Sarah Holland-Batt: Tres poemas

En versiones al español de Diana Itzel Marín Salazar, presentamos tres poemas de la poeta australiana Sarah Holland-Batt. Uno de sus libros más representativos es Aria, con el que obtuvo los premios Judith Wright Prize en 2009, Kenneth Slessor Prize for Poetry en 2008, Dorothy Hewett Fellowship for Poetry en 2007 y Thomas Shapcott Poetry Prize. En el 2014 participó en el Encuentro Internacional de Poesía Ciudad de México.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Este paisaje ante mí

 

No está escrita, aunque ha vivido en la violencia.

 

Primero la fábrica de pie, silenciosa como un asilo.

Luego el aniquilador mallee con sus puños rojos de flores

y la ceniza de la montaña arrastrándose como una mancha sobre él.

 

Pruebas no tengo, pero te digo

hubo vitrales  aquí una vez, prohibidos.

Emitieron un poco de luz rayada sobre las mujeres.

 

Ahora en matorral y amarilla retama hago frente a la historia

trenzada y destrenzada por rígidas manos irlandesas.

La soga, la cuerda  y la lana cardada son descosidas.

como lo son sus rostros y sus nombres.

 

Londonderry, Cork, Galway, Kildare—

mientras pronuncio las palabras éstas son succionadas

a un hemisferio en la oscuridad.

 

 

No me atreveré a decir

lo que es el sufrimiento o cómo se infligió en este lugar.

A qué punto destroza a un cuerpo, decir no puedo.

 

Pero esta mañana vi a un joven conejo

encorvado entre la maleza y la sombra.

Su cara lesionada, sus piernas demasiado frágiles para pelear,

la sangre baya y costra rosa de su ojo.

 

Había contraído la enfermedad

deseaba un lugar tranquilo para morir

lo trajimos aquí.

 

Y tuvo suerte o tanta suerte como pudo,

hubo tiempo y luz, los halcones y los perros.

 

Aún no se había escrito, seguía fuera de la vista.

 

 

 

 

 

This Landscape Before Me

 

Is unwritten, though it has lived in violence.

 

First the factory stood, quiet as an asylum.

Then the annihilating mallee with its red fists of blossoms

and the mountain ash creeping over it like a stain.

 

I have no proof, but I tell you

there were leadlight windows here once, barred.

They cast a little striped light on the women.

 

Now in scrub and yellow broom I stand on a history

braided and unbraided by stiff Irish wrists.

The rope and span and carded wool are unpicked

as are their faces and names.

 

Londonderry, Cork, Galway, Kildare—

as I say the words they are sucked away

to a hemisphere in darkness.

 

I will not presume to say

what suffering is or how it was meted out in this place.

At what point it breaks a body I cannot tell.

 

But this morning I saw a young rabbit

hunched in brush and shadow.

I saw its lesioned face, its legs too thin to scramble,

the blood-berry red and pink scab of its eye.

 

It had caught the disease

we brought here for it

and wanted a quiet place to die.

 

And it was lucky, or as lucky as it would get—

there was time and light, the hawks and dogs

had not been written yet, and were still out of sight.

 

 

 

 

O California   

 

Quiero despertar en la laguna del cielo

donde la luz del sol se enlaza al mutilado amanecer de la palmera

como cinta adhesiva, una toma aérea rodando y rodando

fuera de la ciudad en el maletero sordo de una furgoneta marrón

a lo largo de los caminos de la muerte, los caminos desiertos, las

curvas cerradas, California, el desierto brillando como la plata en mi ojo

como un coyote, quiero nadar en la alberca de joya jade

de tus solitarias laderas vocales

extenderme bajo las nubes reflectantes,

como un millón de sillas de cubierta, sentir

esa vacuidad desplegarse en mi mente como un lujo,

California, tu hermosa  perplejidad, tu brillo.

O, agítame un basil gimlet en Silver Lake

y cuéntame sobre tus tatuajes, hermana, cómo la muerte

es ese diente malo bamboleando en mi cabeza,

en mi cabeza, California, ese horizonte que se rompe

en aquellas colinas de fondo que conozco como la nostalgia, saguaro rosa

y zumaque, las bayas maduras destrozadas como cuerpos,

cada robusto cactus cruza levantándose contra una pantalla

del desierto de plata, California,  y la noche que continúa como un drive – in,

palmeras detonándose como napalm, estallando como fuegos artificiales por encima de todo.

Quiero recorrer el largo y suave cuerpo bronceado

de California, quiero comer al oso de la bandera

de California, quiero rodar de la carretera como un cadáver

de tus escenas de persecución, quiero preservados

mis dientes perfectos, California, mis dientes sepultados

en la Tierra como una maldición, California, y ¿no me mostrarás

donde se guardan los cuerpos? California,

¿no me mostrarás? Muéstrame, muéstrame.

 

 

 

O California

 

I want to wake in the lagoon of the sky

where sunlight binds the mutilated palm-tree dawn

like duct tape, an aerial shot rolling and rolling

out of town in the muffled trunk of a brown panel van

along the death roads, the desert roads, the hairpin

turns, California, the desert silvering in my eye

like a coyote, I want to swim in the jewel jade pool

of your lonesome foothill vowels,

stretch out under the mirroring clouds

like a million rooftop deck chairs, feel

that blankness unfurl in my mind like luxury,

California, your beautiful blankness, your sheen.

O, shake me a basil gimlet at Silver Lake

and tell me about your tattoos, hermana, how death

is that bad tooth wobbling in my head,

in my head, California, that skyline that breaks

into backdrop hills I know like nostalgia, pink saguaro

and sumac, the ripe berries smashed like bodies,

each ragged cactus cross hoisting up against a silver

desert screen, California, and night that goes on like a drive-in,

palms exploding like napalm, fireworking over everything.

I want to ride the long smooth tan body

of California, I want to eat the bear of the flag

of California, I want to roll like a corpse off the highway

of your chase scenes, I want my perfect teeth

preserved, California, my teeth buried

in the earth like a curse, California, and won’t you show me

where the bodies are kept, California,

won’t you show me, show me, show me.

 

 

 

 

Años luz

 

 

Durante todo el verano los pájaros carpinteros

martillaron nuestro conservatorio,

perforando el revestimiento de cedro

 

con inconsolables óvalos.

Dejaron entrar al viento.

Maltrecha, la casa se dobló.

 

Mi padre subió a una escalera,

embonó los aleros. No hubo diferencia.

Nada podía detenerlos.

 

Desde el asiento de la ventana de arriba

podía ver la oleada volcánica

de sus mejillas rojas trabajando, trabajando.

 

Sabía cómo se sentía querer

perforar hasta llegar al centro de la tierra,

túnel al Viejo Mundo.

 

Durante todo el verano envié cartas

a un continente tan distante

que me hizo pensar en las leyes de la física—

 

el Pacífico se extiende,

su imposible testimonio

como los años luz, una curvatura

 

que no podría medir.

Sabía que yo estaba más lejos

que el tiempo, que cuando reingresara

 

a mi hemisferio

ya estaría transformada,

alejada por todo ese polvo lunar.

 

Afuera, el ruido de las aves como una pistola de clavos.

El daño se propagó.

Para el otoño, mi acento cambió.

 

Vocales del Medio Oeste se deslizaron silenciosas,

sustantivos se rizaron en mi boca.

Finalmente, llamamos a un hombre

 

que instalaba trampas, montando

un halcón falso en el tejado.

El día que el halcón llegó

 

miré a los pájaros carpinteros revolotear aterrados

y luego alzar el vuelo, nervios destrozados.

Entonces era invierno: la nieve se cernió,

 

y volaron al sur para siempre.

Esperé a sentir el cambio.

En todas partes los agujeros oscuros crecieron.

 

 

 

Light Years

 

 

All summer the northern flickers

hammered our conservatory,

pitting the cedar cladding

 

with inconsolable ovals.

They let the wind in.

Battered, the house flexed.

 

My father climbed a ladder,

meshed the eaves. No difference.

Nothing could stop them.

 

From the upstairs window seat

I could see the volcanic surge

of their red cheeks working, working.

 

I knew how it felt to want

to drill to the center of the earth,

tunnel to the Old World.

All summer I sent letters

to a continent so distant

it made me think of physics—

 

the Pacific spread out,

its impossible witness

like light years, a curvature

 

I could not measure.

I knew I was farther away

than time, that when I reentered

 

my hemisphere

I would be changed,

estranged by all that moondust.

 

Outdoors, the birds nail-gunned on.

The damage spread.

By fall, my accent shifted.

 

Mountain vowels crept in,

nouns curled in my mouth.

Finally, we called a man

 

 

who set traps, mounted

a false hawk on the roof.

The day the hawk came

 

I watched the flickers hover in terror

then shear away, nerves shot.

Then it was winter: snow loomed,

 

and they flew south for good.

I waited to feel the change.

Everywhere the dark holes grew.

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