Entrevista con Mario Bojórquez. Tercera parte

Presentamos la tercera y última parte de una conversación sostenida ente el poeta cubano Waldo Leyva y el poeta mexicano Mario Bojórquez. En este fragmento de la entrevista, Bojórquez habla e tres libros capitales en su poesía: El diván de Mouraria, PretzelsEl deseo postergado.

 

 

 

 

 

WL. El mundo, querido Mario, como le gustaba repetir a mi padre cuando yo era niño, es un pañuelo. Y si lo era entonces ahora lo es mucho más dado el avance de la tecnología. La comunicación nos permite estar cada vez más próximos aunque, desde luego, hay otras zonas de la soledad, de la incomunicación que merecerían también una profunda reflexión, pero eso queda para otro momento.

MB. Ya lo decíamos hace un rato con respecto a los procesos industriales donde el producto que llega a las manos de alguien es el resultado de una participación múltiple, en él interviene mucha gente de distintos países con culturas diversas. En ese objeto hipotético puede estar la huella de la mano de un minero peruano, el conocimiento de un ingeniero japonés, la destreza de un operario chino y la habilidad de un comerciante norteamericano.

WL. De pronto los sofistas pueden volverse muy modernos…

MB. Así es, porque la idea de verdad será según cada persona. Ellos, los sofistas, lo dicen de un modo distinto: existen  tantas  verdades como puntos de vista existan; aquí estamos hablando de puntos de vista impresionantemente distintos, nada existe, si algo existiera no podría ser comunicado, si algo pudiera ser comunicado no podría ser comprendido; cuando tenemos la noción de ese objeto hipotético, no es la misma noción de los otros, los que trabajaron cada una de sus partes, pero todas están participando. Volviendo al mundo de la poesía. No hay dudas, tenemos que pensarlo desde nosotros mismos pero también como lo piensan los otros, el resto de los seres humanos.

WL. Es decir, la poesía debe responder a su momento, su lugar, su circunstancia toda, pero al mismo tiempo dialogar con otros espacios, otros tiempos y otras circunstancias.

MB. Efectivamente, y eso es lo interesante de la poesía, yo estoy muy contento de dedicarme a este trabajo, de asumir mi responsabilidad como poeta.

WL. Hablando de tu trabajo aprovechemos para hablar de Mario, el poeta, de cómo dónde y cuándo empieza:

 MB. En 1991 se publica mi primer libro que se llama Pájaros Sueltos. Soy, como ya te he dicho, un poeta tradicional, conozco mas o menos bien todas las formas tradicionales de mi verso en español, desde el monosílabo que en nosotros es bisílabo, hasta los versos más largos que pueda haber en nuestra lengua de 21 a 23 sílabas, reconocidos como una experiencia musical. Conozco, además, todas las estrofas a las que he podido tener acceso, desde el soneto, la décima, la cuarteta popular, el romance y desde luego el verso libre. Cuando apareció Pájaros Sueltos, empezaron a salir notas de mi libro en la ciudad de México; yo me sorprendí mucho.

WL. ¿Por qué te sorprendió?

MB. Yo soy un  poeta del norte del país, y en ese tiempo vivía en la frontera con Estados Unidos, y esa respuesta de la crítica era una cosa muy inusitada, extraña, especialmente en esa década. Estamos hablando de 15 años atrás. Se dijeron en esas notas cosas muy bonitas; entre ellas, que mi verso libre era uno de los mejores entre los poetas jóvenes, elogiaban la cuidadosa cadencia entre la imagen y el sonido de mis versos.

WL. ¿Qué significó para ti ese temprano reconocimiento?

 MB. Hizo que sufriera una especie de congestión espiritual a partir de la cual me propuse lo siguiente: si yo soy bueno en verso libre también habré de serlo en verso con regla y entonces escribí un segundo libro que se llama Contradanza de pie y de barro  todo en alejandrino-castellano. Durante las 80 páginas, sin falla, quebrándolo en su hemistiquio y siguiendo las exigencias de este verso ya fuera agudo, grave o esdrújulo, como lo platicábamos hace un momento.

WL. En ese primer libro, según recuerdo, no renuncias a la métrica. No era el propósito del libro pero no está ausente el verso medido.

 MB. Si, en ese primer libro hay poemas que están metrados como estos y hay otros poemas en verso libre sin ninguna dificultad; creo que la convivencia de estas dos opciones hace que la poesía tenga plasticidad. Sé que tú participas de ese criterio porque en todos tus libros convive esa combinación de versos libres con sonetos, décimas y aún otras estrofas menos frecuentes. No olvidemos que el verso libre no es otra cosa que una abierta combinación imparisílaba. Yo siempre lo recuerdo en mi clase de retórica. Llamo la atención a los alumnos sobre el hecho de que hay estrofas parisílabas o imparisílabas. ¿Cuál es, entonces, el verso libre? No hay una estrofa reglada, desde luego, lo que existe es una franca combinación imparisílaba. Usted usa una o la otra…

WL. …o ambas.

 MB. Exacto. Es decir, usted usa un metro ahora, otro después o los combina, según su propia cadencia, su respiración, su forma de dicción, su pertenencia a una lengua. Creo que la cadencia métrica del español culto es el heptasílabo y la del popular es el octosílabo.  Hace un rato te platicaba de esto pensando en el alejandrino y el endecasílabo. Cuando pensamos en la silva, por ejemplo, nos damos cuenta que ésta se hace esencialmente de versos impares: combinación de cinco, siete, nueve, once y catorce. El uso del verso de catorce puede hacernos pensar que es par pero no, porque este es un verso compuesto de dos hemistiquios de siete y, por tanto es también impar. Así es como está escrito, en silva, un poema tan importante como Muerte sin Fin, de José Gorostiza, hecho a base de estas combinaciones impares. Es decir, nosotros, los que escribimos, sabemos que estas distintas combinaciones tienen sus reglas: los versos pares se llevan entre sí y los impares se llevan también; mezclados los dos, no se llevan. Por qué digo esto. El heptasílabo es la fuente de nuestro verso culto, cuyo origen está en Gonzalo de Berceo, con la cuaderna vía del Mester de Clerecía. Aunque él no conocía ciertas licencias como la sinalefa, la sinéresis y otras, construía su verso, básicamente, aplicando el oído, hasta lograr ese alejandrino nuestro que va a pasar por toda la tradición española, recorriendo siglos hasta llegar a nosotros. En todo ese proceso se fue enriqueciendo y generando otras combinaciones, recordemos, por ejemplo, versiones como la seguidilla simple que se hace de siete, siete y cinco  y el propio endecasílabo, en cuya base el heptasílabo tiene un peso fundamental. Un poeta como Rubén Darío no va a tener dificultad para escribir en alejandrino, por el contrario lo asume como parte de su tradición. Nosotros tenemos un poeta romántico que se llama Manuel Acuña, cuyo famoso poema “Nocturno a Rosario”, está escrito en este metro. Si nos acercamos a la primera mitad del siglo xx y aún más acá, vemos este verso en César Vallejo y en el Pablo Neruda de “Me gustas cuando callas” pero también en sus sonetos y otros poemas. Si pensamos en la vanguardia mexicana, ya hace un rato nos referíamos a ello, también lo encontraremos, por ejemplo en Maples Arce:

 

 

Yo soy un punto muerto en medio de la hora

equidistante al grito náufrago de una estrella.

Un parque  de manubrio se engarrota en la sombra

y la luna sin cuerda me oprime en las vidrieras.

 

 

Así es Waldo, ahí está ese verso alejandrino, vital aún. ¿Por qué no volver a usarlo? Desde luego, es nuestra responsabilidad hacerlo desde una visión distinta, evitando las rimas, si es necesario, haciendo asonancias cuando haga falta y sobre todo partiendo en hemistiquios para que a la gente le quede muy clara esta noción de ritmo. Eso fue lo que hice en ese libro que se llama Contradanza…; creo que con esto he pagado mi boleto para escribir como me dé la gana, es decir, escribir un verso libre o un verso reglado si es necesario y, no solamente durante un segmento de tiempo corto, estoy hablando de 80 páginas; quien quiera puede abrir el libro donde sea y ahí está el verso funcionando como una maquinaria de vida. Cuando termino un trabajo como ese puedo regresar al verso libre, pero me doy cuenta que regreso con una conciencia distinta, con un manejo mucho más claro de mi proposición poética. Hace un momento hablábamos de Neruda. Si tú lees con atención su poesía, te vas a dar cuenta que, aún cuando está en verso libre, siempre sus combinaciones son de siete sílabas, de once sílabas; no importa por donde el haga el corte, si sigues hasta la coma te darás cuenta que está en siete o en once. Es así porque es lo natural entre nosotros los hablantes del español. Entonces, cuando tú abres cualquier libro mío dirás: esto es verso libre pero ¿por qué me suena? Es que ahí está el heptasílabo marcando cómo se debe leer, nos está diciendo cómo debe sonar. En realidad yo no he hecho otra cosa más que reconocer cuáles son las características de nuestro idioma y usarlas. No tengo la culpa de que así sea. Ella, nuestra lengua, es la que está hablando, yo sólo trato de cuidarla, procurando que no suene mal en lo que escribo.

WL. Sin duda es una responsabilidad. No basta con repetir, no basta con reconocer la tradición; se impone preservarla y, de alguna manera, enriquecerla. Si lo logramos o no, es otra cosa, pero ésa es la responsabilidad primera del poeta.

 MB. Desde la perspectiva del trabajo, ya no de los resultados, eso es lo que se intentó aquí, en el Diván de Mouraria. Un verso muy libre, muy libre, donde yo probaba todas las posibilidades.

WL. Incluso la prosa…

MB. Si, pero una prosa amarrada por el ritmo. Son cosas muy pequeñas, tranquilas, juegos populares; todo eso está aquí, en el  Diván de Mouraria. Luego apareció otro libro: Pretzels que, más que libro, es un cuaderno de viaje. Tal cual estaba en mi libreta de apuntes así aparecían los textos en el cuaderno impreso, con muy pocas correcciones. Son anotaciones hechas en un viaje que hice a Nueva York para visitar a un  amigo que vivía allí, Edgar Amador. Él es economista y trabajaba para Wall Street. Siempre me decía: tienes que conocer esta ciudad porque es bellísima y los poetas establecen con ella un diálogo muy particular. Y allá fui a verlo. La mayoría del tiempo recorría solo la ciudad apuntando lo que veía y lo que sentía, lo que me provocaba esa urbe. No era todavía un libro, sólo apuntes que iba tomando al mismo tiempo que escribía el Diván de Mouraria donde sí hay un proyecto, una noción de lo que quiero hacer. Pretzels, te repito, es un cuaderno de viaje que merecía ser publicado y lo hice. Muchas de las propuestas que allí hago tienen que ver con mis lecturas de la lengua inglesa y de sus poetas,  ciertas formas de expresión que ellos tienen y que a mí me interesan, pero Pretzels es un libro que se puede calificar de marginal con respecto al corpus más completo de mi obra, aunque, desde luego, para nada es ajeno a la misma.

WL. Quiero que hablemos de El deseo postergado, libro con el que obtuviste, en 2007, el premio de poesía de Aguascalientes. Certamen que se considera el más importante del país.

MB. El Deseo Postergado, es un libro que yo evité en todo lo posible escribir, porque era un asunto muy grave lo que iba a tratar. Hablaría allí de la noche oscura del alma, de cómo el hombre, en algún momento, llega a producir una luz negra, que es la negra visión del arrepentimiento, de la tristeza, de la miseria, y esto lo trataría como los antiguos poetas del renacimiento hispánico. Por eso no quería escribirlo, me resistí todo lo que pude. Fue la época en que escribí estos poemas que te dije hace un momento, muy modernos, buscando atrapar la simultaneidad y son, digamos, otra cara de lo mismo. Estuve luchando, me estuve resistiendo, pero en el momento que supe que tenía que escribirlo, que no quedaba de otra, me senté en el sillón frente a la computadora y en 16 días, sin parar, lo escribí en su totalidad. Sólo salí a comprar cigarros algunas veces, pocas, porque los compro por paquetes. Desde tres años antes yo sabía que debía escribirlo pero no me sentía bien entonces, no estaba seguramente preparado. Hice un viaje a Europa con la niña Glafira y un día estábamos sentados frente a Lisboa, del otro lado del río, en un lugar que se llama Seixal. Estábamos viendo la ciudad de frente y supe que ya era la hora; desde luego, no escribí nada ese día pero no tuve dudas de que ya estaba el libro.  Fíjate de lo que habla el primer poema:

 

 

Con la pesada llaga ya sin cuerda en el cuello

Con el dogal vacío y la enhiesta pesadumbre que no implora ya más

Que no tunde ya el hueso carcomido ni la visión postrera

Aquí cerca del junto

Me pongo a recordar muelles del aire donde atracó la sombra de otro tiempo

Me pongo a recordar y digo

Siete palabras sin brillo de cosecha para tu cruel memoria

Que allende el río

Donde la ciudad reposa con luciente escafandra

Donde soñé algún día volver para quedarme

Se van desvaneciendo los deseos

Y de mí sólo queda una vaga sustancia que no me nombra ya

Que no contiene todo el vigor, la lumbre de otro tiempo encendido

 

 

Así fue, Waldo, ahí estaba la ciudad, enfrente; la niña y yo calladitos sin decirnos nada, sabiendo que ahí venía el libro, que ya no podía evitarlo, y me dije: cuando llegues a tu casa, te pones a escribirlo.

WL. ¿Es tu modo de trabajar la poesía, Mario? ¿Tienes siempre una idea clara no sólo del poema, sino de la totalidad de un libro, o fue esto una excepción?

MB. La forma en que abordo mi trabajo poético es variable. En este caso yo sabía que había un sentimiento, una preocupación, la necesidad de decir algunas cosas  de las cuales, hasta ese momento, había dicho poco y de otra manera….

WL. Es decir, a partir de reconocer ese sentimiento, esa preocupación que, desde luego, se fue generando a lo largo de tu trabajo anterior con la palabra, supiste que tenías un libro, este libro y no otro.

 MB. Así es Waldo, si te das cuenta este libro es también el resultado de mi trabajo con otros que vinieron antes donde es palpable la exuberancia del verso libre que yo manejaba entonces y que, como te dije, fue reconocida y elogiada. Ya hablamos de eso y de cómo después me propuse escribir un verso con regla.

WL. Entonces El Deseo postergado es una propuesta, ¿así es como debemos verlo?

 MB. Esa es una propuesta. Cuando tú lees aquí, en El Diván de Mouraria, y luego ves un poema que se llama “Casida de la Envidia” donde se dice:

 

 

Cada golpe una angustia, un odio, una indolencia

y el deseo postergado vivo fuego en las manos

se escurrió como el agua…

 

 

y ves, además, otros, también publicados, como “Gacela del deseo postergado” y “Casida de la Postergación”, te das cuenta que yo ya estaba pensando, desde mi primer libro, en este asunto, en esta noción donde se  nos advierte que el hombre no puede completar su deseo aún a su pesar. Está en mis primeros textos y en todos los libros posteriores, de una manera u otra.

WL. ¿Es la renuncia o la búsqueda lo que te impulsa?

MB. Yo creo que el propósito del desear nos hace vivir. Quisiera escribir un libro, si la poesía y  la vida me lo permiten, donde el deseo postergado no sea algo lastimoso; que sea una alegría floral donde yo pueda decir: es cierto, señores, no se consigue todo en la vida, pero intentarlo fue algo maravilloso, intentarlo nos permitió vivir, estar vivos.

 

WL. El camino es el mismo, pero cada caminante lo inaugura, dije yo alguna vez pensando en la utilidad de la búsqueda. Sabemos, querido Mario, que encontrar no es el fin de la aventura. Es hermoso poder escribir ese libro.

MB. Ojalá y yo pudiera escribirlo; por lo pronto tuve que decir ahora que había muchas cosas que había deseado y no pude conseguir y me sentí jodido cuando no pasó. Este libro, El Deseo postergado, se propone un diálogo con los seres humanos porque a todos nos ha pasado eso alguna vez: una mujer que no pudimos tener, un objeto, una forma de comprender el mundo que no pudimos completar y que quedó para después. Creo que este asunto del deseo postergado es igualmente una búsqueda de perfección. Pienso en San Juan de la Cruz, en su constante preocupación,  él quería ser completo.

WL. ¿Cómo lo ves tú ahora? ¿Cómo crees que pueda ser expresada esta preocupación en nuestra cambiante realidad?

 MB. Cómo veo yo este asunto en términos de la realidad en que vivimos, teniendo en cuenta que ya no tenemos Dios, o casi no tenemos Dios, y es improbable la salvación por medio de su infinito amor y su infinita gracia; lo veo, lo encuentro, en cosas pequeñas, mínimas, donde la gente esta buscando su perfección. Cuando veo a la niña Glafira hacer bicicleta, evitar ciertos alimentos, me digo: ella está buscando ser mejor, a partir de estas pequeñas cosas, ella se está elevando, está buscando ser más completa, vivir la vida más plenamente. Así es como todos nosotros, todos los seres humanos, cada uno en sus circunstancias, estamos buscando nuestra perfección en el mundo, haciendo Yoga, haciendo Tai Chi, haciendo pesas, caminando en las tardes, haciendo caridad, en fin a través de muchos modos pero siempre en la búsqueda de la aceptación de nosotros mismos, de la aceptación de las entidades que están mas allá de nuestra conciencia, de encontrar una consonancia con el universo. Son diversas las maneras de entenderlo. Hoy, la niña Glafira hace bicicleta; en su momento, San Juan de la Cruz se da unos latigazos en la espalda. Ambos buscan lo mismo, la perfección física y espiritual. De eso habla El Deseo postergado. Yo no quisiera que la gente se quedara con una noción triste, de hecho hay unos poemas al final que nos dicen: es cierto, efectivamente has vivido así, como uno no quiere, pero siempre hay una oportunidad para que la maravilla ocurra. Ese sería el compromiso.

 

WL. Si no ocurre, buscarla, no queda de otra.

MB. Tengo un epígrafe de Hafiz, el poeta persa, que dice: “No te aflijas Hafiz la belleza volverá a encantarte con su gracia”. Yo creo en eso, estoy convencido que no tenemos otra que esa búsqueda, y me gustaría escribir ese nuevo libro donde se hablara de que es una maravilla estar aquí,  poder participar del mundo, ser parte de la vida y todo lo que ésta nos ofrece: el amor, los viajes, las personas y, también, el silencio, la soledad. Todo eso es algo que merece que le cantemos, aunque tú no llegues a ser el que quisiste, pero, a lo mejor, este proceso de intentarlo resulta ser lo que valga la pena, lo que nos haga despertarnos todos los días.

 

WL. La utopía no es otra cosa que su búsqueda

MB. Así es. Ahora pienso en Kavafis diciéndonos cómo se llega a Ítaca y ya puestos allí, nada tienes que pedir…

WL. …porque ya te dio el viaje que es lo único realmente verdadero.

MB. Exacto, con eso te dio bastante.

WL. Bueno, poeta, proyectos futuros. Ya me comentaste del libro que quieres escribir pero hay algo más…

MB. Yo me siento muy fuerte todavía, voy a cumplir 40 años y creo que aún me quedan diez o algo más para seguir trabajando en estos proyectos pero sobre todo para promover lo que he hecho. En este momento considero que debo dedicar mi esfuerzo mayor para dar a conocer, en el ámbito de mi lengua, esta obra. Es necesario hacer una labor promocional para que llegue  a otros países de América Latina y España y, si es posible, también a otras lenguas. Por lo pronto quiero que los hablantes del español, interesados en la poesía, puedan tener noticias de lo que he hecho, de lo que estamos haciendo y de cómo estamos pensando nuestro trabajo. Te repito, pienso dedicar los próximos diez años a trabajar ese proyecto de promoción hacia dentro de mi país y hacia fuera. Voy a seguir, además, con esta discusión, o reflexión, o confrontación de ideas, como se quiera llamar, sobre el tema de: hacia dónde va el español, cómo el español, con las herramientas que tiene, va a contar este tiempo tan inasible, tan incomprensible, en algunos momentos tan veloz y confuso y fragmentario. Es nuestra responsabilidad hablar de ello, comprenderlo. Como ya te dije y sostengo, creo que este es un asunto continental, que nos implica a todos los hablantes de la lengua y especialmente a los que nos servimos de ella para nuestro trabajo. Si yo logro participar de eso habré hecho mi parte, creo que habré hecho bien mi trabajo y estaré contento por eso.

 

 

Puedes leer la primera parte de la entrevista Aquí 

Puedes leer la segunda parte de la entrevista Aquí

 

 

 

 

 

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