Sobre la autocompasión. Texto de Elisa Gabbert

En traducción de Diana Villasana Jiménez, leemos un ensayo de la poeta y crítica norteamericana Elisa Gabbert sobre la autocompasión y sus vínculos con la literatura. Su poemario más reciente es Normal Distance (Soft Skull, 2022). Actualmente escribe sobre poesía en el New York Times.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre la autocompasión: ve a comer gusanos

 

 

Disfruto preguntando a las personas si tienen una frase de autocompasión exagerada que se repiten a sí mismas para obtener satisfacción y consuelo. Un escritor me dijo que la suya es: “Eres pequeño/menor/insignificante. Otro dijo: “Para mí, siempre es ‘Quiero ir a casa’, incluso cuando ya me encuentro en ella. Mi lema predilecto es: “Nunca me sucede nada bueno”. Este pequeño mantra de desdicha realmente parece ayudar. Transforma mi sufrimiento en un espectáculo. A los niños les encanta alzar la voz cuando nada aparenta estar mal debido a que algo​​ estuvo​​ o​​ estará​​ mal; no te angusties si no es el momento, simplemente encuentra tu catarsis cuando te sea posible.

La transición lógica entre “Nadie me quiere, todos me odian” y “Supongo que iré a comer gusanos” es un tema sobre el que he reflexionado mucho. ¿Qué impulso está siendo atendido? ¿Cree el intérprete de estas letras que los gusanos son deliciosos (“grandes, gordos y jugosos”)? ¿Es un intento de llamar la atención –pensado para que sus adversarios se compadezcan? ¿Los gusanos inducen un estado alterado de conciencia? Me debato sobre si la canción busca evocar la muerte, los gusanos de la tumba. Pero, ¿no son los gusanos los que​​ te comen? Creo que los gusanos son, en última instancia, una forma de autocastigo. Pienso en Jude, en mi escena favorita de​​ Jude el Oscuro, quien se​​ siente tan abatido que salta repetidamente en el medio de un estanque congelado con la esperanza de caer y ahogarse. El hielo se agrieta, pero no se rompe, así que Jude asume que “no es lo suficientemente digno para suicidarse”. ¿Qué opciones tiene ahora –qué es incluso “menos noble” que la “autodestrucción”? Opta por la embriaguez.

En la literatura de la autocompasión, los insectos son figuras útiles. Esta es una extensa categoría que abarca desde bichos y arañas hasta seres de mil patas, cualquier criatura repugnante y espeluznante que habite en la tierra bajo las rocas o en el lodo de un drenaje. En cierta ocasión, tuve la oportunidad de escuchar, a través de una anécdota y no de un entomólogo, que las chinches hediondas, una especie invasora que, según un manual de control de plagas, se distingue por 'poseer partes bucales largas, perforadoras y succionadoras' y frecuentar lugares donde es probable que sean aplastadas y exterminadas, como el marco de una puerta. Hace poco mi esposo encontró uno de estos insectos posado en el borde de un pañuelo que sobresalía de su caja. “Qué conveniente”, dijo, usando dicho pañuelo para aplastarlo y, posteriormente, deshacerse de él en el retrete. Cuán similares a Jude, estas chinches hediondas. Deben saber que son chinches hediondas: una pesadilla kafkiana.

La madre de mi suegro era una mujer elegante, opinionada y de voluntad firme que vivió casi hasta los cien años. Una vez, cuando estaba en sus noventa, Vivian vino a cenar y le comentamos lo bien que se veía. "No digas eso", respondió, y añadió con un tono que jamás olvidaré: "Quiero que la gente sienta​​ lástima​​ por mí". Es probable que no hubiera recibido mucha compasión en su vida, puesto que ella misma no había demostrado mucha hacia los demás. Tal vez, al final de la vida, la vergüenza asociada a la lástima se desvanece. Thomas Hardy tenía setenta y siete años cuando se publicó "Afterwards", un hermoso,​​ pero ligeramente embarazoso poema que se atreve a preguntar cómo, y cuánto, se hablará de él después de que se haya ido:

 

Si al oír que he partido, junto al umbral se quedan

contemplando los astros en el cielo de invierno,

¿pensarán los que ver mi rostro ya no puedan:

“Fue alguien que meditó sobre el misterio eterno”?

 

(Traducción de Francisco M. López Serrano)

 

¿Acaso la madre de Viv no le mostró suficiente compasión? En el psicoanálisiss, existe una teoría que sostiene que el pensamiento es en sí mismo el resultado de un deseo negado o frustrado, remontándose a las frustraciones de la infancia: sientes hambre; el pecho no aparece; ¡entonces, surgen los pensamientos! Nos tranquilizamos a nosotros mismos por medio de la fantasía, no solo de satisfacción sino de una frustración más profunda. Nos imaginamos​​ muriendo de hambre. Nos imaginamos muertos.

He observado que cuando las personas se sienten particularmente mal, tienden a empeorar deliberadamente su estado de ánimo: evocan todos sus agravios, pasados y presentes, como si buscaran razones convincentes para justificar su malestar. Como escribe Seamus Heaney, en su versión de​​ Filoctetes​​ de Sófocles, “Las personas están tan sumergidas en su propia autocompasión que la autocompasión las mantiene a flote”. Hasta cierto punto, esta estrategia tiene sentido: después de sentirme especialmente mal, usualmente experimento una leve mejoría. Es similar a provocarse el vómito como cura para la náusea. La autocompasión es una fuerte autocura. De alguna forma, es​​ demasiado​​ confiable: puedes volverte demasiado bueno en la autocompasión. Si funciona cuando las cosas no están tan mal,​​ realmente​​ funciona cuando están mal.  O, podrías decir, cuando más mereces la compasión es cuando menos ayuda proporcionará.

Aquellos que desprecian la autocompasión siempre comparten su opinión. En su ensayo “Why bother?” [¿Por qué molestarse?] Jonathan Franzen escribe: "Cuán ridícula puede parecer la autocompasión del escritor a finales del siglo XX en comparación con la vida de Herman Melville." No obstante, ¿por qué la idea de que Herman Melville sufriera debería hacernos sentir mejor? Debo admitir que a menudo lo hace, basta con leer cualquier descripción de los desalentadores fracasos profesionales de Melville. (Aquí hay una, a través de Stephen Marche: “Su destino era como la broma enferma de algún dios cruel”). Pero, ¿por qué debería ser así? ¿No es eso una crueldad de nuestra parte? Melville no sacrificó su felicidad para salvarnos. ¿Y por qué debería consolarnos la idea de que las cosas podrían ser peores? El que las cosas​​ podrían​​ ser peores puede ser una de esas mentiras que nos permiten vivir, oscureciendo la verdad más certera: las cosas​​ serán​​ peores. Quizá no tengas la peor vida posible, pero, sin lugar a dudas, tu propia vida contendrá más sufrimiento del que tiene ahora. Y tú eres el que tendrá que sentirlo.

 

 

 

 

 

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