Presentamos seis poemas de Baudelio Camarillo (Tamaulipas, 1959). En 1993 mereció el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por el libro En memoria del reino, editado por Valparaíso México. En 2004 también mereció el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta. Es autor de libros como Espejos que se apagan (1989), La casa del poeta y otros poemas (1992), En memoria del reino (1994), Poemas de agua dulce (2000) y La noche es el mar que nos separa (2005). Estuvo con nosotros durante el Encuentro Internacional de Poesía CDMX 2015.
Aquí y ahora
I
Me levanto temprano e intento escribir
unas palabras.
Tomo mi taza de café buscando agilizar
el corazón, hacer que su pupila se dilate
y así lograr orientarme en la penumbra.
Todo se viene abajo.
Difícil trabajar con estos materiales
tan propios de la época.
En la luz de este día
la Verdad es escombro
que hay que retirar
una vez derrumbado el edificio.
II
Es un sabor salado el que me dejas
cuando beso tu nombre en los lugares
donde nunca estaremos.
Es una luz extraña la que punza mis manos
como si estrangulara mil astillas de vidrio.
Es un eco el que escucho
de cosas que se rompen con negro sobresalto
en una casa antigua
donde yo duermo solo.
Esther de nuevo
Junto a Esther yo siempre fui un vampiro.
Dos hermosas heridas pude hacerle en su cuello.
De día la alimentaba de exquisitos manjares,
la embriagaba de miel, de perlas,
de espejismos,
le lamía su tristeza;
y era yo su guardián, su lacayo, su esclavo,
si pedía más: su perro.
Pero una vez de noche, desnudos hasta el sueño,
le chupaba su luz
hasta dejarla a oscuras.
Celos
Puedo decir que amo la vida,
que hasta el último día la amo, aunque me dé la espalda,
aunque me ponga trampas, rencorosa,
aunque cada traición sea un martillazo sobre mi mano abierta.
Puedo decir que amo la vida aunque, ebrio de celos,
mire cómo a otros los abraza y los besa,
y sin pudor, desnuda,
entre el cielo y la tierra,
haga el amor con ellos.
Confesiones
Teníamos un gato
mitad tuyo
y
mitad mío.
Vivíamos felices
y el gato ronroneaba a nuestros pies
comía en nuestra mano
y dormía con nosotros.
Pero surgieron odios
malas hierbas
grietas entre tú y yo…
Y por no darnos muerte poco a poco
por la mitad
partimos
aquel hermoso gato
y aceptamos vivir
cada uno por su lado
cargando esos despojos.
Nos habíamos tendido plácidamente sobre la tersa alfombra de tres o cuatro besos. Toda tu piel se había llenado en ese instante de amapolas y hasta donde mi vista contemplaba ardía el silencio de tus ojos en el silencio de una tarde destinada a ser cenizas.
Dos o tres lágrimas son nada porque, escúchame: el amigo que llegó de improviso y oscureció la desnudez del día con su sombra esta semana ha muerto. Lo supe hoy por teléfono. Y cuarenta años dejaron caer sus hojas secas en el suelo de esta tarde y a través de sus ramas desnudas, y hasta donde mis ojos contemplaban, siguen siendo ilegibles el polvo y el silencio.
Balacera
Escribí poemas de amor a los 20 años.
Y a los 30 años escribí también poemas de amor.
Y hube poemas de amor a los 40
y aún a los 50.
Ahora silban las balas.
Si alguna tuviera como destino mi cabeza
llámenle Amor a la mancha
que quede
en esta calle.