Dentro del dossier Cartografiar en femenino, presentamos a Mariluz Escribano Pueo (Granada, 1935) cursó estudios de Filosofía y Letras y se doctoró en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, en la que ha ejercido como Catedrática de Didáctica de Lengua y Literatura en la Facultad de Ciencias de la Educación. Entre sus poemarios destacan Sonetos del alba (1991 y 2005), Desde un mar de silencio (1993), Canciones de la tarde (1995), Umbrales de otoño (XX Premio Andalucía de la Crítica, 2013) y El corazón de la gacela (2015) y Azul Melancolía. Antología personal, (2016). También es autora de obras en prosa como Cartas de Praga (prólogo de Luis García Montero, 1999), Sopas de ajo (2001, 2ª ed.), Memoria de azúcar (2002), Ventanas al jardín (2002), El ojo de cristal (2004), Jardines pájaros (2007), Los caballos ciegos (2008) y Escuela en libertad (2009); en colaboración con Tadea Fuentes ha publicado, Diálogos en Granada (1995) y Papeles del diario de doña Isabel Muley (2º ed. 2008). Es columnista habitual de Ideal desde 1971, como antes lo fue de Patria.
El destierro (II)
A mi madre
Si pudiera destejer tu sonrisa,
si pudiera encontrarla entre la gente
que rodea mi vida, entonces,
cuando todo estuviera en su sitio,
volvería a pensarte.
Ayer fue un tiempo ido,
un asombro glacial y perdurable,
una tristeza afín a la nostalgia,
algo que daña el corazón.
Y, sin embargo, estuviste muy cerca.
Pasaron días y tormentas,
cielos claros con una luz diáfana,
azules como el mar y sus enredaderas,
y la lluvia cayendo muy despacio
con la canción marchándose del corro
porque éramos niñas y pequeñas.
Cuando el destierro era cuestión de horas,
yo no sé dónde estaba tu sonrisa,
quizá escondida entre los muertos
que quedaban atrás en la colina roja.
Memoria, una vez más memoria,
mientras el tren corría hacia Tierra de Campos,
la patria de la espiga,
también la de mi padre.
Desterradas, al fin, en el destierro.
Mañana
Mañana será tarde
para buscarte.
Me invade la impaciencia
de encontrar tu sonrisa,
aquella que tenías
bajo la luz de invierno
cuando yo te besaba.
Porque nada está dicho
yo te escribo esta carta,
y vuelvo a recordarte
en el primer encuentro
bajo la luz de una farola triste,
cuando yo te besaba.
Tenías ojos dormidos
como agua de un mar sin resaca,
y tus manos tan frescas
que apretaste mi nuca
con un tremor de hielo,
cuando yo te besaba.
Quiero verte y besarte
con temblor de noviembre,
y que no me abandones
en tus conversaciones.
Se llama Paula
Desde la luz primera
vive conmigo.
Hemos andado juntas
muchos caminos.
La llevo en la mochila
de los afectos.
La quiero como un perro
quiere a su dueño.
Crecimos con los trigos
de los veranos.
Cruzamos el Pisuerga
una noche con luna.
Aprendimos canciones
junto a los ríos,
y llegamos al mar
una mañana alegre.
A veces, cuando canto
ella canta conmigo,
canciones que recuerdan
la ancianidad del mundo.
Y ahora, cuando dormimos,
soñamos juntas
historias de desvanes
y de muñecas.
Se llama Paula…
olvidé el apellido,
pero tiene mis ojos
y esta mala costumbre
de amanecer con tristeza.
Olvidos de Granada
El cemento ha crecido en la pradera:
y una guerra ha pasado por Granada.
Obuses de ladrillos levantan su insolencia
y dejan la tristeza de campos arrasados.
Era el verde sereno de los campos abiertos,
tranquilos con el alba de los amaneceres,
era una historia antigua de caminos y acequias
cercando una ciudad con un nombre de fruta.
Los espíritus ciegos, señores innombrables,
destruyeron despacio la alegría del árbol,
y talaron con saña un centón de alamedas
como si fueran muertos tendidos en la tierra.
Los especuladores llenaron sus bolsillos,
y Granada perdió lo mejor del paisaje,
lo mejor de una tierra centenaria por siglos,
la serena conciencia del trigo y los maizales.
Una pálida luz estremece la tierra,
cristales y ladrillos sobre las calles tristes,
antes una pradera verde como esmeralda
en la que trabajaban unos hombres alegres.
Azahares en flor y limoneros
manzanos y ciruelos, júpiter y nogales,
flores del pato, acequias, rosales y jazmines,
mastranzos y espiguillas, junto a ríos pequeños.
La ciudad de Granada ha perdido la guerra.
Los especuladores guardarán de por vida
una negra conciencia de destrucción y muerte.
El corazón de la gacela (Valparaíso, 2015)