Premio Pulitzer de Poesía 2023: Carl Phillips

Le fue otorgado el Premio Pulitzer de Poesía 2023 al poeta Carl Phillips, por el conjunto de su obra, reunida en el libro Then the War: And Selected Poems, 2007-2020 (Farrar, Straus and Giroux, 2022), del que presentamos aquí algunos poemas en la traducción de Roberto Amézquita. Carl Phillips es autor de libros de poesía como The Art of Daring: Risk, Restlessness, Imagination, Silverchest (finalista del International Griffin Prize) y, Double Shadow (Los Angeles Times Book Prize). Phillips es profesor en la Universidad de Washington en St. Louis.

 

 

 

 

 

 

TODO EL AMOR QUE TIENES

Y ahora, habiendo descartado a cada uno como él
deseó poder descartar sus propios sueños que hicieron
cada noche intranquila —ese mismo saber inconmovible, y
la creencia en él, de que él
                                       reina aquí, lo que significa
ser un extraño, por lo menos en apariencia, hasta el más
mínimo rastro de duda —después de todo esto, el rey ha salido
de la carpa real, está caminando hacia el sonido
del agua, donde debe estar el río. Ahí está el río,
fluyendo al sur,
                                      como los ríos suelen hacerlo. Al lado del río,
dos hombres cogen. Hombres jóvenes. Casi demasiado jóvenes
para tan siquiera saber coger, piensa el rey, que no puede
dejar de notar cómo los hombres consiguen de algún modo gracia
en el asunto entre ellos —una gracia que algunos podrían
confundir con amor. Pero el rey
                                      raramente comete errores,
es decir, conoce la misericordia cuando la ve. ¿Qué
tiene la misericordia que ver con coger? ¿Qué tiene el amor
que ver con la gracia? ¿Qué son los sueños sino los únicos ríos
que la memoria sabe hacer? Hay una especie de música
                                     en la forma en que los hombres rutinaria
pero impredeciblemente intercambian lugares entrando
y saliendo uno de otro. Es como si cantaran
una canción que podría decir “Yo soy el rey, no,
tú eres el rey y yo soy el río, no, tú eres el río”. Una y otra,
y otra vez. Déjalos, no hacen
                                    ningún daño. El rey emprendiendo
su lento insomniado camino de vuelta. La noche oscura pero no oscura
del todo: sin luna, sí, pero con suficientes estrellas a través de los pinos
aún visibles. Aquel que vaya para allá
                                   déjeme pasar. Debajo
de la capa brocada, cada cuenta cosida a mano,
debajo de la capa de una tela más respirable y ligera y debajo
el pito del rey descansa como la ternura misma
contra el muslo izquierdo del rey. Qué suaves se ven las estrellas.

 

 

 

RECONOCIMIENTO

Todas las más elegantes formas de la crueldad, me han dicho, comienzan
con paciencia. Yo he practicado paciencia. Respecto a la piedad
para que sea, a la superstición, como lo que parecía una fortaleza,
puede o no ser finalmente fortaleza, en absoluto: tal vez así sea.
—¿Por qué no moverse como luz, reflejada, por la nieve?

 

 

EL MAR, EL BOSQUE

 

Como una discusión en contra de mantener las más
irremovibles variedades de heribilidad interior, donde
esas cosas tal vez pertenecen, él abrió los ojos
en la oscuridad. ¿Escuchaste eso?, preguntó… Me volví,
de nuevo del todo, brevemente plateado, como en lo que las hojas
significan, debajo, podía escuchar lo que sonaba como las olas
al comienzo, luego como errores cuando, habiendo reunido
impulso, se estrellan como las olas contra la costa de todo
lo que una vida ha representado. —Qué— dije.

 

 

 

 

Lo que sucedió allí atrás, entre los árboles, es tan insostenible como te lo permitas o cómo decidas creer que lo fue. Sucedió, y ahora ya acabó. Y el final se siente –al menos para ti–, como el final de un largo peregrinaje y como el final de una irrefutable discusión bien razonada, que es su propia forma de peregrinaje: ¿no dependen ambos de la resistencia y de la fe, en sus debidas proporciones? ¿No era el objetivo, finalmente, la persuasión? Fue como cuando el cuerpo se rinde al riesgo, ese momento en que la falta de voluntad para negarse no puede parecer diferente de la incapacidad para hacerlo, aunque no son lo mismo: incapacidad, falta de voluntad. Haber dicho lo contrario no lo convierte en verdad, ni siquiera hace que cuente como verdad. Sí, pero qué importa ahora la verdad, susurré, adentrándome más en lo que, para entonces, era casi la noche. Los animales más dóciles pronto volverían a acostarse y los salvajes andarían libres.

 

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HABLA BAJO


Se agitó el viento, el agua debajo se agitó en consecuencia…

El patrón del viento era el suyo propio, y el del agua también.
El agua en ese sentido era el reflejo del viento. El viento era,
al agua, lo que fue el agua a la luz que ahí cayó,
o que parecía caer, derramándose como si la luz
fuera líquido, o como si la luz y el agua
se derramaran
                          siendo ya lo mismo.
Es cierto que la luz, como el agua, tomó el patrón de
lo que intervino en ella. Pero el agua tomó también la forma
de lo que la contenía, mientras que la luz no. La luz parecía
fugitiva, una inquietud, la distancia menos que clara entre
todo lo que sabemos que debemos hacer, y todo lo demás, todo
lo demás que sí hacemos. Agitada, como el viento la agitaba, el agua
era agua, era una forma de claridad en sí misma, una ventana que hemos
tan pronto como lo miramos, abandonado por lo que yace más allá:
una vista, y luego lo que a la vista
                              viene, o podría,
si con paciencia suficiente miramos, fijo —eso creemos, deseando
por lo que, a estas alturas, incluso nosotros mismos no podríamos darle nombre,
pero estamos seguros que reconoceremos, habiéndolo hecho antes. Parecía, ¿no?
como la inocuidad. Un pequeño viento. Un poco de luz sobre el agua.

 

 

 

CIELO Y TIERRA

 

Desde hace días, vértigo. Pájaros conquistadores. Lugar donde
el sufrimiento y su don por un momento se encuentran,
para luego seguir cada cual su camino. Sigo queriendo dejar,
de esperar por ti. Lugares donde, es casi imposible rastrear, al miedo
—que es animal y salvaje y casi siempre
confiable— se convierte en cobardía: miedo dada
la conciencia de un existir finito en el reino
del tiempo —lo que existe,
                                              y lo que no. Anoche,
una quietud como la del musgo; como un permiso cuando
no ha sido dado, pero no exactamente denegado. A través de la oscuridad
—por medio de ella¬—, el puñado ocasional de notas: ¿alguien
más por ahí, cantando? o cantando yo mismo,
¿y después el eco? yo no sabia
                                             o no quería saber. Un mapa
desplegándose, plegándose de nuevo, al parecer
estaba a veces —incluso mientras lo sostenía—, en llamas:
Se parecía a mi vida. ¿Qué cosa soy yo, que debo estar tan lejos
de mi propia felicidad? Las estrellas hicieron lo que hacen,
esencialmente: parecer inmutables, fijas, paralizadas,
como ganado dormido en un pasto negro, todo el insomnio
arrancado de ellas, lejos, disuelto. Y yo volteo debajo de ellas.

 

 

MÁS ALLÁ DE LA VIDA EN EL MÁS ALLÁ

 

Huesos, seguro. Plumas casi del blanco
de la muda de un águila en su primer año.
Cualquier viento, que se agita. Castigo en la muerte
así como en el tremar: cómo sube, desciende,
aunque —como si tuviera la intención de ser amable, pero
fallando de todos modos—, no puede hacer bien alguno. Más allá
del Más allá, hay un más allá, un paraje
de álamos preparándose de nuevo,
porque es primavera, para soltar sus semillas que
aunque parecen de algodón, no son de algodón, para nada.
Lo que perdemos, sin pensarlo; lo que damos,
desinteresadamente. Distinciones que, si acaso
fueron hechas antes, ahora no importan. Cualquier sombra
que rompa rompe al azar a través de estas aguas.

 

 

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