Dímelo de Kim Addonizio en Valparaíso Ediciones

Presentamos algunos textos de la poeta, narradora y ensayista norteamericana Kim Addonizio (Washington, 1954), pertenecientes a su libro Dímelo que fue finalista del National Book Award en 2000. Se trata del primer libro íntegro traducido al español de Addonizio y publicado tanto en España como en México por Valparaíso México. La traducción corre a cargo de Andrea Muriel. De venta en todas las librerías Gandhi del país, así como en Toki [Sushi | Casa de té | Librería] ubicado en Córdoba #229 esq. Coahuila, colonia Roma.

 

.

.

.

.

POEMA COLAPSÁNDOSE

 

La mujer se encuentra en los escalones de la entrada, llorando.

El hombre permanece dentro de la casa,

apoyado contra la puerta. Es tarde, la húmeda

neblina ha dejado una capa de vapor sobre la ventana

de los coches a lo largo de la calle. La mujer está borracha.

Le ruega al hombre pero él no la deja entrar.

Di que lo que importa es qué haya pasado entre ellos;

di que no puedes juzgar de quién es la culpa,

debido a la falta de contexto, debido a tus propias derrotas

con aquellos a los que más deseabas amar.

O tal vez, ellos aún no te interesan.

Tal vez necesitas de algún modo

meterte en la escena, algún pequeño detalle

que los haga parecer tan reales que trates de adentrarte

en esta página para evitar que se hagan uno al otro

aquello que tú le has hecho a alguien,

en algún lugar: piénsalo por un minuto,

mientras ella sigue llorando y él habla

en una voz tan medida y calmada que parecería

que está hablándole a un niño asustado por algo

totalmente común: la oscuridad, los truenos,

la frialdad del corazón humano.

Pero ella no escucha, porque ahora

ella le está pegando, golpea con sus nudillos el pecho

sobre el que se ha recostado tantas noches.

Y a estas alturas, si la historia te ha conmovido, es porque

estás pensando con arrepentimiento en la persona

que este poema hizo que recordaras,

y lo que quieres más que cualquier cosa es

lo que el hombre en el poema desea: que ella simplemente se calle.

Y si tan sólo pudieras manejar por ese camino

y emerger de la niebla, tal vez tú

podrías lograr que ella se detenga pero yo no puedo hacerlo.

Todo lo que puedo hacer es mantenerme al lado de la puerta abierta

empeorando las cosas. Ese es mi talento,

esa es la razón por la cual este poema no va a terminar a menos

que me arrastres de él, lejos de ese hombre;

por amor de Dios, apúrate, sólo estaciónate, deja

el motor encendido y llévame a donde quiera que vayas.

.

.

.

.

NOCHE DE LOS MUERTOS, NOCHE DE LOS VIVIENTES

 

Cuando los muertos emergen en las películas son espantosos

y lentos. Se tambalean mientras trepan la colina hacia la granja

como borrachos regresando a casa desde un bar.

Tal vez sólo desean recostarse dentro

mientras algún cuarto da vueltas alrededor de ellos, tal vez esa es la razón

por la cual golpean las ventanas mientras los vivos

las tapian con tablas de madera y cuentan cartuchos.

Los vivos tienen planes: dirigirse a la pick up estacionada

en el patio, conducir como locos hasta el pueblo más cercano.

Los muertos con sus agujereados cerebros,

sus extremidades colgando y sus corazones rotos,

están cansados de todo eso. Ellos prefieren tropezar

a ciegas a través del campo hasta colapsarse

con un árbol, o caer a través del marco de la puerta

como si fueran la puerta misma, librándose de sus bisagras

y cayendo en seco sobre la loseta. Así es la vida

para un muerto: amm, amm, amm

hasta que olvidas tu nombre, tu propia cara

apestosa, la razón por la cual despertaste sobresaltado

en primer lugar. ¿Por qué estás aquí,

qué es lo que has estado esperando, mientras te recuestas

en tu ataúd como un tonto clarinete?

Ahora lo sabes. La canción de fondo no hace más que deprimirte

y los vivos te detestan. Acércate

y te mostrarán cuánto. Amm, amm, amm,

te mataron de nuevo. Gracias a Dios que esta vez

están quemando tu cuerpo, gracias a Dios

que ya no pueden arrastrarte nunca más

excepto en pesadillas, repeticiones nocturnas

en las que levantas la tapa, y gateas hacia afuera

de nuevo, y comienzas a trepar la colina hacia la casa.

.

.

.

.

VASO

 

En todos los bares una persona se sienta sola y se abstrae completamente

por lo que sea que encuentra en el vaso frente a ella,

un vaso que parece ordinario, con algo claro u oscuro

en su interior, algo parcialmente ebrio pero nunca completamente extraviado.

Todo está ahí: los planes que fracasaron,

los amores estúpidos y los terribles, aquellos donde la felicidad actual

se abrió como un agujero debajo de sus pies y esta persona cayó, y permaneció ahí indefensa,

mientras la tierra caía poco a poco para enterrarla.

Y sus amigos están ahí, abriendo un six de cerveza, levantando las botellas,

el sonido de su reunión como el de un taco de billar

golpeando una bola, la bola incorrecta, que ahora se dirige, negra y brillante,

hasta el cesto que la espera. Pero se queda corta, y la solitaria persona que bebe en el bar

se decide por golpear la siguiente. Ahora los miembros de la familia flotan por el aire

con sus fracasos, con cáncer, con vajillas de culpa que deben lavar,

con un poco de risa también, incluso de belleza –alguna tarde de la infancia,

un lago, un juego de pelota, un libro de cuentos, algunos copos de nieve

que se hacen gruesos y gradualmente cubren la tierra hasta que el mundo

entero se vuelve blanco y callado, hasta que difícilmente puede decirse que sigue

existiendo un mundo, no hay tráfico, no hay dinero ni carnicerías ni sexo,

sólo una bendita paz que parece ser el fin pero no lo es. Y finalmente,

el vaso que contiene y derrama estas cosas de modo continuo,

mientras quien bebe se inclina hacia él, mientras el cantinero junta

los vasos sucios, refleja la cara del bebedor. ¿Qué importa cómo se ve?;

¿a quién le importa si fue o no joven alguna vez, o alguna vez encantador?

¿a quién le importa un carajo un borracho que se levanta tambaleándose

hacia el baño, sea un hombre o mujer, o incluso un ángel perdido

que lo tiró todo –el paraíso, el éter,

los trabajos celestiales- y dijo, A la mierda, quiero ser humano?

¿Quién cree en los ángeles, de todos modos? ¿Quién tiene tiempo sino para

sus propios placeres y penas, para la poca buena gente

que han logrado reunir alrededor de ellos frente a la incertidumbre,

frente a tardes en las que se sientan solas en un bar

con un nombre como Embers o Ninth Inning o Wishing Well?

Olvida a ese perdedor. Sólo dime quién invita, quién paga:

¡Dios! pero qué sedienta estoy y quiero decirte una cosa,

acércate, quiero susurrártela, verter

las palabras ardiendo dentro de ti, las mismas palabras para cada uno de ustedes,

escucha, es simple, lo estoy diciendo ahora, mientras sigo sobria,

antes de estar a punto de llorar amargamente en mi propio vaso,

mientras estás aún aquí –no te vayas, quédate, quédate,

dame tu hombro para que me recargue, tranquilízame, no me dejes caer,

estoy tan enamorada de ti que no me puedo levantar.

.

.

.

.

 

INFANCIA

 

Nuestras bebidas vinieron con sombrillas de papel.

Mi madre se puso su ropa de tenis.

Mi padre fue al bar

como siempre lo hacía.

 

Mi madre se puso su ropa de tenis.

Mi hermano me lanzó contra la pared

como siempre lo hacía.

Yo creía en mi ángel de la guarda.

 

Mi hermano lanzó a mi madre contra la pared.

Caminé en mi sueño.

Yo creía en mi ángel de la guarda.

Me desperté lejos de casa.

 

Caminé en mi sueño.

Mi madre me leía cuentos de hadas y cantaba.

Me desperté lejos de casa.

Mi madre estaba vieja, mi padre muerto.

 

Mi madre me leía cuentos de hadas y cantaba.

Mi padre y mi hermano se estrellaron atravesando la puerta.

Mi madre estaba vieja, mi padre muerto

junto a mi ángel de la guarda.

 

Mi padre y mi hermano se estrellaron atravesando la puerta.

Yo fui al bar

junto con mi ángel de la guarda

y nuestras bebidas vinieron con sombrillas de papel.

 

También puedes leer