Aquí la quinta entrega del Premio Pulitzer de Poesía que contiene una selección de poemas del libro ganador de este certamen, seleccionados y traducidos en su mayoría por David Ruano González y nuestra editora, Andrea Muriel. Se trata de una muestra representativa del trabajo de cada uno de los poetas que han ganado este galardón, uno de los más importantes en lengua inglesa, haciendo un recorrido cronológico de 1990 hasta nuestros días.
Presentamos una selección de poesía de Yusef Komunyakaa (Bogalusa, Luisiana, 1947) que recibió el premio Pulitzer de poesía en 1994 con el libro Neon Vernacular. New and Selected Poems. En esta ocasión los poemas seleccionados pertenecen al libro Dien Can Dau en traducción de Juan José Vélez que fue recientemente publicado en México y España por Valparaíso Ediciones.
Para ver las entregas pasadas, haz click aquí.
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Dien Can Dau
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TÚNELES
Se mete de cabeza dentro del agujero,
da patadas al aire y desaparece.
Siento como si estuviera allí dentro
con él, avanzando, impulsado
por un río de oscuridad, sintiéndome
dichoso por cada pulgada hacia lo ignoto.
Nuestro rata de túnel es el hombre más pequeño
del pelotón en una caja de resonancia
que le hace sangrar los oídos
si aprieta el gatillo.
Se mueve como si imitara
a los peces ciegos que se deslizan por un mar imaginario
empujado por algo más grande que la ambición
en la vida. No piensa
en las arañas y alacranes que habitan el aire,
ni le inquietan los murciélagos que cuelgan boca abajo
como dioses con la ceguera de los topos.
El olor a humedad es más intenso
que el hedor de las letrinas.
Acecha una urdimbre de bombas, dispuestas
a reventar en pedazos de estrellas.
Inducido por alguna exigencia,
por algún impulso, extiende el latido de lo misterioso y lo insólito
como pensamientos atrapados debajo de la tierra.
Interpela a todas las raíces.
Cada sombra amenaza
con la muerte. Como un ángel
empujado contra el dolor,
su casco redondo
sigue el círculo de luz que su linterna
arroja al vacío. Entre piojos
plateados, mierda, gusanos y vapores pestilentes,
ahí va, el buen soldado,
a cuatro patas, excavando más allá
de la muerte que se esconde en cualquier esquina oscura,
honrando el peso de la escopeta
que cualquier día lo llevará a la tumba.
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RECREANDO LA ESCENA
La puerta metálica cruje
y se cierra como una tortuga prehistórica
que no deja pasar una hebra de luz
después de hacer un ruido atronador.
La bandera de la Confederación
ondea en una antena de radio
y varias manos arrancan
las ropas de una mujer.
Sus bocas buscan su boca
en la inmensa obscuridad
de la gruta de acero
mientras ella implora a todos
sus antepasados protegiendo a un niño
entre sus brazos. Los tres hombres se montan
sobre su aliento, gruñen
imaginando las amantes que dejaron en Missisipi.
La arrastran, agitados,
como a una desgarrada flor acuática;
le parece que es de noche en el interior de la máquina
donde los hombres son como dioses.
La estación suda en silencio.
La paralizan
con sus miradas amenazantes,
turnándose, amontonando piedras
sobre la tumba de su padre.
El APC rueda por las curvas del terreno,
atraviesa surcos, sube y baja colinas,
aplasta árboles y hierbas,
zumba como una constelación
de langostas devorando entre el bambú,
creando la energía para sus cuerpos.
La mujer se levanta del suelo polvoriento
y se ajusta a los jirones de ropa, contemplando
cómo el APC se va haciendo más pequeño en la lejanía
hasta encajar en sus manos como un tanque de juguete.
Empieza a dar vueltas
aplastando con sus pies el polvo de samario
en el mismo lugar donde quedaron
las rodadas de acero. El sol
es una pastilla efervescente en un vaso
de agua y por un momento
en el mundo sólo existe el futuro.
Se acerca a la valla
de la Policía Militar; un capitán de la G-5
la recibe regalándole chocolatinas;
yo informo al Overseas Weekly;
los flashes de las cámaras iluminan su cara
en un lugar de medallas brillantes
y botas relucientes;
al segundo día del juicio
ella ha desaparecido,
unos dicen
que la han sobornado con dinero
y otro jura
que está enterrada en LZ Gator.
Pero lo cierto es que el bebé
levanta la mano y agarra el aire
como buscando un pecho.
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NUNCA SABEMOS
Se tambaleó por un momento
entre la hierba alta, como si estuviese bailando
con una mujer. Nuestros cañones
se pusieron al rojo vivo.
Cuando me acerqué,
un halo azul de moscas volaba sobre él.
Cogí de sus dedos
la foto deteriorada.
No hay otra manera
de decirlo: Me enamoré.
La mañana empezaba a clarear, menos paraun mortero lejano
y para algunos helicópteros que despegaban en alguna parte.
Le metí la cartera en el bolsillo
y le di la vuelta para que no siguiera
besando el suelo.
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TU DO STREET
La música nos divide en la noche.
Cierro mis ojos y veo
hombres trazando divisorias en el suelo.
América se cuela por la membrana
de la niebla y el humo y de nuevo
soy un niño en Bogalusa. Letreros de Sólo Blancos
y carteles de Hank Snow. Esta noche
entro en un sitio donde las chicas
se escabullen como pájaros tropicales. Cuando
pido una cerveza, la patrona
detrás del mostrador hace como si
no me entendiera. Sus ojos
no pierden de vista las caras blancas mientras
Hank Williams suena en la máquina de discos.
Hacemos de Judas allí donde
las ráfagas de las ametralladoras son lo único
que nos mantiene unidos. Por las calles
los soldados negros también marcan su territorio.
Un cartel de acceso restringido me empuja
y me lleva a un callejón recóndito donde busco
ternura en estas voces
heridas por la belleza y la guerra.
En la selva de Dak To
y de Khe Sanh, hemos matado
a los hermanos de estas mujeres
que hora nos apresuramos por tener en nuestros brazos.
Es más que una nación lo que llevamos
dentro, pues tanto soldados negros
como blancos abrazamos a las mismas mujeres
con intervalos de minutos, saboreando
cada uno el aliento de los otros,
sin saber que estas habitaciones
se conectan como túneles
que conducen al infierno.
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RENDICIÓN EN LA JUNGLA
Basado en el cuadro de Don Cooper
Compartimos con los espíritus el pasado y el futuro
pero luchamos por aferrarnos a cada aliento de la vida.
Dirigiéndose a lo que le aguarda detrás de los árboles,
el prisionero se esconde dentro de sí mismo, se olvida
de los sentimientos que luchan en el corazón de un hombre
y se interna en el misterio y la belleza de la jungla azul
con las manos alzadas al aire, sólo
rindiéndose a medias: su pequeño hombre interior
aguarda como una foto en el bolsillo de una camisa, negándose
a levantar las manos, callado y firme
como el perro negro que tiene al lado. El amor y el odio
dan forma al hombre verdadero que lucha
contra una alucinación de azules
y púrpuras que inflaman el día.
Camina sonámbulo por un laberinto violeta,
da pasos resueltos de un árbol a otro
sabiendo que todos tenemos algo en común.
¿Qué habría dicho yo en su caso?
El interrogador verdadero es una voz interior.
Le habría hablado de la hija que tenía
en Phoenix, de lo pequeña que era,
de mi primer amor, de cualquier cosa
menos de cómo participé en el acorralamiento de dos vietnamitas
al mismo tiempo que escuchaba a Grateful Dead.
A algunos, una voz suave y susurrante les hace
estremecer. Azules y púrpuras. Otros tienen sus mentes entre
el centro de Georgia y la provincia de Tay Ninh.
Un lazo de sangre se desenreda en la vista
y los trozos de nosotros que decidimos colocar en el cuadro
se juntan: el prisionero se marcha
casi ileso. Pero siempre tocará
los bordes desgastados de las cosas para sentir romperse
la esperanza como la lombriz que se replica
bajo el suelo… desde la cabeza a la cola.