Poesía española: Josep M. Rodríguez

Leemos al poeta y crítico español Josep M. Rodríguez (1976). Mereció distinciones como el Premio de Poesía Generación del 27, el Premio de Poesía Emilio Alarcos o el Premio Internacional de Crítica Amado Alonso. Su primer libro fue Las deudas del viajero (1998) y su poemario más reciente es Sangre seca (2017). Estos poemas fueron seleccionados por Javier Vicedo Alós.

 

 

 

 

 

RAMAS

 
A contraluz,
tu pulmón al desnudo.

Y en su interior
(aunque no puedas verlas)
ramas como de almendro o de avellano

y una especie de florecillas blancas
brotando en sus extremos:
 
Una radiografía.
La dejas otra vez sobre la mesa
que aún conserva intacta
su memoria de ramas, tronco y árbol.

(La memoria no muere,
se transforma).
 
Ramas en tus pulmones
y en la mesa

y en el papel de un libro.

Todo es parte de todo,
un mismo árbol.

 

(de Frío, Pre-Textos, 2002)

 

 

 

 

 

FRÍO

 

Llueve
              en mitad de la noche,
como si aún fuera posible más oscuridad.

Puedo escuchar el agua que araña los tejados
y convierte las calles
                                      en grandes venas negras.

Lentamente,
me acerco a la ventana y sólo encuentro
oscuridad
                  y agua:

El fondo de un océano.

Sin embargo,
es todo tan hermoso y tan extraño
–¿recuerdas?–
como rozar la piel de un tiburón.

¿Por qué darle un sentido a cada cosa?

La noche y su hemorragia incontenible, por ejemplo.

Sé que el agua es un vínculo
entre tú y yo,

y que el sol de mañana
mostrará con orgullo
                                   la enorme cicatriz del horizonte.

Pero ha de ser mañana,
porque si no hay mañana nada importa.

 

(de La caja negra, Pre-Textos, 2004)

 

 

 

 

 

PEQUEÑA DIGRESIÓN

 
Cierras la mano,
y lo que escondes dentro
es mi curiosidad.

Mundo de sensaciones:
vuelvo a encerrarme en mí
y en la quietud de lo que nos rodea.

No sé si me comprendes.
Siempre he tenido miedo a los inicios
y el hermetismo, a veces, es sólo timidez:
El tigre es una jaula piel adentro.

No temas el silencio de los parques.
También para nosotros ha de llegar el frío
que nos vuelve mejores.

No sé si me comprendes:
Nadie posee aquello que perdura
y tu cuerpo es mi única esperanza.

Mundo de sensaciones.
Te cojo de la mano. Me detengo.
Somos raíz hundiéndose en la tierra.

 

 

 

 

 

VEINTISIETE DE ABRIL

 

El sol es un coágulo de sangre
que me lleva a pensar en Ferrater:
Menstrúa el día 

y un semáforo en rojo nos impide pasar.
Esperamos.
La sangre tarda veintitrés segundos
en recorrer el cuerpo.
En algo más llegamos a tu casa.

Señalas un solar en construcción
y un camión que pasa a nuestro lado
no me ha dejado oír lo que decías.
Te sonrío.
                  Me coges de la mano.

Él sabía que el pulso es una opción:
¿O acaso decidir la propia muerte
no es un acto de fe
                                en uno mismo?

No te preocupes.
Soy demasiado joven para huir.

Y hoy prefiero tu casa,
los treinta y siete dulces horizontes
que la persiana deja
                                  sobre tu piel desnuda:

Son un paso de cebra hacia la vida.

 

 

 

 

LA CHARCA

 

                                (Rainer M. Rilke)

 
Volver a este rincón de la memoria
no me hace más feliz.

 
Todo sigue en su sitio.
Los árboles, la charca, los insectos.

 
Si el tiempo ondula,
                                  como escribió Deleuze,
también con la emoción debe pasar lo mismo.

 
No todo me emociona:
El agua de la charca sólo es agua,
el musgo,
                 sólo musgo,
y este poema
no es más que la corteza de lo que está pasando.

 
Profundiza.
                    Fíjate en los patos:
Parece que nadar les sea fácil

 
y es algo muy distinto bajo el agua.

 
Ondulación:
Vivir la vida en círculos crecientes
que nazcan y se extiendan desde mí.

 
La emoción necesita de un proceso.
No olvides los anillos de los árboles.

 

(de Raíz, Visor, 2008)

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