LO MÁS de la poesía mexicana

Iniciamos un ejercicio de memoria y valoración de la poesía mexicana publicada a partir de 1985, la del pasado reciente. Invitamos a una serie de poetas, críticos, editores, agentes significativos para nuestro campo literario, a que nombren los tres mejores poemas de México o, para decirlo en otros términos, los tres poemas que les resulten entrañables. Cada encargado de la curaduría, en una especie de “Desde dónde se lee”, publicará un texto propio que servirá de epílogo a sus recomendaciones. Cada nueva entrada, por supuesto, nos obliga a preguntarnos ¿qué se lee cuando se lee?

 

Audomaro Hidalgo (Villahermosa, 1983) ha elegido:

 

“Elogio de la semilla” de Julieta Gamboa.
“Habla Scardanelli” de Francisco Hernández.
“Cuerpos” de Jorge Max Rojas.

 

 

 

Julieta Gamboa

 

 

Elogio de la semilla

Sumergida en la bolsa de agua
con la membrana del tímpano todavía formándose
ya distinguía el filo agudo de las voces,
dilatado después de la salida,
continuado hasta la infancia:
   el hombre y la mujer son uno
   a la medida de la procreación;
   en su centro palpita la semilla.
   El lugar de tu cuerpo es una casa
   para sentarte y esperar a que se abra la simiente
   todas las veces posibles
   y que tu rostro y tu voz se multipliquen y te prolonguen.
   Pule tu reflejo en esa casa de murmullos;
   cultiva lo blanco en la ropa
   y tu mesura debajo de las sábanas.

El timbre de las voces construyó el laberinto:
   dos cuerpos iguales deben repelerse;
   el magnetismo no soporta la unión de cargas símiles,
   verdad física.
   El abrazo de una mujer y una mujer abre un tiempo estéril,
   su cercanía tensa el equilibrio de lo vivo.
   Tu piel anómala junto a otra piel anómala,
   aleja la semilla, su germinación, el fin último.
   La torcedura de las ramas se anunciaba en las líneas de tu mano,
   en la ordenación de los astros el día que naciste.
   Estirpe enferma,
   invisible en el mapa de las criaturas.
   Aprieta con fuerza las piernas,
   encierra tu lengua,
   cose los labios,
   inhibe el tacto.
   El deseo yerra cuando anega un campo fértil;
   encuentra el camino para darte a un hombre y recibirlo,
   o busca máscaras que ahoguen el sudor,
   levanta muros que nos salven del contagio.

El exterior de las voces quiso un ser desmembrado,
tronco sin extremidades y sin sexo,
con la espina rota.
Pero mi cuerpo lentamente se hizo sordo,
mi vientre se hizo sordo al timbre agudo
para no secarse,
para no conservar las vísceras ceñidas
y limpiar de prédicas el tacto,
para borrar el ruido de los gusanos
gestando debajo de las piedras.

 

 

 

 

Francisco Hernández

 

 

Cómo cantarte, Diótima, sin vino

1

Cómo cantarte, Diótima, sin vino
y con el piano mudo que a señas me congela.
Cómo describir, en su cadencia, tus lentas ceremonias
si no puedo beberte de mi vaso,
si no te me atragantas rumorosa,
si la botella rota no conserva tu ardor
ni los reflejos.
No hay alcohol, amantísima griega de voz noble,
que se compare a tus claras humedades:
las de tus ojos grandes y en destierro,
las de tus frescas lágrimas fingidas,
las de tu vientre ajeno que humea bajo la lluvia.
Cómo cantarte con la garganta seca,
cómo vivir si no puedo beberte devorándote,
cómo sorber tus músculos tirantes
de alta mujer bandera entre los hombres
si ya no estás emparedada en vidrio,
si resulta imposible licuar el polvo de tus huesos.
Brilla perfecto el sol de los nocturnos.
El veneno en silencio merodea.
La quietud con sus fauces me rodea.

 

 

 

 

Max Rojas

 

 

{CUERPOS Uno}

A Sofía Rodríguez

I

Cuerpos,
hay que abolir el tiempo,
regresar a la esfera.
Sólo el círculo salva
y no hay sino la urdimbre fantasmal
de los regresos y los viajes,
las huidas.

Se huye.
Uno se vuelve sombra fatigada
y se disloca,
se cuartea la huesumbre,
el alma se acongoja y pierde su condición
de almario
donde las penas y el amor que se extravió hace mucho
custodian su vigilia permanente
a la espera del sueño,
del regreso corpóreo de lo ido.

Sombra ya
como caída y yerta,
como badajo de campana que suena y suena
sin sonido alguno,
como camión destartalado y sin siquiera
pasaje funeral a los olvidos.
Sombra que ya perdió su propia sombra
en la búsqueda atroz de tantas sombras
–memoria fantasmal,
fantasmas al acecho
y en fuga circular hacia la nada.

Sólo el círculo salva,
Cuerpos,
su peculiar demencia de formas despiadadas
salva
y lo salvífico, después,
se expande en los infiernos,
se desarrolla y se machaca y clama
su condición desesperada de naufragio.
Sólo el círculo ofrece la certeza
de que lo huyente volverá algún día.

Fervor hacia los cuerpos,
las caídas.
La esfera es lo ejemplar de lo radiante,
la luz inmaculada y fría que se asesina
con mirada dura
–y mira,
los cuerpos tan amados que se abaten
en la niebla
hasta volverse sed o agua apenas
vislumbrada,
vislumbres que lo que ya dejó
de ser corpóreo ofrece en gesto de piedad
o desconsuelo
{no se sabe o se sabrá jamás
el peso de la noche cuando todo cae encima de uno
{y lo degüella.

Palpa el demente nada pero palpa,
con avidez, la nada
y sorbe
lo fantasmal que permanece de los cuerpos
cuando huyen
y sorbe entre los huesos el hueco que dejaron
y sorbe la caída
y sorbe los contornos de lo ido y lo quedado
–lo perenne,
lo fijo e inmutable,
pero también, lo que se pierde.
lo que se deja abandonado
o lo que se abandona a sí mismo
y desguarece,
lo extraviado, lo que se hizo a un lado
o se tiró porque ya no servía
pero de todos modos se quedó atorado
en la conciencia.

Conmiseración por el que yace
perdido entre la bruma,
Cuerpos,
el que deambula en los jardines
como lunático perdido en su inocencia
{fe perdida, razón de la añoranza},
en su rotunda necedad de ser cuerpo cercado
por los cuerpos sombríos del recuerdo.

Fe en la contemplación de cuerpos de mujer
que organiza el espíritu,
acechador de carne
y de zarpazo,
para el descanso de su ánima tristona.
Fe en el descenso de las aguas
y fe en la limpieza de la carne
y en lo pecaminoso que, a veces, se guarda
en el espíritu,
fe en la degustación de líquen y de pasto
entre lo impropio del perdón que llega
y la impiedad,
que se resiste a irse.

Manías del extraviado en los espejos
que contempla los cuerpos
congelados,
la salvación hecha un desastre
y envuelta en su envoltorio de cascajo,
la mortandad que avanza y que no cesa
de incrementar volumen.
Sólo el círculo salva,
Cuerpos.
No crujan,
no estampen la estampida en lo cuarteado,
lo que se desmorona y cae y se hunde
sin remedio.
Lo pasional escurre como un cilindro seco
y ya sin música,
y el que tocaba el instrumento falleció
hace ya tiempo
de afónica nostalgia y ahora tartajea
su adiós de cilindrero
ladrando en el silencio,
alma en crisis
que se integra a la noche y se sumerge en ella.

Sólo lo quieto salva y purifica,
Cuerpos,
lo móvil contamina y roe ácidamente
todo lo que semeja cuerpo
o imagen susceptible de volverse cuerpo.

(No hay salida.
Los muertos rondan los espejos
y no cantan,
palpan lo que oscurece y silban mucho).

No crujan.
La esfera es, dicho con toda propiedad,
lo eterno,
lo cristalino y puro que endurece
lo que llamamos lo eternal
–morada fija
o duradera pasión de allí quedarse siempre
y sin mudanza alguna,
vida y muerte quietas,
sombra ensimismada que se adentra en el cristal
y permanece entera,
crepitante

Crujan.
En lo eternal el tiempo no transcurre,
el devenir deviene en lentitud pasmada,
en detenida cualidad de nada,
en incorpóreo cuerpo de vidrio machacado.

No crujan,
pero chirrien,
cuerpos que están después de haberse ido,
como el aire,
como la luz,
inmóviles,
en detención suprema,
lejanos en el tiempo,
cautos,
a la espera de que algo los sostenga siempre
colgados de las sombras que salen de las lámparas,
fieles,
como estatua obligada a custodiar su sueño,
a ser eternamente igual que al tiempo de su origen.

Crujan,
pero no olviden que, a veces,
chirrian las ovejas
y que el metal, tiernísimo,
susurra vagamente o bala sus pesares
o su destino es triste.
Chirrien
o agiten las campanas
o cabalguen por el ancho mundo,
pero no olviden que el olvido es una cosa dura,
pegajosa,
difícil de olvidar aunque se quiera

(Cuerpos,
la esfera es lo abisal,
la condición de la demencia,
la sensación de que la nada es todo
y él todo es un señor que muere vuelto nada)

El círculo es la perfección palpable,
Cuerpos,
el tiempo que se va pero regresa siempre,
como agua que se estanca entre ladrillos viejos,
enmohecidos,
espejo de la sed de lo corpóreo
que permanece, inalterable,
inmune a los desgastes,
cuerpadamente míos,
eternales,
consumación de los amantes en lo abstracto.

 

***

 

Audomaro Hidalgo

 

 

Tubérculos

 

Hundir la mano en la tierra.

Hundirla hasta palpar la piel áspera de lo oculto: tubérculos, tentáculos

de pulpos que habitan bajo tierra. Tubérculos

que crecen como el miedo, en lo oscuro.

Hundir la mano como lo hacía mi abuelo, en luna llena,

como me enseñó a hacerlo cuando aún podía, cuando tenía fuerza

y extraía tubérculos como tentáculos de pulpos acabados de cazar.

Hundir la mano hasta tocar los intestinos comestibles de la tierra,

hasta donde crecen tubérculos turbios,

como imágenes del sueño, como pensamientos torcidos.

Hundir la mano, lento, como en una profunda herida, lejana

como el día en que mi abuelo me enseñó a cosechar tubérculos

y se me reveló la imagen primera del miedo,

cuando lo tuve sucio en las manos, acabado de nacer,

sin llanto. Palpar la humedad de lo que está enterrado,

como una uña que duele, como el miedo por primera vez frente a mí.

Tubérculos, tentáculos de piel dura, desprendidos de pulpos rotos bajo tierra.

Tubérculos expuestos al sol, en agonía por saberse de antemano hervidos.

Órganos crudos. Formas impuras. Ideas sucias que tiene la tierra.

Bajos instintos. Fetos alargados. Turbulentos tentáculos. Alimento del pobre.

Tubérculos extraídos por mi abuelo los días de luna llena en la tierra.

Hundir la mano.

Hundirla más.

Palpar el miedo a ciegas.

Reconocerlo como a un tubérculo.

Ponerlo sobre la mesa.

Alimentarse de su almidón amargo.

 

 

Audomaro Hidalgo (1983) es poeta y ensayista. Ha sido merecedor de diversos premios como el Premio Nacional de Poesía Juana de Asbaje en 2010 y el Premio Tabasco de Poesía José Carlos Becerra en 2013. Fue coordinador el Encuentro Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer Cámara. Actualmente estudia un posgrado en Francia.

 

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