BREVE HISTORIA DEL SURREALISMO EN CHILE
Partiendo de la base que el modernismo retrasa su llegada a Chile, debido a problemas políticos y conflictos bélicos locales, es sólo en 1900 que logra afincarse con una gama representativa de poetas: Carlos Pezoa Véliz, Diego Duble Urrutia, Víctor Domingo Silva, etc. Fenómeno similar sucede con la irrupción del surrealismo en Chile. Tomando en consideración que en 1925 Sara Malvar, compañera del escritor vanguardista Jean Emar, traduce en el periódico chileno La Nación una primera parte del Primer Manifiesto Surrealista, y que 1935 aparece el Segundo Manifiesto Surrealista, no es posible acusar un gran desface de tiempo en la llegada del surrealismo. En 1938, casi en el mismo rango de tiempo que demoró en arribar a Chile el modernismo, aparece en Chile un grupo de poetas, que con toda exactitud se podrían definir como los herederos espirituales a nivel latinoamericano más directos del surrealismo francés. En este sentido, los nexos del surrealismo chileno con el surrealismo francés se dan no en un plano de lo recientemente pasado, puesto que en el instante del conocimiento las cosas renuncian a su rango cronológico, dejan de ser pasado, presente y futuro, para hacerse contemporáneas a quien alcanza dicho conocimiento.
El grupo surrealista Mandrágora, genésicamente tiene sus inicios en la ciudad de Talca para después establacerse en Santiago de Chile, donde desarrollan la totalidad de sus actividades. En términos contextuales, son años en que el Frente Popular llega a la Presidencia de la República, a través de Pedro Aguirre Cerda. Al revés de lo sucedido en Francia, en Chile y en el caso particular del grupo surrealista Mandrágora, la vanguardia estética no va a la par de la vanguardia política; al contrario, la actividad surrealista se circunscribe a conferencias, recitales, exposiciones, más la publicación de siete números de la revista Mandrágora, que avalan una adhesión irrestricta al surrealismo francés y a aquella forma de reencantamiento frente a las paradojas de la modernidad, es decir, una realidad determinada por un orden predeciblemente mecánico, donde todo se racionaliza, donde todo es predecible. El cometido es acabar con el dominio de la lógica, desacreditar el racionalismo y así dar paso a la reconquista de los derechos de la imaginación.
Si bien el núcleo fundacional de Mandrágora está compuesto por los poetas Braulio Arenas, Enrique Gómez-Correa, Jorge Cáceres y Teófilo Cid, es justo incluir a Juan Sánchez Peláez, poeta venezolano, como un quinto integrante. Hay un variado número de colaboradores que participaron en distintos números de la revista Mandrágora, algunos de ellos jamás lograron una primera publicación como tal, como es el caso de los poetas Eugenio Vidaurrázaga, Enrique Rossenblat, Armando Gaete, Mario Urzúa y Renato Jara. Distinto es el caso de Gonzalo Rojas (La miseria del Hombre), Gustavo Ossorio (Presencia y Memoria), Fernando Onfray (Trillada fábula en pos de la abolición del colmillo), Mariano Medina (El libro de Diotima), quienes continuaron en sus obras posteriores, en mayor o menor grado, con una inclinación, en términos estéticos, a algunos de los postulados surrealistas. En muchas publicaciones se señala en forma errónea que poetas como Carlos de Rokha, Eduardo Anguita (quien tuvo vinculación con María Valencia, Carlos Sotomayor, Gabriela Rivadeneira, Waldo Parraguez, quienes participaron en la década del treinta en una exposición colectiva en Perú, junto a César Moro), Omar Cáceres, Gonzalo Rojas y Ludwig Zeller formaron parte del grupo Mandrágora, lo cual es inexacto. Si bien aparece junto a Vicente Huidobro una vanguardia orgánica, la diseminación de la vanguardia en Chile no tiene necesariamente que ver con la aparicion del surrealismo en sí; es en primera instancia durante la década del veinte el dadaísmo cuyos antecedentes son el Manifiesto Agú, (Alberto Rojas Jimenez, Juan Marín), grupo de los runrunistas (Raúl Lara Valle, Benjamín Morgado, Clemente Andrade, etc), La Rosa Naútica (Neftalí Agrella, Julio Walton, Salvador Reyes). La instalación del surrealismo en Chile, en su versión más ortodoxa, tiene un punto de inicio y culminación con Mandrágora. Fueron en rigor tanto Jorge Cáceres, como después Enrique Gómez-Correa, quienes establecieron un contacto directo con figuras epigonales del surrealismo europeo como André Breton, Benjamin Péret, Victor Brauner, René Magritte, etc. No es un antecedente menor a la hora de posicionar a Mandrágora en su legitimación como una bisagra entre el surrealismo latinoamericano y el surrealismo francés. Al respecto, Octavio Paz señala que se trata “Del único grupo auténticamente surrealista de Latinoamérica”. Tanto Braulio Arenas y Enrique Gómez-Correa refuerzan sus nexos con Octavio Paz, dedicándole ambos un texto cada uno. No hay data de otro diálogo con el surrealismo francés, que se pueda calificar como un verdadero vaso comunicante.
Desde 1938 a 1941 se publicaron siete números de la revista Mandrágora, partiendo desde el primero con la colaboración del poeta Vicente Huidobro, en un intento de unificar ímpetus de la vanguardia en Chile. Los inicios escriturales cubistas de Vicente Huidobro y futuristas de Pablo de Rokha fueron suficientes para validarlos como dos extremos de la vanguardia de ese entonces. Vicente Huidobro quien, desde Europa y luego de sus fluidos contactos con las figuras mayores de la vanguardia en ese territorio, trajo un sinnúmero de revistas y libros, que fueron cruciales para muchos de los integrantes de Mandrágora; pero no sólo lo fue Vicente Huidobro, también se le debe al poeta Alberto Baeza Flores la circulación de estos libros y revistas francesas. El principio formulador de Mandrágora fue su concepción de la poesía, tipificada como “Poesia Negra”. Este principio fue extremado en las primeras publicaciones de Braulio Arenas, El mundo y su doble, La mujer mnemotécnica; Enrique Gomez Correa con Las hijas de la Memoria y Catalismo en los ojos y en menor medida en Teófilo Cid con Bouldroud y Jorge Cáceres con René o la mecánica celeste. Es Braulio Arenas quien traduce a Rimbaud y a Lautréamont, buscando en esas traducciones las revelaciones de lo desconocido, que tanto fueron perseguidas por todos ellos.
Si bien tanto Braulio Arenas como Enrique Gómez-Correa, sobrevivientes en las décadas posteriores, mantuvieron su calidad de prolongadores del surrealismo francés, (en menor medida Braulio Arenas), es Enrique Gómez-Correa quien, hasta su muerte, acaecida en 1995, marca un cierre y a la vez abre otra etapa del surrealismo en Chile con la aparición del grupo surrealista Derrame. Sin embargo, unas décadas antes, el poeta Ludwig Zeller, quien se podría situar dentro de esa diseminación vanguardista en el país, junto a poetas como Dámaso Ogaz, Humberto Díaz-Casanueva, Rosamel Del Valle, Stella Díaz Varín, Juan Negro, Jaime Rayo, Hugo Goldsack, Antonio de Undurraga, Heriberto Rocuant, Mahfud Massis, Boris Calderón, Patricio Olivos Wolhk, Enrique Jones, Reginaldo Vásquez, (y tantos otros que deberían recogerse a futuro en alguna antología que diese cuenta de todo este panomara), se pliega a la continuidad de la actividad surrealista chilena a través de exposiciones, (fue director de la sala de exposiciones del Ministerio de Educación), sus propias publicaciones y la apertura del Café de la Luna. Junto a la pintora surrealista Susana Wald desarrollan una intensa actividad de propagación del surrealismo, primero en Santiago de Chile, luego en Canadá (donde fundaron Oasis Publications, donde se publicaron los poemas póstumos de Jorge Cáceres) y finalmente en México (con la revista Vasos Comunicantes). Ludwig Zeller, quien además es un eximio collagista, se enmarca parcialmente dentro de los principios que animaron la poética del grupo Mandrágora, aunque hay un predominio del romanticismo en sus primeras obras, como por ejemplo Los elementos y es quizás el más prolífico de los autores inscritos en la primera y segunda vanguardia. Con la muerte de Ludwig Zeller, ocurrida en México durante 2019, se cierra un capítulo de la vanguardia en Chile para dar paso otro, el grupo surrealista Derrame, quienes recogen toda la herencia anterior del surrealismo chileno y la leen al decir de Walter Benjamin en la “hora de su cognosibilidad”.
Derrame es una de las manifestaciones más novedosas en la órbita surrealista acaecida en Chile entre los años noventa y las dos primeras décadas del siglo XXI, con una intensa actividad que tiene su final en 2019. La historia de esta revista y grupo se puede interpretar como un intenso rebozo de poesía sobre la vida misma, la búsqueda de lo indecible en la espesura de un lenguaje aventado a un convulso sueño y la decisión de adherirse a una peculiar dislocación de los sentidos en el rincón más austral del mundo. Este flujo de imaginación telúrica proviene de un conglomerado de poetas y artistas que creen en el surrealismo como “la afirmación de una conciencia poética del mundo”, tal como lo definía la recientemente fallecida Annie Le Brun, y sienten un arrobamiento por el legado de Mandrágora. Ese comienzo ocurrido en 1996, centenario del nacimiento de André Breton y un año después de la muerte de Enrique Gómez-Correa, es cuando Derrame asoma su efigie febril (posiblemente parecida a Lautréamont), moldeada por unos jóvenes que resisten aquel peso de lo difuso, enquistado en una ilusión “democrática” (postdictatorial, exitista y mediática).
Para Derrame es estimulante, con el fin de continuar la singladura de lo maravilloso, conocer y asimilar anteriores publicaciones nacionales muy cercanas a la experimentación, al surrealismo y a las vanguardias como Mandrágora, Leitmotiv, A Contramar, Entreguerras, La Gran Pirámide Polar, Piedrazo y Ojo de Aguijón (editada por los chilenos Leal Labrín y Flores Eloz en París). La brújula convertida en un impaciente poema indica hacia dónde deben dirigirse los impulsores de ese deseo derramado en los bordes de la literatura y el arte oficial. Rodrigo Hernández Piceros, Aldo Alcota, Roberto Yáñez, Rodrigo Verdugo, Carlos Sedille, Magda Benavente, Braulio Leiva, Iñaki Muñoz, Bessie Porta, Daniel Madrid, José Duarte, Carlos Delgado, Cristián Arregui Berger, Jorge Solís, Jimmy Watt, Christián Schmidt entre otros, son integrantes fundamentales durante todo el período de existencia de Derrame, además de considerar a diversos colaboradores que se destacaron por compartir similares derroteros en el caso de Milan Bodis-Suckel (director de A Contramar), Stella Díaz Varín (la legendaria poeta es un referente trascendental para Derrame, con un hondo vínculo de amistad con la agrupación), Samuel Ibarra (destacable autor en la escena de la performance latinoamericana), Ludwig Zeller y Susana Wald (claves en promover el ideario surrealista en Chile, Canadá y México).
Son ocho números de la revista Derrame, la que con el tiempo va adquiriendo una enorme repercusión en los círculos culturales y le dan un considerable sitial en la historia del surrealismo chileno, tras consolidar un proyecto innovador, internacional, con páginas asignadas a la divulgación no sólo del quehacer surrealista, sino también de otras propuestas artísticas y escriturales afines a una cierta heterodoxia en sus códigos y en su manera de visionar el mundo. En sus contenidos se genera un encuentro entre la palabra y la visualidad, con aportes que provienen de nombres colmados de talento y originalidad en el arte y las letras: Virginia Tentindo, Francisco Copello, Pedro Lemebel, Armando Uribe Arce, Gabriela Trujillo, Jean Benoît, Stella Díaz Varín, Enrico Baj, Antonio Silva, Reinaldo Arenas, Glória Bordons, Marcia Mogro, Alberto Kurapel, Víctor Chab, Carlos de Rokha, Carlos Montes de Oca, Pastor de Moya…
Es relevante la participación de Édouard Jaguer y Anne Éthuin en esta publicación, fundadores en 1952 en París del movimiento Phases, del cual la revista Derrame es parte junto a otras del ámbito surrealista como Boa en Argentina y Edda en Bélgica. Natalia Fernández Segarra, hija de Eugenio Granell y directora de la fundación que lleva el nombre de este surrealista gallego (ubicada en Santiago de Compostela, España), Artur do Cruzeiro Seixas (uno de los promotores iniciales del surrealismo en Portugal y que Derrame le dedica un completo homenaje en su N°8 de 2012) y Sergio Lima (uno de los animadores de la revista A Phala en São Paulo y artífice de un dossier sobre surrealismo en Brasil para Derrame N°5, en 2003) son otras figuras que dan todo su apoyo a las actividades del colectivo de Santiago de Chile.
Si se piensa en cuáles han sido los influjos -esos queridos pares- que marcan al grupo Derrame, se debe sopesar en la estela dejada por miembros históricos del surrealismo, tanto europeos como americanos (André Breton, Victor Brauner, Elisa Bindhoff, Aldo Pellegrini, César Moro, Remedios Varo, Jorge Cáceres, Enrique Gómez-Correa, Braulio Arenas, Antonin Artaud, Leonora Carrington, Roberto Matta por ejemplo), la Patafísica de Alfred Jarry, la ceremonia de la confusión de Pánico (Fernando Arrabal, Alejandro Jodorowsky y Roland Topor), la audacia creativa de CoBRA, la “Poesía Negra” de Mandrágora, los poetas malditos encarnados en Jaime Rayo, Boris Calderón, Heriberto Rocuant (Rodrigo Verdugo ha tenido una destacable labor de rescatar su obra en la revista Derrame), el barroco lezamiano, el infrarrealismo y la huella dejada por el colectivo de pintores latinoamericano Magie Image. Esta multiplicidad de pensamientos e imágenes inyectan una enorme potencia en el avance de Derrame y le permiten posteriormente encontrar una esencia propia, tan onírica, absurda, chamánica, mestiza, mágica, cosmopolita, lúdica, irracional hasta moldear un robusto espíritu rebelde y libertario, sello que se aprecia en todo lo producido por esta agrupapción, desde sus lecturas de poemas y acciones performáticas públicas, revistas, exposiciones (como Phases-Derrame, Galería Artium, Santiago de Chile, 2005; Derrame cono sur o el viaje de los argonautas, Fundación Eugenio Granell, Santiago de Compostela, España, 2005; El Umbral Secreto, Santiago de Chile y Valparaíso, 2009) y su editorial donde se publican libros de poesía de sus componentes y de connotados poetas como Armando Uribe Arce.
Posteriormente aparece una nueva publicación en el panorama surrealista titulada Honidi, dirigida por las artistas y poetas Magdalena Benavente (ex integrante de Derrame) y Verónica Cabanillas (nacida en Perú), residentes en Algarrobo, V región. Editada tanto por La Belle Inutile Edition desde Francia y en el litoral central chileno, Honidi con cuatro números (entre 2022 y 2024), se convierte en un impreso de carácter internacional, visionario y valiente en sus temáticas, con colaboradores provenientes de distintos puntos del planeta. Honidi y Derrame son herederas de una vigorosa historia del surrealismo chileno -que tiene grandes exponentes en los poetas de Mandrágora, en Susana Wald, Ludwig Zeller, Elisa Bindhoff, Roberto Matta, Álvaro Guevara, María Teresa Pinto y Haroldo Donoso- y continúan con esa innovadora tradición de publicaciones latinoamericanas y europeas experimentales y surreales, representadas en el pasado por Mandrágora, QUÉ, La Poesía Sorprendida, Boa, Phases, Rixes, La Gaceta de Arte o La Brèche. Además, este 2024, con motivo de la celebración del centenario de la aparición del Primer Manifiesto Surrealista en Francia, se inaugura en el Palacio Vergara de Viña del Mar la muestra colectiva Elisa, 100 años de surrealismo, bajo la curaduría de Ernesto Muñoz, con el fin de homenajear a Elisa Bindhoff (insigne artista chilena viñamarina, tercera esposa de André Breton y copartícipe en la creación del famoso muro del taller parisino de la rue Fontaine), donde participan una veintena de artistas tales como Magda Benavente, Aldo Alcota, Verónica Cabanillas, Roberto Yáñez, René Ortega, Carlos Delgado y José Duarte, quienes forman parte del movimiento surrealista actual. Allí se exhiben también al público una serie de documentos en vitrinas, entre estos ejemplares de Derrame y Honidi, demostrando así que el surrealismo se mantiene muy vivo.