El descubrimiento del “fuego” creativo de Zagajewski, por Roberto Carnero

Presentamos, en traducción de Alfredo Soto Guillén, un breve texto de Roberto Carnero a propósito del Premio Princesa de Asturias de las Letras que fue recientemente concedido al poeta polaco Adam Zagajewski, un autor que con su temperamento lírico ha dado luz en las diversas generaciones posteriores. El presente texto logra conectar a Zagajewski con la tradición poética italiana, en concreto con los poetas crepusculari. Raffaelli Editore publicó este año Il “fuoco eracliteo” nel giardino dínverno, de Adam Zagajewski.

 

 

 

 
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El descubrimiento del “fuego” creativo de Zagajewski

 

Adam Zagajewski es uno de los mayores poetas de la poesía polaca contemporánea. Nacido en Leópolis en 1954, ha encarnado, con aquella que ha sido denominada la generación de 1968, un incontenible deseo de transformación de la sociedad en los años sugestión política del asfixiante control soviético. Los jóvenes poetas de aquellos años entendían el trabajo artístico como intento, considerando que fuese posible favorecer un resurgir civil mediante la fuerza de la palabra. A tal fin creyeron necesario reformar los estatutos lingüísticos y estilísticos de una poesía a su juicio marcada por una retórica excesivamente tradicional, de formas antiguas que era el síntoma exterior de contenidos viejos y privados de coraje. Perseguido por la represión política, Zagajewski emigró en 1982, estableciéndose por veinte años en París, de donde anualmente viajaba a Houston (Estados Unidos) donde impartía seminarios en la universidad local.  Por desgracia la producción poética de Zagajewski en Italia es aún poco conocida, porque han sido muy esporádicas las iniciativas editoriales que han captado la atención el público local. Es, por tanto, una coacción preciosa la selección publicada por Raffaelli: Adam Zagajewski, il “fuoco eracliteo” nel giardino d’ínverno. Se trata de dos volúmenes: el primero ofrece una selección de textos del autor (diez poemas y una prosa), a cuidado de Alberto Franccacreta y con la traducción de Marco Bruno; el segundo presenta cinco contribuciones críticas (de Alberto Franccacreta, Marco Bruno, Salvatore Ritrovato, Daniele Piccini y Roberto Mario Danese). La mirada de la realidad y la traducción de esta última en términos de una ferviente imaginación son las dos constantes estéticas del trabajo de Zagajewski. La condición humana es el objeto privilegiado de su meditación en el verso, en la cual son representadas las tenciones a menudo dramáticas de la historia contemporánea. A veces parece dominar en su poesía un tono que podríamos definir como neo-crepuscular:

“Devuélveme mi infancia, / aquella república de gorriones ruidosos, / la desmesurada selva de ortigas / y el llanto nocturno del tímido laurel. / Nuestra calle vacía de domingo, / el rojo neogótico de las iglesias […] / Entonces, ahora, sabrás seguramente / cómo ser un niño, sabrás, / cómo ver los árboles cubiertos de escarcha, / cómo vivir inmóvilmente”.

Hay también espacio para los sentimientos familiares, como en estos intensos versos sobre la figura del padre:

“Tarde Dominical, septiembre; mi padre escucha / un concierto de Chopin, distraído / […] / pero después de un rato deja de lado el libro, se queda absorto; / […] / y así permanece en mi memoria, recogido, / inmóvil, así permanece para siempre”.

La poesía es así -como explica Ritrovato- un gesto que se coloca entre la tierra y el cielo, también, en una suerte de “diálogo permanente” entre dos esferas complementarias de nuestro ser-aquí-ahora, con aquello que nosotros podemos renovar de lo transitorio a lo metafísico, e insertar en lo cotidiano la reflexión sobre lo desconocido, sobre el misterio.

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