Poesía norteamericana: Jose Hernandez Diaz

Leemos, en versión de Sandra Dolores Gómez Amador, algunos textos del poeta y editor Jose Hernandez Diaz (California, 1984). Fue acreedor de la beca National Endowment for the Arts en el 2017. Estudió Literatura Inglesa en Berkeley y Escritura Creativa en la Universidad de Antioch. Es el autor del poemario The Fire Eater (Texas Review Press, 2020) y próximamente publicará su siguiente libro titulado Bad Mexican, Bad American (Acre Books, 2024). Su trabajo ha sido incluido en medios tanto digitales como impresos y ha colaborado con revistas como The American Poetry Review, Huizache y Yale Review. Sandra Dolores Gómez Amador (CDMX, 1998): Poeta, investigadora y traductora. Estudió Letras Inglesas en laUniversidad Nacional Autónoma de México. Es investigadora joven en la Red Mexicana de Jóvenes por la Investigación y co-fundadora de la Red Universitaria de Mujeres Escritoras. Ha sido becaria en Rio Grande Valley International Poetry Festival, Under The Volcano y British Centre for Literary Translation. Sus escritos han sido publicados en medios digitales e impresos y actualmente trabaja en su primer poemario.

 

 

 

 

The Stranger

A man came up to me as I was walking home from the pharmacy: “Are you Jose Hernandez Diaz?” “Yes,” I said, “who’s asking?” “Do you enjoy sipping tea before bedtime?” “Well, I do, but what is it to you?” I asked. “In the ninth grade, did you get cut from the basketball team?” “I did, in fact, get cut from the team.” “Do you sometimes wonder what life would’ve been like had you married Margot Cisneros?” “Maybe, sometimes, yes,” I said. “Are you afraid of small talk and long walks in the city?” “I’m just a little introverted,” I said. “Does the night sky resemble a dragon of your dreams?” “Yes, thank you for asking,” I said. “Did you cry when Muncy hit that home run in the World Series?” “I did cry at that moment. Proud of it!” “Were you born and raised back and forth between L.A. and Orange County?” “Story of my life; yes,” I said. “Does the night sky resemble a dragon of your dreams?” “Yes, thank you for asking. Yes!”

 

 

El extraño

Un hombre se me acercó mientras caminaba a casa de regreso de la farmacia: ¿Eres Jose Hernandez Diaz?” “Sí”, le dije, “¿quién pregunta? “¿Disfrutas beber té antes de acostarte?” “Bueno, sí, ¿pero a ti qué?” Le pregunté. “¿En noveno grado te corrieron del equipo de básquetbol?” “Sí, de hecho, sí me corrieron del equipo” “¿A veces te preguntas cómo sería la vida si te hubieras casado con Margot Cisneros?” “Tal vez, a veces, sí”, le dije. “¿Te dan miedo las charlas triviales y las caminatas profundas en la ciudad?” “Sólo soy un poco introvertido”, le dije. “¿El cielo nocturno se asemeja a un dragón de tus sueños?” “Sí, gracias por preguntar”, le dije. “¿Lloraste cuando Muncy hizo un jonrón en la Serie Mundial?” “Sí lloré en ese momento, ¡me enorgullece!” “Naciste y creciste de ida y vuelta entre Los Ángeles y el Condado de Orange?” “Esa es la historia de mi vida; sí”, le dije. “¿El cielo nocturno se asemeja a un dragón de tus sueños?” “Sí, gracias por preguntar. ¡Sí!”

 

 

 

 

My Life as a French Existential Novelist

After I fell down the stairs last Easter, I was suddenly able to speak French. I moved to Paris, immediately. I got a job at an old bookstore where Apollinaire used to frequent. I bought a French Bulldog, of course. On the weekends I smoked too many cigarettes and rode the subway, aimlessly. My French name was Gaston, like in “Beauty and the Beast,” except I had no Belle. I always wanted to be a French Existentialist; now that I was one, I refused to wear a beret or the color black. My fatal flaw is that I think people are always looking at me; in fact, it’s just that I was born a handsome child. Still, the moon shines more beautifully in Paris, France. The clouds, more beautiful.

 

 

Mi vida como un novelista existencialista francés

Después de que me caí de las escaleras la Semana Santa pasada, de repente pude hablar francés. Me mudé a París de inmediato. Conseguí un trabajo en una librería vieja que Apollinaire solía frecuentar. Me compré un bulldog francés, por supuesto. Los fines de semana fumaba demasiados cigarros y me subía al metro sin rumbo alguno. Mi nombre francés era Gastón, como el de La Bella y la Bestia, pero yo no tenía a Bella. Siempre quise ser un existencialista francés; ahora que ya era uno, me negaba a usar una boina o vestirme de negro. Mi defecto fatal es que siempre creo que la gente me observa; de hecho, sólo lo hacen porque nací siendo un niño guapo. Sin embargo, la luna brilla más hermosamente en París, Francia. Las nubes, más hermosas.

 

 

 

 

The Fire Eater

A fire eater performed his tricks on Hollywood Blvd by the entrance to the 101 Freeway. It was autumn. Just as he was about to inhale the bright flame, however, he slipped on a leaf and fell into the street. A motorcycle swerved out of the way and barely missed him. The fire eater quickly got up and jumped back onto the curb. He counted his lucky stars. One star. Two stars. Three stars. But there was no reason to go on. At least he felt that way at the moment. His family of circus performers had abandoned him. He would have to make it on his own. Perhaps he could go back to school? Who was he kidding? Eating fire was his only skill. It wasn’t much of a marketable skill, either. Maybe he could make it on America’s Got Talent? Or get hired in a Vegas show? These were his hopes and dreams. But were they merely pipe dreams? For now, at least, he would have to be content with eating fire on Hollywood Blvd by the 101 Freeway. Maybe someone important would discover him there, tomorrow. Maybe the flame would no longer scar his autumnal heart.

 

 

El tragafuegos

Un tragafuegos realizaba sus trucos en el Boulevard de Hollywood, cerca de la entrada a la autopista 101. Era otoño. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de inhalar la llama brillante, se resbaló con una hoja de un árbol y cayó a la calle. Un motociclista se desvió del camino y lo esquivó por poco. El tragafuegos se levantó rápidamente y regreso a la curva. Agradeció a sus estrellas de la suerte por su buena fortuna. Una estrella. Dos estrellas. Tres estrellas. Pero no hubo razones para seguir contándolas. O por lo menos eso sintió en ese momento. Su familia de circenses lo había abandonado. Tendría que arreglárselas por sí mismo. ¿Quizás podía regresar a la escuela? ¿A quién intentaba engañar? Tragar fuego era su única habilidad. Además, tampoco era una habilidad muy comercializable. ¿Tal vez podría triunfar en el programa América Tiene Talento? ¿O que lo contrataran para un espectáculo en Las Vegas? Estos eran sus sueños e ilusiones. ¿Pero eran castillos en el aire? Por ahora, al menos, tendría que contentarse con tragar fuego en el Boulevard de Hollywood junto a la autopista 101. Tal vez alguien importante lo descubriría ahí, mañana. Tal vez la llama ya no cicatrizaría su corazón otoñal.

 

 

 

 

Meeting Octavio Paz on the Planet Jupiter

I met Octavio Paz on the planet Jupiter last fall. He said he’d been living there since his death. Myself, I was on vacation with my family. When I first saw Paz, I paused and asked myself, “Should I go up to him, he’s won the Nobel Prize?” I did. I introduced myself as a comic book writer and illustrator and that it was a pleasure to meet him. We shook hands. I didn’t want to talk about writing with him, so I asked his favorite soccer team. “Pumas,” he said. Later, he asked me what was the name of my most famous comic book so he could get a copy. “The Magician,” I told him. It was getting cold on Jupiter, so we called it a night after that. I never forgot his calmness, though, his class and elegance.

 

 

Encuentro con Octavio Paz en el Planeta Júpiter

Conocí a Octavio Paz en el planeta Júpiter el otoño pasado. Dijo que había estado viviendo ahí desde su muerte. Yo mismo estaba vacacionando con mi familia. Cuando vi a Paz por primera vez, me detuve y me pregunté: “¿Debería acercarme a él? Ganó el Premio Nobel” Me acerqué a él. Me presenté como escritor e ilustrador de comics y le dije que era un placer conocerlo. Nos estrechamos la mano. No quería hablar de escritura con él, así que le pregunté cuál era su equipo favorito de fútbol. “Pumas”, me dijo. Más tarde, me preguntó cuál era el nombre de mi libro de comics más famoso para conseguir una copia. “El mago”, le dije. Comenzaba a hacer frío en Júpiter, así que dimos por terminada la noche. Eso sí: nunca olvidé su tranquilidad, su clase y su elegancia.

 

 

 

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