Frederico Reis, Folleto y una carta de Fernando Pessoa

Este texto crítico de Frederico Reis ha sido incluido en "El Argonauta de las Sensaciones Verdaderas", edición crítica heterónima de la obra de Alberto Caeiro, el cual acompaña el tomo de sus obras completas El Andamio, edición al cuidado de Fernando Pessoa, Ricardo Reis, António Mora y Álvaro de Campos, Círculo de Poesía Ediciones, 2022. Frederico Reis es hermano del doctor Ricardo Reis y ha preparado una edición de sus odas. La traducción es de Mario Bojórquez.

Frederico Reis, Folleto

y una carta de Fernando Pessoa

 

Frederico Reis—Folleto

 

El nombre de escuela, el nombre (aparentemente de escuela) del​​ “sensacionismo”, el término de igual sugerencia “neoclasicismo”—​​ todo esto falsea, desvirtúa e, igualmente, humilla la corriente de que ahora tratamos.​​ 

 

Una escuela literaria —en el más llano de los sentidos— es un movimiento en que los autores, más allá de diferencias individuales, que son tanto mayores cuantos mayores ellos son, tienen un​​ fondo común de inspiración, un​​ modo común de inspiración.​​ 

 

Así, la llamada escuela de Coimbra tiene, en todos sus miembros,​​ el​​ fondo común de cosmopolitismo, de racionalismo y de tendencia filosófica. Antero, Guilherme Braga, Guerra Junqueiro, Gomes Leal —​​ todos ellos pertenecen realmente a esa “escuela” y tienen, siendo grandes las divergencias individuales, ese fondo común.​​ 

 

Ahora, no hay fondo común en los tres poetas Alberto Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, para no hablar del precursor de ellos, Cesario​​ Verde.​​ 

 

No hay un movimiento, hay tres; cada poeta representa uno. Hay los antagonismos, como los de Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Caeiro es un puro naturalista, a su modo, extraordinariamente original. Ricardo Reis es un grande, el único, neoclásico. Álvaro de Campos es lo que los futuristas quisieran ser, y algo más, es el poeta de las Sensaciones y sólo de las sensaciones, y del pensamiento y del sentimiento como sensaciones apenas.

 

Pero no hay duda que Alberto Caeiro despertó tanto en Ricardo Reis como en Álvaro de Campos la poesía que ellos contienen en sí. Alberto Caeiro no es un jefe de escuela, pues, se ha visto que sus propios discípulos no la siguen. Caeiro es un fecundador del alma, un libertador de la inspiración, un individualizador. Es otra cosa, mucho mayor, mucho más alta y noble, y mucho más alto se coloca al Maestro joven y glorioso.​​ 

 

El efecto de la obra de Caeiro sobre Ricardo Reis y Álvaro de Campos fue el de un paisaje totalmente nuevo que contemplasen, que les despertase las almas, pero a cada uno la suya, a cada uno según sus tendencias y facultades.

 

No quiere esto decir que fuese sólo​​ ésta la influencia de Alberto Caeiro. En la obra de los dos influenciados ha de haber trazos del “paisaje” que les despertó. Y en efecto,​​ a menudo aparecen, en las obras (¡tan diversas!) de Ricardo Reis y Álvaro de Campos, trechos, frases, modos de ver y decir que son ecos alterados de la voz límpida del Maestro.​​ 

 

Por todo esto y en la ausencia de un nombre que a todos los englobe, pero bajo la necesidad y conveniencia de tratar de encontrar ese tal nombre, decido llamar a este movimiento la “escuela de Lisboa” (como la otra se llamara de Coimbra) dichas las razones que expongo a continuación.

 

Como rasgo común de todos los poetas aquí estudiados es el de ser de Lisboa, nacidos y criados. Después, Lisboa es la única ciudad portuguesa a la que se puede llamar “grande” sin ser forzoso que se ría del adjetivo. Es el único centro portugués donde entró un grado superior de cosmopolitismo. Es el único lugar de Portugal donde alguna cosa de fiebre de los procesos modernos apareció. Ahora, precisamente lo que caracteriza tanto a Caeiro, como a Ricardo Reis, como a Álvaro de Campos, creo, del otro grupo — ¡tan diferente! — de literatos que estudiaré, es que su actitud es tomada como para que sea de la Europa toda y no para Portugal. Tienen un bagaje de puntos de vista y de actitudes que es la de quien sabe que está creando arte, no para un país, sino para una época y para una civilización. Es difícil explicar cómo se concluye esto a quien ignora las obras que estudiaremos. Quien las leyó me comprende rápidamente y concuerda conmigo. Este es el argumento y, por tanto, imposible de probar, al mismo tiempo que es innecesario probarlo.

 

Todos los miembros de la Escuela de Lisboa dan la impresión de que​​ hablan en voz alta, para que toda la Europa oiga. Un movimiento como el Renacimiento Portugués, por ejemplo, es todo en sordina, en secreto. No hay sólo regionalismo, hay, como al paso lo diría Fernando Pessoa, conciencia de regionalismo.​​ 

 

Después — y​​ he​​ aquí lo principal, los saudosistas perdieron el contacto con la poesía del siglo, la de allá afuera. Nadie diría que hubo simbolismo y que hay futurismo etc., allá afuera, al leer a cualquiera de los saudosistas.​​ 

 

La evolución saudosista —quiero decir, la evolución hasta​​ el saudosismo— fue hecha puertas adentro, intramuros, con materia apenas lusitana. El fundador de la corriente, António Nobre, tenía vagos elementos, puramente accesorios, de​​ simbolismo. Estos desaparecen en lo adelante. Sólo los lectores de Antero se adhirieron. Este desarrolló algunos​​ elementos​​ y los profundizó hasta dar con el saudosismo. No se entiendan estas palabras como una crítica fundamentalmente adversa, y un desconocimiento cualquiera de valor, real y profundo, de los saudosistas, ni de su utilidad social como influencias patrióticas. Pero repárese en que alertamos apenas en apuntar que ellos son, en su inspiración, así como en su orientación de conjunto, estrechos, regionalistas y — valga la verdad— estancados.

 

No comprendieron ellos que hay un nacionalismo más largo y verdadero que es el que marca su lugar en la civilización contemporánea estando bajo él y no alejándose. Los saudosistas volvieron las espaldas a los movimientos del siglo. No se integraron en ellos. Están aparte. Por más que se quiera favorecerlos en la crítica, ocioso es negar que esto implica una inferioridad, fatalmente.​​ 

 

Como el lector de cierto lo sabe, allá afuera se enfrentan (en verdad, siempre se enfrentan — a veces existen en armonía una​​ junto a​​ la​​ otra) dos tendencias​​ — la tendencia egotista, que comenzó en los simbolistas, y la tendencia vitalista (llamémosle así) que, oponiéndose a​​ ésta, procura desviar su interés de los detalles mínimos (a​​ la​​ que aquella se aplica) de la vida del espíritu, para cantar, o la amplia Naturaleza, libre y fecunda, o el progreso ruidoso, implacable, en apariencia poco poético, el espacio, la lucha del hombre contra la naturaleza, el trabajo, las civilizaciones. De esta segunda tendencia —la dominante ahora— tenemos ejemplos de las nuevas obras de fuera— de una en la poesía de la condesa de Noailles, de la otra en la tendencia, más de lo que en la realización, de los futuristas y de los grupos análogos.​​ 

 

Ahora, los saudosistas no pertenecen a ningún grupo de​​ éstos. Son poetas de la Naturaleza, es cierto, pero a lo romántico, de la Naturaleza espiritualizada, trascendentalizada, vista a través del espíritu humano y atribuyendo a las cosas cualidades del espíritu humano.​​ 

 

Esta corriente —​​ como magistralmente probó Fernando Pessoa, que con ella estuvo,​​ nadie sabe muy bien por qué​​ — es un prolongamiento directo y lógico del​​ romanticismo. Tiene valor por eso; es realmente original, porque en efecto no queda en el romanticismo como estaba, lo prolonga realmente, lo continúa, lo lleva hasta su máximo esplendor. Pero, por verdad que todo esto sea, resta apuntar que, por eso, llegó tarde. Prolongar el romanticismo después de que el romanticismo estuviera muerto hace medio siglo ¿no tendrá algo de absurdo? Antero estaba bien, porque prolongó el romanticismo en la época conveniente​​ y precisa. Por eso es Antero un poeta completo; es de aquellos que habla alto, para la Europa toda, para la civilización en general. El saudosismo, partiendo tal vez de Antero, en el fondo, debía haber aparecido luego para poder aparecer en su tiempo y en​​ la​​ misma​​ época​​ con referencia a la civilización contemporánea. Es estrecho porque llegó tarde; su aislamiento es fatal, se tenía que dar. ¿Cómo no se debía aislar,​​ si nada lo liga al presente de la Europa civilizada?​​ 

 

De todo esto, no resulta que Pascoaes y Correia de Oliveira no sean grandes poetas (ciertas reservas hechas, sobre todo para quien leyó el estudio excesivamente lisonjero de Fernando Pessoa); pero mayores serían si se reconocieran en pertenecer a su tiempo, si no se pusiesen en un pasado, es verdad que no muy alejado, pero un pasado en todo caso.​​ 

 

Ahora, precisamente lo que la escuela de Lisboa tiene — es que da la razón a nuestro grande, a nuestro legítimo y sagrado orgullo—​​ es​​ esa cualidad esencial que los saudosistas no poseen. Vimos que hay dos grandes movimientos contemporáneos en la literatura — o por lo menos en la poesía— europea actual. Dijimos que uno busca la Naturaleza como un (…) que los románticos no tuvieron, que se podría decir que ellos desvirtuaron, si ellos no lo hubiesen vivido antes de haber ese nuevo sentimiento; y que el otro procura analizar la vida del espíritu,​​ ceñir​​ de cerca los más fragmentarios estados,​​ analizar sus más vagas y transitorias​​ Sensaciones. ¡Pues bien! Lo que todos esos poetas de allá afuera han querido y quieren hacer en cuanto a la naturaleza, lo han hecho, de una vez para siempre, con una originalidad, una unidad y una sublimidad para la que no hay adjetivos aún, el asombroso Alberto Caeiro, nombre sagrado​​ ése, el del mayor poeta de la lengua portuguesa, ¡el del más alto creador que, en la literatura, Portugal ha dado al mundo!

 

En cuanto al movimiento que en sus inicios ocurrió fue el simbolismo — he aquí lo perfecto, completo, ofrecido como aún allá afuera ninguno lo ofreció, en sus formas, por Fernando Pessoa y Mário de Sá Carneiro. Fernando Pessoa representa la superación final, la culminación del autoanálisis, la “conciencia de la conciencia” como decía Amiel llevada al extremo, al último y sublime grado. Verhaeren y Gustavo Khan son la infancia de Fernando Pessoa. Semejantemente lo que allá fuera nadie​​ proficientemente​​ hacía, con mera intuición o de otro modo, la materialización de las sensaciones, la carnalización del espíritu, he aquí lo hecho con grandeza máxima, con eficacia inigualable por el genio loco de Mário de Sá Carneiro.​​ 

 

Pero observemos los detalles, vayamos más lejos. Veremos que cada esbozo de allá fuera, para cada preocupación contemporánea que allá afuera no consigue expresarse, tenemos (por cualquier razón, no lo sé) un poeta que la realiza. Otra actitud contemporánea es la búsqueda de la composición clásica. Nadie de allá afuera la ofreció y ni siquiera la buscó. Pero la dio una sola vez y a una altura inconcebible, y de un modo cierto y justo como​​ apenas​​ se puede esperar, el alma gigantesca y pagana de Ricardo Reis. Y los futuristas, que no habían conseguido de veras hacer valer y meter en sus versos del modo eterno y moderno, abstracto, la vida actual, competente, científica, ruidosa y productiva, vieron su ideal realizado, realizado completamente, insuperablemente por el genio febril, nervioso de Álvaro de Campos, que en su enorme Oda II triunfa de una vez para siempre de todos los varios futuristas por acabar,​​ que en Francia, en Italia y en Inglaterra no consiguen decir lo que quieren.​​ 

 

¿Quién, con dos dedos de​​ frente​​ y poder​​ suficiente​​ de ver por primera vez dentro de sus argumentos, se atrevería a contradecir lo que decimos? Nuestro desprecio, desde ya, para la inteligencia, o sectaria o nula, de quien intentara contradecirlo.

 

¡Nunca el alma portuguesa valió tanto! hasta los saudosistas que, como demostré, están fuera de la época, sobresalen una corriente de allá afuera; ese arte es un arte estrecho, pero ellos lo elevaron,,lo trascendieron y eso es constatable. ¡Extendamos el impulso nacional, que hasta en su punto más bajo pase más allá de lo que Europa hace, crea, es nuevo, original, grande, realmente grande!​​ 

 

A propósito: si quisieran un argumento más contra la oportunidad y el valor moderno del saudosismo, vean esto: al paso que el valor individual de las figuras de la escuela de Lisboa es mayor que el de sus precursores en las varias corrientes a las que pertenecen, el del saudosismo es inferior, pues ninguno querrá hacer pasar a Pascoaes, Jaime Cortesão, Mario Beirão, Antonio Correia D’Oliveira, por mayores que Goethe, Shelley o el mismo Hugo.

 

 

 

 

 

 

 

 

Carta de Fernando Pessoa a Frederico Reis en Europa:

 

Una lucidez intermitente, un entusiasmo excesivo, si bien que,​​ tal vez justo, un exceso, por lo menos, en la expresión, marcan el estudio de Frederico Reis.​​ 

 

No hace justicia al saudosismo. Vive allá fuera esa corriente rústica. Sería no sólo justo, sino más completo el estudio del señor Frederico Reis si reconociera que hasta en eso Portugal busca temperamento.

 

Brillante, combativo y lúcido, si bien​​ que,​​ escrito con demasiada efervescencia de entusiasmo, el estudio del señor Frederico Reis es como creemos no sólo la (…) de un temperamento, si no la afirmación de un crítico.

 

 

 

 

Incluido en​​ El Argonauta de las Sensaciones Verdaderas, edición crítica heterónima de la obra de Alberto Caeiro, acompaña el tomo de sus obras completas El Andamio, edición de Fernando Pessoa, Ricardo Reis, António Mora y Álvaro de Campos, Círculo de Poesía Ediciones. Traducción de Mario Bojórquez

 

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