El orgullo de pensar: Luis Villoro visto por Juan Villoro

Juan Villoro ha publicado La figura del mundo. El orden secreto de las cosas (Random House, 2023), una especie de biografía intelectual de su padre, el filósofo Luis Villoro. Omar Eduardo Mayorga Gallardo nos ofrece su lectura del libro. Mayorga Gallardo es Director de El Otro Occidente, revista de ciencias sociales y crítica cultural. La imagen de portada es de Rogelio Cuéllar.

 

 

 

 

 

El​​ orgullo de pensar:​​ Luis visto por Juan Villoro

 

La figura del mundo​​ es un​​ cuadro familiar amorosamente crítico, escrito con​​ honradez emocional, ecuanimidad, buen humor​​ y​​ genuino​​ gozo.​​ Es la antítesis de​​ una hagiografía​​ aburrida y​​ pedante.​​ Esta obra reconstruye, a base de recuerdos​​ personales, familiares​​ y de amistades cercanas​​ al filósofo​​ Luis Villoro,​​ la​​ historia personal​​ del autor​​ con​​ su padre.​​ 

Quizá​​ sin proponérselo​​ previamente,​​ el autor​​ echó mano del​​ autoanálisis​​ como​​ método de​​ exploración personal​​ para encontrar​​ el orden secreto de su mundo familiar, aquel​​ que​​ justifica y​​ dota de​​ sentido​​ su​​ existencia.​​ El resultado es​​ un​​ testimonio íntimo, pero también​​ una​​ lectura personal​​ de​​ la manera en que el filósofo entreveró​​ sus ideas​​ y su activismo​​ para comprender​​ y transformar​​ —a su modo—​​ el​​ México que va de la segunda mitad del siglo XX a los albores del XXI.​​ 

A partir de esta​​ reconstrucción​​ afectiva,​​ los​​ lectores​​ comprendemos​​ mejor​​ el​​ universo​​ familiar de Juan Villoro,​​ cuyo centro de gravedad es​​ la figura​​ paterna.​​ ​​ Desde esta ventana interior,​​ el autor​​ nos muestra la vida doméstica del filósofo​​ alejado de​​ su cátedra universitaria.​​ Este examen​​ personal​​ también nos​​ revela​​ la relación de​​ don Luis​​ con sus padres, sus hermanos, sus amigos y sus hijos, desde luego.​​ 

El objetivo de esta obra no​​ persigue fines​​ académicos​​ ni mucho menos intelectuales.​​ Los temas abordados no evalúan ninguna filosofía​​ o corriente de pensamiento​​ particular.​​ Es cierto,​​ en su infancia​​ Juan​​ trató con los​​ filósofos nacionalistas​​ hiperiones,​​ amigos de su padre;​​ pero no​​ como discípulo,​​ sino​​ como​​ hinchas del fútbol.​​ Como pocos,​​ tuvo​​ el privilegio​​ de​​ gritar​​ con ellos un gol en el estadio universitario.​​ 

Como digo, se trata de un libro​​ íntimo: de las difíciles​​ y oscilantes​​ relaciones que los hijos entablamos con nuestros​​ padres a lo largo de nuestra vida.​​ Algunos pasajes​​ de la obra​​ tienen​​ la peculiaridad​​ de ser una verdadera catarsis.​​ Así, leemos​​ en los primeros​​ capítulos​​ las tribulaciones de un niño​​ en medio del universo​​ familiar​​ representado​​ por​​ un filósofo, aquel que consagró​​ su vida a​​ “pensar​​ el sentido de la existencia humana.”

La soledad,​​ el​​ aislamiento​​ y​​ la​​ distancia​​ hacia​​ lo​​ mundano,​​ son condiciones​​ no exclusivas​​ del oficio de pensar.​​ En el caso de Luis Villoro,​​ además de​​ estas​​ señas particulares,​​ su infancia​​ en Bélgica​​ le​​ forjó​​ un​​ voluntario y placentero aislamiento.​​ Su único matrimonio duradero​​ fue con los libros, y por extensión,​​ con el pensamiento y la escritura​​ filosófica.​​ Moralmente,​​ su posición política​​ fue congruente con las ideas de izquierda,​​ sin​​ caer​​ nunca​​ en las trampas de la ideología​​ acrítica.​​ 

Es cierto, la escritura​​ aísla, pero también​​ tiende puentes: funda vínculos personales​​ que no serían posibles de otro modo; pues​​ no siempre el vínculo filial es suficiente​​ para establecer una relación estrecha, comprensiva​​ y amorosa​​ entre padres e hijos.​​ En este examen de sí mismo,​​ Juan Villoro​​ nos​​ revela​​ los diversos puentes que​​ lo​​ unieron​​ con​​ su padre​​ de manera​​ afectiva:​​ el fútbol, los libros,​​ la escritura,​​ su militancia en el PMT y​​ su​​ entusiasmo por el subcomandante Marcos y el EZLN.​​ 

Por eso este​​ es un libro que​​ nos permite conocer​​ simultáneamente​​ algunos​​ entresijos de​​ la vida familiar​​ de Juan​​ y Luis Villoro. Esto me lleva a pensar​​ hasta qué​​ punto​​ los hijos​​ somos​​ la hechura​​ de nuestros padres​​ o,​​ dicho de otro modo,​​ hasta qué punto los hijos renunciamos​​ a​​ ser nosotros mismos​​ con tal de ganarnos la simpatía,​​ el cariño y la atención de nuestros padres.​​ Sin duda, un​​ tema espinoso para explorar la identidad personal.​​ Si la relación con su padre hubiera sido de otro modo, quizá esta obra no existiría​​ y Juan se hubiera consagrado como futbolista​​ o médico.​​ 

Hasta aquí está claro que este no es un libro​​ para​​ filósofos profesionales.​​ Aquí no​​ hallarán​​ las claves intelectuales de​​ las obras de don Luis.​​ La materia de este libro​​ es​​ más​​ frágil, pero no menos​​ trascendente: el testimonio​​ personal​​ de un creador de ficciones respecto​​ de​​ otro creador de ideas​​ filosóficas, cuyo horizonte​​ fue la sociedad de su tiempo, la cual quiso transformar desde la utopía​​ socialista​​ y democrática;​​ incluso​​ apoyando​​ nobles​​ proyectos​​ de financiamiento​​ como “La taquería revolucionaria”​​ o​​ las​​ donaciones para “La otra campaña.”​​ 

Gracias a esta obra sabemos que​​ la identidad mexicana fue​​ para Luis Villoro, además de una preocupación intelectual, una​​ experiencia​​ vital​​ de largo aliento;​​ pues ésta significó​​ una​​ tesonera​​ conquista espiritual​​ que inició con el beso oprobioso​​ del peón​​ en​​ la Hacienda familiar.​​ 

Si la figura del mundo es​​ la​​ reconstrucción​​ crítica y amorosa​​ de​​ Juan Villoro respecto a su padre;​​ podemos concluir, entonces,​​ que​​ las experiencias​​ que aquí comparte​​ son expresión de​​ una​​ reconciliación​​ intempestiva. En​​ este cúmulo de​​ amenas, íntimas y simpáticas​​ historias​​ personales,​​ la​​ cultura libresca​​ fue determinante​​ entre ambos.​​ El filósofo llegó al final de sus días​​ redimiendo​​ teórica,​​ ética​​ y​​ políticamente al México profundo: al​​ mancillado​​ universo indígena.​​ 

Está claro que​​ uno de los legados​​ más visibles​​ que Juan recibió de su padre —además​​ de las obras completas de Octavio Paz—​​ es un talante moral:​​ el​​ orgullo de pensar por sí mismo.​​ Uno​​ lo ejecuta​​ a través de la ficción, el otro a través de la filosofía.​​ ​​ 

     

Casa Rafaelita.​​ Mayo de 2024.​​ 

1

 

 

 

Librería

También puedes leer