Cartografiar en femenino: Ana Rossetti

Presentamos, en el marco del dossier “Cartografiar en femenino la lírica española”, preparado por Carmen Medina Puerta, textos de Ana Rossetti (San Fernando Cádiz, 1950). Tiene publicados los siguientes poemarios: Los Devaneos de Erato  (1980,  Premio Gules), Indicios vehementes, Devocionario (1985, Premio Internacional  Rey Juan Carlos I) Yesterday, Punto umbrío, La Ordenación, Llenar tu nombre y Deudas contraídas. Le ha sido concedida la Medalla de Plata de Andalucía al conjunto de su obra y el premio Meridiana que otorga el Instituto Andaluz de la Mujer. Cultiva la narrativa y desde 1997, la literatura infantil.

 

 

 

 

 

Hacedoras de ciudades

 

Como sucede en los sueños, los tiempos se aúnan en un único presente. El recuerdo es recurrencia vivida; un presente dilatado, la espera indefinible.

También el espacio es una realidad inmóvil que ellas hacen vibrar con todas las alternancias del anhelo.

En la nada de la nada, resetean hogares, refugios y alacenas. Ellas, artesanas de una patria en terrenos prestados, descubren un oasis en la desolación, bombean el manantial de sus inagotables corazones y sus dedos, hospitales que curan y consuelan, continuamente enceitan bisagras de sonrisas sobre la despiadada mueca del hambre.

Pase lo que pase, sus dedos, trenzan alfombras en la arena para ocultar el turbio color de los designios.

Sin descanso se alzan en la noche para desempañar estrellas; retumban en el vientre tirante de la luna para espantar la desesperación.

Bailan sus dedos. Domestican el viento en la quietud de la jaima y abren sus inexistentes puertas para invitar al mundo.

Como quien vuelve de la despensa y suelta sobre la mesa las provisiones del delantal, ofrecen el idioma de los antepasados como único y seguro baluarte.

De este modo, edificando en la desgracia la firmeza, consiguen permanecer en la tierra perdida como si no se hubieran marchado jamás.

De este modo consiguen habitar el día del retorno, como si la espera hubiera concluido.

De este modo, lo pasado y lo venidero se entrelazan indisolublemente, como el día y el lugar alcanzados.

Y cuando esto llegue, cuando ellas hagan coincidir geografía con mapa, entre las cicatrices de la resistencia emergerá la dignidad como una flor intacta y poderosa.

Serán restituidos los saberes ancestrales, la orgullosa filiación y los perdurables cimientos de su pueblo.

¿Entregarán también sus llaves de guardianas, sus cayados de guías, sus punteros de maestras?

Ellas, las hacedoras de ciudades en la memoria, ¿se apartarán entonces de sus puestos para ceder el paso y la tribuna y el albedrío?

Y entonces ¿a favor de quiénes abdicarán de su soberanía?

Decidme, entonces, ¿qué será entonces de ellas?

 

 

 

 

 

Arrebatadas

 

I

 

¿Qué ha sido de nuestras hijas? ¿Dónde están?

Qué cripta resiste impenetrable a radares, brújulas y ovillos; a la acción de las plegarias; a la misericordia del tiempo que excava rutas para el alivio y la respuesta.

¿Qué las arrebató de nuestro cada día?

Qué extraño poder las mantiene parapetadas, imperceptibles a nuestros ojos; inmunes a las sílabas que las nombran, a los anclajes que a despecho de la desesperación se lanzan en todas las direcciones.

Pues qué sino una cruel magia puede hacer que una muchacha deje de estar sobre el mundo, que no acuda nunca más a donde se la espera, que hayan sido selladas todas las líneas de fuga para que no sea encontrada, ni descubierta, ni reconocida, y sus huellas se pierdan en un laberinto inmenso, en un torbellino de angustia sin descanso.

Disueltas en la nada.

Diluidas como estrellas de nieve.

Como soplos.

Como se extingue la onda de un sonido en el desierto.

Sin sombra ni sangre que las siga: pura ausencia. Menos que cosas.

Menos que sombras.

El prestidigitador las escamoteó de la escena,

dividió con sierra silenciosa la caja de las lágrimas,

Accionó el mecanismo de la angustia

y mostró el vacío.

Todo el vacío.

 

 

 

 

 

                       III

 

Hemos descendido, en cuerpo y alma, al infierno inmóvil del horror. Pues el infierno es la irrealidad de la vida sentenciada, atónita que se alarga indiferente a todo lo que no sea preservar cada gesto de un rostro, cada accidente de la piel, el nácar de las uñas, la cinta del pelo, los detalles de sus ropas, de sus zapatos, cada frase secuestrada del olvido, como si fuesen las líneas grabadas de la ficha policial; esparcir por doquier los recuerdos como las fotografías, ampliarlos y multiplicarlos como las fotocopias del cartel de búsqueda; y zambullirse en ellos como en una selva desmesurada y repetitiva.

Ningún mapa es seguro en este incesante sobresalto. No hay respuesta correcta para ningún enigma. No hay sortilegio para romper el hechizo. No hay solución ni milagro para los estragos del miedo y la ignominia.

El desaliento y la perseverancia disputan su carroña. El engaño de la esperanza y la evidencia de la razón pugnan por su reino. Los días son noches y las noches, campo de batalla.

¿En qué mundo se pueden robar vidas sin que los indicios hablen, los rastros indiquen, los testigos revelen?

Una a una las palomas aletean

en las manos enguantadas del mago.

Una a una las palomas vuelven a sus jaulas

entre los aplausos ciegos de la concurrencia.

 

 

 

 

 

Halladas

 

I

 

En el desierto. Encuentran un cuerpo en el desierto. ¿Quién lo puso allí? ¿Desde cuándo está allí? ¿Hay señales de fieras? ¿Hay vestigios de zarpas o dientes? ¿Hay picotazos? ¿Hay hormigas expandiendo sus puntadas como un tul movedizo? ¿Y cuánta carnicería le corresponde a los depredadores y cuánta a los asesinos?

No se salvó a la hija. No se pudo evitar el horror de la carnicería, el pánico de la muerte. Ahora, solamente es posible rescatarla del sol, privarla de la corona negra de los buitres, de las lágrimas nocturnas del desierto…

¿Es eso un alivio?

Llevársela de allí.

Recomponer el mosaico de su cuerpo desbaratado.

Envolverlo en un lienzo nuevo y entregarlo otra vez

para que la muerte reanude su festín.

¿Pero creéis de verdad que eso es un alivio?

Los sables se ensartan en el baúl pintado

paralizando la sangre,

enfriando células,

abriendo caminos a la podredumbre.

Levantando la veda de la carroña.

 

 

 

 

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