pensar en esto) a un joven Herbert, que en la ocupada Lwów está mirando álbumes de arte italiano, tal vez pinturas del quatrocento de Siena, tal vez reproducciones de los frescos de Masaccio. Está sentado en un sillón con un álbum en su regazo; tal vez esté en la casa de un amigo, o tal vez en la suya, mientras que afuera de la ventana se escuchan los gritos de los soldados alemanes (o soviéticos). Esta situación —los frescos de Masaccio (o Giotto) y los gritos de los soldados que venían del exterior— quedó fijada permanentemente en la imaginación de Herbert. Dondequiera que estuviera, sin importar cuántos años hubiesen transcurrido desde la guerra, podía oír a los soldados gritando fuera de la ventana, incluso en Los Ángeles y en el (alguna vez) tranquilo Louvre, o en el ahora cerrado Museo Dahlem en Berlín (sus colecciones se transfirieron a un moderno edificio en Potsdamer Platz), o en su apartamento de Varsovia. La belleza no está sola; la belleza atrae la bajeza y el mal –o en todo caso se encuentra con ellos con frecuencia.
 
La paradoja de Herbert, que quizás resulte especialmente sorprendente en nuestra era moderna, también reside en el hecho de que, aunque se refiere voluntaria y extensamente a los “textos culturales” existentes y retoma símbolos de los griegos y de cualquier otro lugar, nunca lo hace para convertirse en prisionero de estas referencias y significados –él siempre se siente atraído por la realidad. Tomemos por ejemplo el conocido poema “Apolo y Marsias”. Está construido sobre una base sólida y densa de mitos. Un lector desatento podría decir (como de hecho han dicho los críticos desatentos) que se trata de un poema académico, compuesto por elementos de erudición, un poema inspirado por la biblioteca y el museo. Nada más equivocado: aquí no se trata de mitos o de una enciclopedia, sino del dolor de un cuerpo torturado.
 
Y este es el vector común de toda la poesía de Herbert; no nos dejemos engañar por sus adornos, sus ninfas y sátiros, sus columnas y citas. Esta poesía trata sobre el dolor del siglo XX, sobre la aceptación de la crueldad de una época inhumana, sobre un extraordinario sentido de la realidad. Y el hecho de que al mismo tiempo el poeta no pierda nada de su lirismo ni de su sentido del humor –ese es el secreto insondable de un gran artista.

 

 

 

Me gustaría describir

 
Me gustaría describir la emoción más simple
la alegría o la tristeza
pero no como lo hacen los demás
asiéndose de ráfagas de lluvia o sol

me gustaría describir una luz
que está naciendo en mí
pero que sé no se parece
a ninguna estrella
puesto que no es tan brillante
ni tan pura
y es incierta

me gustaría describir el valor
sin arrastrar tras de mi un león sucio
y también la ansiedad
sin agitar un vaso lleno de agua

para ponerlo de otra manera
daría todas las metáforas
a cambio de una palabra
arrancada de mi pecho como una costilla
por una palabra
contenida en las lindes
de mi piel

pero aparentemente esto no es posible

y sólo con decir –yo amo
corro alrededor como loco
levantando puñados de aves
y mi ternura
que después de todo no está hecha de agua
le pregunta al agua por un rostro
y la ira
distinta del fuego
le toma prestada
una lengua locuaz

así que es borroso
así que es borroso
en mí
lo que hombres de pelo cano
separaron de una vez por todas
y dijeron
este es el sujeto
y este es el objeto

nos quedamos dormidos
con una mano bajo la cabeza
y con la otra en un cúmulo de planetas

nuestros pies nos abandonan
y prueban la tierra
con sus pequeñas raíces
las mismas que a la mañana siguiente
arrancaremos con dolor

 

 

 

 

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