EPITAFIOS DE MADERA: LA POESÍA DE ÁLVARO SOLÍS
Decía Mark Strand que hay poetas que se descubren tras varias lecturas, y hay otros que ejercen un poder de atracción inmediato. Este es el caso de Álvaro Solís, a quien leí en una librería de Villahermosa un martes de febrero de 2007 y a quien conocí por fortuna dos días más tarde: cauto, sereno, misterioso, de pronto bullicioso, igual que sus poemas. Desde el primer instante de la solitaria lectura se apoderó de mí algo que he vuelto a sentir en este nuevo libro, Cantalao, y es la rotunda y casi cegadora claridad de exposición de sus poemas: en un verso condensa tantas cosas al mismo tiempo que cuesta trabajo creer que pueda seguir manteniendo esa misma tensión a lo largo de las siguientes páginas. Y lo logra porque tiene mucho qué decir, un decir acumulativo mas no reiterativo, donde la presencia del mar y el río le permiten encontrar un cauce por donde transita su voz con una conmovedora y total naturalidad.
Sus poemas se desenvuelven como hojas de papiro, caen sin dificultad como las hojas de un árbol, tocan tierra como dulces copos de nieve. Por virtud de su imaginación, aliada de su inteligencia, de su vida vuelta palabras –que no es otra cosa que la misma poesía–, su poética mantiene una musicalidad cauta, en un registro vocálico que cautiva, que atrapa por su exactitud y simetría, por su hábil maniobrar en el lenguaje, el cual nunca excede sus límites sino que por el contrario los refrena, logrando que su poesía sea amplia, diversa, pero ferozmente unitaria. Él está enamorado de las palabras, pero lo suficiente como para no caer en la ceguera de la musicalidad ni en las aguas encrespadas de la experimentación.
En los dos libros que conozco, Solisón y Cantalao, su tono es elegíaco, dulcemente elegíaco, su entonación es salmódica, deliciosamente salmódica, de manera que lo que dice logra encandilar al lector para que éste haga suyas sus propias palabras. Iba a escribir narraciones, porque en los poemas de Álvaro Solís siempre hay un tenue hilo argumental que nos va llevando mar adentro de su poesía. Y allí, en la mitad de la nada de sus palabras, nos suelta, y nos deja solos, al final de un poema, con un verso magistral como éste: “El mar es la tumba de Dios sin epitafio”. Después de esto no queda más que arrodillarse. Es, sin lugar a dudas, uno de los jóvenes poetas latinoamericanos de las últimas generaciones que más convence y, por lo mismo, más promete. Vemos pasar por sus versos, como ráfagas de peces, voces como las de Álvaro Mutis, Saint John Perse, Elytis, Walcott y Cernuda, que no llegan a enturbiar sus aguas, sino por el contrario las fortalecen, las hacen únicas. Necesitábamos una poesía como la de Solís, lejos de un vacío conceptualismo, lejos de un baldío coloquialismo, lejos de ese esquelético minimalismo que algunos han ondeado como su bandera; una poesía que sepa navegar en aguas profundas con la naturalidad de un curtido marino, y que nos lleve con el remo de sus palabras, como lo dice en “Indicaciones del barquero”:
Debes remar sin prisa,
la otra orilla te esperará de todas formas.
Ramón Cote
***
Styx
Largo, lo que se dice hondo,
es el cauce de los ríos que no llegan al mar
y llevan en sus aguas a todos nuestros muertos.
Hondo, lo que se dice largo,
es el río que no abandona su cuenca.
Largo y hondo, lo que se dice ancho,
es el río que lleva a la amargura,
invisible por debajo de las calles
en el dolor de la madre que ha perdido a su hijo,
en el dolor del hijo que nunca conocerá a su madre.
Largo, hondo, lo que se dice invisible,
recorriendo el tiempo de la vida cotidiana,
la luz de los semáforos,
y en las llantas desgastadas de la ira,
río, invisible río,
que de tan hondo, que de tan largo
parece no llegar y llega.
Largo, lo que se dice hondo,
hondo, lo que se dice turbio,
amargo es el río que será necesario cruzar cuando anochezca.
La noche entera
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar.
Ramón López Velarde
I
Nunca miramos el mar,
nunca nos detuvimos a mirarlo inalcanzable.
su furia contenida por años ruge sin parar y las palmeras inmóviles,
oleadas de sofocación, cortinas, entrecerradas ventanas.
Tanto calor como para fundar diez mil infiernos;
arden las paredes y mi cabeza arde en las brazas de este tiempo.
Nunca miramos el mar, nunca entrecerramos los ojos para mirar el mar de abril.
II
Apoyado en la ventana te esperé la noche entera.
La noche era un camino que no se podía recorrer con calma,
extendía sus fronteras hacia donde no era posible esperar.
Porque el corazón no puede soportar las heridas que produce la esperanza,
la noche era un sesgo que nunca aprendí a tomar con sigilo.
Tú me atormentabas diciendo que llegarías más tarde
con la indiferencia que se da la hora a algún desconocido.
Mi corazón era un volcán extinto que de repente exhala pequeñas fumarolas recordando el tiempo de erupción.
Pero aquel día mi paso fue más lento, y llegué tarde,
me esperabas con los jeans color rosa y tu cinta para el cabello y tus zapatos,
y tu bolso de mano y tu llavero y los rasgos de tu blusa y tu indiferencia del mismo color.
Parecías no advertir que te miraba, y pensé que estabas sola, que no esperabas,
que estabas muy lejos de casa, de los sabores resecos del invierno,
que no pertenecías a nadie, ni a ti misma,
mientras te maquillabas sin prisa mirándote al espejo y agachabas la cabeza como avergonzada.
Ese día llegué tarde pero hicimos el amor con toda calma,
luego te pusiste mi camisa color vino
y pedimos comida china, relucían tus blancas piernas donde yo recostaba mi cabeza para recordar tu gesto entristecido de la espera.
Porque la noche extiende sus dominios sobre todos los que anhelan el retorno de alguien que nunca volverá,
mi corazón contiene aun las furias de aquel mar que siempre nos fue inalcanzable.
Nunca miramos el mar,
nunca entrecerramos los ojos para mirar el mar de abril.
No hablo del río
No hablo del agua
no de la cuenca no del lodo
No hablo de la ribera no de los peces
no hablo de las crestas que convoca el viento
No hablo de la transparencia
que desborda
no que inunda
atrapa
infecta
ahoga
olvida
No hablo de las plantas que florecen no sin la lluvia
No hablo de tesoros extraviados por no nativos
ni de monedas no de oro
lanzadas por revolucionarios No
No hablo de armaduras con esqueléticos recuerdos atrapados en metal
No hablo de jaguares en plena cacería
ni de cocodrilos partiendo antílopes por la mitad
como se parte en dos una página
No hablo de cascadas
que es como se llama
a los ríos que se lanzan
por los aires siendo ríos
a los ríos que se lanzan
al abismo sin terror
No hablo de cayucos
ni de anzuelos
no de peces fugitivos
del engaño
No hablo de amarillas alfombras
movedizas
coronando
la corriente
sin su brillo
No hablo de embarcaciones
no del margen que se puede alcanzar con la mirada
ni de iguanas caminando como Jesucristo sobre el agua
No hablo de serpientes
No hablo de la palabra río
no de las letras que conforman la palabra
no hablo de la tilde que cae solitaria
gota de una lluvia apenas iniciada
No hablo de la palabra río
no de las letras que conforman la palabra
El río es otra cosa
que apenas puedo
ere
í
o
Finalmente
A Alí Calderón
Persiste, no en la flama,
sino en la desnuda luz que no calienta.
No en la luz de las antorchas
que incendia la mano que la porta.
Es otra luz que no enceniza
ni transforma lo sólido en etéreo.
Persiste, en la luz de la vela que está lejos,
que no puede apagarse ya con el aliento.
Persiste, no en el vaso,
ni en la arisca gota de la lluvia,
no en el río.
Es otra el agua que llena estos depósitos ocultos en el cuerpo.
Persiste, en el mar que se oculta a la mirada.
El Yalton
La casa era prestada
Atento el río
Atento el mar abierto
El Yalton con lentitud rompe el bochorno de las hediondas literas
del mosquerío también rompiendo olas
Detrás del viejo vapor el delta majestuoso
el pequeño mar embravecido
el mar en la palma de su mano noche y día
Atento el puerto
La casa prestada parpadeando faro o estrella en fuga
la casa de ventanas entreabiertas que anticipa muchedumbres
lanza su sed
su sol
sus armas
y hambrientos esclavos lanzan su red con armas en los ojos
rompen el brillo de las puertas con gritos que aún retumban en los muelles
sólo viven en la memoria de mi madre
mi madre que hoy teme morir de sueño entre jaulas cantantes y pequeñas
de sol
de red
de armas detonantes sin batalla
Ardor de cúmulo el dolor
Silencio es el dolor
De bruma sin memoria es el dolor sin sol
sin red sin jaulas el dolor vuela gaviota sobre el Yalton
en círculos picotea tu memoria
aura quieta o esquirla la memoria
gaviota que se arroja y arranca sus plumas
su pico arranca los ojos y sangras gaviota
se inclina el barco con su peso
inclinas el Yalton con tu peso
y mi madre llora
Atento el mar Cerrado el mar
Atenta la casa prestada
Atenta mi madre de cuatro años
Atento yo desde el futuro
lanzo piedras hacia el ave que ahora se saca el corazón
se come el corazón
Atento yo lanzo riscos a ese corazón
y todo se inclina a punto de naufragio
Atento yo
Atenta tú
Atento usted
Atento Dios
La silla del Glenn Gould
(fragmento)
Se mece un sillón sin nadie sobre un jardín oscuro
lo inunda todo la sombra del futuro que ya no fue
y alrededor del jardín cantan algunas aves
y se agitan algunas ramas sin voz
Desde hace mucho no llueve sobre el pasto
Veo cómo mi hijo avanza entre baldosas de luz
hacia un tiempo para mí inalcanzable
y todo florece a su paso
todas las aves del bosque cantan para él
y una brisa sin rostro agita el paisaje
y una mano invisible mueve el sillón
y mi hijo sonríe
***
Álvaro Solís (Villahermosa, Tabasco, en 1974) es doctor en Literatura hispanoarmericana por la BUAP y pertenece, desde el 2022, al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Recibió el Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra 2003, el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2006, el Premio Clemencia Isaura de Poesía 2007, el Premio Nacional de Poesía Joven Gutiérre de Cetina 2007, y el Premio Alhambra de Poesía Publicada 2013. Ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Tabasco, del Programa Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla, del Programa Estatal para la Cultura y las Artes del Estado de Puebla y del Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología.
Es autor de los libros de poesía: También soy un fantasma (Gobierno del Estado de Tabasco, 2003); Solisón (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Fundación para las Letras Mexicanas, 2005); Ríos de la noche oscura (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit/ Universidad Autónoma de Nayarit, 2008) reeditado en Argentina (El suri porfiado/ Círculo de poesía, 2015), Cantalao (Universidad de Guanajuato, 2007); Los días y sus designios (Editorial El Errante/Educación y Cultura/Profética, 2007); Todos los rumbos el mar (Universidad Autónoma de Zacatecas/ Ediciones de medianoche , 2011), Diarios del mar (Gobierno del Estado de Tabasco/ Instituto Estatal de Cultura de Tabasco, 2012), Bitácora de nadie (Editorial Calygramma/ Secretaría de Educación Publica/ CONACULTA/ Instituto Nacional de Bellas Artes , 2013) reeditado ese mismo año en España (Editorial Valparaiso) y en Costa Rica (Editorial Universidad de Costa Rica) , Estos días sin mañana (Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla, 2020), Ni tarde ni temprano (Instituto Sinaloense de Cultura/Secretaría de Cultura de México, 2020) y Asperger (Gobierno del Estado de Puebla, 2022). También es autor del poemario infantil Querido Balthus, yo también perdí a mi gato (Instituto Tlaxcalteca de la Cultura/Editorial Lunarena, 2007) y coautor de: La luz que va dando nombre, veinte años de la poesía última en México (Gobierno del Estado de Puebla, 2007); El oro ensortijado, poesía viva de México (Universidad Mayor de San Marcos, Perú/ Universidad de Texas/Gobierno del estado de Puebla/Eón editorial, 2009) y La octava más alta de la flauta, seis poetas cubanos jóvenes (Universidad Autónoma de Zacatecas/ Ediciones de medianoche, Zacatecas, México, 2011). Actualmente es profesor de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, adscrito al Bachillerato Internacional 5 de mayo.
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Nuevos maestros de la poesía panhispánica