Reseña de Sobre pedazos de vidrio, de Melinna Guerrero
Por Mijail Lamas
En 1961, el poeta francés Charles Baudelaire le escribe una breve nota al poeta y editor Arsène Houssaye, a manera de presentación de sus poemas en prosa. La carta es reveladora por varios motivos, el primero es una confesión, la de haber querido imitar el estilo de Aloysius Bretrand y su enigmático Gaspard de la Nuit, un libro precursor de lo que hoy conocemos como el poema en prosa.
Cuando Baudelaire explica que se le «ocurrió intentar algo parecido y aplicar a la descripción de la vida moderna (…) el procedimiento que él [Bretrand] aplicó a la pintura de la vida antigua», uno puede sacar rápidamente en conclusión que las condiciones sociales en las que se encontraba inmerso Baudelaire –y que Walter Benjamin explica en «París, capital del siglo XIX» y «Sobre algunos temas en Baudelaire»– darían como resultado una obra singular que se alejaría del acento romántico y contemplativo de su precursor.
Los pequeños poemas en prosa, de Baudelaire, se revelan, por lo tanto, a la armonía propia de la prosa romántica de Bertrand, por un lado, y por el otro, plantean una ruptura radical con la versificación, asimilando en su elaboración algunos giros ensayísticos, sentencias de corte moral, la alegoría recurrente y el aire desenfadado del relato breve. Su personaje habitual es el flâneur, el paseante urbano que observa con curiosidad la vida en la ciudad, desdeñada por las buenas y refinadas conciencias de la literatura oficial del siglo XIX. Así Baudelaire va más allá al preguntarse:
«¿Quién no ha soñado el milagro de una prosa poética, musical, sin ritmo y sin rima, tan flexible y contrastada que pudiera adaptarse a los movimientos líricos del alma, a las ondulaciones de la ensoñación y a los sobresaltos de la conciencia?»
A la estirpe de este libro pertenece Sobre pedazos de vidrio, de la poeta mexicana Melinna Guerrero, en su flanery y en su mirada siempre atenta a las costumbres urbanas, devela las violencias y la sensualidad disruptiva de la ciudad, revelándose como una heredera digna de la estirpe baudeleriana.
En «La forma de un poema», el primer texto del volumen, y uno de los únicos seis poemas escritos en verso, expone mediante su tono irónico una poderosa crítica a los círculos literarios. En él se expone el machismo ramplón de estos contextos y muestra de cuerpo entero la imagen ridícula de los pequeños maestros y las no tan veladas intenciones que se esconden detrás de la endeble parafernalia de erudición y mansplaining.
Por eso cantas, a la mesa
un hombre te toma, una vez, de nuevo otra
para hacer con tu cuerpo animalitos de plastilina
que mejoren tu métrica al verso
que no te permitan dejar caer la palabra en una mala estrofa
que sepas terminar una estrofa
que sepas cuál es la rima abrazada
estás a la mesa
y le cuentas a los hombres que eres joven, que quieres escribir
y no sabes cuál es de verdad la forma de un poema
Después de atravesado este umbral, acudimos a las andanzas de una voz cuya curiosidad está acotada por el camino al trabajo, sus pasos por los paraderos del transporte público y sus lecturas de la realidad cotidiana (la televisión y la prensa escrita). En Sobre pedazos de vidrio se sustituye la voz del dandy, ese burgués desocupado que ronda la nueva ciudad iluminada, por la voz la de una mujer de la clase trabajadora que acude al aula o a la oficina, que sale de fiesta con sus amigos y que en su recorrido va recogiendo las historias de una de las ciudades más interesantes y diversas del mundo, la Ciudad de México. La mirada del yo se sigue sorprendiendo, encuentra el color en las áreas grises de la ciudad, tal vez sea porque es una mirada forastera.
Cada una de las historias que recoge tiene una independencia que de nuevo nos recuerda la configuración del Spleen de París, pero no sólo es la autonomía de cada unos de los poemas lo que le asemeja al libro de Baudelaire, sino además esa permanente molestia frente a las consecuencias de una vida automatizada y precarizada, donde Melinna Guerrero indaga hasta descubrir lo que se esconde detrás de las historias de los personajes habituales de la urbe.
Para eso se sirve de diferentes formas de enunciación, que puedan acercarle o separarle de la anécdota, calibrando el nivel de intimidad o de focalización que el relato que engendra al poema necesita. En «Monstruos», por ejemplo, elige la tercera persona para que el recorrido del personaje, una chica de nombre Sofi, se despliegue de forma cinematográfica; en él, como en muchos de los poemas del libro, la ciudad es un personaje omnipresente: «la ciudad es un monstruo que enfrenta a diario».
En «Taxi», la primera persona del singular no ofrece la experiencia de quienes viajan en el asiento trasero y escuchan la confesión del taxista y su pulsión homosexual. La tensión del relato se logra en la gradación confesional, la voz colectiva que escucha acompaña las peripecias del personaje, adentrándose con él en un bar gay de nombre Éxtasis o en el consultorio de su terapeuta que le asegura que «la homosexualidad se presenta en todos los seres humanos, no es homosexual, estamos en el siglo veintiuno» declara la terapeuta tranquilizándolo. Es pues un juego de cajas chinas, enunciaciones dentro de enunciaciones.
En «Periódico» el sujeto de la enunciación abandona su deambular urbano y se vuelve más documental; recoge la historia de un feminicidio, la exposición del hecho, aunque brutal, no se detiene en los horrores del crimen, sino que avanza para demostrar la manera en que los cuerpos de las mujeres asesinadas, incluso después de muertas, siguen siendo violentados por mecanismos de revictimización y objetualización por parte de las autoridades y los medios de comunicación, cuyas prácticas machistas normalizan la violencia contra las mujeres.
Por otro lado, en «Confesiones», otro de los poemas insignia de este volumen, va de la primera persona íntima a la segunda persona desafiante y recupera con aire melancólico (el spleen que viene desde Baudelaire) el género epistolar, donde cada una de sus declaraciones nos confrontan, pero su ritmo anafórico nos reconcilia y nos hace andar esos derroteros emocionales, donde la partida de la hija pródiga es un destino imperativo que tiene mucho que ver con el llamado de la poesía.
Perdón, mamá,
Porque sé que esta voluntad de ser la que siempre se marcha
te dejará un silencio inconsolable
Son pues muchos, los temas y las estrategias discursivas que Melinna Guerrero nos ofrece, en su crisol hay homenajes a la amistad («Bar»), una teoría del tiempo que respira liturgia («Misa»), un microrrelato que en realidad ensaya una teoría de las casualidades («Objetos perdidos») y diferentes críticas a los estereotipos sexistas que nuestra sociedad ha normalizado. Me quedo corto, pues son muchas más las materias que aborda este magnífico primer libro de Melinna Guerrero, que demuestra, con paso firme, un inicio sólido en su vida literaria.
Sobre pedazos de vidrio renueva la tradición del poema en prosa, aporta nuevos temas, erige en el género una mirada inédita de la realidad contemporánea y su autora se afianza como una exponente a tomar muy en cuenta en la poesía mexicana actual.