Esta es la tercera entrega de Textos y contextos. Aquí, Audomaro Hidalgo (Villahermosa, 1983) piensa en el motivo de la ventana como detonante de la literatura.
La ventana incierta
¿Qué hay detrás del hueco de ventana de mi infancia?
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La ventana es, para Roberto Bolaño, la frontera entre lo cotidiano y el horror. En Amuleto, Auxilio Lacouture, encerrada en un baño de la Facultad de Filosofía y Letras, es testigo de la toma de ciudad universitaria desde una ventana; en Nocturno de Chile, en la escena de la buhardilla parisina donde se reúnen un pintor guatemalteco, el escritor chileno Salvador Reyes y el filósofo Ernst Jünger, mientras que éstos dos últimos beben coñac y hablan de arte, el pintor está “emperrado junto a la ventana, dándoles obstinadamente la espalda”, absorto “en la contemplación fija de París”. De esa inquietante costumbre suya surge “Paisaje de Ciudad de México una hora antes del amanecer”, un cuadro que a su manera es “un altar de sacrificios humanos”. Unas pocas líneas antes el narrador nos ha dicho que “la guerra había empezado o estaba a punto de comenzar”. Lo que el pintor guatemalteco observa (siente) es el horror latente. La vertiginosa primera parte de Los detectives salvajes termina con una imagen de verdad memorable. Los tres personajes huyen y García Madero señala: “Me volví y a través de la ventana trasera vi una sombra en medio de la calle. En esa sombra, enmarcada por la ventana estrictamente rectangular del Impala, se concentraba toda la tristeza del mundo”. ¡Toda la tristeza del mundo!
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José Carlos Becerra: La ventana da a la tristeza.
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José Donoso solía reunirse, una vez por semana, con sus amigos en una cafetería de Santiago. Un mediodía, mientras regresaba a su casa, algo llamó su atención: una limusina detenida ante un semáforo. Donoso miraba el vehículo al tiempo que alguien descendía el vidrio de una ventanilla trasera, descubriendo el rostro casi deforme de un enano que llevaba puesto un sombrero y estaba lleno de joyas. La visión del horror fue instantánea. Una pesadilla en pleno día, como enloquecidas parvadas de zanates que oscurecen de golpe el cielo. Al llegar a casa Donoso quiso urdir un cuento, en vano. Hoy sabemos que al cabo de doce años, aquella imagen atroz, aquel ser grotesco, advino bajo la forma de una criatura delirante: El obsceno pájaro de la noche.
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Me asomo al hueco de ventana y veo
al Diablo. De pie en una silla
desde mi habitación lo veo
junto a la buganvilia del patio,
donde el niño que fui está llorando.