TAROT
He vuelto a tener celos
de lo que mi cuchillo hace a las cebollas.
Qué lástima
la mala puntería de la aguja desviada,
cómo lastima mi descuido frente al sartén
que no deja agarrarse por el mango.
No es pulsión de muerte,
pero invento cualquier historia donde levanto el celular
cualquier historia donde tenga que llamarlo.
Imagino el funeral de mi madre.
Imagino a mi madre llamándole en mi funeral.
Imagino que esta noche salgo del bar
y me violan tumultuosamente en grupo.
Me imagino hablándole para decir
por favor,
hazte la prueba del sida.
Sin embargo, estoy enamorada de la tristeza
que me produce no verlo.
Lo deseo como quien lanza la moneda a la fuente
y luego oculta la mano.
Ahora que no alcanzo el cielo,
busco maneras de acercarme a la distracción.
Dicen
que el tiempo todo lo acostumbra.
Salgo con otra gente,
pongo perfume a las margaritas falsas.
Ya no es necesario comprar vino o pañuelos
o ponerlos en su mesa.
Obedezco fielmente las recomendaciones.
Medito, hago ejercicio, vuelvo a mi departamento,
desenchufo la luz
y busco videos para disipar la angustia.
He aprendido a neutralizar mi dolor con el de otros
“Catástrofes Aéreas Capítulos Completos”,
“Los Hijos De La Talidomida”,
“Impresionante Familia De Leones Cazando A Una Gacela”.
Me encuentro a mí misma en todas las gacelas del mundo
y en las cabezas pornográficas que ruedan a los pies
del Cártel Jalisco Nueva Generación.
No es pulsión de muerte,
pero he inventado una forma quirúrgica de extrañar.
Él sabe que los espejos se vuelven blandos cuando me tocan.
Con el tiempo, he aprendido a herirme
de maneras socialmente aceptadas.
Veinte cigarros al día y tatuajes
no hacen tanto caos
como una cuadrícula encostrecida en las manos,
manos escondidas tropezando con las suyas al rozarse,
manos que me eran dadas.
Desear morir es proporcional
al deseo inasible de no poder matar
al objeto amoroso.
Asimilo que mi dolor
no frenará los caminos de la sangre ni de la hierba.
Al contrario,
mi tristeza se esparce como confeti,
desafiando coquetamente lo itifálico
de las azoteas.
Rojo y negro son los colores de la ceguera al apretar la vista
cuando cruzo la calle.
Lo son también los de mis adentros anárquicos
y lo son también los del sol.
Uno no puede amar impunemente.
Todo el tiempo todos
intentamos imitar la primera cicatriz,
el primer desprendimiento del trauma originario.
La marca hendida al centro
nos delira dividiéndonos en dos.
La humanidad entera se funda en el corte.
Inicia con la rotura del himen,
acaba con la autopsia.
No es pulsión de muerte,
es el nombre suyo copiando el error exacto
de los objetos que se escurren de mis manos.
«No hay deseo mayor que el del herido por otra herida»,
escribía Bataille mientras su Collette
se estremecía en la cama por los efectos del opio.
Es la falta puntiaguda
deslizándose como baba de caracol
o piso mojado.
Me hago abertura para que él entre.
Me abro como costra violada
costra de cristo de un cristal fundido.
Lo sagrado es lo contrario a la ausencia.
Envidio la justicia eterna de las abejas,
lo que les acontece
después de picar.
Sin importar lo profundo que escarbe,
nunca muero.
Nunca llego asteroide,
siempre agujero negro
cósmico, gangrenoso.
He encarnado sus manías,
entonces no puedo darme el lujo de acabarme.
Morirme es matarle.
Cómo asesinar esa forma suyamía de mover los hombros
antes de decir cualquier cosa
antes de decir, ¿dónde está Damián?
Hay que tocar al cuerpo desde adentro
dejar de esculpir su pulpa,
permitir la hemorragia.
Desbordarse
para luego ponerlo al revés.
Las heridas y los cactus se pudren así,
de adentro para afuera.
Ahora que soy huérfana de brazos,
a todo le creció filo.
Me seducen las esquinas de las mesas,
el relieve narcótico de las llaves.
Sosiego mi lubricidad
en la púa de este lápiz.
Relajadamente,
puedo contar que mis días son mucho más sencillos.
Antes de dormir, mojo una toalla
y golpeo la ingle y donde se unen mis piernas
tratando de imitar los dolores ansiosos
que provenían de su verga,
verga que me era dada.
Hay otros días, menos urgentes,
en los que voy a que me echen las cartas.
–Abandono es destino –me dice la señora
de los labios corridos por el rojo.
No es pulsión de muerte, le respondo.
Esta noche podría llamarlo
decir, te amo subterráneamente
y cortar
al verso cavar
al cuerpo colgar
el teléfono
cortar al fondo
uno
y otro piquete
llegar al treinta
pero llegar
no
así no
cortar no
al cuerpo no
cortar
cortar la llamada.
No es pulsión de muerte,
–le digo–, es pulsión de amor–
mientras busco la punta de un cristal
dónde enterrarnos.
PERDÍ MI PLANCHA DE CABELLO
cómo decir he movido el mueble de la televisión y el librero busqué bajo la cama pero calcetín divorciado y condón relicario cómo decir la última vez la dejé en la mesa a lo mejor la vecina entró a la casa le gustó y se la llevó no sé si siga mudando de cabello todo lo que sé es que ella ya no viene y yo ya no voy hacia ella es cierto que no es lo único que he perdido por ejemplo tiempo lentes anillos novios pero su calor me reconforta y además ella era ES rosa y mi color favorito es el rosa pastel cómo decir pues ya nunca tendré mi cabello liso pero por lo menos tengo un nuevo texto que podré vender en cinco años cuando se publique este poemario entonces compraré otra plancha siendo una historia de éxito miraré a las cámaras y diré quien busca no siempre encuentra señor presidente sus últimas coordenadas en la repisa baja de la habitación busco su rastro alargando las migajas capilares que se atascan en la coladera sobreviviré a la vanidad aplastada de un ADN rizado me vuelvo esquina abandonada y polvo sietemesino pero hace una semana la dejé de buscar no sé si pase frío o si su sistema siga calentando cómo decir la esperanza es un animal pausado que duerme queditamente en mi sillón ella tiene seis años y un fuego extinto en la punta cómo decir anoche vieron a mi plancha tirada en un lote baldío envuelta entre bolsas de basura pero cómo cómo decir cómo decir con pena cómo atreverme a decirle a una madre que estoy aún lejos de sentir cómo es Tener a su hija desaparecida