LOS HUBIERA
Para hacer espacio al progreso
inundaron la aldea,
movilizaron a los lugareños,
entregaron instrucciones precisas:
debían llevarse cuanto flotara.
Aun así, el día después
hubo cientos de objetos
que flotaron por meses:
puertas atoradas por años
cajones que no pudieron abrirse,
retratos de familiares olvidados,
hasta un ataúd flotó días
sin que nadie lo reclamase.
Lo último que se hundió
fue una bota sin espuelas.
Todavía hoy,
una vez al año, abren la represa
y las barcazas de los lugareños
corren a buscar sus antiguas casas
a veces con sus hijos
a veces con sus nietos
a veces solos,
sin su alma.
Algunos
se sumergen en busca de tesoros,
a otros se les oye gritando:
—ahí, ahí, aún no se cae el techo.
—aún se ve la puerta roja.
—esa era la cocina de tu tía.
—ese es mi cuarto.
—ese olmo daba peras.
Al caer la tarde, vuelven las barcas
y la presa esconde otra vez el pueblo
y quedan flotando en el agua
cientos de hubiera.
LOS INGENIEROS
Cuando todo lo salvaje
había sido domado
en otras partes.
Cuando ya no había duda
que el río, el lago y el bosque
serían domesticados
y que el destino
del lobo y del león y del oso
no sería desaparecer,
sino servir de atracción.
Llegaron a esta tierra.
Con ese afán.
Llegaron sabiendo
que debía hacerse aprisa:
estaban sembrando en tierra ajena,
debían cosechar lo antes posible
para poder reclamar un derecho
que no era antiguo.
Por eso llegaron
a sembrar sus semillas domesticadas
a criar sus animales domesticados
a engendrar sus niñas domesticadas.
Por eso pusieron alambre en los campos
y químicos en la tierra
y grandes letreros
con el nombre de cosas
que, hasta entonces,
no había sido necesario
nombrar.
Ni poseer.
Con esa prisa,
construyeron ingenios
para procesar más madera
y más metal
y más químicos
y poner más alambre
y criar más animales
y engendrar más niñas domesticadas,
hasta que se pudiera nombrar
en un libro cada acre
y cada cosa sobre esa tierra.
No porque necesitaran nada de eso
sino por miedo
a que, en cualquier momento,
alguien pudiera venir a reclamar
aquello
que no hubieran registrado
como propio.
ST. STEPHEN’S FLOWERS
Aquel verano, para St. Stephen,
los cerros se llenaron de nubes.
En lugar de disiparse
aguantaron semanas.
Las nubes bajaron hasta el valle.
La humedad hizo renacer el desierto.
El telégrafo hizo correr la noticia.
La gente vino de otros pueblos.
El Middle Town Post
hizo la única foto que se conserva.
Bautizaron el fenómeno como St. Stephen's rains.
Los católicos pensaron que era cosa de la virgen.
Los protestantes que era cosa del diablo;
pero, solo los que conocían
las viejas leyendas
se marcharon a Serpent Pass.
Los insectos corrieron a poner huevos.
Los conejos corrieron a excavar madrigueras.
Los jóvenes corrieron a tirarse al pasto.
[Fuera del valle,
hubo un montón de nacimientos:
los hijos de St. Stephen]
Cuando comenzó a llover
se fueron los visitantes.
Al principio, fue un ligero chispeo.
La alegría de los pozos llenos
desbordó las esperanzas.
Luego, hubo que canalizar los riachuelos.
Después, el agua reventó las acequias.
Hasta que una noche,
después de un enorme rugido,
una lengua de lodo acarició el valle
sepultando cualquier vestigio de progreso.
Solo entonces comprendieron
el nombre
que los habitantes originarios
habían dado a ese lugar.
[...]
Sobre el lodo fresco,
crecieron flores de cementerio.
[...]
A falta de telégrafo
ya no hubo
ni visitantes
ni fotografía.
[...]
Nadie pudo nombrar al fenómeno
St. Stephen's flowers.
De MITOLOGÍA INTIMA
(Rialp 2015)
Accésit del premio Adonais 2014
CARTOGRAFÍA
Mis memorias de tu cuerpo
son paisajes de otros mundos
no habitados por el hombre,
el decálogo de demonios
que habita tu sonrisa,
la orografía exacta de tus senos
poblada de arcángeles,
el océano redondo de tu ombligo,
y más allá,
dragones.
Porque todo aventurero que se precie
tiene siempre listos
un barco y una última frontera,
por si acaso.
Sobre los seres alados II
Es mejor no recoger seres alados,
si alguna vez aparece alguno
al borde del camino,
lo mejor es despedirse de manera educada
y seguir adelante.
Si no es posible resistir la tentación
y uno opta por tomarlo en brazos
y llevarlo a su casa;
lo mejor es darle un rincón apartado
y ofrecerle pan y agua
no más de una vez al día.
Si finalmente uno se encariña
y le ofrece una escudilla de leche con cacao,
si lo acaba enseñando a los amigos,
casi con orgullo,
si termina prestando atención
a su sincera gratitud;
lo mejor es hacerse a la idea
de que resulta inútil correr tras ellos.
No hay escudilla que los retenga
ni gatera con que amenazarles.
Con los seres alados,
solo cabe ajustar los prismáticos.
Conformarse con el modo en que aman
desde allí arriba.
Murmurar desde el suelo:
Yo también te amo.
ARRECHUCHO
Tenía el arrechucho
vocación de tropiezo en el metro
de despedida con olor a tabaco
de encuentro nocturno en cualquier esquina
o en un portal
o bajo las sábanas
Tenía ese arrechucho
necedad fugaz
propensión al instante
pero hoy
este arrechucho
es un abrigo de paño
que se ajusta al alma
con lentitud acogedora
con beso en el hombro
y en el cuello
con tu nombre
sin prisa.
José Antonio Pérez-Robleda es educador, poeta, filósofo. Obtuvo el Accésit del premio Adonais (2014) con el libro Mitología íntima (Rialp 2015). Es también autor del álbum ilustrado Malintzin, la mujer palabra (ladue - edelvives 2023). Actualmente es fundador de Nada dos veces, el podcast de poesía (http://www.nadadosveces.com).