Sobre la poesía de Luis García Montero. Texto de Gabriel Chávez

El poeta español Luis García Montero (Granada, 1958) acaba de visitar Bolivia como invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz y su Encuentro Internacional de Poesía “Ciudad de los Anillos”, en el que participaron poetas de once países además de Bolivia. García Montero presentó en las ciudades de Santa Cruz y La Paz su antología personal Una melancolía optimista, publicada para la ocasión por la colección Agua Ardiente de Plural Editores.  Publicamos el prólogo del libro, escrito por el director de la colección, el poeta boliviano Gabriel Chávez Casazola.

 

 

 

 

 

Una melancolía optimista

 

 

La poesía es inútil, sólo sirve / para cortarle la cabeza a un rey / o para seducir a una muchacha, apunta Luis García Montero (Granada, España, 1958) y  reivindica así el carácter felizmente inservible de este oficio para propósitos utilitarios, esos que el mercado espera de las cosas y de las personas para asignarles un valor, pero a la vez aquellos que harían de la poesía una mera herramienta al servicio de otras causas.  Sin embargo, como al pasar, el poeta deja dicho también que la poesía no levita en un nimbo irreal de pureza e imposibilidad: la propone eficaz para dos quehaceres humanos no menores: descabezar y seducir.

Ese ‘descabezar’ podría prestarse a interpretaciones asaz utilitarias, mas queda claro en la obra y pensamiento de García Montero que se refiere a la posibilidad de hacer prevalecer la propia conciencia sobre la verdad coronada; esto es, a descabezar en nosotros mismos la autoridad de que se envisten discursos y poderes que solemos aceptar de forma pasiva.  En este sentido, la poesía –escribirla, leerla– sería una invitación a pensar, puesto que, como afirma en su ensayo “El oficio (Poesía y conciencia)”:

(…) el poeta representa a cualquier ser humano que pretende ser dueño de sus propias opiniones. Cuando alguien es capaz de pasar unas horas, un día entero, detrás de una palabra precisa, además de cumplir una tarea, asume un valor inseparable de su oficio: la necesidad de pensar lo que dice, de hacerse responsable de su voz. Me gusta también repetir en este sentido una advertencia de Antonio Machado. Su personaje Juan de Mairena comprendió que la verdadera libertad de expresión no se da sólo cuando podemos decir lo que pensamos. Hace falta también poder pensar lo que se dice (…)  El peligro de confundir la espontaneidad con la verdad es una de las primeras lecciones que enseña la poesía. Aclarémoslo una vez más: la poesía más sincera, frente a lo que se empeñan en demostrar los simples charlatanes, no es un discurso espontáneo, un desahogo biográfico, algo que sale del corazón como un vómito. El oficio implica artesanía, toma de decisiones sobre las palabras, voluntad de conciencia, disposición de tiempo para mirar y esperar.[1]

Oficio y artesanía, dos “palabras trasnochadas” y “difíciles de reivindicar” –así las llama en ese mismo ensayo[2]–, resultan recurrentes en sus textos y entrevistas:

(…) son palabras que necesito para explicar la dedicación a la poesía, una dedicación que ha unido mi trabajo y mi tiempo de ocio, la butaca más solitaria de mi casa y las calles más concurridas. (…)  El oficio apunta a la artesanía como relato humano, como herencia: un saber aprendido a lo largo de los años y gracias a los antepasados. La vocación supone una apuesta clara de vínculo social a través del oficio, y no porque los compromisos externos invadan el ámbito propio, sino porque la inquietud personal necesita abrirse, desarrollarse, romper la frontera entre lo privado y lo público, salir de casa.[3]

Precisamente su poesía es un relato humano (ni ejercicio narcisista ni artificio críptico, como tanta otra) que apuesta por salir de casa a buscar un lector, una lectora en las calles de la urbe o las fronteras del mundo, pues el poeta es ciudadano en la multitud –una persona como cualquier otra[4]: Mi nombre es Luis, / soy español, / vivo en Madrid, / en el número uno, calle Larra, / me dice usted la hora, por favor– aunque también un viajero solitario (y, por tanto, libre) –soledad, libertad, / dos palabras que suelen apoyarse / en los hombros heridos del viajero–cuyo equipaje es el poema:

La poesía nos ayuda a interpelar nuestra identidad y el orden de las cosas si la acompañamos hasta el otro lado de las cosas. Ese es el equipaje de un oficio que se encarna en la conciencia increpante del poeta: “Tal vez nos vamos de nosotros mismos, pero queda casi siempre una puerta mal cerrada”.[5]

Una puerta mal cerrada “por la que mirar hacia dentro” de la realidad; “dentro de ella y de nosotros mismos”, poeta y lectores.  Pues, como anotaba antes, la poesía de García Montero va siempre en pos del otro, de los otros nosotros. Musita una confesión, abre un diálogo íntimo, instaura una complicidad.  Por eso, después de leerla nos queda la impresión de haber terminado de conversar confiadamente con alguien cercano, de haberle entendido y de haber sido entendidos.  Son los suyos poemas que relatan y que, a la vez, no sabemos del todo cómo, escuchan. Tal vez en esa capacidad de silencioso –y a la par elocuente– diálogo resida el secreto del alcance de su poética, que toca, que conmueve no solamente a ilustrados habitués del género sino a personas comunes y corrientes a las que tiene algo que decirles. Y además algo relevante, revelador en su cotidianeidad, en su aparente simpleza[6].

Escribo ‘aparente’ ya que, en realidad, nada hay más complejo que alcanzar la simplicidad en poesía.  El recurso encontrado por Luis García Montero y los otros autores de la Poesía de la Experiencia  –nacida en España en los años 80 del siglo XX y cuya influencia, no exenta de polémica, irradia hasta hoy a sucesivas generaciones de poetas de habla hispana que la reinventan–, es el de tratar a la poesía como un género de ficción, no demasiado distante de la narrativa (que al fin y al cabo es hija de la poesía, como tantos otros géneros):

La llamada poesía de la experiencia no surgió de un deseo biográfico, anecdótico, sino de la toma de conciencia de que la poesía es un género de ficción, en el que el personaje literario servía para adjetivar las meditaciones y los sentimientos particulares más íntimos, protagonizando así un proceso de conocimiento.[7]

Esta manera, a la par tan clásica y tan contemporánea, de comprender la verdad poética –que además, de tal modo, se abre al conocimiento del tú desde el yo y al hacerlo redescubre el yo para sí mismo, pero también viceversa–, puede ser otra de las claves de la resonancia de la poesía de García Montero en España y, con sorprendente vigor, en Latinoamérica, donde muchos autores nos sentimos tributarios de su obra.

Hablamos de una poesía –volvamos aquí al principio– capaz de descabezar y seducir. No crea el lector que hemos extraviado en el camino de estas líneas ese último verbo.  La seducción es indispensable para instalar aquella complicidad de la que hablábamos, ese puente al tú esencial del que hablaba Antonio Machado (quien junto a Federico García Lorca y Rafael Alberti forma parte de la trinidad de maestros de García Montero, siendo Ángel González su custodio laico).

Ese tú esencial, ese cómplice, suele ser, dentro de la verdad ficcional de su poesía, una mujer. De esta manera no sólo reivindica y renueva la lírica amatoria, encarnándola en la vida urbana y cotidiana de fines del siglo XX y principios del siglo XXI, sino que nos recuerda que la poesía y sus lectores no podemos quedarnos en la solitaria libertad del viaje, con su melancolía, sin arribar a un puerto ajeno, a un futuro posible compartido:

Esta ha sido otra de las grandes aportaciones de la poesía contemporánea: la con­ciencia de que no se puede transformar la historia si no transformamos también la vida cotidiana. El amor es la prueba primera y última de que nos definimos en el número dos, de que somos una ilusión compuesta junto al otro. (…) La poesía amorosa facilita una de las vías más poderosas para llegar a la conciencia de que uno depende de los otros, de que uno necesita cuidar y ser cuidado. El amor desata un tipo de convicciones en el deseo de ser y estar que supera los argumentos más rotundos del pesimismo y de las identidades cerradas. Estoy convencido de que “A veces una piel es la única razón del optimismo”.[8]

Una melancolía optimista, ha querido, precisamente, titular Luis García Montero esta antología personal, el primer título suyo que se publica en Bolivia, gracias a su generosidad con la colección Agua Ardiente de Plural Editores. Sólo queda desear que este libro llame a muchas puertas, abra muchas conversaciones íntimas, conmueva, en su sentido más hondo, a muchos lectores, y que la poesía de Luis García Montero siga trayéndonos, como hasta ahora, dignas noticias de la vida.

Y, por supuesto, que no olvidemos, de la mano de su voz, que este es un oficio que nos enseña a hacernos preguntas, a huir de los dogmas, a defender la soledad de la concien­cia y a buscar una butaca o una plaza donde sea posible la conversación con los otros. Más que en la comodidad de las recetas, la poesía adiestra en el esfuerzo vigilante de la conciencia, que no se parece a un balneario lleno de comodidades, sino a una pensión intranquila y de frontera. No existe un dolor que no merezca ser compadecido, no hay una injusticia que pueda dejarnos indiferentes. Ninguna orden de silencio debe ser obedeci­da. La realidad está ahí, poderosa, casi fatal, pero siempre queda una puerta mal cerrada (…)[9]

Detrás de esa puerta aguarda la inútil poesía, que apenas sirve para descabezar y seducir. Quizás sirve también / si es que el agua es la muerte, / para rayar el agua con un sueño. / Y si el tiempo le otorga su única materia, / posiblemente sirva de navaja, / porque es mejor un corte limpio / cuando abrimos la piel de la memoria. / Con un cristal partido, /   el deseo / hace heridas más sucias. // La poesía eres tú, / un corte limpio, / una raya en el agua / si es que el agua es razón de la existencia, // la mujer que se deja seducir / para cortarle la cabeza a un rey.[10]

Gabriel Chávez Casazola

 

 

 

 

Datos vitales

Luis García Montero (España, 1958) Una de las voces más influyentes de la poesía iberoamericana contemporánea. Poeta, narrador y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura de España en 1994, ambos  por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica; en 2009 recibió el Premio Andalucía de la Crítica por Vista cansada y en 2010 su obra fue reconocida por el Encuentro Poetas del Mundo Latino de México.  Invitado de honor de la Feria Internacional del Libro de Santa Cruz, Bolivia, en 2017.

 

 

[1] Publicado en la revista Círculo de Poesía como “Una poética de Luis García Montero”, 9 de febrero de 2014.

[2] Ibíd. “Descartados con facilidad los motivos mercantiles o el yugo del trabajo forzoso para hacer frente a las facturas, la voluntad de dedicarse a la poesía invita a utilizar palabras trasnochadas como vocación y oficio. Merece la pena. La originalidad del pensamiento depende tanto de la búsqueda de palabras nuevas como de la reivindicación del vocabulario decisivo cuando está en peligro de extinción.”

[3] Ibíd.

[4] “Existe en la conciencia creadora de Luis García Montero una significativa propensión a hacer de la normalidad un rasgo distintivo. El protagonista verbal se viste con ropa de calle, rechaza por igual la pretenciosa túnica del místico y la indigencia de la proclama panfletaria. En su voluntad de desacralización niega la imagen del vidente y el hacendoso mono de trabajo del realismo sucio”. José Luis Morante en “Retrato de poeta con ropa de calle”, estudio elaborado para En Ropa de calle (Antología poética 1980-2008) de Luis García Montero, Madrid: Cátedra, colección Letras hispánicas, 2011.

[5] En el ya citado ensayo “El oficio (Poesía y conciencia)”.

[6] Como afirma Laura Scarano en su estudio ‘Aquel tímido Luis…’ García Montero en los bordes del nombre, “‘el truco de la sencilla confesión amistosa a través del artificio estético de la naturalidad’, (…) lo encamina a  ‘simular identidades’, creando ‘un protagonista capaz de encarnar sentimentalmente lo relatado, es decir, de darle vida literaria a las situaciones mentales y a las anécdotas, hasta convertirlas en experiencias reales a través de las palabras’ (A 551). Pero para hacer posible este proyecto, admite que ‘el poeta tiene que convencerse de que no hay trampa en lo que está contando’, ‘que le es moralmente necesario’. Y será esta ‘sinceridad moral’ la que justifique ‘ante sus propios ojos los versos que está escribiendo, hasta el punto de llegar a creérselos, de reconocerse en ellos’ (A 552).”  Las citas que hace Scarano con la referencia de la letra A corresponden a Además, Madrid: Hiperión, 1994, libro que reúne tres poemarios de García Montero: Y ahora ya eres dueño del Puente de Brooklyn (1980), Rimado de ciudad (1981-1993) y En pie de paz (1985).

[7] Luis García Montero, citado por José Luis Morante en su texto ya referido.

[8] Tomo la cita también de “El oficio (Poesía y conciencia)”.

[9] Ibíd.

[10] Del poema “La poesía”, incluido en esta antología.

 

 

 

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