Antón Shammas (Fassuta, 1950) es un escritor y traductor del árabe, hebreo e inglés. Fue uno de los fundadores de la revista árabe aš-Šarq (El oriente). Entre sus publicaciones resaltan los poemarios Prisionero de mi vigilia y de mi sueño (en árabe), Tapa dura (en hebreo) y Tierra de nadie (en hebreo) así como la novela Arabescos (en hebreo). La fuerte y dura permanencia de la identidad palestina en la lengua hebrea han hecho de su literatura una difícil y dolorosa búsqueda por el Yo en la lengua del asesino.
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En vano intento recordar quién lo dijo. Afuera
sopla certero el viento sobre los muros, como la lengua
de un gato sobre una escofina. Es lo único que recuerdo:
la tristeza es un callejón sin salida, una calle de dirección única.
Detrás de ustedes se alzan los muros y las masas los rodean: todos los presentes
toman sus rifles y como si alguien dijera “¡fuego!”,
aplauden.
Al ponerme de pie, una mujer acomodó el cuello de su sobretodo
y movió con empatía su cabeza. Tal vez ella recuerde el viento que afuera
sopla certero sobre los muros.
Una mujer se protege del frío con el cuello de su sobretodo
y periódico,
y el silencio entre nosotros es como una escofina
lamida por la lengua del poema.
¿Cómo vendrá, pues, el poema?
Pido perdón
No tengo necesidad de comenzar con la primera persona singular:
pido perdón.
No sabía que me tomaría tanto tiempo
llegar aquí.
El final de la memoria penetra el subconsciente
en el profundo final de la alberca. Con un silencio relativo,
con mucha seguridad.
Una pelusilla aterciopelada recubre mi voz,
como los cuernos de un venado miserable. Hasta la gran
temporada de apareamiento. Hasta nunca.
Soy mi propio residente, soy un fiel ciudadano
de mis amores. Amores que fueron
y que toqué con las palmas de mis manos.
Una pelusilla aterciopelada recubre mi voz, pero no mis manos.
Mi Isaac decidió desde hace un tiempo: no sólo la voz,
no sólo las manos, también el tiempo.
Pero al final llegué, y heme aquí. Y hubiera sido feliz,
de no ser porque mi infancia presionó el botón de alarma
cuando quedó atrapada en el elevador de la memoria.
Caminábamos por la calle
Al caminar por la calle, contra el viento,
sabíamos que perderíamos el juego. De cerca
era difícil discernir lo que estaba lejos. Primero
pasaron entre nosotros postes de luz y árboles,
y después: personas y carriolas,
todo tipo de cosas. Al final,
tan sólo el viento, que había ido contra nosotros y había traído
las noticias que habían caído de la ventana
abierta, pasó entre nosotros.
Y de lejos era fácil discernir lo que estaba lejos.