Sobre este libro, Mijail Lamas escribió:
En 1520, en su camino a Tenochtitlan, una columna de conquistadores cae en manos de la resistencia indígena. En El sin ventura Juan de Yuste, el poeta mexicano Alí Calderón (1982) cuenta este episodio desde una poesía investigativa en la que encontramos no solo invención, apropiación o reescritura sino un vertiginoso entrecruzamiento de voces, puntos de vista y texturas fónicas. Este libro es un arriesgado monstruo verbal, ejemplo de una nueva épica que pretende el desmontaje y remontaje de la historia.
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Bernal Díaz con grima y tristeza en el corazón orina en las gradas del gran cu de Tlatelulco y se encomienda a Dios y a su bendita madre nuestra señora
En aquellos cúes estaban unas vigas
y en ellas cabezas de nuestros soldados
Tenían los cabellos y barbas muy crecidas
Más que cuando vivos
(e yo conocía tres soldados mis compañeros)
y otras cabezas tenían ofrecidas a otros ídolos
y las enterramos en una iglesia que se dice de los mártires
Oímos tañer del cu mayor
un atambor de muy triste sonido
en fin como instrumento de demonios
entonces según después supimos
estaban ofreciendo diez corazones y mucha sangre a los ídolos
Huichilobos y Tezcatepeuca
Harían hartazgo con nuestros cuerpos
Y volvimos a nuestro real heridos
Nos curamos con aceite y apretar
nuestras heridas con mantas
Y comer nuestras tortillas con ají
y tunas y yerbas
y luego puestos todos en la vela
y en la vela cenábamos nuestra mala ventura
Tornó a sonar el atambor de Huichilobos
Y estaban aguardando otros indios carniceros
Les cortaban brazos y pies y las caras desollaban
y adobaban como cueros de guantes
y se comían las carnes con chilmole
y les comieron piernas y brazos
no quedara ninguno de nosotros a vida
Nos iban siguiendo con pensamiento
que aquella noche nos habían de llevar a sacrificar
Tañían su maldito atambor y otras trompas
y atabales
y caracolas
y daban muchos gritos y alaridos
Procuramos que las casas que diésemos con ellas en tierra
Y las deshiciésemos
Porque ponerlas fuego tardaban mucho en se quemar
Mas temo el gran poder destos perros
Ya veis de la manera que estoy
Poco a poco les fuimos entrando
Tenían cada noche mucha leña encendida
Entonces hablaba su Huichilobos
Y quiero decir cómo en aquellos días llovía en las tardes
que nos holgábamos que viniese el aguacero
y es que tañían su maldito atambor
el de más maldito sonido y más triste
y sonaba muy lejos
mirad cuan malos y bellacos sois
que aun vuestras carnes son malas para comer
amargan como las hieles
no las podemos tragar de amargor
Y había visto que les aserraban por los pechos
sacarles el corazón bullendo
y cortarles pies y brazos
y se los comieron a sesenta y dos que dicho tengo
Temía que un día que otro habían de hacer de mí lo mismo
Y decíamos entre nosotros: Gracias a Dios
que no me llevaron hoy a mí a sacrificar
Comed las carnes destos teules
Y vivos los llevaban a sacrificar a sus ídolos
Y primero les hacían bailar delante de Huichilobos
Y toda la laguna y casas y barbacoas
estaban llenas de cuerpos y cabezas de hombres muertos
Todas las casas llenas de indios muertos
Torres de ídolos y casas y otras aberturas de zanjas y puentes llenas de mexicanos muertos
Y las llamaradas en que el cú mayor ardía
Dimos en ellos a placer
Oro y riquezas desta ciudad
Todo se ha consumido
Por esto temblaba el corazón
Y temía la muerte
De noche y de día no dejábamos de tener gran ruido
tal que no nos oíamos los unos a los otros
Siempre andaba herido
Las casas y calles
derrocadas
Y puentes y albarradas deshechas
Y aberturas de agua
Todo ciego
Era tarde y quería llover
E se iban retrayendo
porque las casas y palacios en que vivían
ya estaban por el suelo
por manera que se hirieron y mataron muchos
Más vale que todos muramos en esta ciudad peleando
que no vernos en poder de quienes nos harían esclavos
y nos atormentarán
y se salían de noche muchos pobres indios que no tenían qué comer
Llovió y tronó y relampagueó aquella noche
Quedamos tan sordos todos los soldados
Como si de antes estuviera uno puesto encima de un campanario
Y tañesen muchas campanas
Y en aquel instante que las tañían
Cesasen de las tañer
Cesaron las voces y el ruido
Y no hay remedio ni enmienda en ello