Reseña de Lugares comunes, libro de poemas de Zulma Francelia

La poeta mexicana Roxana Cortés reseña el libro debut de la poeta Zulma Francelia (Guadalajara Jalisco en 1993), editado por Editorial Cipselas.

 

 

TRANSFORMAR LO TURBIO EN ALGO BELLO

Sobre​​ Lugares comunes, de Zulma Francelia

 

Po​​ Roxana Cortés

 

En 1957, Gaston Bachelard publicó​​ Poética del espacio. En este libro,​​ el filósofo francés​​ realizó​​ un ejercicio antiexplicativo. Desde una visión fenomenológica, mostró que es posible​​ abordar​​ el espacio poético no sólo de manera estrictamente intelectual, sino​​ también​​ lúdica. Según él, cualquier espacio merece nuestra atención, ya que nos enraizamos con el mundo a través del modo en que lo habitamos.

 

Al comenzar la lectura de​​ Lugares comunes, pensé en el capítulo III, donde​​ Bachelard analiza el espacio a través de metáforas tanto de objetos como de palabras​​ ordinarias. Para él,​​ todas las palabras desempeñan honradamente su oficio en el lenguaje de la vida cotidiana;​​ e​​ incluso las palabras más habituales, aquellas que se adhieren a las realidades más comunes, no pierden por eso sus posibilidades poéticas.

 

Lugares comunes​​ de Zulma Francelia​​ se​​ enmarca en esa poética de las posibilidades.​​ ​​ Su libro​​ apunta hacia​​ un modo de compartir​​ una​​ experiencia​​ inmediata del mundo.​​ Se​​ estructura en dos secciones (Lugares comunes​​ y​​ Lugares no tan comunes)​​ cuyo​​ hilo conductor​​ se entreteje​​ mediante​​ el cuestionamiento por las raíces.​​ Zulma​​ se sirve de diferentes formas de enunciación, donde palpita la ambivalencia​​ entre​​ pertenecer o no a algún sitio.​​ Ella​​ nos​​ dice:​​ 

 

Sueño otra vez con la lejanía de mis raíces,

con un cielo que ya no es el mismo

donde tampoco me reconozco.

 

Nada me quita la sensación de estorbar en la vida​​ 

y no puedo evitar preguntarme
cuál es mi papel aquí,
allá.​​ 

 

Zulma nació en Jalisco.​​ Según​​ su biografía (que consulté en algún sitio de Internet), se crió en Cuauhtémoc, Chihuahua.​​ Luego,​​ llegó​​ a​​ esta​​ urbe vertiginosa:​​ la Ciudad de México. Ignoro cuántos años​​ ha vivido​​ en esta ciudad, pero​​ creo que​​ entre​​ más tiempo​​ se​​ vive aquí,​​ más​​ se​​ emborrona​​ o reafirma​​ la​​ noción​​ de pertenencia​​ a algún territorio.​​ Lugares comunes​​ muestra ese desdibujamiento.​​ En esa medida, no me parece extraño que​​ Zulma despliegue​​ una especie de diario o bitácora de sus emociones.​​ Ella calibra su voz​​ a​​ un​​ ritmo y tono​​ conversacionales; página​​ tras​​ página​​ no tiene reparos en​​ valerse​​ de​​ la libertad autorreferencial, del carácter confesional​​ y una franca​​ sensibilidad​​ generacional.​​ 

 

La​​ latencia​​ generacional​​ (millenial)​​ atraviesa todo​​ el​​ libro. Zulma​​ teje un cuestionamiento al cual intenta dar sentido. Se pregunta constantemente ¿quién soy?.​​ Pero este ejercicio autorreflexivo no se agota en un monólogo.​​ La tensión de su voz personal resuena en la voz colectiva, ahí donde podemos reconocernos porque sus poemas vuelcan malestares de nuestra época: crisis existenciales, trastornos psicológicos,​​ estados mentales alterados,​​ la​​ misoginia,​​ el insomnio y la depresión.​​ Cada malestar​​ se enuncia desde la experiencia​​ citadina.​​ 

 

Vuelvo a Bachelard,​​ él dice​​ que​​ la ciudad es un mar ruidoso, y esos ruidos oceánicos se presentan como un lugar​​ omnipresente​​ a lo largo de este libro.​​ Trazan​​ una cartografía urbana que remite a Walter Benjamin, pero aquí no aparecen​​ las figuras​​ del bohemio ni​​ del​​ flâneur​​ sino una aproximación​​ disruptiva​​ desde la mirada femenina.​​ En poemas como “Poder de la invisibilidad,​​ Cotidiano” y​​ A veces el tiempo,​​ esa mirada​​ se​​ perfila​​ en​​ el registro​​ testimonial:

 

no soy la misma de hoy​​ 

 

soy estas cuatro paredes que me rodean

 

soy un cuerpo nauseabundo
buscando encontrar
tras de sí
sus propias huellas.​​ 

 

Zulma ha dejado el​​ rastro de sus propias huellas en estos​​ lugares comunes”,​​ logrando​​ aclimatar al lector​​ en una atmósfera que genera un sentimiento de comunidad,​​ pero no una que apunta hacia lo​​ trascendental​​ sino​​ hacia aquello​​ que​​ emerge​​ a​​ la superficie.​​ Anne Carson escribió que​​ lo​​ profundo es aún más profundo en la superficie.​​ Este libro​​ parece dejar registro de esa superficie,​​ una donde Zulma​​ escribe desde​​ el​​ yo, ese que​​ anda por este mundo raro y absurdo”.​​ Un​​ yo​​ que​​ superpone el tejido biográfico​​ con el​​ introspectivo.​​ Ese espacio común de la experiencia del mundo​​ contemporáneo, donde​​ un eco reverbera​​ y​​ logra cuestionarnos:

 

(cómo transformo nuevamente
todo esto turbio
en algo bello).​​ 

 

 

 

LUGARES COMUNES

de Zulma Francelia

 

A VECES EL TIEMPO

 

A veces el tiempo

es un gato negro estirando las patas a media sala

lamiéndose sus partes y mirando por la ventana.

A veces es el diablo vestido de seda

y medias de red

en la esquina o en la cama.

También es una lágrima seca y blanca,

un roce insignificante en el metro,

un lunar junto al ojo

que no se sabe si estará mañana.

Y entonces el tiempo se ríe de nosotres

pensando que quizá somos demasiado tontes para existir,

porque tampoco sabemos existir,

no sabemos ni siquiera llorar.

La silla se vuelve una ausencia,

un acuerdo de sacar al perro dos o tres veces por semana,

cada quien por su parte,

como matrimonio fallido compartiendo custodia.

Mientras los libros se empolvan,

sueño otra vez con la lejanía de mis raíces,

con un cielo que ya no es el mismo

donde tampoco me reconozco.

 

No soy la misma de hace un año,

no soy la misma de ayer,

no soy la misma de hoy.

Y el tiempo…

El tiempo se viste de saludos cordiales,

de comidas cotidianas,

de noticias mañaneras

o de un moretón que poco a poco

va volviendo al color de la piel,

esperando su regreso.

Y de pronto se lo lleva todo,

con la prisa de un niño acompañando a su madre a una casa ajena

o como quien está de paso en un hotel y no quiere ser visto.

Y al final todo lo que tengo

ni siquiera me pertenece.

 

 

 

METAMORFOSIS

 

No tengo alas.

Nunca tendré alas.

Pero puedo ser, eso sí,

el hombre raro que despeluca a las gallinas

despiadadamente.

Que una a una

se vayan revolcando con el lodo.

Las puedo unir también

con los alambres que robé de la cerca del vecino,

ponerme una cabeza de pollo,

hacer como que vuelo,

como que cacareo,

como que pongo huevos.

Puedo también corretear niños,

dejar las huellas de mis patas flacas en la tierra

y después morir

despiadadamente

en una triste jaula.

Quisiera un frasquito para mis lágrimas,

que me coman los gusanos o la gente,

que se las unten

y también se conviertan en gallinas.

 

 

 

PAPEL O PIEDRA

 

Aquí en medio

soy como tierra en una grieta

que no puede quitarse,

como astilla que sale hasta que la piel se humedece

o hay que sacarla con pincitas para la ceja y una aguja.

Nada me quita la sensación de estorbar en la vida

y no puedo evitar preguntarme

cuál es mi papel aquí,

allá.

Quizás mi propósito es simplemente

revolcarme como gusano en agua puerca,

bailar como gusano,

vivir como gusano,

mientras mi última neurona lucha por sobrevivir

en este hueco tan inútil como tieso.

Quisiera que mis ojos fueran los de Edipo,

andar por la vida huyendo de un destino irremediable,

vivir en la oscuridad completa

para no tener que cubrirme la cara con las manos

que apestan a cigarro desde las ocho de la mañana

y se aferran a esta vida,

así como la última neurona

o como garrapata en un perro callejero.

Aún no pierdo la buena costumbre

de dar los buenos días

y echar una que otra maldición,

mientras este gastado cuerpo,

esta gastada neurona,

esta gastada vida

al fin termine de largarse.

 

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