Presentamos una reseña de Adalberto García López sobre Chinatown a toda hora y otros poemas de la poeta colombiana Andrea Cote, libro publicado por Círculo de Poesía y Valparaíso México en 2017. En la contraportada Minerva Margarita Villarreal advierte que la poesía de Andrea Cote “se nutre del mito, llega a su pureza, a la palabra fundacional; desde esta nitidez alberga en la naturaleza y se alía con sus elementos, con esas fuerzas primigenias se robustece y vuelca en la denuncia. El largo poema que cierra el libro con un ritmo velocísimo y una ligereza de ala punza en la llaga de la ‘vida’ postmoderna.”
Chinatown a toda hora y otros poemas es una elegía. La ausencia de los objetos, los espacios y las personas son el leitmotiv de estos poemas que se reúnen en esta bella antología que han preparado Círculo de Poesía y Valparaíso México en 2017 y que contiene los libros Puerto calcinado, La ruina que nombro y Chinatown a toda hora. La presente antología abarca desde el derrumbe de la mitología personal, íntima, doméstica y que se preserva en la memoria, hasta la crítica a las sociedades de consumo, principalmente la norteamericana, que, poco a poco, o más rápido que lentamente, van acabando con la humanidad en la tierra. Antes de comentar con mayor detenimiento mis impresiones de este libro, debo señalar que Andrea Cote es una de las poetas colombianas más destacadas de su generación y, cada vez más, una de las voces más distinguibles de la poesía panhispánica reciente, es decir, se trata de una de las poetas donde mejor descansa nuestro idioma. Prueba de esto son los premios que ha obtenido, y entre los que destacan el Premio Internacional de Poesía Puentes de Struga, en Macedonia y el Premio Cittá de Castrovillari, en Italia.
En los dos primeros libros, Puerto calcinado y La ruina que nombro, se fija una poética del derrumbe, de la caída de esa mitología personal: el espacio y las cosas donde habitó la felicidad y la inocencia se ven resquebrajadas por distintos obstáculos de la realidad, van presentando las irreparables fisuras donde se ancla el desamparo. De ahí que el puerto esté calcinado y que lo nombrado sea una ruina. La fisura desde donde Andrea Cote se enuncia es desde “este fondo sin fondo de las cosas / que llaman / el dolor”, como dice en “Padre entrando al paisaje”, uno de los puntos más altos de todo el libro por el delicado uso de imágenes que golpean fuerte la emoción del lector como el siguiente fragmento:
Quién pudiera irse así
con una ráfaga,
sin pálpito,
sin madrugada,
en la cola del estruendo.
Y no dejar cuerpo sino llama
y un sonido cóncavo,
y sin fondo,
un portazo
y un aullido dando tumbos
hasta pulverizarse.
Existe en estos poemas una suerte de degradación de los elementos con los que están conformados. Los conceptos se ven disminuidos en sus cualidades, son presentados por una negación parcial. Por ejemplo: “Es para el dios de lo deshabitado / que se alzan templos invisibles / en la borrasca del desierto”. No en pocos poemas me vino a la mente el magistral inicio de la “Gymnopedia” de Giorgos Seferis donde igualmente cada concepto es destruido o disminuido después de presentarse.
La segunda parte, me refiero a Chinatown a toda hora, si bien continúa esta poética del derrumbe donde todo se muestra frágil, a punto de estallar, rápidamente la asociamos con el Poeta en Nueva York de Federico García Lorca, más allá del epígrafe, pues se aprecia la crítica del mundo capitalista, la visión del consumismo que arrasa con la humanidad visto por alguien ajeno a esa sociedad y con cierta complicidad con Federico García Lorca.
Andrea Cote usa a Chinatown como una triste alegoría donde encierra la falta de una identidad propia, donde el individuo se vuelve menos que un signo borroso en la gran ciudad, donde sólo aspiramos a ser un engrane más de la enorme fábrica de sueños rotos o aplazados. Por ejemplo, en el poema “Center”, desde la enunciación polifónica se recurre a diversas máscaras que, como García Lorca, siguen al Walt Whitman que contenía multitudes, pero la expresión de Cote se hace desde la desvalorización del individuo. De esta forma es posible afirmar que la visión norteamericana es un fracaso y dice con firmeza que nos queda “sólo esta / voraz / letal / fabulosa / obsesión por la repetición y el pensamiento serial / de Chinatown”. Es, pues, un apocalipsis materialista que pareciera no tener salida.
Cabe destacar el verso corto que fragmenta cuidadosamente la ilación de las frases y reproduce la urgencia interior del yo lírico que imita la velocidad urbana o sus bruscos cortes, al mismo tiempo refleja la fragilidad misma de la enunciación y en el que creo hay un eco de la mejor Blanca Varela.
Al inicio señalé que este libro es una elegía pues a lo largo del libro, ininterrumpidamente somos testigos de lo que ya no es, de la promesa fallida, avistamos el “rumor de lo deshabitado”. Una elegía de lo que está cerca y de lo que está lejos y que se ve atenuada por una agridulce memoria.