Bailando en Odesa de Ilyá Kamínsky en Valparaíso México

Valparaíso México ha publicado recientemente el poemario “Bailando en Odesa” del poeta norteamericano, nacido en Ucrania, Ilyá Kamínsky (1977). Se trata de un libro ultramoderno en su construcción y mítico en su imaginario. El libro es traducido por el poeta costarricense G.A. Chaves, de quien presentamos ahora un texto introductorio a la obra de Kamínsky. El libro se encuentra a la venta en librerías Gandhi de todo el país, así como en Toki [Sushi | Casa de té | Librería] ubicado en Córdoba #229 esq. Coahuila, colonia Roma.

 

 

 

 

Desde su aparición en 2004, el poemario Dancing in Odessa de Ilyá Kamínsky ha generado una constante ola de comentarios y reseñas entusiastas, y entre los elogios más recurrentes se ha enfatizado la exuberante imaginación de su autor, quien ha sido capaz de unir dos géneros en apariencia incompatibles: la poesía moderna y algo sugestivamente cercano a los cuentos de hadas. Pero Kamínsky también se ha visto favorecido en su recepción por un par de accidentes en su vida que a menudo se mencionan y que han convertido a sus poemas en algo casi providencial.

Uno de esos accidentes, quizá el más significativo, es el de su nacimiento en la antigua Unión Soviética y posterior emigración a los Estados Unidos, donde ha vivido la mayor parte de su vida. La imagen de un poeta tan peculiar y tan joven (nació en 1977) ha conjurado la imaginación de los lectores en su país adoptivo, quienes a menudo parecen albergar la esperanza de que Kamínsky retome entre ellos la voz oracular que en décadas pasadas tuvieron poetas del exilio como el polaco Czesław Miłosz o el ruso Josef Brodsky.

El otro accidente es que Kamínsky sufre de sordera desde los cuatro años de edad, y cuando este hecho se contrapone a la extraordinaria música de sus poemas (escritos originalmente en inglés, un idioma que nunca ha escuchado plenamente), el impedimento físico adquiere la magnitud de milagro artístico. Cuando Kamínsky recita sus poemas, su voz, que es una mezcla de canto eslavónico y Violinista en el tejado, se convierte en el instrumento que le da a los textos esa magia inigualable que el público asocia de inmediato con el país brumoso donde el diablo de Bulgákov camina por las calles, donde el déspota de Ajmátova atiborra las cárceles, y donde los amantes de  Chagall sobrevuelan la tierra por encima de sus penas. Todo esto lo contiene Kamínsky en poemas innegablemente modernos, pero que parecen provenir de un mundo mítico para siempre pretérito que atrapa de inmediato a los lectores.

Parte de los motivos por los que esto es así es la rareza misma del lenguaje de Kamínsky. No es algo que se note de inmediato pero, de hecho, lo que de entrada parece un libro bastante directo, descriptivo y hasta narrativo, más de cerca revela estar compuesto de breves momentos de fantasía que terminan por sumir al lector en esa historia personal en clave de sueño que es Bailando en Odesa, una historia que parece acontecer fuera del tiempo:

(…) Puedo cruzar la calle y preguntar «¿Qué año es?» Puedo bailar mientras duermo y reírme

frente al espejo.

Hasta dormir es orar, Señor,

yo he de alabar tu locura, y en un idioma no mío, hablaré

de la música que nos despierta, la música en que nos movemos.

La distancia de ese idioma que se define por lo que no es, por su enajenación (no-mío), al igual que esa rara pregunta, «¿Qué año es?», permite alejar poco a poco al lector de la persona del poeta que escribe para dejarlo simplemente en las manos de las voces que hablan en los poemas. Es en ese alejarse donde se verifica la fantasía y se despierta la imaginación que subyace a los poemas. Por eso, también, adelantar respuestas biográficas al por qué de la extrañeza del lenguaje de Kamínsky sería pasar por alto la plena intencionalidad del autor al teatralizar el lenguaje y hacerlo gesticular:

Yo escribí: «Agárrate fuerte, corazón mío, quiero hacer el tonto, quiero pulir la empolvada moneda del día a día». Ella se rió al leer esto, yo leía sobre su hombro. Puse mi reloj interno a seguir el ritmo de su voz.

El de Kamínsky es un lenguaje sublimado. No pertenece a ningún espacio o época, sino a la literatura. Sus manierismos («Agárrate fuerte, corazón mío…») se confunden con metáforas rebuscadas («la empolvada moneda del día a día») y con tropos sorprendentes («Puse mi reloj interno a seguir el ritmo de su voz») que hacen que todo acabe en leyenda, pero una leyenda que no ha perdido su urgencia humana, histórica. Hay algo casi creacionista, a la manera de Huidobro, en estas frases, pero es un creacionismo con una funcionalidad más allá del pu ro experimento, más cercano a la autorreferencialidad del mundo que van construyendo los poemas y los personajes del libro:

(Mi madre) se convierte en una extraña y hace que es ella, abre lo que está cerrado, cierra lo que está abierto.

Por medio de esos gestos, de esos guiños y de esa extrañeza, Kamínsky conduce a sus lectores por un mundo donde los muertos corren por los pasillos, y Paul Celan conquista a muchachas en los tranvías mientras Isaac Bábel saca a bailar a los taxistas de la ciudad. Los poemas de Bailando en Odesa suenan improbables, pero no son inverosímiles: son el testimonio de una memoria en que literatura y vida se han mezclado de tal forma que son inseparables, tan inseparables como la vida del poeta y el recuerdo de la ciudad donde vivió su familia y él vio la luz.

El reto de traducir a Kamínsky ha sido mantener esa extrañeza tan particular de su escritura, esa música notable y emocionante. Más que en la nostalgia de ese mundo mudo de una Rusia chagaliana, he querido que esta traducción se asiente sobre el presente sonoro que los poemas de Kamínsky recrean, en esos ecos de fantasía y experiencia que han tejido este libro inolvidable. Ya lo dijo la «turista americana» en el poema que la celebra: «todo lo que tenemos de musical es memoria».

 

 

 

 

 

AUTHOR’S PRAYER

 

IF I speak for the dead, I must leave

this animal of my body,

I must write the same poem over and over, for

an empty page is the white flag of their

surrender.

 

If I speak for them, I must walk on the

edge of myself, I must live as a blind man

 

who runs through rooms without

touching the furniture.

 

Yes, I live. I can cross the streets asking «What year is

it?» I can dance in my sleep and laugh

 

in front of the mirror.

Even sleep is a prayer,

Lord,

 

I will praise your madness, and

in a language not mine, speak

 

of music that wakes us, music in

which we move. For whatever I say

 

is a kind of petition, and the darkest

days must I praise.

 

 

 

 

Oración del autor

 

 

Si he de hablar por los muertos, tendré que abandonar

este animal que es mi cuerpo,

 

deberé escribir una

y otra vez el mismo poema, porque una

página vacía es la bandera blanca de su rendición.

 

Si he de hablar por ellos, deberé caminar sobre el

filo de mí mismo, deberé vivir como un ciego

 

que corre por los cuartos

sin tocar los muebles.

 

Sí, estoy vivo. Puedo cruzar la calle y preguntar «¿Qué año

es?» Puedo bailar mientras duermo y reírme

 

frente al espejo.

Hasta dormir es orar, Señor,

 

yo he de alabar tu locura, y

en un idioma no mío, hablaré

 

de la música que nos despierta, la música en que

nos movemos. Pues cualquier cosa que diga

 

es una especie de súplica, y los más oscuros días

tendré que alabar.

 

 

 

 

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