Retrato de personajes, Marco Antonio Campos en Zapotlán

Leemos un texto de Ricardo Segala en torno a la obra del poeta, narrador, traductor y ensayista mexicano Marco Antonio Campos (1949). Se trata de un texto que sigue una de las constantes en la obra de Campos: el biografismo. Retratos, vidas, colección de anécdotas, etc., con múltiples pinceladas de poética y de historia literaria. Marco Antonio Campos publicó en 2020, bajo el sello de Puerta Abierta Editores, Retratos con deuda.

 

 

 

 

Retrato de personajes, Marco Antonio Campos en Zapotlán

 

Al presentar a Marco Antonio Campos uno corre el riesgo de adoptar el tono de enciclopedia o por lo menos de solapa de libro. Es tan amplia, tan productiva, tan variada, tan incansable y reconocida su trayectoria que la enumeración y la cronología son serias tentaciones. Así que he decidido que hoy evitaré esos recursos y no me detendré en enumerar las decenas de sus títulos ni la cantidad de reconocimientos nacionales e internacionales que ha recibido, tampoco voy a nombrar las universidades del mundo en que ha dado cursos ni a los poetas que ha traducido. Me concentraré en decir que Marco Antonio Campos ha dedicado más de medio siglo a construir una obra poliédrica y múltiple, lo mismo cultiva la poesía que el cuento y la novela, el ensayo y la crónica; agrego que es un gran conversador, así lo muestran sus libros de entrevistas, y que incluso los géneros brevísimos son objeto de sus intereses, como lo confirman sus aforismos y su minificciones. Tanto en su obra de creación como en su trabajo de crítica literaria reconocemos a un agudo observador y a una mente abierta a la sorpresa y al descubrimiento. Marco Antonio Campos tiene una mirada aguda, pero también un oído atento, escucha la voz de sus mayores, escritores, pintores, músicos, la voz de los autores que lo antecedieron, su relación con los clásicos es de una naturalidad que se presenta como conversación entre amigos aunque sin perder la gravedad que lo caracteriza.

            Como estudioso de la literatura Marco Antonio Campos tiene un campo de interés muy amplio, desde los clásicos griegos y Dante Alighieri hasta los simbolistas franceses; tiene también una clara inclinación por la literatura austriaca y por los autores de Europa del Este, por aquello que Claudio Magris llama la Mitteleuropa. Por otra parte su mirada se ha dirigido a la poesía latinoamericana y, especialmente, a la mexicana, tanto del siglo XIX como del XX. En sus páginas van y vienen los nombres de Neruda, Vallejo, Paz, Herrera, Nervo, Lizalde, Gutiérrez Vega, sin embargo quien más atención le ha merecido es el mexicano Ramón López Velarde.

Entre los años ochenta y los noventa Campos escribió sobre “La suave patria” y las relaciones que tuvo el zacatecano con Julio Torri y Manuel José Othón. En 2002 incluyó en su libro Las ciudades de los desdichados un bello texto titulado “Jerez de López Velarde”; después vendrían ensayos sobre El minutero y Don de febrero, sobre López Velarde y su relación con José Juan Tablada y, finalmente, sobre la lectura que José Emilio Pacheco hace del poeta del Son del corazón. Todos estos trabajos conformaron lo que se llamó El tigre incendiado. Ensayos sobre Ramón López Velarde, que en 2005 publicó el Instituto Zacatecano de Cultura y que en 2017 fue reeditado, con un ensayo más, bajo el sello Ediciones Sin Nombre.

En 2020 la UNAM publicó Diccionario Lopezvelardeano, en él Marco Antonio Campos da muestra de su amplio conocimiento del poeta al que Hugo Gutiérrez Vega llamó el “padre soltero de la literatura mexicana”. Con un punto de partida lúdico e inspirado en el Diccionario Pirandelliano de Leonardo Sciascia (1989), el libro presenta una serie de pequeños ensayos en torno a palabras clave de la vida y obra del poeta, los textos se presentan de manera alfabética y da como resultado un catálogo de la A a la Z de López Velarde. Campos no sólo es el erudito que ha revisado a conciencia la vastísima bibliografía sobre el tema, y ha hurgado en archivos públicos y privados, no sólo es la autoridad que ha dedicado décadas al estudio de este apasionante escritor, también se ha dado a la tarea de combatir los lugares comunes, de corregir errores y datos falsos que se han reproducido a lo largo del tiempo. Por él sabemos que no es verdad que López Velarde haya sido un mal estudiante y que haya reprobado la materia de Literatura, también que es imposible la famosa reunión del poeta con Saturnino Herrán y Manuel M. Ponce en la ciudad Aguascalientes para hablar del arte criollo.

Estamos pues ante una de las voces más autorizadas para hablar de Ramón López Velarde en el centenario de su muerte y de la publicación de su poema magno, “La suave patria”. Sin embargo, no quiero dejar de mencionar que esta actividad tiene también el propósito de homenajear a Vicente Preciado Zacarías, el profesor decano y maestro emérito del Centro Universitario del Sur. Y quiero detenerme porque no sobran razones para vincular ambos homenajes.

Los que conocen a Vicente Preciado saben que su principal autoridad intelectual, cultural, estética, literaria, en fin, vital, fue Juan José Arreola, pero pocos saben que tuvo con él la pasión compartida por Ramón López Velarde: ambos aprendieron de memoria muchos de sus poemas, ambos pusieron el nombre de Fuensanta a una de sus hijas, ambos recibían acongojados, melancólicos y hasta con temor el 19 de junio, día de la muerte de López Velarde, ambos se sintieron “consanguíneos” al poeta. Poco se sabe también que el último libro escrito por Arreola fue Ramón López Velarde, una lectura parcial, que fue publicado por BANCEN en el contexto del centenario del natalicio del poeta y que Vicente Preciado Zacarías acompañó al maestro en el difícil tránsito de su escritura y que él rescató del basurero el manuscrito que Arreola había destruido en un arranque de frustración ante el texto que se le negaba, la anécdota se cuenta parcialmente en la edición que publicó Puertabierta Editores en 2108. Por eso no es extraño que Vicente Preciado haya participado este año en los homenajes en torno al centenario de López Velarde, en primavera con profesores y estudiantes del CUSur, y en el verano en un diálogo con Ernesto Lumbreras, otro lopezvelardista jalisciense.

En su libro Las ciudades de los desdichados, Marco Antonio Campos habla de personajes que tienen “vidas paralelas o almas hondamente afines”, entre esas parejas menciona a Álvarez Galván y Manuel Acuña, Van Gogh y Rimbaud, y por supuesto a Saturnino Herrán y López Velarde. Preciado Zacarías habla de “parejas pares” para referirse al mismo fenómeno, y Herrán-López Velarde es el ejemplo supremo. En la más reciente edición de El tigre incendiado, Campos incluyó un nuevo texto que habla de la correspondencia que tuvieron entre diciembre de 1918 y febrero de 1919, López Velarde, Ixca Farías y Guadalupe Zuno. El tema que trataban era la posibilidad de compra de alguna obra del recién fallecido Herrán para el recién inaugurado Mueso de la ciudad, hoy Museo regional, al parecer López Velarde estaba intercediendo por la viuda que se encontraba en una situación económica apurada. La iniciativa no prosperó y el Museo regional no pudo tener un Saturnino Herrán, al parecer por considerarlo costoso. El ensayo concluye con estas palabras de Campos: “La solicitud de López Velarde terminó en el vacío. Una lástima. Los jaliscienses fueron los únicos que perdieron”.

Retomo esta anécdota porque el de Saturnino Herrán es uno de los temas frecuentes de conversación en la mesa del Dr. Vicente Preciado Zacarías, desde su estética inusitada, su erotismo contenido, su nacionalismo sui generis, su condición de provinciano en la capital del país, su pobreza y su súbita enfermedad, su muerte temprana. Todos estos tópicos lo hermanan con López Velarde, pero el punto que además me interesa es decir que Vicente Preciado Zacarías tuvo un Saturnino Herrán en su casa durante casi medio siglo. El cuadro llegó a Zapotlán por Alfredo Velasco Cisneros que conoció al pintor en una visita a la Ciudad de México, tras su muerte en los años sesenta, pasó a manos de Preciado.

Vicente Preciado tuvo en su casa una obra de los más importantes pintores que ha dado nuestro país, él pudo conservarlo como un codiciado patrimonio, subastarlo o simplemente venderlo, pero en honor a la memoria de Herrán y a las limitaciones económicas en que vivió, decidió donarlo a una institución relacionada con el pintor. Se decidió por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. El 16 de noviembre de 2006, hace quince años, la revista Proceso publicó: “Fue donado a LA UAA “Retrato de un anciano”, de Saturnino Herrán” y dice en el cuerpo de la nota: “La obra aún cuenta con la firma legible de Saturnino Herrán y se realizó en crayón acuareleado, una técnica muy usada por el artista. La pintura fue elaborada en 1917 por Herrán, quien falleció al año siguiente”.

Este rasgo del carácter de Vicente Preciado Zacarías se presenta como una respuesta elegante y sutil a la de los funcionarios que hace cien años pensaron que era oneroso adquirir un Saturnino Herrán.  Me gusta imaginar que a López Velarde le habría agradado ver esta escena y que también le habría escrito una carta a Preciado para agradecerle el gesto. Quizás si el tiempo los hubiera hecho coincidir también habrían sido amigos. Eso seguro le habría gustado al Dr. Preciado, como también a Marco Antonio Campos quien escribió en su Diccionario lopezvelardeano: “López Velarde es un amigo que nos hubiera gustado tener”.

 

 

 

(Texto leído como presentación a la conferencia inaugural “Pueblo, provincia y patria en López Velarde” a cargo de Marco Antonio Campos en el homenaje a Vicente Preciado Zacarías en Ciudad Guzmán, Zapotlán el Grande, Jalisco, el 17 de noviembre de 2021)

 

 

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