Poesía irlandesa: Colette Bryce

Presentamos tres poemas de la poeta irlandesa Colette Bryce (Derry, 1970). Recibió el Cholmondeley Award por su poesía en 2010. La traducción corre a cargo de Rodrigo Círigo.

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Autorretrato en la oscuridad (con cigarrillo)

 

 

Dormir, ¿quizá

soñar? Imposible:

son las 4 a.m. y estoy despierta

como un animal,

cautiva entre tu presencia y el vacío.

Éste es el reino del insomnio.

Sentada junto al cristal, enciendo un cigarrillo

con una flama escuálida y vigilo la calle:

una película inmóvil, bañada en ámbar,

tranquila ahora, después

de un aguacero.

 

Más allá de los narcisos

de Magdalen Green,[1] sólo se ve un vehículo lento

que arroja su haz sobre Riverside Drive;[2]

una señal de vida,

y a dos meses

de haberme “superado”,

tu auto, que aún no recoges,

te aguarda, salpicado de gotas de lluvia como plástico burbuja.

Ahora podría iniciar

un riff

 

sobre cómo los autos, igual que las mascotas, se parecen un poco a sus dueños,

pero no, no me “aventaré”,

como dicen en América,

pues se trata de un desvencijado Nissan Micra,

y no necesitas saber

que he estado conduciéndolo sin permiso por las noches,

en el silencio alumbrado de esta ciudad

–sólo lograría preocuparte–;

tampoco, peor aún, que Morrissey

se atoró en la casetera de aquí a la eternidad;

 

  1. Todo está bien: los discos relucientes sobre las llantas,

asientos como la silueta de una pareja erguida;

desde el tablero de mandos, el parpadeo

de esa pequeña luz roja

que me parece

es una alarma integrada.

Tratándose de un poema,

podría representar un latido o un pulso.

O la soledad, su vigía.

O tan sólo la chispa, intermitente como un faro,

de alguien, en algún sitio, que fuma en la oscuridad.

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Autolavado

 

Esto de conducir

nos recuerda a nuestros padres.

El suave ronroneo de la quinta velocidad,

los gases afilados, el interior

como de galleta, logran que ellos,

los siempre ausentes,

se acerquen a nosotros.

Y nos han conducido

–somos dos mujeres de treinta–

a este momento extraño;

un autolavado de Belfast

donde, después de mucho pensarlo,

nos decidimos por el “servicio

ejecutivo” (significa que usarán

detergente) y seguimos con cuidado

las instrucciones para subir

nuestras ventanas y quedarnos

quietas cuando el semáforo se ponga en rojo;

nos deleitamos con una absoluta

e inesperada intimidad

de espuma de jabón derramándose; no,

diluviando, como una cascada, en olas de terciopelo.

 

Y cuando azules cepillos giratorios

de dimensiones implausibles

se acercan al vehículo

desde todas partes,

qué otra cosa podemos hacer

sino besarnos,

en un mundo donde hacerlo

aún detiene el tráfico.

 

Y entonces de vuelta a los rines,

de vuelta a la mirada

de motociclistas indiferentes

que holgazanean en el patio;

nos han pulido, hemos terminado

y (siguiendo instrucciones)

prendemos el coche (esto

nos recuerda a nuestros padres),

metemos la velocidad

y nos alejamos

en cuanto el semáforo cambia a verde.

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Helicópteros

 

Con el tiempo te los imaginas

en la oscuridad, explorando

 

las calles y las casas,

planeando cerca de las iglesias

 

o balanceándose

sobre tenues varas de luz.

 

Entonces descubres

que mucho depende

 

de cómo elijas mirarlos:

arriba, en la noche,

 

su débil resplandor se confunde

entre las estrellas

 

y es casi hermoso.

Pero de lejos,

 

sobre el mapa,

bien podrían ser

 

una maraña de moscas que acecha

la cabeza herida de un animal.

 

[1] Célebre parque de la ciudad escocesa de Dundee. (N. del t.)

[2] Avenida de Dundee que corre a la orilla del río Tay, el más largo de Escocia. (N. del t.)

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