Egresada de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, y el Massachusetts Institute of Technology, donde completó grados de Maestría en Física, y en Escritura de Ciencias. Ha publicado La última caricia (Terranova, 2014) y El libro azul (Snow Fountain, 2018) galardonado con un Premio PEN de Puerto Rico Internacional (Mención Honorífica 2019). Se ha desempeñado como traductora, intérprete médico, redactora de textos académicos y periodísticos en física y medicina, instructora de escritura de ciencias en MIT, y editora de la revista online Stethoscopes & Pencils en la sección Ideas y poesía. Vive en Illinois, EE.UU., donde se encuentra completando su doctorado en medicina. Cómo contar una historia (http://irismonicavargas.com) es su sitio en la red.
Grieta
los coches se parecen a las brasas
de un fuego primitivo
—-Fernando Valverde
Se abre poco una ventana.
Un saxofón titubea y desafina.
Las ramas ya tienen capullos.
Una mujer canta la melodía
tentando al saxofón a que siga.
Dos campanarios vecinos
inician su coro de altos blancos.
El tren en su rutina. Aúllan los perros.
Se atreven, al fin, los pajarillos
pero las arcas drenan
insidiosas. Las voces
paulatinamente tenues
—la gente
que solo desea abrir ventanas,
de par en par puertas,
imaginar
que todavía son libres.
Muy pronto del barro saldrán,
de nuevo, las ranas, en formación espontánea.
[Nadie recordará lo que perdió.]
La Tierra será plana otra vez.
—//—
Desprendimiento
Hay especies moribundas
que liberan ausencia.
La abeja que yace herida,
marca su propio cuerpo
alertando a la colmena
que el vigor de sus protestas
es inútil.
Los portadores del féretro
ya conocen la inscripción,
oleica, sobre las alas.
Le transportan con premura
hacia la boca del cielo.
El ritual no es vigilia,
sino desprendimiento.
—//—
Desnudo
The powerful can’t tell stories: boasts are the opposite of stories, and any story, however mild, has to be fearless.
—-John Berger
Fue un riesgo
descarrilar el intento de las bestias
por reescribir los cuadernos de la historia.
Lo fue. Y, sin embargo
aún el gesto más nimio de la presa
en su tropel de pulsos
rehusa la tachadura.
Aquello que no muta reboza en el detalle.
Es poco plausible luchar contra una bestia
en tus formas humanas.
—//—
Diario de taxidermia
…tensar lentamente la voz hasta que desafine
—-Sylvia Figueroa
Cuando era niña, y crecía en las montañas,
las madres podían escucharse unas a otras gritar, sus vientres congelados en el alumbramiento.
“Te los cuido un rato,” decía alguna desde su propio balcón. “Así te alivias los nervios.”
Yo no lo habría entendido todavía.
Un día, buscándome los pies
no pude hallarlos:
Eran dos lepidópteros pequeños,
sus alas socavadas por la resequedad.
Entonces comprendí.
El vientre se distiende con la angustia
de la ausencia, el vuelo de los pájaros
no logra repoblarlo.
Los gritos se propagan como el fuego,
en dirección a las cumbres.
Los pies, saturados de sustancias de creolina,
apertrechadas de algodón
sus cavidades más íntimas,
llegan a colocarse
dentro de una caja de cristal.
—//—
Teoría de la salvación
The self is a heavy burden.
—Byung-Chul Han
Me gusta el mar porque no atempera
la aspereza de sus formas.
Deja las cuchillas a los dientes;
el veneno al esputo; las escamas
que convidan la fricción.
El hielo retiene la espada de sus bordes.
El mar se aleja como quiere, luego cruje.
No te asegura la ausencia
del dolor, del frío, el miedo,
de la culpa.
No te promete salvación
en su belleza y, sin embargo.
—//—
Tierna estepa
La nieve de las cimas se adivina en la noche.
—Ricardo Defarges
La luz sobreviene de la nieve
y tres segundos queman
la piel en las mejillas y las manos.
De lejos, la ciudad al fin te alcanza.
El crujido del agua sobrevive al hielo de la ola.
Te recuerda que existe,
la mano calientita, sin escamas,
que no lo ha visto todo.
Besas su dorso, succionas la poesía
de sus entrañas para sobrevivir.
—//—
Pre despegue
La sangre se ha mudado de sus pies hasta su rostro.
Una estrella interior calienta sus mejillas.
Fieles las estructuras a su forma,
no así a su tamaño,
comienzan a pintarse en el trasfondo.
Las luces de ciudad
son nimias erupciones:
cúmulos-coordenadas
que anudan los excesos.
No hay cuerpos bailarines,
ni fusiles,
amantes, cercas, flores.
o barriles de incendio.
No hay gritos,
no hay llantos pequeñitos.
cerrojos, puertas,
semáforos febriles.
Fugaces sonrisas de electrones sorprenden
tocando sus tambores sobre medusas de agua.
Los rios son auroras.
Y todo tan cercano.
Todo tan simultáneo.
La mano que penetra la membrana
constata la tenue liviandad de los alientos.
Es líquido el espacio
sus venas se ensanchan en silencio.
—No existe marcha atrás en las fronteras—
Un denso nudo en la garganta le ha nacido
que pronto será negro.
—//—
La lluvia adentro
Mi voz es una campana que golpeo para
escuchar.
—Natalia Litvinova
Tal vez, insta la lluvia,
descansa
hasta que puedas volver a escucharme,
y descifres
cómo ponerte de pie.
—El mar siempre se escurre entre los dedos—
El navegante aspira a moverse
en los parches de viento
entre los bordes de las nubes.
—//—
Timeline
En 1954, pisaba Vivían Maier
la arena de una playa.
Tendía la manta de su sombra
sobre la espuma del mar
que desprendía de sus olas,
burbujas.
¿Será, acaso, que escribe?
¿Acaso cree ser Poeta?
Sobre su pecho figura
un cangrejito herradura levantaba
su volumen apuntando
con su cola como espada
hacia alguna dirección, como compás.
[La realidad es una actividad de la imaginación.]
La sangre azul del cangrejo
de algún modo le humedece el corazón
a la sombra.