Poesía mexicana: Ariel Miller

Leemos al poeta y traductor mexicano Ariel Miller (1994). Este poema fue escrito durante una estancia de tratamientos intensivos por paro pulmonar, cardíaco y falla pulmonar.

 

 

 

 

 

 

Ariel Miller (México, 1994) es licenciado en Historia y Arte, poeta y ha traducido textos poéticos del persa, árabe, inglés, portugués, sánscrito, hebreo y alemán para la revista literaria Opción (México), en cuyo fondo editorial se publicó su traducción de la poesía completa del autor iraní, Sohrab Sepehrí, bajo el título​​ Los ocho libros: poesía reunida​​ (2021). Actualmente cursa estudios de maestría en Estudios de Irán en la Freie Universität Berlin y forma parte del Corpus Avesticum Berolinense. Sus proyectos se centran en la difusión de la poesía iraní y actualmente traduce el poemario​​ Man gurg-e xiyālbāfī hastam​​ (Yo soy un lobo soñador) al alemán con el poeta y traductor iraní Ali Abdolahi. Prontamente se publicará su primer poemario,​​ Las alabanzas y los muertos, en la editorial Aliosventos.

 

 

 

 

 

 

***

 

 

 

 

 

 

Me llamo Ariel Miller Salazar

mi nombre describe una entidad burocrática​​ 

con número de paciente 317235***​​ 

que trae noticias para los poetas y filósofos:​​ 

conocí la muerte que nos espera más allá de las metáforas​​ 

la busqué a pedradas, la llamé, le grité:

no hay llamas, no hay soledad, no hay dolor,​​ 

no hay oscuridad, no hay frialdad,

porque esas son palabras humanas,​​ 

para quien no soy Ariel Miller Salazar:

 

un migrante en Berlín que primero fue violado por un académico,

que se volvió adicto a los estimulantes,

que se inyectó y construyó fantasías de grotescas proporciones,

que dejó polvo en lugar de venas y usa el humor para esconder un dolor que ni siquiera vale la pena mencionar estos días,

que fue internado por intento de suicidio en repetidas ocasiones​​ 

lo suficientemente alejadas de la muerte​​ 

como para no llegar a temerle con el alma​​ 

 

—cuya existencia ayer dejé de cuestionar; existe y punto—,

 

que siguió usando su sangre como un repositorio científico inútil

hasta que se embriagó un poco de más y fue a dar al hospital psiquiátrico​​ 

lleno de una esperanza que hoy describiría como falsa y agujereada,

apedreada, tal vez,

que fue echado a la calle como uno echa a la calle a un perro en un país sin acceso al internet;

como uno rescinde el contrato de un hombre cuya vida claramente vale muy poco y cuya historia vale menos;

 

sin embargo fue su mujer,

—y en todos aspectos la más heroica figura de quien este hombre se volverá bardo hasta​​ 

inevitablemente tomar por mujer a la muerte real, eterna,​​ 

a la muerte biológicamente relevante—

cuya labor consiste en salvar otras mujeres de sus propios senos guerreros con bisturíes;

fue su mujer quien lo adoptó, con terror a devenir madre;

fue su mujer quien dijo: “yo te quiero,

sígueme”

 

¿Quién es Ariel Miller Salazar?

Es un migrante que ha costado cientos de miles al gobierno alemán​​ 

y gana en centavos, porque la vida claramente vale más que la vida.

 

Es un migrante que se creía nada menos que humano por ser blanco y hablar el alemán a la perfección,

a pesar de albergar un enojo del tamaño del mundo hacia Israel​​ 

porque su padre, veterano israelí, jamás lo abrazó​​ 

ni le dijo las más difíciles palabras para un soldado que ha conocido el miedo ​​ 

y brindando muerte sin haberla conocido y por eso la causa tan desgraciadamente:

 

“te quiero, hijo, sígueme”.

 

¿Quién puede nacer de una mujer que vivió junto a una radio tras regresar de Polonia

y aprender algo más que a odiar con un odio amargo?​​ 

 

¿Quién puede no aprender a preocuparse si nació de una madre y una familia que

la abandonó por ser una madre con manos de hombre y lógica de oficial de la Gestapo?​​ 

 

¿Qué hijo de una madre tal y un padre tal puede aprender a lamer sus heridas como un gato al sol cuando el uno se olvidó de haberlo cargado, rollizo y lleno de vida,​​ tras unos años y la otra se cegó y negó un amor necesario cuando la cercanía de la muerte resultó ser causada por una adicción y no por una enfermedad neurológica?

 

Ariel Miller Salazar es un judío a medias y un mexicano a medias

y un migrante que vive en la capital de la República de Alemania,​​ 

Berlín,

en el barrio de Charlottenburg

que la semana pasada fumó un opioide que haría temblar al fentanilo​​ 

y a pesar de ser un hombre relativamente inteligente​​ 

que funge principalmente como poeta, traductor y amante,​​ 

olvidó medir la dosis de un veneno que con 1mg mataría,

y fumó más y sucedió que perdió la consciencia,

golpeó su cabeza con algún objeto,

vomitó, y su cuerpo, claramente fuera de sí,

tomó la valiente decisión de usar sus pulmones como estómago borracho

y respiró el néctar prohibido de los malditos ingleses de 1800,

los médicos llaman a este evento broncoaspiración,

mas la combinación de aspirar vómito, depresión respiratoria e hipoxia generaron un shock séptico pulmonar en el hombre:

Síndrome de dificultad respiratoria aguda

más shock

coma

paro cardíaco

Intubación​​ 

claustrofóbica oxigenación.

Horror.

Miedo.

Rezos de ateo.

 

Ariel Miller Salazar, a estas alturas algo parecido a un bulto muy escéptico a la vida,

siguió respirando el delicioso manjar de mandarinas que había comido poco antes,

emitiendo estertores reales de dudosa definición, tal vez de ayuda para regresar a una vida de amor, tal vez de bienvenida a una nueva forma de biología,​​ 

en todo caso transcurrieron dos o tres minutos, tal vez cuatro,

nadie sabía si sobreviviría, si volvería a hablar:

 

mas la información que prosigue es de dudosa valía hermenéutica:

la mujer de Ariel Miller Salazar,

Anna,​​ 

halló al amor de su vida con una desnudez propia de un ángel

en un charco de su propio vómito,

cantando la melodía menos poética que dormirá en sus ojos para siempre:

 

Anna, mujer, ha salvado en un alma ella más vidas que el cardiólogo de traje con los ojos del diablo que no habla con su esposa desde hace tres siglos,

Anna sabe más de la existencia que cualquier estudioso de la filosofía sin saber quiénes fueron Hegel y Heidegger

y sin jamás haber aprendido el método cartesiano.

 

Anna, que ha llegado al estatus más valioso de humanidad en el que no tiene más necesidad de apellido ni identificación

y asciende al nivel de deidad en un hombre,

esta Anna tiró a Ariel Miller Salazar del pie, expurgó de su boca todos los restos de regurgitación​​ 

y en una decisión de trueno, azufre, de metáfora o religión con Dios:​​ 

antes de llamar a los paramédicos,

¡prefirió golpear el pecho donde nace su corazón hasta fracturar sus costillas,​​ 

las cuales dejaron en ese momento de venir del hombre y comenzaron a salir de sus golpes de amor, furia, soledad, encono, furia, y furia y furia que surge de quien conoce realmente las maneras del amor y de nadie más!

Violencia que salva.

Y Anna golpeó y golpeó hasta pulverizar las costillas donde estaba el corazón que buscaba una vez más,​​ 

dándole de vuelta la luz que se distingue de la muerte, cuya naturaleza es independiente de la lengua:​​ 

 

no había llamas, no había soledad, no había dolor,​​ 

no había oscuridad, no había frialdad.

 

Y así fue que Ariel Miller Salazar, un joven migrante mexicano, fue llevado al hospital​​ 

por enésima vez

sufrió una larga muerte inducida de 120 horas mantenido en vida por una serie de tubos.

Al sacar los tubos, escupió litros de sangre.

Un dolor tan magnífico que incluso aislado ameritaría años de terapia.

 

3 días y 3 noches con tubos y vacíos de oxígeno que más vale fueran torturas​​ 

para comprobar quién quiere vivir y quién no se supedita al sufrimiento para sobrevivir.

Claustrofóbico.

Cueva del alma.

 

Ariel Miller Salazar renació de la muerte en el quinto día,

la segunda venida de un hombre cansado.

 

Recibió todo el amor del mundo cuando todo el mundo creyó que la causa del infortunio letal había sido una caída

y perdió todo el amor del mundo cuando confesó que el infortunio letal había sido causado por una sobredosis de opioides.

 

Psiquiatría vs. neurología

 

Porque sufrir de esclerosis múltiple es más socialmente cómodo que sufrir de adicciones.

 

Mamá se fue y ya no dijo más: “te quiero, hijo, sígueme”​​ 

como solía decir.

 

 

Ariel Miller Salazar no aprendió a creer en Dios,

pero aprendió que la muerte no tiene simbolismo,

que la vida es una diosa que se llama Anna,

 

Y con este poema, Ariel Miller Salazar se despide de la lengua española que algún día amó.

 

 

 

 

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