Michael Benítez Ortiz (Bogotá, 1991). Ha trabajado como editor y periodista cultural. Es autor de varios libros, entre ellos: Bogotrash (Cuentos, 2014), Lo que quería decir era otra cosa (Poesía, 2019) y Papeles (Poesía, 2020). Compiló y editó las obras de los niños poetas: Cumpleaños del tiempo de María de las Estrellas y El gigoló de los dioses de Luis Ernesto Valencia. Ha ganado, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Andrés García Madrid (España, 2020) y el Primer premio en la modalidad de narrativa en el Concurso Literario Nacional e Internacional de Relato y Poesía “Palabras sin fronteras” (Argentina, 2013). Textos suyos aparecen en diversas revistas y antologías de poesía y narrativa. Es cofundador y codirector de la editorial independiente Ruido Ediciones.
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De La gramática de las hienas
I
Soy poeta primitiva, escribo con el cuerpo. Sobre una piscina de vidrio nadan libélulas accidentadas. Las palabras son incendios que se niegan a usar bozal. Vivo en una cueva. Unto con un sapo la flecha con que cazo las sombras de los civilizados.
Aprendí a labrar el fuego con mis manos.
VII
Mi perra corre por las calles escarbando la basura. Estamos en calor. La persigue media docena de perros que quiere su sangrecita. Los conductores paran y miran el espectáculo. Se olvidan de que existo. Observo desde la puerta cómo se queda unida a un macho casi el doble de grande. Voy a echarles agua helada para despegarlos.
Mi cuerpo es un cactus restregándose en la arena.
X
La niña inválida me cosió las caderas a su silla de ruedas. Me hace depilar las cejas de sus barbies, me obliga a cantarle canciones mutiladas que devora en el aire. Me ha cortado las uñas desde la raíz. Me hace cambiarle sus pañales. Beber de su veneno.
Soy la niña inválida.
Soy su silla de ruedas.
De El grito primal
I
Caen bloques de granizo, chocan contra los frailejones. Injertan ruido en sus raíces. Hombres descalzos se arrancan el pelo. Patos traumatizados beben petróleo caliente. Helicópteros convulsionan frente a mi casa.
Tatúo en mis ojos el lugar al que pertenezco.
VII
Te olí a 462 kilómetros de distancia. Comencé a configurar el desastre en una sutil piromanía intravenosa. Descifré el sueño recurrente, la estrecha relación del ají con el cactus. Un rayo atravesó mi espina. Afilé mis dientes, barriendo el universo entero.
Vivo a las piernas de una espiral que muerde el cielo.
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