Danza de palabras
Para hacerla danzar, enciende el relámpago
y no anticipes el ritmo. Confía en el azar
o en la llamada casualidad, para percibir las luces
una vez que el destello ilumine los primeros movimientos.
Atiende sus pasos y posturas tradicionales,
pero mírala danzar una vez y otra vez
hasta que sea un relámpago girando sobre sí misma:
la danza sencilla y el tema sencillo.
Enkidu y la reina de Babel
Cuando me llamaban hormiga de antenas largas,
primero me lanzaste en la infancia
a pelear contra un jabalí furioso
que destrozó la belleza de mi joven cuerpo.
Cuando yo era un gallo de corona de oro
me hablaste con deseo y lujuria,
pero arrancaste mis plumas y quebraste mis alas,
por eso es triste mi canto en el verano.
Cuando yo era un león de pelaje rojizo
acariciaste mi melena bien peinada,
pero cavaste siete trampas para atraparme,
para que en una o en otra pudiera caer.
Cuando yo era un corcel, orgulloso y fuerte,
que galopaba a largo golpes como el viento,
heriste mi orgullo con espuelas y clavos
y con muchas varas que quebraste en mis hombros.
Cuando yo era un pastor que por ti
el pan de amor en su corazón cocía
me hiciste un lobo rapaz que fue expulsado
de la casa de mis tres hermanos.
Cuando cuidaba el huerto de tu padre
te traje ciruelas, peras, manzanas y rosas,
pero me robaste la lujuria y la valentía,
y me convertiste en un topo servil.
Cuando fui sencillo, cuando fui cariñoso,
agitaste tu varita tres veces,
pero ahora prometes ser leal y honesta
y suavemente preguntas: ¿me casaré contigo?
Rubí y amatista
Dos mujeres: una es buena como el pan
casada con un marido fuerte.
Dos mujeres: la otra es rara como la mirra
casada solo consigo misma.
Dos mujeres: una es buena como el pan,
leal a cada promesa.
Dos mujeres: la otra es rara como la mirra
que nunca promete fervor.
La que lleva un rubí implacable
pero lo usa con placer inocente,
un ojo extraño podría pensar que es solo vidrio
y no acercarse a mirar jamás.
Dos mujeres: una es buena como el pan,
la más noble de la ciudad.
Dos mujeres: la otra es rara como la mirra,
y no necesita alabanza pública.
La amatista rosa pálida de su pecho
guarda un jardín en sí,
tus ojos podrían quedarse allí durante horas
y asombrarse, y perderse.
Sobre su cabeza una golondrina
gira en forma de aureola:
gloria y respeto a la feminidad
todavía prohibida para el hombre.
Dos mujeres: una es buena como el pan,
resistente a todos los humores.
Dos mujeres: la otra rara como la mirra,
nuestro humor le pertenece.
Licea
Todos los lobos del bosque
aúllan por Licea.
Aglomerados
en un círculo cerrado,
lenguas del viento.
Una serpiente de plata
enrollada a su cintura,
serpenteando en sus rodillas,
le peina finas trenzas
con un peine fino.
También es como un lobo, pero es mujer,
la miran de cerca,
y ella saluda a los lobos,
en especial a algunos
a los que muestra su orgullo.
Los lobos jóvenes gruñen,
se muerden entre ellos,
bajo la luz de luna.
“¡Bestias, sean sensatas,
yo soy la belleza!”
Licea tiene un pie ligero
para dar pasos ondulantes.
Sus músculos de arquera
advierten con cuánta firmeza
puede tensar las cuerdas.
Le pregunto a Licea,
a quien encontré recostada
bajo los pinos
en una madrugada:
¿Que pueden aprender los lobos?
“Apenas aprenden envidia”,
contestó Licea.
“Envidia y esperanza,
esperanza y disgusto.
¿También tú aullarás
en ese círculo de lobos?”
Ella hablaba mientras se reía.
El regalo peligroso
Antes de cortarme la mano
con el filo del cuchillo que tú me regalaste
(el cuchillo peligroso de tu belleza)
ya debía saber qué hacer:
vendar la herida yo mismo
y esconder la sangre de ti.
Es un cuchillo asesino
como tantas veces me advertiste:
y si yo suplicara piedad
o entregara una nota engañosa
al tratar de reparar el daño,
terminaría por enterrar el cuchillo en mi garganta.
Rara vez, pero ahora
La intensidad de un amor feroz como el nuestro
rara vez se encuentra.
Su presencia siempre
está libre de juramentos o de promesas.
Si no fuéramos así,
si fuéramos como pájaros de plumajes similares
enjaulados por la paz cotidiana,
¿podríamos conjurar nuestro incendio salvaje
en la tierra, como ahora lo hacemos?
Horizonte
En un día claro, con la delgada línea del horizonte
dibujada entre el mar y el cielo,
entre el amor del mar y el amor del cielo,
y después del atardecer que desaparece
incluso para un ojo atento.
“Haz lo que quieras esta noche”,
dijo ella, y él hizo
de luz de la luna, la luz de la vela,
de la luz de la vela y la luz de la luna,
mientras las nubes se acostaban
escondidas al horizonte.
Se sabe y no se sabe,
que esos hechos deben terminar
en una maldición que los amantes
llorarán durante mucho tiempo
por lo sucedido: en la noche,
ella se escapará con su amigo familiar,
dejándole su belleza para explorar
la luz de la luna, la luz de la vela,
la luz de la vela y la luz de la luna.
La amante del león
Elegiste a un león como amante.
Yo, que saludo con alegría la desgracia,
me atreví con celo a comprender
los crueles presagios antiguos que se conocen y saben,
al tirar una trampa cebada con carne: la mía.
Ahora no cambiaría este corazón de león
por otro menos furioso.
Cuando estoy poseído por la luna
roo huesos secos en una guarida abandonada
y, cuando las nubes la cubren, rujo en mi desesperación.
Desprecio la gratitud y la ternura,
baratijas de mercado:
Tus pies desnudos sobre mis hombros heridos,
tus ojos desnudos con amor,
son todos los regalos que mi bestialidad necesita.
Engañar y traicionar
Si bien es perdonable en una mujer, para engañar y traicionar
ceba lentamente la divina necesidad del fuego
del verdadero amor encendido entre dos. ¿Has visto
la inmanencia de la Diosa bajar las cejas
cuando algún pícaro con látigo en los cascos,
algún payaso pintado haciendo pantomimas,
privatiza sus misterios, y después expresa
un celoso anhelo por el mandala,
en lugar del horror y el estremecimiento
de presentir que ella nunca volverá a la misma casa?
No esperar nada
Dar, no pedir, esperar,
sobrevivir apenas con migajas,
más bien esparcidas por casualidad.
No son para ti (sonrió ella) son para los pájaros.
Aunque sea poca, como la comida de un ladrón, es algo
mejor al hambre nefasta, y ella ni siquiera engorda
con el pan que desmorona, mientras la verdad solitaria
de su amor es honrada con palabras absolutamente comprometidas.
Para alabarla
Ellos lo saben bien: la Diosa permanece.
A través de cada nueva mujer hermosa, a quien monta
a horcajadas sobre el cuello,
uno, o dos, o tres años,
hasta hundirla bajo el peso de su majestuosidad
y, volviendo a tientas a la humanidad, en contra
del poder temerario que blanqueó su camino
con su sendero de tréboles anchos, dejándote,
su amante preferido, apuñalado,
tus bolsos robados, tus anillos perdidos.
Sin embargo, la llaman para vivir,
para conversar con los puros, oráculo de muertos,
para escuchar a la jauría salvaje aullando en lo alto,
para observar a la luna arrastrar sus mareas frías.
La mujer es una mujer mortal. Ella espera.
Comida de los muertos
Te sonrojas mientras acaricias las comisuras, la barbilla,
los labios, la frente, las cicatrices de tu rostro,
Príncipe Orfeo: porque fuiste llamado por ella
hermoso, y sabías que ella no regalaría una simple adulación.
Ahora deberás ser paciente, y cuando ella coma otra vez
comida de los muertos, siete semillas de granada,
¿una vez más la serpiente calentará sus cosas
para crecer de nuevo en las nuevas salas del Infierno?
Eurídice
Deprimido, deprimido, deprimido.
¿Ella podrá descansar una vez que pronuncie la maldición,
ya sin poder, llorando, para apaciguarme
con los augurios renovados de su belleza celestial?
Mira cómo ilumina la luz de su llama
sobre los cobardes, los sin rostro, los perdidos, los desquiciados,
y coge a un diablillo desnudo entre sus senos,
¿no debería estar deprimido, deprimido, tres veces deprimido?
Royó la carroña hasta que le hiede la boca,
creció como un chacal, triste y magro,
reptó hasta la casa, aceptó consuelo, pero nuevamente
se liberó de la cadena verdadera para volver a una cadena de hierro.
Mi querido corazón, ¿te desafío a pelear contra mí
para estrangular al amor por una loca perversión?
¿Nuestro destino nunca puede ser abandonado
aunque recline la cabeza para cantar a la Aún No Nacida?
Un último poema
Un último poema, otro más, y otro más que será el último,
¿cuándo dejaré de tomar la pluma
hasta que brote sangre de mis uñas,
me falte la respiración y tiemble de fiebre,
o bien me envuelva en el manto multicolor
de la Luna que brilla a través de su castillo de cristal?
Creo que nunca la escucharé hablar bajito:
Pero es verdad que yo solo escribo para ti
y para mí, solamente; eso, amor, es lo que he hecho.
Ese otro mundo
Fatídicamente, solo contigo otra vez
como antes del primer crujido de la Tierra:
una mujer sola y un hombre solo.
Otros admiran cómo caminamos en este mundo:
les mostramos gracia y bondad,
para que ninguno se ponga celoso
de la verdad que resuena entre nosotros dos,
o en ese otro mundo, en la cuna del mundo,
hijo de tu amor por mí.
El corazón
Este es el inicio: el gusano del amor se cría
entre las brasas rojas de un corazón de fuego,
se convierte un polluelo, emplumando lentamente,
y saltará dando vueltas, un círculo
de niños inquietos disfrutando del fuego.
Pero el hombre desdichado que nunca soportó estar ahí,
que nunca sacó la brasa de un carbón de la fuente sagrada
para calentar el corazón de su creación,
ni se acostó bajo las alas color perla gris
con una postura obediente.
¿Cómo velará al filo de la medianoche?
¿Se convertirá en un fénix, emplumado de verde y oro?
¿O cómo será atrapado por garras enjoyadas,
retenido en la dureza de la colina,
donde una mujer se desvela, negra como la Madre Noche,
para enseñarle un nuevo grado de amor,
y la lengua y el canto de los pájaros?