Veinte poetas francófonos recientes: Jalal El Hakmaoui

En el marco de nuestro Dossier de poesía francófona reciente preparado por Gustavo Osorio de Ita y Sergio Eduardo Cruz, presentamos al poeta Jalal El Hakmaoui, nacido en Casablanca, Marruecos, en 1957; es una de las voces más importantes del panorama contemporáneo poético marroquí y francés. Se desempeña como poeta, traductor, promotor cultural, crítico de cine, periodista independiente y dirige actualmente la revista franco-marroquí Éléctron Libre. Ha publicado los libros de poesía: Allez un peu au cinéma, (2007) y Certificat de Célibat (1997) y se desempeña como miembro activo de la Maison de la Poésie en Marruecos y de la Union des Écrivains. La poesía de Hakmoui se caracteriza por apelar constantemente a referentes de la cultura pop; así, a través de un guiño irónico-cómico, denuesta el mundo moderno a partir de una particular reformulación de lo lírico, lo cual, en múltiples ocasiones, se vuelca hacia la forma del  poema en prosa como vehículo discursivo.

 

 

 

 

Perfect Day

 

 

1

 

Me despierto. Apago el despertador. 6:00. Los ángeles me rodean. Se burlan de mí. Me quito la pijama. Los ángeles vuelven la cabeza. Me estiro un poco. Voy al baño. Los ángeles me siguen riendo. Me pinchan las nalgas. Me sacan la lengua. Corro. Me encierro en el baño. Me miro en el espejo cuadrado. Estoy mal afeitado. Abro el grifo. El agua corre. Fluye. Me lavo la cara. Pongo mala cara. Esparzo la crema de afeitar. Me detengo. Doy la vuelta hacia la radio que está sobre la lavadora. Giro la perilla. Venus in furs de Velvet Underground. Me afeito. Mi piel es suave. Enjuago mi cara. Me limpio la cara. Me pongo el after shave. Hago una gran sonrisa ante el espejo. Ahora tengo un flamante rostro. Abro la puerta. Salgo. Miro a través de los ángeles. Los ángeles desaparecen. Son las 6:45.

 

 

 

El desayuno

 

Sobre la mesa de la cocina, coloco: la taza de café, la mantequilla, la mermelada de albaricoque, mi caja de Valium. Los ángeles colocan su pan orgánico, su plátano de Bolivia, su miel blanca de Agadir, su aceite de oliva de Demnate. Comen lentamente. Yo bebo mi café. No como nada. Me trago mi vitamina de la dicha. Enciendo mi primer cigarrillo Marlboro de la mañana. El ángel con cuatro alas, el más joven, creo, me acerca el cenicero. Van al balcón. Pongo mi taza en el fregadero. La lavo. Lavo el cenicero. Pongo el tarro de mermelada en mi nevera americana Philco. Lustro mis botas. Me pongo unos jeans y una camisa de tela negra. Me cepillo el cabello. Me vuelvo a cepillar el cabello. El cabello de aquellos del Magreb, ni suave ni rizado, no es un buen aliado en la mañana. Los ángeles se activan: cabello negro de ángel, crema para el cabello, vestido Prada azul noche, camisas blancas ceñidas, cuellos italianos, tres botones abiertos por  fuera, zapatos negros de punta. (Italianos, pienso). Mi casco sobre la cabeza, monto mi motocicleta. Mi maletín de piel de camello a la espalda. Se me hace tarde para el trabajo. Perfect Day, suelto mi iPhone.

 

 

 

 

El jefe

 

Oficina oval. Equipos de alta tecnología. El jefe tiene 27 años. Es alto, guapo, atlético, blanco, pelo negro ébano y soltero. Por la mañana, él escucha seguidas Las cuatro estaciones de Vivaldi. Al mediodía, se va a comer a pie al Mundial: 10 euros, el especial del día. 10 minutos de Big Appel Electronics. Por la tarde, se ve en fila en su MacBook gris metálico de 1797 euros: Raw Material – OK, OK, OK de Bruce Nauman. Bruce gira sobre sí mismo repitiendo sin descanso las dos letras “Ok”. El Jefe gira sobre sí mismo repitiendo sin descanso KO, KO, KO. El Jefe se detiene. Bruce gira. El Jefe gira. Bruce se detiene. Y así en serie. En la oficina oval, tiene imágenes de Beckett, de Meredith Monk, de Steve Reich y de sí mismo. Las fotos son en blanco y negro. El formato es de 10 x 15. Tarjeta postal, como se suele decir. Son las 17:00. El Jefe está con los ángeles. Pasa un par de llamadas. Sale. Hasta mañana, dice. Hasta mañana, responde el equipo. La Pelirroja y yo respondemos: “OK, OK, OK.”

 

 

Yo

 

Tengo cuarentena. Trabajo con mis ángeles en esta pequeña empresa desde hace tres años. Soy calvo, fornido, miope y pequeño. Puedo notar, de reojo, la diferencia entre los Jibril, los Serafines, los Beni Elohim, los Mikâil, los Querubines, los Keroubim, los Malik, los Trônes, los Erelim, los Ridhwâne, los Dominios, los Ishim, los Nakir y los Mounkir, las Potencias, etc. También soy capaz de inventar en el día y en la noche. Soy más creativo durante el mes de Ramadán. Fumo dos paquetes de Marlboro Light después de romper el ayuno. Como por principio 200 gramos de dátiles de Arabia con leche de camello importada. Los ángeles, ellos están siempre en forma. Ellos no comen durante este mes sagrado. El equipo me evita durante las horas de las comidas. Un reflejo profesional de no molestar a mi creatividad. La pequeña empresa, sobre todo en la opinión de el Jefe, está orgullosa de mi serie de inventivas. La Pelirroja en la Bolsa de Bruselas, La Pelirroja en el baño turco, La Pelirroja en los jardines del Ayatolá, La Pelirroja en la tierra de Drácula, La Pelirroja con Tintín y los trapenses, etc. El Jefe ha contratado a una joven estudiante pelirroja para motivarme. Él no lo dice, pero lo sé. No soy buen cocinero. Cuando invito a la Pelirroja, siempre hago mi especialidad: conejo con cerveza Geuze. En la cocina, corto el conejo. Sazono el harina con sal y pimienta y enharino cada trozo de conejo. En una cacerola, derrito la margarina y sancocho los trozos. En otra sartén, caliento la mantequilla y añado la cebolla picada y la dejo dorar. Ahí coloco los trozos de conejo, los tomates cortados en cubos, una cucharada de mostaza, una pizca de hierba de Provenza. Salo, pongo pimienta y humedezco con Geuze,  dejo que hierva a fuego lento durante unos 45 minutos. Sirvo con puré de patatas y Geuze, por supuesto. Luego dormimos lado a lado en mi cama Luis XIV. Miro el techo, donde los ángeles hacen tonterías. En mi mente, ya se han ido. La pelirroja mira hacia el techo, tarareando du, du, du, du, du, du, du, du. Nos damos las buenas noches. Los ángeles reanudan detrás de la cama: du, du, du, du, du, du, du.

 

 

 

 

Perfect day

 

 

1

 

Je me réveille. Je coupe le radio-réveil. 6 h 00. Les anges m’entourent. Ils se moquent de moi. J’enlève mon pyjama. Les anges détournent la tête. Je me dégourdis un peu. Je vais à la salle de bain. Les anges me suivent en riant. Ils me pincent les fesses. Ils me tirent la langue. Je cours. Je m’enferme dans la salle de bain. Je me regarde dans le miroir carré. Je suis mal rasé. J’ouvre le robinet. L’eau gicle. Coule. Je me lave le visage. Je fais la moue. Je mets de la crème à raser. Je m’arrête. Je me tourne vers le poste radio sur la machine à laver. Je tourne le bouton. Venus in Furs du Velvet Underground. Je me rase. Ma peau est lisse. Je me rince le visage. Je m’essuie le visage. Je mets mon after-shave. Je me fais un grand sourire dans le miroir. J’ai  maintenant un visage flambant neuf. J’ouvre la porte. Je sors. Je regarde de travers les anges. Les anges disparaissent. Il est 06 h 45.

 

 

Le petit-déjeuner

 

Sur la table de la cuisine, je pose : la tasse à café, le beurre, la confiture d’abricots, ma boîte de Lexomil. Les anges posent leur pain bio, leur banane de Bolivie, leur miel blanc d’Agadir, leur huile d’olive de Demnate. Ils mangent lentement. Je bois mon café. Je ne mange rien. J’avale ma vitamine du bonheur. J’allume ma première cigarette Marlboro du matin. L’ange à quatre ailes, le plus jeune, je crois, me passe le cendrier. Ils vont sur le balcon. Je pose ma tasse dans l’évier. Je la lave. Je lave le cendrier. Je remets le pot de confiture dans mon frigo américain Philco. Je cire mes boots. Je mets un jeans et une chemise en toile noire. Je me brosse les cheveux. Je me rebrosse les cheveux. Les cheveux de type maghrébin, ni lisses ni crépus, ne sont pas une bonne affaire le matin. Les anges s’activent : cheveux noirs d’ange, gomina, costumes bleu nuit Prada, chemises blanches cintrées, cols italiens, trois boutons ouverts à l’extérieur, chaussures noires pointues. (Des italiennes, je pense). Mon casque sur la tête, j’enfourche ma moto. Mon cartable en cuir de chameau derrière. Je suis en retard pour le travail. Perfect Day, lâche mon iPhone.

 

 

 

Le Boss

 

Bureau ovale. Matériel high-tech. Le Boss a 27 ans. Il est grand, beau, athlétique, blanc, cheveux noir ébène et célibataire. Le matin, il écoute en boucle Les Quatre Saisons de Vivaldi. À midi, il part déjeuner à pied au Mundial : 10 euros, le plat du jour. 10 minutes de Big Appel Electronics. L’après-midi, il regarde en boucle sur son MacBook gris métallisé à 1 797 euros : Raw Material – OK, OK, OK de Bruce Nauman. Bruce tourne sur lui-même en répétant inlassablement les deux lettres « Ok ». Le Boss tourne sur lui-même en répétant sans cesse KO, KO, KO. Le Boss s’arrête. Bruce tourne. Le Boss tourne. Bruce s’arrête. Et ainsi de suite. Sur le bureau ovale, il y a des photos de Beckett, de Meredith Monk, de Steve Reich et de lui. Les photos sont en noir et blanc. Le format est de 10 x 15. Carte postale, comme on dit. Il est 17 h 00. Le Boss est aux anges. Il passe quelques coups de fil. Il sort.  À demain, dit-il.  À demain, répond l’équipe. La Rouquine et moi répondons : « OK, OK, OK. »

 

 

 

Moi

 

J’ai la quarantaine. Je travaille avec mes anges dans cette petite entreprise depuis trois ans. Je suis chauve, trapu, myope et de petite taille. Je peux faire la différence au pif entre les Jibril, les Séraphins, les Beni Elohim, les Mikâil, les Chérubins, les Keroubim, les Malik, les Trônes, les Erelim, les Ridhwâne, les Dominations, les Ishim, les Nakir et Mounkir, les Puissances, etc. Je suis aussi capable de créer des jeux le jour comme la nuit. Je suis plus créatif pendant le mois de Ramadan. Je fume deux paquets de Marlboro Light après la rupture du jeûne. Je mange d’abord  200 grammes de datte d’Arabie et du lait de chamelle importé. Les anges, eux, sont toujours en forme. Ils ne mangent pas pendant ce mois sacré. L’équipe m’évite pendant les horaires des repas. Un réflexe professionnel pour ne pas perturber ma créativité. La petite entreprise, disons plutôt le Boss, est fière de ma série de jeux. La Rouquine à la bourse de Bruxelles, La Rouquine au hammam, La Rouquine dans les jardins de l’Ayatollah, La Rouquine au pays de Dracula, La Rouquine avec Tintin chez les trappistes, etc. Le Boss a recruté la jeune stagiaire rouquine pour me motiver. Il ne le dit pas, mais moi je le sais. Je ne suis pas un bon cuisinier. Quand j’invite la Rouquine, je lui fais toujours ma spécialité maison : lapin à la gueuze. Dans le coin cuisine, je découpe le lapin. J’assaisonne la farine de sel et de poivre et farine chaque morceau de lapin. Dans une casserole, je fais fondre la margarine et y fais rissoler les morceaux. Dans une autre casserole, je chauffe le beurre et y ajoute l’oignon émincé et laisse blondir. J’y place les morceaux de lapin, les tomates coupées en dés, la cuillère de moutarde, la pincée d’herbe de Provence. Je sale, poivre, mouille avec la gueuze et laisse cuire à feu doux pendant environ 45 minutes. Je sers avec une purée de pomme de terre et de la gueuze, bien sûr. Après, on dort côte à côte sur mon lit Louis XIV. Je regarde le plafond où les anges font les clowns. Dans ma tête, ils ne sont plus là. La Rouquine regarde le plafond en fredonnant doo, doo, doo, doo, doo, doo, doo, doo. On se dit : bonne nuit. Les anges reprennent derrière le lit : doo, doo, doo, doo, doo, doo, doo.

 

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