El sueño de “El libro por venir”. Texto de Sandra Santana

Sandra Santana (Madrid, 1978) es poeta, traductora y ensayista. Ha publicado recientemente, bajo el sello de Pregunta Ediciones, La escritura por venir. Ensayos sobre arte y literatura en los siglos XX y XXI. Leemos aquí algunos fragmentos del libro. Ha publicado poemarios como Es el verbo tan frágil (Pre-Textos, 2008), Y ¡pum! un tiro al pajarito (Arrebato, 2014) y Marcha por el desierto (Pregunta Ediciones, 2004/2020). En Círculo de Poesía Ediciones publicó la traducción de Inmortal a veces de la poeta rusa Natalia Azarova.

 

 

 

 

 

EL SUEÑO DE «EL LIBRO POR VENIR»

 

Tal como se recuerda en el segundo de los textos que conforman este volumen, en 1997 Jacques Derrida abordaba la cuestión de «el libro por venir» aunando dos problemas que, en principio, podrían parecer diversos. Junto a la pregunta acerca de si el libro como soporte tenía o no porvenir en un momento en que «la pantalla y el teclado, la transmisión telemática» parecían ya «desalojar o suplir al codex», surgía una segunda cuestión algo más extraña, esta es: si «se espera o se aguarda otro libro, un libro por venir que trasfigurará o incluso salvará al libro del naufragio que está en marcha»[1]. Derrida retomaba esta última cuestión de un ensayo de Maurice Blanchot, publicado en 1959[2], acerca de la gran obra inconclusa de Stéphane Mallarmé, aquel libro pensado, pero nunca ejecutado, que ocupó la mente del poeta desde 1886 hasta su muerte. Para Blanchot, el modelo de Le Livre mallarmiano, así como el ambicioso poema Un coup de dés jamais n’abolira le hasard, anunciaban el sueño de un libro sin límites, de una obra de infinitas significaciones potenciales capaz de transgredir el concepto de autoría de herencia romántica y mostrar una vía impensada hasta la fecha por la que hacer transcurrir lo literario. Como es sabido, el verdadero alcance y las intenciones de formalización del proyecto de Mallarmé sólo pueden entreverse dispersas a través de los comentarios realizados por el poeta simbolista en su correspondencia, así como en una colección de notas y apuntes que, dos años antes de la aparición del texto de Blanchot, sacaba a la luz Jaques Scherer en la editorial Gallimard[3]. Pero es precisamente esta indeterminación del objeto mismo lo que interesa a Blanchot: el fracaso de Mallarmé, que muy a su pesar nunca terminó de diseñar la obra, es el triunfo de un libro que permanecerá para siempre en el ámbito de lo ideal. Libro, por tanto, permanente y necesariamente futuro.

La cuestión de «el libro por venir» se convirtió en el siglo pasado en un sueño colectivo, y es este impulso onírico el que late en el fondo de la colección de textos que componen este volumen. La creencia en que es posible conservar ese momento aludido por Mallarmé en el que todo está todavía «por decir», y guardar en la escritura fáctica el momento de la potencialidad plena, es un dogma de fe compartido por numerosos autores, algunos de los cuales se mencionan y estudian en las páginas que el lector tiene entre sus manos: Blanchot, Broodthaers, Acconci, Eielson, Castillejo, Barthes y tantos otros, pensaron que el libro constituía un comienzo capaz de alumbrar una nueva manera de leer y, lo más importante, una nueva manera de articular el pensamiento. Para contextualizar el problema aportando una mirada panorámica, recordaremos que la interpretación de Blanchot —que apunta a Mallarmé como una pieza culminante en la inflexión de la literatura hacia un espacio nuevo, idealizado y no plenamente cumplido— no es un caso aislado en el contexto de su época. En los años 60 del pasado siglo el poeta se convertirá en una figura clave para la vanguardia literaria francesa próxima al estructuralismo, que vería en él un precursor de «la concepción del texto como síntesis del universo —y a su vez del universo como texto—, y de su poder transformador»[4]. Es esta lectura, generada en el entorno de la revista Tel Quel, la que se convertirá en piedra de toque para muchos autores del postestructuralismo o, en el ámbito de la música de vanguardia, para un compositor como Pierre Boulez. También en Norteamérica, tanto entre los artistas seguidores de la productiva estela de John Cage[5], como entre quienes frecuentaron los ambientes intelectuales del entorno minimalista, el nombre de Mallarmé circulaba como un santo y seña para los entendidos. Silenciando o ignorando el resto de su producción literaria, es la idea de ese libro irrealizado —su estructura móvil y azarosa, su cuestionamiento de la autoría cuya importancia declinaba en favor de la materia lingüística— la que recorre como un eco los círculos neoyorkinos de la época. Esta repercusión puede reconocerse, como se apunta en las páginas que dedicamos a la temprana recepción de Barthes en Norteamérica, en el «Minimal Issue» de la revista Aspen, publicado en 1968, que convirtió a Mallarmé en el referente fundamental del número. El poeta (y en ello insistía Barthes en la primera edición de «La muerte del autor» que se incluía entre los heterogéneos materiales que constituían la publicación) se situaba en el inicio de una estirpe de creadores que habrían buscado la impersonalidad en su obras queriendo provocar una apertura del sentido que se renovaría en cada nueva lectura, incidiendo en el carácter participativo y democrático de la recepción estética. Tal como lo expresaba Dan Graham unos meses antes en una interpretación de la obra Card File (1962) de Robert Morris: «El concepto de Mallarmé es radicalmente diferente del libro tradicional, que trata de trasladar el punto de vista privado del autor como re-presentación en la mente individual de su(s) lector(es). El tiempo del libro lineal está cerrado, mientras que el libro de Mallarmé existe en una especificidad momentánea»[6].

Frente a los libros del pasado, irrumpe el concepto (nunca plenamente realizado) de un libro nuevo, abierto al cambio y a modificaciones infinitas. Este sueño, que rondaba las mentes de numerosos artistas y pensadores, acabó penetrando nuestra cultura de la mano de un modelo tecnológico que la transformó profundamente. La generalización de internet, asociada a una progresiva conversión de los ordenadores en «personales», más pequeños e interconectados, y a la subsiguiente proliferación de comunidades virtuales, dio paso a unos textos que evocaban, al menos en apariencia, el modelo mallarmiano. La gigantesca estructura no jerárquica, y compuesta de hipervínculos, que constituye la «red de redes» recoge los sedimentos de una contracultura que irrumpió, a mediados de los años 60, con un discurso basado en la expresión individual, las comunidades colaborativas y la transformación de la conciencia como fuente primera del cambio social. Stewart Brand, editor de la publicación Whole Earth Catalog y considerado por muchos como el principal precursor de los buscadores de internet, recibió parte fundamental de su formación intelectual en el entorno de las comunidades artísticas del bajo Manhattan a comienzos de los años 60[7]. Figuras como las de John Cage, Robert Rauschenberg o Allan Kaprow experimentaban entonces con un tipo de creaciones abiertas al azar que hacían recaer en el espectador una parte fundamental del proceso artístico. Brand encontró en ellas inspiración para idear una enciclopedia única, capaz de albergar los contenidos más diversos y cuya autoría, a diferencia de los tradicionales compendios de conocimiento deudores de la Encyclopédie de Diderot, no recaía en intelectuales de prestigio, sino en el lector común. Y, sin esa idea de un libro que no acaba, de un libro en el que el autor desaparece en favor de un lector protagonista y creador de contenidos, es posible que no existiera internet, ni nuestro mundo actual transido por las tecnologías de la información. No sabemos qué pensaría Mallarmé de nuestra World Wide Web, pero presumo que cualquier tirada de dados arruina siempre en parte el momento vibrante de la posibilidad, y que los sueños cumplidos son siempre más prosaicos (y a veces también más amenazadores y sombríos) que los que aguardan en nuestras mentes pendientes de realización. En un mundo en el que las nuevas tecnologías le ponen en bandeja al capitalismo más salvaje la precarización del trabajo, al tiempo que propician la irrupción del ámbito laboral en la vida privada mediante ese caballo de Troya que son nuestros ordenadores, móviles y tabletas, en un presente en el que las redes sociales han permitido la escisión y radicalización de las opiniones, y propagan mentiras y narcisismos a mansalva, creo que ya es tiempo de desterrar cualquier esperanza utópica a este respecto.

           

Notas

[1] Jaques Derrida, «El libro por venir», en: Papel Máquina. Madrid: Trotta, 2003, p. 20.

[2] Maurice Blanchot, El libro por venir, Madrid: Trotta, 2005.

[3] Jaques Scherer editó para Gallimard en 1957 una colección de apuntes inéditos hasta la fecha: Jaques Scherer, Le “Livre” de Mallarmé: premières recherches sur des documents inédits, Paris: Gallimard, 1957.

[4] Cf. Sonsoles Hernández Barbosa, «La «question Mallarmé»: relecturas y querellas en torno al poeta en la Francia de la década de 1960», Çédille. Revista de estudios franceses, 11 (2015), 251-271.

[5] En las páginas que siguen hablaremos brevemente de los ejemplos de George Brecht o Yoko Ono, pero podrían señalarse también aquí nombres como los de Alison Knowles («The House of Dust») o, en España, la artista Esther Ferrer («Mallarmé revisé»).

[6] Dan Graham, «The book as object», Arts Magazine, Verano de 1967, p. 32.

[7] Fred Turner, From Counterculture to Cyberculture. Steward Brand, the Whole Earth Network, and the Rise of Digital Utopianism, Chicago: The University of Chicago Press, 2006.

 

 

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