Rubén Márquez Máximo. (México. 1981) Poeta y Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Sus poemas han aparecido en revistas impresas como alforja. Revista de poesía, Crítica, Casa del tiempo, Rio Grande Review o Nueva York Poetry Review, así como en diversas publicaciones electrónicas nacionales y extranjeras. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, al árabe, al griego y al italiano. Ha sido incluido en las antologías de poesía: La luz que va dando nombre (1965-1985): Veinte años de la poesía última en México (2007), El oro ensortijado. Poesía viva de México (2009), Antología de poesía contemporánea. México y Colombia (2011), Antología general de la poesía mexicana (2014) y Al menos flores, al menos cantos. Antología de poetas del mundo (2017). En Ediciones Alforja ha publicado el poemario Pleamar en vuelo (2008) y en Valparaíso México Las batallas de Eros (2016).
En el verdor oscuro de la hojas
La mañana asomando sin abrir el día
la fiel promesa del que sabe que nada es cierto
aquello que quisimos
lo que no supo quedarse en alguna parte
el solitario beso que venía y se marchaba
miel de agua silencio trascurriendo.
Aquellas tardes fuiste lluvia
luz oculta en la palabra
mirada abierta para nadie
presencia siempre aprisa.
Transitaron los días sin tu aliento
fuiste lo que dejaste
un aguacero de ausencia entre los labios.
La incertidumbre de sus días te quemó el aliento.
No supiste si su cuerpo recordó las tardes
cuando tu lengua era agua que tocaba.
Lo que te dolió fue no saber una expresión
un indicio de sus pasos que llegaron a otra tierra
a otro tiempo.
Te seguí recordando
fueron los días que nunca estuvieron y quisimos
los días que el deseo buscó presencias
presagios sin cumplirse.
Fueron los días fugaces del presente
los días que hicieron de las cosas
un viento de caricias inconclusas.
Vuelvan las tardes
y el tiempo reverdezca con tus hojas
los días abran su presencia
todo trascurra hacia nosotros
al instante que no cese.
Vuelva a sentirte
germine la tarde en tu mirada
tu cuerpo de humedad constante
el vestido negro
que incendie el aire con las flores.
Era su cuerpo un delirio de amenas flores
Esta tarde conocí a Dafne
transité su cuerpo de humedad abierta
eterna espiral en llamas.
Afuera el viento era un bramar de flores
un aliento que venía hacia nosotros
rasgando las cortinas
con el filo del aroma.
Nada pudo detenerla.
Llegó con su vestido negro
incendiando el aire con las flores
el sueño y el delirio.
En tarde de verano
abres los botones de su alma
revolviendo tus manos en el hueco
que hay entre su piel y el aire.
Su calor intenso sentirás por vez primera
el aroma de flores de su cuerpo
desbordado por el viento.
Esa tarde dejará Dafne que la veas
vestirse lentamente
y empezará nuevas caricias.
Viene el recuerdo que tendremos
el tiempo es lluvia alborozada
olor a tierra solitaria.
En medio del silencio caminamos
oyendo la música del agua
el aire y el aroma de un adagio
su partitura de calor oculto
escurriendo ameno por la tarde.
Hay destellos de humedad y canto
en las cosas que tocamos
y los besos simplemente se evaporan.
Abrazo la tarde en la quietud del árbol
Un nuevo día amanece en nuestros ojos
y el sol que viene hasta mi cuarto
es el mismo que ama en otro sitio
su pie que asoma por debajo
de las sábanas de vivas sombras.
Es la luz que alumbra los distantes pasos
la luz que toca las miradas
y me hace buscarte en medio del vacío.
Luz que se disgrega y se confunde
con el abrazo o la partida.
Las tardes tuvieron algo de rareza
mientras tu nombre era pronunciado por la lluvia
con el aroma de la verde ausencia.
Fueron los silencios los que se nombraron
las aves de colores que brillaron en la noche.
Aquellos días sin ti
se volvieron notas negras
un violín sin cuerdas que estremeció el viento.
El tiempo que trascurre
empieza a tocar la tarde.
No vienen los laureles
y la caída de las hojas
se enciende en lo profundo
de la raíz quebrada.
En el ambiente pleno de su ausencia
todo lleva oculto
el sabor amargo
entristecido.
Nuevamente no vino Dafne
y entre la verde sombra no cantaba alegre el viento.
La lluvia en abandono
la tarde no albergó su vientre perfumado
y el antro de las ninfas
perdía la humedad de las notas más altas.
Con su partida
Schumann sonó en soledad
adentro de mi cuerpo.
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