Círculo de Poesía y Visor Libros México publican La aguja en el pajar de Carmen Boullosa

En días recientes apareció​​ La aguja en el pajar​​ (2024),​​ el más nuevo libro de poemas de Carmen Boullosa publicado en México por Círculo de Poesía en su Colección Visor Libros México,​​ con el apoyo del Instituto Sinaloense de Cultura.​​ En esta entrada publicamos, a modo de adelanto,​​ el poema que abre el libro.

 

Carmen Boullosa recibirá el Premio Bellas Artes de Literatura Inés Arredondo 2023 este domingo 11 de febrero a las 12:00h en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Te​​ invitamos a celebrar a nuestra autora en esta ceremonia donde​​ contaremos con ejemplares para firma​​ o bien, puedes​​ conseguir​​ tu libro, con envío a todo México, aquí:​​ La aguja en el pajar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LUNA, O DÍA, O QUÉ

 

Sea Luna creciente, menguante, o llena, o eclipsada,

o bien Luna roja, mayor que ella misma.

O Luna a la mitad. Luna brillante,

o tímida, escondidiza como púber acosada por su tonto​​ 

padrastro.

O Luna arrogante, como el ojo enceguecido de un dios​​ 

temible.

 

Sea un año cualquiera, o bisiesto,​​ 

bígamo, bicicleto, bicéfalo, o un acéfalo.

 

Sea el día que sea, martes o jueves laboral,​​ 

la fecha festiva, el permiso médico, el viernes con sus​​ 

comidas,

el lustroso domingo, extenso, libre.​​ 

O el día de la cita ansiada, planeada, planchada,

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ permeada, escrutada, o sólo hada oportuna,

necesaria como la ropa interior de invierno​​ 

cuando pega el bajo cero a toda hora

y no ilumina el sol.

 

Sea el día en que termina un contrato,​​ 

la fecha de su inicio,

el de la incosteable vacación, con sus horas de tele, o ni​​ 

siquiera

o del ruido, el desespero, el ansia,

las horas muertas,

el descanso al que no hay derecho.​​ 

O la vagancia perpetua pretendiendo cumplir labores​​ 

absurdas, el “tráeme, llévate, lustra”, el “limpia”.

 

O la otra vagancia, sin pretensión, sin casa: la del​​ 

teporocho

sin más alcohol que el del 96%

(pero eso sí: bebible).​​ 

El mismo alcohol que la chef cinco estrellas quiere​​ 

adquirir por exquisito.

 

O el día que termina en el pavimento nocturno,​​ 

en el parabrisas de un transporte de carga,

o el día pegado como un sudor atroz a la piel.

O el día del deprecio, aún más adherible.

 

Sea el día del principio del menstruo, o el del parto,​​ 

divorcio, juicio,​​ 

desahucio, o nombramiento,

o el del siempre inesperado terremoto.

Sea el de la fiesta, el funeral, la cirugía,​​ 

alguna forma de emergencia,

o el del partido de dominó en la cantina

(las fichas a favor, o en contra,​​ 

el mano a mano con todo el equipo de trabajo,

o con el vecino del piso de abajo,

ebrio o sobrio),

o el día en que no llega el mensajero,

o el tropiezo con el jefezón, la jefecita,

el malentendido con el correveidile,​​ 

el del desaire,

o el día del mantel manchado.

El día del fraude.​​ 

El de la confesión.​​ 

El suplicio.

El escape.

 

O un día​​ 

con ráfagas de balas zumbando en el camino a la escuela

o en la uni,

o subiendo a un taxi,

o un levantón, un secuestro, una fosa de cadáveres​​ 

ocultos y sin nombre

que destapa, devela un coro de antígonas.​​ 

El día de misa, obligada, perpetua, sin consuelo,​​ 

llanto nomás, lloramos todos, y en silencio.

 

Sea la lluvia chipichipi, tan tenua como tímida,

o veloz, o voraz, o cargada de trocitos de hielo,

o sucia, o refrescante, o gris,

o estúpida tibia,

o persistente,

o chaparrón.

O nieve, granizo, uno más de sequía.

 

Sea cualquier viento, el llamado Norte, que pué-que cure de​​ 

todo mal,

el cargado que sopla el Sur, el inesperadamente frión que deja

a la lumbar hecha trizas

si no es que la boca chueca o, todavía algo peor,​​ 

esos otros vientos:

la pasajera y letal tromba,

el devastador huracán cortalotodo y matón, ​​ 

el que trae lepra, gripe, da risa, el polvo de​​ 

 ​​​​ aquel lago de Texcoco​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ envuelto en torbellinos pequeños, cuasi​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ domésticos, aunque fieros, ​​ 

 ​​ ​​ ​​ ​​ ​​​​ cargando la bolsa de plástico, el cartón, el​​ 

periódico, la arena ​​ 

de la obra de la casa que nunca terminarán de hacer,​​ 

siempre promesa, sueño, futuro,

oliendo a varilla desnuda.

O el tornado, que ni qué.

 

O el aire que exhala una iguana, el aliento de un gallito,​​ 

el apestoso hocico del perro, el del gato,

el del rojizo perico,​​ 

el de la víbora que habló en el Paraíso,

si no es que el de Tomás de Aquino.

O el mío. El mío a media noche, el mío al despertar,​​ 

el cargado de ajo al acabar de comer.​​ 

El de azúcar de la merienda. El de la furia, amargo.​​ 

El que sale de mi pecho cuando escribo un poema,​​ 

como éste,

oliendo a ilusión, a Palabra, ensoberbecido creyéndose

eterno.

 

Lo que trae cualquier viento, soplo, murmullo, aliento,​​ 

silencio.

La multitud, el pueblo, la cifra de una encuesta, el total,

la caída.

la dequecuantohay.

La salud, el cáncer, la longevidad, la corta edad cortada

en el accidente,

el suicidio, el sobreviviente luchón.

 

Puf. Un puño echado al vientre de Nada.

 

Todo pasará por igual.​​ 

Todo se irá.​​ 

Día, viento, luz, gesto, deseo, silencio,​​ 

ilusión, dolor, amor, cosa, ser viviente, órgano por más tenaz.

 

Todo, y toda sangre, como ellos,​​ 

tal como lo dijeron nuestros ancestros,​​ 

llegará a su inmovilidad.

 

 

 

 

Imagen que contiene Texto

Descripción generada automáticamente

Foto montaje de una persona

Descripción generada automáticamente con confianza media

También puedes leer