“La noche amarilla. 33 + 1 voces de la poesía uruguaya actual” es un dossier que ha preparado Marisa Martínez Pérsico para los lectores de Círculo de Poesía. Su objetivo es visibilizar y difundir un repertorio de voces que se inscriben en distintas tradiciones líricas, es decir, mostrar una parte de lo que acontece en la poesía oriental a partir de cuatro criterios: diversidad discursiva y/o estética, integración equitativa de poetas mujeres y hombres, integración generacional (de por lo menos cuatro promociones etarias) e inclusión de poetas que escriben fuera del país (en Argentina, Brasil, México, España y Suecia). [Lee la introducción a esta muestra aquí] .
Leemos una selección de «Nos fuimos quitando la luz de los ojos» y otros poemas de Claudia Magliano (Montevideo, 1974). Es profesora de Literatura egresada del Instituto de Profesores Artigas (IPA). Su primer libro, Nada, fue premiado en el concurso de Poesía de la Asociación de Bancarios (AEBU) y la Casa de los Escritores del Uruguay, en 2005. Su segundo libro, Res, ha sido publicado por Ático Ediciones en diciembre de 2010 y obtuvo el Primer Premio de Poesía Édita del Ministerio de Educación y Cultura del Uruguay (MEC), edición 2012. En 2016 obtuvo una mención en poesía inédita en los Premios anuales de literatura del MEC por el libro El corazón de las ciruelas, editado en coedición por Ático y Civiles iletrados en 2017. De 2019 es su libro Aquí habita la calma publicado por la editorial La coqueta. Su libro Lo trágico es el olvido obtuvo el Primer accésit en el Concurso de Poesía de Letras Cascabeleras, Cáceres 2018 y fue publicado por Letras Cascabeleras en 2019. Textos suyos integran diversas publicaciones colectivas, entre ellas: Catálogo de la Exposición Joya x Joya, edición bilingüe realizada por el Museo Nacional de Artes Visuales; Poesía Femenina Uruguaya. Una muestra. Serie Un libro un abrazo, Tomo 6, Biblioteca Nacional; Letras e ideas del Uruguay, Revista Casa de las Américas, Nº 281, octubre-diciembre, 2015; De divina proporción, muestra de poetas uruguayos, La coqueta ediciones; El libro uruguayo de los colores (poesía infantil) Topito ediciones; Voces de América Latina II, Meidaisla Editores; Cuerpo, palabra y creación muestra de poesía uruguaya, Editorial Encuentros; Confiado a un amplio aire, muestra bilingüe (español-inglés) de poesía uruguaya, Editorial Yaugurú. Integra también varios blogs y revistas electrónicas, entre ellos: Círculo de poesía; El infinito viajar; El país cultural; Emma Gunst; Transtierros; El poeta ocasional.
El aljibe escupe el agua esa que hemos de beber dijiste
no otra de río o estanque porque la noche trae muertos a la superficie
y en la mañana parece que
ya no quedara nada sin embargo
hay restos de piernas y brazos flotando allá más lejos cerca del molino
y no los vemos
la vida comienza justo en la puerta de tu casa
en el galpón donde se alinea la lana del rabo de las ovejas que cortaste a fuego
chilla y aúlla el ganado res cabeza molida a golpes o de un solo tiro
pac
seca es la muerte de los animales es seca y muda
muda muda no dicen nada los animales no cuando los matan
se dejan ser presa sabrosa ah hoy también comeremos tierna carne de oveja
y mañana la alfombra de cuero acariciará mi piel delante de la estufa
y haremos leños con el monte y haremos el milagro de la noche/ sin muertos flotando en el río porque no los vemos /la vida comienza en la puerta de tu casa comienza /sí así dulce es la tarde cayendo sobre los campos.
Nos fuimos quitando la luz de los ojos.
Todo lo que habíamos visto no era nada más que la forma de la nieve.
Nunca dejamos nuestra huella camino a la montaña
nunca pudimos tocar el frío, sentirlo en las palmas de las manos como otras cosas sí se sienten
algo más delicado todavía
algo más suave que ese frío estático por donde se deslizan los inviernos
unos tras otros
como los pequeños pájaros de Dante que van cayendo tras de sí ante el llamado
implacablemente caen
pesan más que su propio cuerpo
algo los empuja hacia la Estigia
donde Caronte espera
a punto de zarpar.
Nos quitamos la luz de los ojos como si fuera un manto
entonces pudimos ver la nieve
pudimos tocar ese paisaje blanco por los siglos de los siglos dibujado para nosotras
que solo habíamos vivido de los cuentos
y no conocíamos más que el tejado por donde iban las niñas
masticando el corazón de las ciruelas.
Yo hacía fuerza para que vos te murieras. Para no perderte. Para que te quedaras así como ahora, adentro.
Yo hacía fuerza para matarte/ te alentaba/ te daba ánimo/ te estaba siendo fiel, a vos y a la literatura.
No te maté. Eso es cierto.
Te conté que mandé hacer una biblioteca hasta el techo/ de pared a pared/ que necesitaba una escalera para llegar al estante de arriba/ que arriba había puesto los libros que más uso para aventurarme en la búsqueda de las palabras/ para sentir el riesgo de una altura dos escalones superior a la mía.
Yo no te estuve matando. Solo quería que te murieras porque ya no te quedaban libros y porque ya no había una casa en la montaña cubierta de nieve y porque era verano y a vos el verano no te gusta. Y además hacía calor y estabas desnuda y yo por primera vez estaba viendo tu cuerpo/ y descubrí que me parezco a vos/ que la forma de algunas partes tuyas es igual a la forma de algunas partes mías. Y yo podría haber sido vos.
Entonces empecé a hacer fuerza contigo para que vos te murieras. Porque tampoco quedaba aquello que era recuerdo y sostenía.
Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar y me parece que eso no te gustaba.
Yo hacía fuerza para matarte porque vos no podías hablar.
Hay que tener cuidado. Hay que ser cautelosa.
Modosita, decían.
No mirar más que un solo punto, el de adelante.
O la cabeza gacha, agachada, hacia abajo. Bien abajo.
El suelo, las baldosas, el piso, el asfalto, la tierra, el césped, lo que haya debajo de los pies. Mirarlo. Mirar solo hacia ahí. El cielo, el aire, los costados no son para vos. Nada te ha sido reservado. Conservá la postura. La espalda recta, derecha, la curva de tu cuello.
Hay que ser cuidadosa. Tenés que ser cuidadosa. Guardá bien tu cuerpo. Debajo de la ropa guardá bien tu cuerpo. Que no se note que hay un cuerpo allí, una piel, un pliegue.
Hay que ocultarse. Hay que abstenerse de mirar a los ojos, los hocicos, las fauces de los perros.
Los perros parecen animales domésticos. Parecen dóciles los perros. Pero los perros matan. Clavan todo lo que tienen de filoso en los cuerpos blandos, desgarran a veces, se meten adentro de los cuerpos. Arrancan la carne. La destrozan. Y no es para comerla, no. Solo para ser perros matan. Estrangulan con los dientes. Hacen huecos con las garras, dan muerte. Solo por darla. Solo por saberse perros. Más perros todavía.
Hay que tener cuidado. Ser cautelosa. Modosita. Discreta, sobre todo discreta. Tu cuerpo es de los perros. No intentes poseerlo. Poseerte. No te pertenece. No te será dado.
Un hilo de sangre corre por la boca de los perros, cae en finas gotas que se deshacen al contacto con el aire. No es su sangre la que cae. No es de los perros eso que duele. Te duele a vos que no supiste comportarte, mantener la calma que el deseo reclama. No fuiste viva, inteligente, no supiste cómo moverte y te dejaste llevar por el deseo. El deseo te arrastró varios metros sobre la tierra y dejaste un surco. Y eso que vos pensabas en otras descendencias. Creías en tus hijos y en los hijos de los hijos de tus hijos. Y en las hijas de tus hijas y las hijas de las hijas de tus hijas. Creías en una cadena interminable que perpetuaría tu nombre. Por siglos tu nombre estaría en la boca de tu descendencia. Iba a estar, eso pensabas cuando jugaste con las muñecas, cuando dibujaste una casa con chimenea y humo y un árbol y flores alrededor. Porque la vida tenía que prolongarse en el juego, en ese juego que te habían legado solo para vos. Te irías a casar, tan blanco todo, y después esperarías que tu vientre creciera como un globo o una pelota debajo del vestido y aun así estabas dispuesta a parir, porque ese era el designio. Pero los perros se adelantaron a tu suerte, levantaron tu casa bajo la tierra. Te hundieron los ojos los perros porque no supiste no mirarlos. Y eso que solo el suelo te estaba reservado, todo para vos ahí servido para que pusieras la mirada hacia abajo, para que inclinaras bien el cuello, la cabeza, todo tu cuerpo y te quedaras allí como una florcita más a la espera de la lluvia. Como un yuyo que creció imperceptible entre las grandes plantas. Pero tuviste que mirar a los perros, les clavaste los ojos bien adentro, para que te vieran, para que olfatearan tu coraje y te salió mal. Tenías que cuidarte, ser cautelosa, modosita, como decían las hijas de las hijas que te hicieron ver la luz años después de su nacimiento. Y te tocó ser parte de ellas, ser una más te tocó. Y no te diste cuenta, no entendiste que tu cuerpo no te pertenecía y era de los perros, solo para los perros era tu cuerpo.
Lo trágico es el olvido. No recordar el oficio de los padres, aquello que habrá de perpetuarse.
Lo que viene de antiguo trae una falla irreparable. Una grieta en el deseo.
Lo que ha de ser tendrá una forma delicada. Un mecanismo perfecto. La armonía de las piezas indicando el momento justo en que las rebeldes entonarán su canto.
El hermano es una ofrenda, la patria una emboscada.
Hay un engaño, una maldición, un vituperio. El padre trajo tras de sí la peste. La desgracia del nombre.
El relojero ha perdido la precisión de sus movimientos. La brutalidad del gesto por venir.
Ningún oráculo responderá el enigma de la pieza que ha desordenado el mecanismo.
Un reloj es eso que anuncia un canto. El momento exacto en que las rebeldes bajarán a un tálamo de piedra.