Rodolfo Hinostroza y su crónica de poesía: Blanca Varela

El poeta peruano Rodolfo Hinostroza es uno de los referentes irrenunciables de la tradición poética latinoamericana. Algunas de sus experiencias e ideas estéticas se han publicado recientemente en el volumen “Pararrayos de Dios”, en el que reúne veintidós crónicas en torno a la poesía contemporánea. Presentamos, como adelanto, “Blanca Varela, pura y dura”.

 

 

 

 

 

BLANCA VARELA, PURA Y DURA

 

Estuve a punto de ser el secretario de Blanca Varela allá por el año ´64, cuando ella se desempeñaba en alguna institución del Estado, y yo buscaba chamba a mi regreso de Cuba. No recuerdo quién me recomendó a Blanca, que buscaba a alguien que la ayudase en su oficina, pero el hecho es que ella misma me entrevistó. Era una mujer de raza orgullosamente limeña, de mucha personalidad bajo su apariencia frágil y menuda, pelo negro, mirada intensa y díscola, y sin pelos en la lengua, que ya era reconocida como una de las mejores voces de la poesía escrita por mujeres, y no poesía feminista, que por entonces prácticamente no existía:

 

 

PODERES MÁGICOS

No importa la hora ni el día

Se cierran los ojos

Se dan tres golpes con el

Pie en el suelo,

Se abren los ojos

Y todo sigue exactamente igual.

 

 

Casada con el gran pintor Fernando de Szyszlo, la pareja había hecho noticia al recibir a Robert Kennedy en su residencia de “Los Cóndores” a su paso por el Perú, con todo un grupo representativo de la intelectualidad de nuestro país. La leyenda decía que era amiga de Sartre y Simone de Beauvoir, de los poetas Octavio Paz, Benjamín Peret y  Henri Michaux, de los pintores Fernand Léger y Rufino Tamayo y del escultor Alberto Giacometti, entre otros, debido a su larga estancia en París, que se prolongaría, con intermitencias en Florencia y en Washington, desde 1949 hasta el 62.

Blanca me preguntó si yo no era poeta y conversamos un poco de literatura. Mi poesía todavía era inédita, salvo algunos poemas salidos en revistas, y aunque ya tenía el manuscrito de “Consejero del Lobo” no había quién me lo publicase. Yo era por entonces un mocetón desmañado, timidón, orgulloso y despeinado, pero le caí bien a Blanca, que me explicó el trabajo, y me propuso un sueldo holgado para comenzar, de modo que mi candidatura quedó para la firma. El trabajo era algo relacionado con la cultura, pero se fue postergando y postergando la famosa firma, hasta que yo no aguanté y agarré viaje con el equipo de cine del poeta Pablo Guevara, que había conocido en el Cuzco, y era la chamba más inmediata que se veía en el horizonte…

Así fue como no fui secretario de Blanca Varela, a la que volví a ver muchos años más tarde, cuando a mi turno regresé de París y me encontré con que mi amiga la americana Cristina Graves, casi era su secretaria, pues vino a escribir una tesis sobre su poesía, se demoró años en hacerla, y se quedó para siempre en el Perú. Ella me volvió a presentar a  Blanca, unos 20 años después de ese primer encuentro que ella apenas recordaba.

Por entonces –los años ´80- Blanca era ya muy famosa, poeta de culto para un público de entendidos, muy respetada por las feministas, aunque ella no se consideraba como tal. Dirigía la sucursal peruana de la editorial mexicana “Fondo de Cultura Económica”, pues mantenía sólidos vínculos con México a través de su larga amistad con Octavio Paz. En 1986 se publicó el conjunto de su obra, antes inhallable, bajo el título de “Canto Villano”, que es el de uno de sus poemarios, y permitió que el gran público pudiera apreciar la amplitud y la intensidad de su obra.  Pero Blanca se mantenía al margen de mundanidades, y aunque su audiencia nacional e internacional seguía creciendo, ella casi nunca aparecía en público, ni participaba en acto cultural alguno. Estaba ya separada de Szyszlo, con quien tenía dos hijos, Lorenzo y Vicente, que estudiaban arquitectura, o ya eran arquitectos, y me hice amigo de Lorenzo, que era un chico encantador, y tenía una empresa creo que de diseño en una casona antigua de Barranco. Él me presentó al que luego sería el diagramador de mi libro de cocina, Juan Gargurevich, que tenía un estudio aledaño.

En 1987  nos encontramos en la Bienal de Trujillo, organizada por la directora del diario “La Industria”, Marigola Cerro, con un grupo de poetas de diversas generaciones: Blanca Varela, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren por la generación del 50,  Antonio Cisneros, y yo por la del 60, y Balo Sánchez León por la del 70. Era la primera vez que leíamos juntos, y había gran expectativa por escuchar a Eielson, que visitaba el Perú al cabo de unos 20 años, desde su última exposición en el desaparecido IAC. Y la curiosidad era aún más viva en el caso de Blanca Varela, pues nadie recordaba haberla oído leer su poesía, y se rumoreaba que esta iba a ser su primera lectura  formal delante de un público formal, y en un teatro lleno de bote en bote, como debe ser.

Fue una lectura memorable. Eielson abrió los fuegos con sus poemas de “Habitación en Roma”, que leyó con mucha claridad y emoción contenida, nosotros los baquianos en estas lides hicimos lo que sabíamos hacer, y por fin le tocó el turno a Blanca. No nos decepcionó. Su poesía pura y dura resonó suavemente en el recinto:

 

 

CURRICULUM VITAE

Digamos que ganaste la carrera

Y que el premio

Era otra carrera

Que no bebiste el vino de la victoria

Sino tu propia sal

Que jamás escuchaste vítores

Sino ladridos de perros

Y que tu sombra

Tu propia sombra

Fue tu única

Y desleal competidora.

 Que el público saludó con una ovación cerrada.

Durante toda esa época nos frecuentamos con cierta asiduidad, Blanca venía a mi casa, yo iba a la de ella, y recuerdo un memorable almuerzo que preparé en honor a Eielson, con Blanca y puros pintores y poetas de la generación del ´50. Pero estábamos a fines de los ´80, con Sendero Luminoso cada día más peligroso y más activo, que decía haber alcanzado el “equilibrio estratégico” y preparaba el zarpazo final. En eso vinieron unos amigos mexicanos, Pancho Serrano y su mujer Patricia, de visita al Perú, y yo los invité a cenar con un grupo de escritores, en casa, olvidando que el día mismo de la cena, Sendero había decretado un “paro armado”, lo que significaba una especie de “toque de queda” terrorista, en el que si no parabas, te mataban. A las 5 de la tarde salió el Ministro del Interior por la TV, para recomendar a la población quedarse en casa y a los comercios cerrar, pues se esperaba una cadena de atentados dinamiteros, y varios de mis invitados me llamaron para cancelar. A las 7 de la noche, cuando llegaron mis amigos mexicanos, no había un alma en las calles de la ciudad. La última en llegar fue la valiente Blanca Varela, a eso de las 9, y nos dijo que Lima parecía una ciudad sitiada, con tanquetas y retenes con bolsas de arena por todos lados, y la gente aterrada, esperando lo peor encerrada en su casa. Les dije a mis amigos mexicanos que si querían se podían quedar a dormir en mi casa, porque era muy peligroso el trayecto a su hotel.  La TV pasaba inquietantes vistas de recorridos por la ciudad, que parecía desierta como en un largo feriado, sin nadie en las calles, salvo algunos apresurados transeúntes… A las 10 de la noche se me prendió el foquito, y me di cuenta, como en un flash, de la brillante y temible estrategia de Sendero… Entonces me puse muy serio, y anuncié a mis amigos que no iba a pasar nada, que Sendero ya había ganado, porque había logrado aterrorizar a la población de Lima sin disparar un solo tiro, y ya no iba a cometer un solo atentado, al menos esa noche. Y efectivamente eso fue lo que ocurrió, y después de la cena mis amigos mexicanos regresaron a su hotel, asustados, pero sin el menor problema.

El 29 de febrero del ´95 Lorenzo de Szyszlo, el hijo menor de Blanca, protagonista de su intenso poema “Casa de Cuervos”, murió en un accidente de aviación. Freud dice que el dolor más grande que puede sufrir un ser humano es el de la muerte de un hijo, y yo le creo. Esa inmensa desgracia cambió la vida de Blanca, quien prohibió a sus amigos darle el pésame, y recordarle a su hijo querido. Según se cuenta dijo: “Ya casi Lorenzo entró en el mismo ámbito de la poesía”. Desapareció pues del mundo, y se refugió en su casa de Barranco, y la dejé de ver durante muchos años.

La última vez que nos vimos fue en un recital organizado por su vieja amiga “Chachi” Sanseviero, donde leímos juntos. Fue tal vez su última aparición en público. Al terminar, cuando ya nos retirábamos, acompañé a Blanca un trecho, sin saber qué decirle, pues sabía que ella no quería hablar de Lorenzo, y yo tenía unas ganas tremendas de decirle cuánto lo sentía, así que comencé a balbucear en la penumbra, y a enredarme en explicaciones, hasta que Blanca, con voz muy dulce me dijo algo que me sonó increíble: “No, Rodolfo, tú lo que tienes que decirme es algo así como: “Siento mucho lo de Lorenzo, no sabes cuánto me ha afectado…” y me fue diciendo en sus propias palabras lo que yo hubiera debido decirle para expresarle mi pesar. Me impresionó tanto, que terminé dándole un abrazo conmovido, y creo que esa fue la última vez que la vi. Después vinieron los premios internacionales que la terminaron de consagrar, el “Octavio Paz” y el “Reina Sofía”, un magro consuelo para tanto dolor. En marzo del 2009, Blanca dejó este mundo para entrar en el Paraíso de los Poetas, que cura todos los pesares.

 

 

 

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