Melissa Sauma Vaca (Santa Cruz de la Sierra, 1987) es Poeta y fotógrafa.
Ha publicado Luminiscencia (2017, Editorial 3600 y 2017, Editorial Llamarada Verde), que recibió el Premio Nacional Noveles Escritores de la Cámara del Libro de Santa Cruz, 2017, y Maneras de parar el mundo (2021, El Ángel Editor y 2022, Editorial Llamarada Verde). Cursó el Diplomado de Escritura Creativa de la UPSA y participa en el taller y editorial de poesía Llamarada Verde.
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Todo en todo
Pensar que todo está hecho de lo mismo:
de nosotros
que en el suelo que piso estarán disueltos
los huesos de mis hijos
cuando yo no sea más que una frase escrita
en lo que un día fuera parte de un bosque.
Que todo cuanto existe está formado
de una misma materia en distintas proporciones
y un pequeño ejercicio del azar es el que determina
que la rosa sea rosa y el lince sea lince.
Que en cada átomo de mi ser está contenido
el vacío contenido en los átomos de cualquier otra criatura
que es esa la sustancia que compartimos
lo que nos separa y unifica.
Que en la tierra y el agua y el aire y el fuego
está la bitácora del pasado y del futuro
y todo lo que construimos es parte de algo que ya existe
y seguirá existiendo cuando nos hayamos ido.
Que no nos vamos nunca
que seguimos transitando el fluir de la vida
como fósil, nevado, nube o río.
Personas bajo la lluvia
Los que corren por el mito aceptado en la infancia
los que se cubren la cabeza con la lista del mercado
o con un sobre de papel madera tamaño oficio
los que intuyen que cubrirse es inútil
los que leen poemas bajo orondas gotas
que resbalan deformando el libro
y dirán que las figuras que la tinta escurre
son también poesía
los que huyen de la lluvia como de cualquier cosa
que acaso pudiera alterar el orden
los que buscan el sol en el reverso de las nubes
y miran a contraluz esperando el arcoíris
los que siempre llevan un paraguas bajo el brazo
los que venden paraguas
los que usan impermeable aunque no llueva
los que tienen la piel impermeable
los que son lluvia
los que se quejan del clima y ponen mala cara
los que hacen como si no hubiera llovido
los que bailan
antes, durante y después de la lluvia
los que cantan
para que llueva, para que deje de llover, porque ha llovido
los que ven llover desde la galería y escriben sobre la lluvia
los que clasifican las gotas en tamaño, velocidad y frecuencia de caída
los que catalogan a las personas en situaciones de lluvia
los que escriben tratados de supervivencia a diluvios
los que ponen música y suben el volumen a la melancolía
los que escuchan en la lluvia una música
los que esperan que dure poco porque tienen que hacer mucho
los que no perciben que ha llovido
hasta que el río desborda
y hay que mudarse de país
y ya no hay tiempo
para hacer maletas
o despedirse
de los vecinos.
Vacío
Tememos al vacío
porque desconocemos su materia.
El vacío
el que nos contaron
el que imaginamos
no existe.
Muchas veces salté
y en el minuto final
una mano frenó mi caída
era mi mano.
Muchas veces permanecí
algo me detenía
aferrada al camino
eran mis pasos.
No hay antagonismo
entre salto y permanencia
así como el vacío no se opone a lo pleno.
El vacío es sólo la sustancia
de la que estamos hechos.
Quien teme al vacío
se teme
a sí mismo.
Agradezco
Agradezco
el instante en que elegí vivir este momento
la firmeza de mis pies en el suelo
la levedad de mis brazos en el viento
el equilibrio
el fuego cada atardecer
las mañanas de agua fresca
transitar esa fina línea que divide el cielo de la tierra
sentir lentamente cómo se disuelve
poder abrazar cada uno de mis reflejos
sentir en este cuerpo
el pulso del universo.
Lumbre
Mi hogar es este fuego
que danza en espiral en mis entrañas
este canto que bulle en mi garganta
y baja por mi sangre hacia la tierra
esta música de ríos subterráneos
que intento transmutar hacia palabras.
Mi hogar es todo suelo bajo mis pies descalzos
mis ganas todas de bailar sobre la lluvia
todo paisaje entre la amplitud de mi abrazo.
Mi hogar es este ahora
este latido incesante
esta certeza de saber
que allí donde estoy puedo habitarme
y allí donde soy
estoy en casa.
El vuelo de los fresnos
Los fresnos cuando vuelan eligen ser semilla
despliegan a sus costados finas plumas
alas traslúcidas, naves efímeras
que se lanzan en espirales al vacío.
Los fresnos cuando vuelan elevan blancas velas
planean entre las trémulas ramas de otros fresnos
buscando en el paisaje una señal de permanencia
el espacio luminoso en que su sueño germine.
Cuando deciden volar, los fresnos visitan sus raíces
beben de la humedad de la tierra el impulso
para el gran salto final, para el inicio
de su nueva travesía más allá del infinito.
Algunos viajan apenas a unos metros
y en cuanto caen se clavan presurosos en el suelo
satisfechos por la proximidad del linaje
estallan de alegría en blancos pétalos.
Otros viajan de forma indefinida
perdidos en la batalla de los vientos
tan lejos que no renuncian nunca
al deleite de ser siempre semilla.
Lo cierto es que ya casi
nadie cultiva fresnos
se sabe que los fresnos
se cultivan a sí mismos.
Un poco de luz y lluvia bastan
un suelo firme
para desplegar entre sus flancos
su promesa de futuro.
Quizás los fresnos no lo sepan
pero poseen una fuerza
latente, contenida
en un espacio diminuto.
Todo el poder de un bosque
condensado en la semilla
la intensidad del sol
en cada brote.
Años después quizás los fresnos
verán volar veleros desde sus latitudes
recordarán el primer salto
evocarán su semejanza con las nubes.
Son indistintos los frutos de los fresnos
intacta fresnitud ser bosque o ser semilla
lo único vital es que los fresnos
recuerdan, ejecutan y replican
la técnica de vuelo de los fresnos.