Daniela Pérez Taborda (Santa Rosa de Osos, 2002) es tallerista literaria, integrante del taller de literatura Rayuela y estudiante de Filología Hispánica en la Universidad de Antioquía. Sus textos han sido publicados en diferentes medios digitales y físicos, tanto nacionales como internacionales. Ha participado en festivales y encuentros de poesía, entre ellos en el XXIII Festival Internacional de Poesía de Cali y en el 34° Festival Internacional de Poesía de Medellín.
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Apretar con todas tus fuerzas creyendo salvar
lo que en realidad ahogas
Te afilas,
concentrada en preservar
el amor se desmiembra,
por eso aprietas más fuerte
hasta que el espacio ya no es
torrente sanguíneo
lleno de vasos comunicantes,
sino aire como un millón de agujas.
Todo lo que nos unía nos desconoce,
ahora que me parezco al daño
del que quería salvarte
me pregunto
cuánta destrucción
y cuánto amor nos caben
-al mismo tiempo-
en las manos.
Días en la tierra
Desearía poder regresar a los inicios de la tierra
estar a la altura de los líquenes y tener el fervor de las primeras aguas
ser mineral
indistinguible de los cuerpos celestes que se quedaron arriba
sin preguntarse para qué todo esto si el sol nos quema la médula
si me hago más árida
si me da miedo pensar en un hijo porque no quiero que se asuste
al abrir los ojos.
Para qué
si el tiempo nos marca con una brasa caliente
si somos lo que el tiempo hace de nosotros
esto: animales extintos por dentro
a penas existimos en los contornos y para resistir
lo humano camina de punticas.
Debes, debes entregarte en bandeja de plata el lunes a las siete
olvidarte de tener poros
entregarte como una ostra presta a ser succionada
un plato afrodisíaco
incapaz de erectar las toneladas de hierro acumuladas en la piel.
Mover los dedos cuando están trozados
No se trata de una avalancha,
ni de fuerza para contenerla,
las neuronas exigen su dosis,
sueñan hacer angelitos sobre la nieve,
cada vez más surcos de nieve
son llevados por delante
eres el encargado de recoger el invierno,
guardarlo en el interior
la última vez
te derretiste en la blancura
y el frío quemó los signos vitales
el ardor la asfixia la sala de urgencias
aun así los surcos de nieve se niegan a irse,
otra vez sujetas el impulso
que te trozará los dedos
es una voluptuosidad que cabalgas o te cabalga
-a pelo-
en ese montar y ser montado
-encabrestado por no sé qué fuerzas-
la vida se desboca, el sonido de piedras
se clava en la parte vacía del cuerpo,
el deseo al que tuviste la ilusión
de cerrarle la boca se hace mayúsculo
una sed imbebible
te arrastra por una carretera destapada
cuando logras ponerte de pie
miras los dedos trozados
de nuevo
la necesidad de desgajarte de la estructura ósea
como si el esqueleto hubiera sido un caballo
y en esta parte del camino
de verdad quisieras seguir a pie.
El cuerpo es un espacio de desapariciones
Como un cartílago, un elástico, un hueso de porcelana roja se abrió en dos.
Marosa di Giorgio
I
No fue el sonido de una tela al rasgarse,
fue más bien como un puñado de vacío
arrancado de la piel
para dárselo a alguien,
y que ese alguien sea cosquilleo
retorciéndose sobre ti
y tú mandíbulas apretadas.
Después intentas recoger los retazos,
le pides a mamá que los teja de nuevo
-como si fuera ropa para muñecas-
y pudieras ser otra vez
virginal pura inocente
lo que dicen de las mujeres
cuando no han sido tocadas por un hombre.
Pero no puedes mirar sin sentir vergüenza,
jugar a las muñecas
-mientras el cuerpo se vinagra-
desde el día que llegaste a casa
calada de pies a cabeza
por una membrana rota
recorriendo la breve distancia
entre niña y mujer.
II
Un hombre te quitó la columna vertebral con los dientes,
la buscas hecha bruxismo y el rechinar de cada pliegue
choca contra el olor a pasto podado
ese olor se apila sobre ti,
casi eres hierba cortada al ras
las aspas de la guadaña giran
en la pelvis en el bajo vientre
en el lugar de la garganta donde empieza la náusea
y trasbocas a una niña con piel de conejo
una niña-conejo que salta y te abandona.
Prefieres no preguntar por lo que había antes,
hacerlo es morder el vacío,
hundir las encías en un terreno
segado por aparatos de cuchilla,
casi como decir
por aquí pasó un hombre
y te desfloró.
III
Desvirgar a una muchacha se parece a una carrera aeroespacial,
se concentran los esfuerzos en ser el primero en pisar la luna
tocar lo intacto
y lo intacto erecta a la velocidad con la que crecen algunos hongos
como erecta entrar en un cráter inexplorado
desniñarlo
después de encontrar en él algo similar a la imagen de una virgen.
Terminada la exploración
la muchacha mete la cabeza en el cráter todavía extraño
para averiguar si de verdad cambia el paisaje.
La verdadera señal es esta:
si al abrir las piernas
no expulsas una bandada de golondrinas
no eres más virgen
en un momento fuiste uno de esos rostros virginales
encontrado en una mancha de humedad
luego
la membrana crujió
y el milagro se deshizo.
***