El sin ventura Juan de Yuste, nuevo libro de Alí Calderón

La editorial boliviana Plural Editores, en su colección Agua ardiente, dirigida por Gabriel Chávez Casazola, ha publicado el nuevo libro de Alí Calderón (México, 1982), El sin ventura Juan de Yuste. Otros autores de esta colección son Luis García Montero, Marco Antonio Campos, Víctor Rodríguez Núñez, Jean Portante o Leopoldo Castilla.

 

 

 

Sobre este libro, Mijail Lamas escribió:​​ 

 

En 1520, en su camino a Tenochtitlan, una columna de conquistadores cae en manos de la resistencia indígena. En​​ El sin ventura Juan de Yuste,​​ el poeta mexicano Alí Calderón (1982) cuenta este episodio desde una poesía investigativa en la que encontramos no solo invención, apropiación o reescritura sino un vertiginoso entrecruzamiento de voces, puntos de vista y texturas fónicas. Este libro es un arriesgado monstruo verbal, ejemplo de una nueva épica que pretende el desmontaje y remontaje de la historia.

 

 

 

***

 

 

 

Bernal Díaz con grima y tristeza en el corazón orina en las gradas del gran cu de Tlatelulco y se encomienda a Dios y a su bendita madre nuestra señora

 

 

En aquellos cúes estaban unas vigas

y en ellas cabezas de nuestros soldados

Tenían los cabellos y barbas muy crecidas

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Más que cuando vivos

(e yo conocía tres soldados mis compañeros)

y otras cabezas tenían ofrecidas a otros ídolos

y las enterramos en una iglesia que se dice de los mártires

 

Oímos tañer del cu mayor

un atambor de muy triste sonido

en fin como instrumento de demonios

entonces según después supimos

estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos

Huichilobos y Tezcatepeuca

 

Harían hartazgo con nuestros cuerpos

 

Y volvimos a nuestro real heridos

Nos curamos con aceite y apretar​​ 

nuestras heridas con mantas

Y comer nuestras tortillas con ají

 ​​ ​​ ​​​​ y tunas y yerbas

y luego puestos todos en la vela

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y en la vela cenábamos nuestra mala ventura

 

Tornó a sonar el atambor de Huichilobos

 

Y estaban aguardando otros indios carniceros

Les cortaban brazos y pies y las caras desollaban

y adobaban como cueros de guantes

y se comían las carnes con chilmole

y les comieron piernas y brazos

 

no quedara ninguno de nosotros a vida

 

Nos iban siguiendo con pensamiento​​ 

que aquella noche nos habían de llevar a sacrificar

 

Tañían su maldito atambor y otras trompas

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ y atabales

 ​​ ​​ ​​ ​​​​ y caracolas

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ y daban muchos gritos y alaridos

 

Procuramos que las casas que diésemos con ellas en tierra

Y las deshiciésemos

Porque ponerlas fuego tardaban mucho en se quemar

 

Mas temo el gran poder destos perros

Ya veis de la manera que estoy

 

Poco a poco les fuimos entrando

 

Tenían cada noche mucha leña encendida

Entonces hablaba su Huichilobos

 

Y quiero decir cómo en aquellos días llovía en las tardes

que nos holgábamos que viniese el aguacero

 

y es que tañían su maldito atambor

el de más maldito sonido y más triste

y sonaba muy lejos

 

mirad cuan malos y bellacos sois

que aun vuestras carnes son malas para comer

amargan como las hieles

no las podemos tragar de amargor

 

Y había visto que les aserraban por los pechos

sacarles el corazón bullendo

y cortarles pies y brazos

y se los comieron a sesenta y dos que dicho tengo

 

Temía que un día que otro habían de hacer de mí lo mismo

 

Y decíamos entre nosotros: Gracias a Dios

que no me llevaron hoy a mí a sacrificar

 

Comed las carnes destos teules

 

Y vivos los llevaban a sacrificar a sus ídolos

Y primero les hacían bailar delante de Huichilobos

 

Y toda la laguna y casas y barbacoas

estaban llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos

 

Todas las casas llenas de indios muertos

Torres de ídolos y casas y otras aberturas de zanjas y puentes llenas de mexicanos muertos

 

Y las llamaradas en que el cú mayor ardía

 

Dimos en ellos a placer

 

Oro y riquezas desta ciudad

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ Todo se ha consumido

 

Por esto temblaba el corazón

Y temía la muerte

 

De noche y de día no dejábamos de tener gran ruido

tal que no nos oíamos los unos a los otros

 

Siempre andaba herido

 

Las casas y calles​​ 

derrocadas

Y puentes y albarradas deshechas

Y aberturas de agua

Todo ciego

 

Era tarde y quería llover

 

E se iban retrayendo

porque las casas y palacios en que vivían

ya estaban por el suelo

por manera que se hirieron y mataron muchos

 

Más vale que todos muramos en esta ciudad peleando

que no vernos en poder de quienes nos harían esclavos

y nos atormentarán

y se salían de noche muchos pobres indios que no tenían qué comer

 

Llovió y tronó y relampagueó aquella noche

 

Quedamos tan sordos todos los soldados

Como si de antes estuviera uno puesto encima de un campanario

Y tañesen muchas campanas

Y en aquel instante que las tañían

Cesasen de las tañer

 

Cesaron las voces y el ruido

 

Y no hay remedio ni enmienda en ello

 

 

 

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