El lirismo narrativo de José Carlos Becerra. Texto de Audomaro Hidalgo.

Proponemos la lectura de este ensayo sobre José Carlos Becerra. Su autor, Audomaro Hidalgo, piensa el poema "Becerra por Becerra". Sobre él nos dice: es "una especie de poética. Becerra habla de sus inicios, su concepción de la poesía, la revolución cubana, la situación del escritor latinoamericano y mexicano en los años sesenta".

 

 

 

 

El lirismo narrativo de José Carlos Becerra

 

La aparición de​​ Relación de los hechos​​ (1967) marcó un punto de inflexión en la historia de la poesía mexicana. José Carlos Becerra había publicado algunos poemas en revistas y, sobre todo,​​ Oscura palabra​​ (1965), que ya mostraba el alcance de su voz.​​ Relación de los hechos​​ no hizo sino confirmar la singularidad de su aventura poética, opuesta desde el principio al canon de la lírica nacional, formalista en sus realizaciones creativas y clásica en sus consagraciones estéticas. El poema, a partir de Becerra, deja de ser una arquitectura verbal y tiende más a la narración que al lirismo. O mejor dicho, busca integrar en el poema esas dos concepciones disímiles. El título del libro lo sugiere: relación de los hechos quiere decir relatar los acontecimientos, los íntimos como los públicos, la vida personal y la historia colectiva. Entre el poema lírico y el poema en prosa, el poema narrativo de José Carlos Becerra.

Pero ese lirismo narrativo está desgarrado por postulaciones binarias presentes desde el comienzo en la poesía becerriana. Las parejas memoria-olvido, naturaleza-historia, oralidad-escritura, deseo-ciencia, la mujer como presencia ausente encubren una dicotomía aún más profunda y decisiva: la relación rota entre el signo y la cosa, entre la palabra y lo que se busca nombrar. En definitiva, la poesía de José Carlos Becerra oscila entre el lenguaje y el silencio. Toda su poesía apunta hacia esta dirección. De la línea narrativa a los jirones del verso, del largo aliento a la corta respiración, su poesía mantiene en tensión esos extremos, su fuerza reside en ese combate y en la capacidad de llevarlo al límite, no en la resolución del conflicto. Ninguna tentativa de conciliación. Su poesía manifiesta una lúcida desconfianza ante la palabra:​​ 

 

¿De quién son ahora estas palabras?

¿Qué movimiento realizan en la conclusión de mis actos?

¿Qué apariciones y qué ausencias las hacen posibles?

¿Quién las está escuchando? ¿Quién las dirá de nuevo?

 

En México, durante los años sesenta, cuando aparece​​ «el libro central de Becerra»​​ como lo define Paz, un grupo de jóvenes se demoraba en la publicidad y la propaganda altisonantes. Jaime Augusto Shelley, Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Oscar Oliva y Eraclio Zepeda habían dado a conocer​​ La espiga amotinada​​ (1960) y​​ Ocupación de la palabra​​ (1965). La poesía, según el credo de estos poetas, debía ser un arma de combate puesta al servicio del cambio social. La rebeldía y la protesta como estandartes poéticos. La actitud de esos poetas y la de Becerra es similar, pero éste último es más revolucionario porque tiene una consciencia más aguda del lenguaje, su combate es contra las imposiciones de la lengua y no contra una ideología o partido. No obstante, José Carlos no es indiferente a los acontecimientos políticos ni pierde de vista a la historia, pero sabe que una revolución pasa primero por el lenguaje, porque es el fundamento de la sociedad y una dimensión constitutiva del hombre, no una simple convención comunicativa. El radar sensible de Becerra capta todo en profundidad:

 

Todo sangra en mis cinco sentidos, todo es sangre de mis cinco huecos,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ todo entra y sale por los huecos de mis cinco sentidos.​​ 

 

Se ha insistido en la influencia de la poesía francesa en José Carlos Becerra. Así, la crítica lo ha hecho derivar casi exclusivamente de Paul Claudel y de​​ Saint John-Perse. Al referirse a​​ Relación de los hechos​​ y a su autor, Roberto Vallarino afirma:​​ «Becerra llegó tarde a la lectura de las obras de la literatura mexicana: su formación en este libro es netamente francesa». Esto es cierto sólo a medias. Becerra le escribe a Lezama Lima en una carta:​​ «la obra de Claudel llegó un día para revelarme el poder totalitario no de un poema sino de cada verso donde el sentido francés del orden, merced a una especie de braceo muy terrenal, casi fisiológico hasta lo divino, adquiría una imantación y un cauce de revelación amplia y espumeante, y con ello, una prosodia pesada y luminosa, de lógica tan increíble, que me dejo atónito». En cuanto a Perse: salvo el epígrafe que Becerra utiliza en el poema​​ «Betania», que abre​​ Relación de los hechos, no hay en la obra del mexicano ninguna otra mención del poeta francés1.​​ 

A finales de 2020, año aciago, año de mutación de la sensibilidad colectiva, aparece una antología:​​ Voluntad de la noche, preparada por el poeta y académico mexicano Ignacio Ruiz-Pérez2. Hacia el final del libro se incluyen​​ unos​​ «Poemas dispersos»,​​ que no están recogidos en​​ El otoño recorre las islas​​ pero que ya habíamos leído en otras publicaciones contemporáneas. La gran novedad son los tres textos en prosa de José Carlos, entre ellos el más importante es el titulado​​ «Becerra por Becerra», una especie de poética que nos ayuda a comprender mejor la labor de nuestro poeta. En ese texto capital, Becerra habla de sus inicios, su concepción de la poesía, la revolución cubana, la situación del escritor latinoamericano y mexicano en los años sesenta, etc. Y cita al pasar a Antonin Artaud... Pero, ¿a cuál Artaud se refiere? ¿Qué libro leyó? ¿Estaba pensando acaso en​​ L’Ombilic des limbes? ¿O sólo se refería al mito mexicano Artaud..? Por mi parte, diré que Becerra habría leído a Rimbaud, cuya teoría poética:​​ «arriver à l’inconnu par le dérèglement de tous les sens», expresada en las​​ «Lettres du voyant», habría ensanchado su concepción del poema, del lenguaje como búsqueda metafísica y de la factura de la imagen: la poesía de Becerra, además de oral y narrativa, a pesar de sus reiteradas vaguedades, es muy exacta en el trazo visual, ese es uno de sus grandes méritos, pero no el más importante.​​ 

La poesía que vino después de Rimbaud es una poesía de la imagen. Por esta razón,​​ «la musique avant toute chose»​​ y​​ «la chanson grise»​​ de Verlaine no​​ tuvieron eco en el surrealismo. Los poetas surrealistas exaltaron los poderes liberadores de la imagen como se lee en el Manifiesto de 24. Vieron en la imagen una vía de acceso a lo real​​ otro​​ y un conducto hacia la parte perdida del ser humano. La imagen surrealista es un talismán para despertar a los sentidos del espíritu y así entrever el interior de la realidad. Uno de los momentos más explícitos de este postulado estético es aquel hermoso pasaje de​​ Le Paysan de Paris​​ en el que Aragon invoca a las imágenes. Más allá de la imagen​​ «se abren las puertas de lo real: significación y no significación se vuelven términos equivalentes», dice Paz en​​ El arco y la lira, la teoría poética del surrealismo. ​​ 

Convengamos: Becerra leyó poetas francesas, sí, pero su poesía le debe muy poco a la francesa. El hecho de que haya utilizado unas líneas de Perse en francés no significa que leyera en ese idioma. Aunque tenía una remota filiación francesa por el lado paterno, los intereses de José Carlos estaban puestos en otra geografía lingüística. De paso diré que hoy muchos sietemesinos de versos hacen de sus libritos una interminable galería de epígrafes en diferentes lenguas, sin que apenas conozcan la propia. Chabacana estrategia para multiplicar páginas esperando obtener el premiecito de algún ejido mejicano.

José Carlos Becerra siempre sintió inclinación por la cultura anglosajona. Todo lo que emanaba de Inglaterra en los años sesenta tenía resonancia universal. Del contacto que sostuvo con la poesía de lengua inglesa deriva el gusto por la oralidad poética y la tendencia a la narración lírica; son varias las menciones que hace de T.S Eliot, que leyó con atención e interiorizó3; es lo contrario de una casualidad que tras ganar la beca Guggenheim nuestro poeta​​ decidiera instalarse en Londres, por donde pasaban​​ «las aguas de la Historia» y desde donde enviaba postales a sus hermanas con frases escritas en inglés…4​​ No obstante su afirmación, Roberto Vallarino escucha en​​ Relación de los hechos​​ las voces de Wallace Stevens y Stevenson… Por último, hoy sabemos que Becerra también leyó a Ginsberg5. José Carlos no llegó tarde a​​ «las obras de la literatura mexicana»​​ ni desconocía la literatura hispanoamericana. Si fuera cierto lo que dice Vallarino, en​​ Relación de los hechos​​ no sentiríamos las huellas del Paz de​​ La estación violenta​​ o aun del Huidobro de​​ Altazor​​ y del Neruda de​​ Residencia en la Tierra; tampoco escucharíamos ecos de la poesía barroca española. Y, de nuevo, de la literatura inglesa: D.H. Lawrence, Joyce, Faulkner, y lo que extrajo del libro inglés por excelencia, quiero decir: cierta entonación bíblica, algún recurso técnico, el impulso verbal.​​ 

La primera parte de​​ Relación de los hechos​​ se llama​​ «Betania»; la última,​​ «Ragtime».​​ De un extremo al otro, la presencia de lo arcaico y lo moderno, la Biblia y el jazz, el mito antiguo y la mitología contemporánea, la voz del profeta y la música negra, el versículo y el ritmo binario. La mujer, por supuesto, ocupa una parte importante de su estética. En un diálogo con Federico Campbell, Becerra confiesa:​​ «Mis poemas tratan de fijar (relatándolas) el relampagueo de esas apariciones o revelaciones de una mujer». Son muchos los poemas en los que Becerra invoca la presencia y se dirige a un tú femenino. Es muy probable que haya traído a sus poemas esa técnica, la narración en segunda persona, de​​ Aura​​ (1962), libro que fue muy comentado en el medio literario mexicano y que por supuesto Becerra conoció y leyó. José Carlos nunca ocultó su pasión por la novela:​​ «Mi mayor ambición consistía en escribir prosa, como novelista (…)​​ Sigo pensando, como Eliot, que nada ayuda tanto a un poeta en formación como sus esfuerzos y disciplina dentro de la prosa. La prosa suele dar, además, una gran malicia como escritor». Cuando Becerra publicó​​ Relación de los hechos​​ tenía treinta y un años. No era un autor en formación porque desde el inicio mostró madurez e intrepidez espiritual. Nunca le interesó el oficio del poeta pero su seguridad interior equilibraba la balanza.

Becerra concibe en bloque sus poemas:​​ 

 

En general no escribo poemas aislados. A partir de algunos textos, adquiero una visión no muy clara, pero algo que yo olfateo instintivamente, de la posibilidad de armar un libro. Entonces, y a partir de una voluntad de estilo que en última instancia es una voluntad de representación, comienza el crecimiento de dicho libro. Así es como entiendo-para mí mismo-el trabajo literario: pensando en conjuntos, en un libro donde, por decirlo así, se respire un todo orgánico, una voluntad formal, que como ya dije es voluntad de representación, de​​ acto​​ en el mundo de la imagen. Esto es lo que trato de hacer al formar un libro.

 

De este modo puede entenderse la concepción formal de​​ Oscura palabra,​​ La Venta​​ y​​ Movimientos para fijar el escenario, enormes bloques de materia textual cuya coherencia está dada por el tono, el color y el tema, pero que se funda sobre todo en la​​ unidad de visión. En estos poemas, Becerra se enfrenta a experiencias límite: la muerte, el silencio, la no-significación del acto creador. En su estudio, Ruiz-Pérez dice:​​ «El referente de​​ La Venta​​ de José Carlos Becerra es​​ The Waste land​​ de T. S. Eliot». Ignacio: sí y no. Es evidente que Eliot está presente en este poema-como también lo está el influjo de «Himno entre ruinas» y «Alturas de Macchu Picchu»-, pero nadie ha señalado hasta​​ ahora algo que me parece muy evidente y que nos toca más de cerca: el parentesco entre​​ El Tajín​​ (1963), de Efraín Huerta, y​​ La Venta​​ (1964), de José Carlos Becerra. ¿Por qué hemos pasado por alto esto? Incluso en​​ la concepción​​ del epígrafe, en​​ la orientación​​ que da al lector, estos poemas se hacen eco. Nos hace falta un ensayo de comparación entre ambos textos, profundamente mexicanos y a la vez universales por la intensidad y por la amplitud de la visión poética que en ellos se despliega.

Relación de los hechos​​ es un libro de sostenida intensidad, reiterativo, profundo y profuso, filosófico, impregnado de un erotismo sombrío más que de un amor solar. Algunos de los momentos más altos son los poemas narrativos​​ «La otra orilla»,​​ «Apariciones»,​​ «Relación de los hechos»,​​ «La corona de hierro»,​​ «La bella durmiente»,​​ «El fugitivo»,​​ «Cierto paseo»​​ y​​ «El hombre de la máscara de hierro».​​ José Carlos quería que viéramos cada parte como los capítulos de una novela:​​ 

 

Relación de los hechos​​ posee el estilo de una amplia narración. Está dividido en cuatro partes, y se me ocurre que en una forma sutil podrían funcionar los poemas a manera de capítulos.

 

Podríamos leer la obra de Becerra como una intensa novela en la que cada libro es un nuevo capítulo de un mismo tema:​​ «el desafío verbal», la lucha tenaz entre el poeta y el lenguaje,​​ «manoseado discurso». Para José Carlos, los poemas son​​ «representaciones equívocas»​​ de la realidad porque ésta ha perdido su sentido, porque lo que el poeta busca es una forma​​ otra​​ de sentido, de decir y de nombrar, de relatar los hechos:​​ 

 

Sólo hablábamos debajo de la sal,

en las ultimas consideraciones de la estación lluviosa, en la espesa humedad

de la madera.

Sólo hablábamos en la boca de la noche,

allí escuchábamos los nombres que las aguas deshacían olvidando.

Mi camisa estaba llena de huellas oscuras y diurnas,

Y la Palabra, la misma, devorando mi boca,

comiendo como un animal hambriento en el corazón de aquel que la padece y la dice.  ​​​​ 

 

Los primeros textos del joven Becerra fueron unos cuentos; el último, un relato,​​ «Fotografía junto a un tulipán», escrito y fechado en Londres en noviembre de 1969. El círculo se cierra. José Carlos Becerra nos dejó una obra que muchos han querido imitar y que sigue desafiando al​​ statu quo​​ de la poesía mexicana.

 

1

​​ Los versos de Saint-John Perse:​​ «Homme infesté du songe, homme gagné par l’infection divine», pertenecen al canto VI del libro tercero de​​ Vents. Poésie/Gallimard.​​ 

2

​​ Ruiz-Pérez también es el autor de​​ Nostalgia de la unidad natural, el estudio más serio escrito hasta ahora sobre Becerra. Al escribir esto no olvido los textos de Gabriel Zaid, Victor Manuel Mendiola, Eduardo Milán y Álvaro Solís; tampoco desconozco​​ La ceiba en llamas​​ de Álvaro Ruiz Abreu, la primera biografía sobre José Carlos, informada, emotiva y sin duda necesaria por sus importantes aportaciones. Pero el libro de Ignacio Ruiz-Pérez va más lejos, está escrito con perspicacia académica sin ser pedante, afán de sistema y pasión poética. El análisis y la intuición se dan la mano.​​ Nostalgia de la unidad natural​​ es el punto de partida de toda reflexión sobre la obra de José Carlos Becerra.​​ 

De algún modo me siento ligado al libro de Ignacio por una historia particular. Voy a recordarla. En 2008 yo vivía en la ciudad de México, en donde gozaba de una beca de la Fundación para las Letras Mexicanas. Ingresé a la Fundación gracias a un proyecto del que derivó mi primer libro,​​ El fuego de las noches, y a un puñado de poemas que presenté. El jurado de selección estuvo compuesto por los poetas Antonio Deltoro (†), José Ángel Leyva y Blanca Luz Pulido. Tras pasar ese primer filtro, debí hacer una entrevista ante el presidente de la Fundación, el licenciado Miguel Limón Rojas, y el director, el poeta Eduardo Langagne. Fue así como gané, por méritos propios y por selección del jurado, un lugar en esa prestigiosa institución. Aquella fue una bella época: la​​ experiencia​​ de la FLM​​ me marcó definitivamente y terminó de enraizar mi vocación poética. Conviví a diario con jóvenes escritores de talento, muchos de los cuales son ya figuras de la literatura mexicana. La formación en la Fundación para las Letras Mexicanas es única y no existe,​​ en ningún otro país de la América española, un lugar así, de privilegio y de ocio​​ creativo. Nunca olvidaré las tutorías con​​ Antonio Deltoro ni​​ la presencia y los consejos de Esther Seligson:​​ fuegos​​ indelebles​​ en mi espíritu.​​ 

Una mañana, al llegar a la Fundación,​​ encontré sobre mi escritorio un sobre que contenía​​ unas fotocopias. Esas hojas eran en realidad las primeras pruebas de​​ Nostalgia de la unidad natural,​​ que me había hecho llegar Eduardo Langagne​​ pues​​ sabía que​​ ese documento podría interesarme. En efecto, desde aquel momento supe que ese libro sería fundamental en la exégesis sobre la poesía​​ de José Carlos​​ Becerra. Al mismo tiempo, confieso que nunca había escuchado hablar de Ignacio Ruiz Pérez. Pero la poesía nos tenía preparado un encuentro. Después de vivir unos años plenos en la capital y tras pensarlo mucho, decidí volver a Villahermosa, pero no por mucho tiempo: no hay que negarse nunca el derecho de volver a partir.​​ 

El haber sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas me acercó a los directivos de la Fundación José Carlos Becerra, quienes se habían asesorado en la FLM y habían hecho la presentación de ese proyecto en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Trabajé en la Fundación​​ José Carlo​​ Becerra poco más de un año,​​ al cabo de ese tiempo presenté mi renuncia y la hice pública: siempre es mejor soltar que tratar de retener, se sufre menos y uno es más libre y más dueño de sí. En la Fundación Becerra, a pesar de las precariedades materiales y salariales,​​ tenía a mi cargo la organización de las actividades culturales. Recordé a Ignacio Ruiz-Pérez y de inmediato pensé en invitarlo para que presentara su libro. Así fue y a partir de ese momento​​ Nostalgia de la unidad natural​​ comenzó a circular en el medio literario de Villahermosa. Nadie más​​ lo​​ había leído​​ antes, salvo​​ el poeta y pintor​​ Níger Madrigal.​​ Un par de días previos al evento​​ yo le llevé, a manera de invitación, un ejemplar al ingeniero​​ Miguel Ángel Ruiz Magdonel a la oficina en donde despacha, sita en la Avenida Juárez. Después de la presentación y de pasar unos días en Tabasco y Chiapas, Ignacio volvió a Estados Unidos, en donde vive desde hace varios años. Desde allá me anunció el envío de unos ejemplares como donación a la Fundación Becerra. Ese​​ paquete nunca llegó a destino. ​​ ​​ ​​ ​​​​ 

3

Hace poco, un​​ librero mexicano me​​ contactó para ofrecerme un libro de​​ T.S. Eliot,​​ Tierra baldía y otros poemas. Colección Los Grandes​​ poetas, impreso el 7 de enero de 1954,​​ en Buenos Aires.​​ Las traducciones son de Rodolfo Usigli, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Octavio G. Barreda, Bernardo Ortiz de Montellano, Marià Manent y Ángel Flores. Pues bien, la particularidad es que este volumen perteneció a​​ José Carlos,​​ está​​ firmado de su puño y letra​​ y fechado​​ en​​ «enero de 1965». Curiosamente, el mismo mes y año de la muerte de Thomas Stern Eliot (4 de enero). Este hecho​​ prueba​​ dos cosas: el enorme influjo ejercido por Eliot en el ámbito de la poesía de lengua castellana, y el profundo interés de Becerra por la obra del poeta angloamericano.​​ 

4

​​ «Ahora está en Londres. Ya parece que París no atrae tanto a nuestra gente», le responde en una carta Lezama Lima a Becerra.

5

​​ «Becerra por Becerra»,​​ Voluntad de la noche.​​ SCT.

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