Leemos los poemas de Teresa Noyola Méndez (Puebla, 1994) es estudiante de la Maestría en Literatura Hispanoamericana de la BUAP. Su tema principal de estudio es la literatura escrita por mujeres y su relación con lo político. Le gusta escribir poemas para profundizar en la duración de cada momento y cree en la palabra como puente a nuevas configuraciones de lo simbólico, a diferentes sensibilidades de lo humano.
Lamento no literario
El dolor sinsentido
destruye,
no hay manera de calmar la mente
e ignorar la regresión a todos los pasados.
A veces soy mi madre-rostro,
el origen de todos los sentidos,
vuelta cabra por la tensión con mi padre,
el sol.
A veces soy yo, la niña,
un ovillo que llora inmóvil,
sola,
sin arrorró ni consuelo.
¿Idiota? Claro.
También ridícula.
Muchas veces soy mi madre,
y entiendo:
el veneno no solo me ha lastimado,
también me ha dado forma.
He sido arcilla de la enfermedad
(¿Tú no estás enfermo?
Todos lo estamos.
Para cada síntoma de estar demasiado vivo,
un médico y una droga).
Y a veces en mí hay un vacío,
que busca comerse a los seres del mundo,
tal vez también hacerlos llorar.
Soy violencia para mí,
para los otros.
Exceso de significados.
Soy la perfecta flor viral,
hija pródiga de todas las guerras
y todas las máquinas.
Parálisis, parálisis,
días oscuros como la mierda,
frío adentro y afuera,
en plena primavera.
Frío interior,
oído hinchado,
cuerpo extremado en disforia premenstrual.
La descripción del mal no es poesía,
pero poema es curar la herida con su sal.
Duele, quema,
escribir para tapar espacios.
Tal vez así pare el llanto infantil
en este cuerpo onanista y de azote.
¿Mujer independiente?
también dependiente,
codependiente
e injusta,
caprichosa niña lastimada.
Cantadora de lo que asfixia,
boa constrictora de mi amante,
planta trepadora de muros derruidos,
siempre,
¡Maldita sea!
Corazón sangrante
para bien o para mal,
para ascender y sentir,
ser,
vivir la gracia y
para desangrar(me)
en mi autoflagelación,
ansiosa práctica prohibida
por la policía de la salud mental.
El mal es no ser buena.
El mal es dejar que la hormona ascienda a la conciencia.
El mal es dar entrada a la corrupción por pensamiento.
El mal es ni siquiera intentar combatir el mal.
El mal es pensar en el suicidio después de haber superado los pensamientos suicidas.
Ser poseída por la sombra y mirar su kilométrica
enVERGAdura que apalea,
pero promete,
según algunos ocultistas del psicoanálisis,
La redención de Psyché.
He pecado, no he superado mi Edipo.
Todavía me lastima el recuerdo de la desolación,
el yo, entumido por años.
Tal vez es bueno que me dejen sola
aunque me sienta como un perro.
Los perros son hermosos,
aunque mueran de soledad hambre rabia cansancio
atropellos burlas,
siempre encuentran su sonrisa
grotesca de lágrimas.
Llegada
“Hay épocas, en efecto, en que la boca
de un sabio no podría sino balbucir”
Chantal Maillard. La herida en la lengua.
A los bebés que lloran
cuando están cansados,
los ponen a dormir.
Sh, sh, sh,
les cuentan historias
que los distraigan de la certidumbre
de sentir todo por primera vez.
Sh, sh, sh.
cómo no cagarse en el mundo,
demasiados estímulos,
la gravedad y la gracia.
A pataditas, cuestionan todo
con sus caras hinchadas y balbuceos.
Sapientes de los secretos de la suavidad,
no pueden sino cansarse de todas las espinas
que sus pequeños cuerpos-almas perciben.
Mami, papi,
el mundo está podrido.
Llora, bebé, llora,
tu corazón ha comenzado a sangrar.
Abierta
Tu cuerpo, Madre, apenas llegado, decía:
Estoy ausente.
A esto le he llamado escribir.
María Negroni, El corazón del daño
La puerta está abierta mientras
la animala simbólica lee poesía y toma un té,
la puerta, abierta.
Abierta está la puerta,
de par en par, cínica
como una mala broma.
La mujer observa y estudia el significado,
claro que inquieta que la puerta esté abierta.
Se puede meter:
un demonio, un nahual, un fantasma,
un tipo de vampiro hasta ahora innombrado.
Se puede meter un desconocido,
un sádico, un fanático religioso.
Puede llegar sin avisar un aire enfermizo,
un grito ajeno.
La mujer lee en formato digital
el dolor de una poeta y su madre,
es poesía el dolor de ambas,
la pregunta por la ausencia,
la creación de sentidos en el vacío,
y es poesía la puerta, riente,
que debe estar cerrada.
Y a la hora de dormir, es decir, cualquier hora,
la mujer cierra la puerta,
como lo ha hecho ya innumerables veces
que ésta se ha abierto.
No más preguntas,
ni creación alenguada.
Después de cerrada la puerta,
la mujer con su dolor y el de la poeta
y el de sus madres,
se dirige a la cama,
la guarida fría que necesita
para que todas ellas descansen.
Soñar para dormir,
para no estar ni con el dolor
ni con la madre
ni con la puerta que se abre.
Sueña que está en su casa
y todo es cotidiano,
llano, hermoso.
Las voces de todas ellas
son ahora tranquilidad sibilante.
Podría ser una belleza imperturbable,
hasta que comete un error.
La mujer, en continuo retorno
de los ángeles que no alcanza,
curiosa,
se asoma por la ventana,
ojo luminoso hacia fuera.
Con horror observa la entrada principal,
es intolerable:
la puerta está abierta.
Y cualquiera puede meterse.
Mariposa
Pecho abierto,
tajada de autopsia,
soy mariposa de carne,
rajada,
la navaja desde el cuello baja
hasta la cintura,
entra en mí todo el mundo.
Cómo duele,
pero mira mi sonrisa,
escucha mi carcajada,
admira mi idiotez.
No hay mejor forma de estar viva
que estar abierta,
y advertir que la verdad ignorada
es que no estás encadenada a nada.
No tendrías por qué
apropiarte así del mundo,
ni de las palabras,
ni de la narrativa.
Nada te pertenece.
No es tuya la ciencia,
ni las letras de los libros,
ni los poemas que escribes.
Nada, absolutamente nada, es tuyo.
Sentir lo contrario sería errar egoísta.
Tampoco tú eres de nada ni de nadie;
si acaso, del sol
que primero acaricia
y luego quema.