Post parto
Cada día me reconoces menos,
y percibo un temor felino en tus constantes:
Chiquita, ¿pudiste descansar?
Ahora me tocas como si fuera de porcelana,
¿renuncias al frenesí, o es que sólo lo has trasladado?
Te he pillado contemplándome
mientras lo alimento de mis pechos,
te abstraes en mi cabello e imagino lo que piensas:
ya no volverán las flores que me colocabas,
entre el sol y la sombra,
del bosque a la facultad.
Me abrazas, te excitas.
Reposas, me besas.
Te alejas, de cerca.
Decides hacerte forastero para no llorar.
Pararrayos
El pavor no avisa,
me alcanzó en la médula de un mediodía,
mientras te veía reptar sobre una alfombra del A, B, C…
Es mi estómago quien lo presentía
¡y recuerda!
asilado en el rincón de rompecabezas,
huyendo de otros saludables bullicios
Baldosas amarillas:
Y ahora que hay algo más afuera
devoré el grito al ver tu bamboleo,
sincronizado y autómata balancín,
realmente es agrio el sabor del pánico.
Cavilando mil opciones
los segundos azotaban sin tregua,
y al verte jugueteando con tu orejita del pez payaso,
de tu inconmensurable estrella,
la esperanza saboteó mi razón.
Ven mi niño,
vuelve a reflejarte en mis ojos,
¡a la una, a las dos y a las tres!
Juro por mis antepasados que inocularé
sobredosis de fe,
hasta rebalsar mi aurícula izquierda.
Me tejeré sentidos adicionales,
tararearé todas las noches una vieja melodía,
construiremos juntos un pararrayos para nuestro dolor,
y con un fragmento de mi recia sombra,
lograré al fin sacarnos de ahí.
Estorbos
No necesitamos miradas lastimeras,
ni gestos reprochables en un elevador.
¡Sólo ignórennos!
¿Me escuchan piedras?
No obstruyan nuestro camino al andar
El Universo de Kevin
En recuerdo del niño Kevin Moreno Rivas
El mar atrae mi silencio,
sospecho que ahí se alojan mis más grandes amigos,
aquellos que me hacen cosquillas
cuando sólo yo los veo,
y esculpen mis morisquetas cada mañana,
mientras escucho una radio de recuerdos.
Aquí no veo más sombras.
Estoy de pie
en la orilla del mundo,
del que una vez escuché que era “ancho y ajeno”.
Me retiro las prendas que eligió mi madre esta mañana,
siempre de algodón y sin etiquetas.
Observo la luna iluminando mis huellas en la arena,
ya no hay más ruido,
solo el rugir de las olas
que me entienden e hipnotizan.
Sé que he llegado al hogar de millones de peces,
de todos los tamaños y colores,
los vi con mi papá en la TV un domingo,
mientras mi familia me preparaba abrazos,
que siempre me hacen saltar,
y amarlos tanto.
Hoy que salí tras Él,
imitando sus pasos,
tomé un bus repleto de ánimas resignadas
con la vida que les había tocado.
Reí, salté, grité ¡Fui humano!,
me rechazaron hasta llegar a esta playa
donde he encontrado
una dádiva para mis pies
y un refugio para mis oídos.
¡Adiós, ciudad!
te he dejado de respirar,
ahora soy una estrella
que logró ver el rostro de Dios,
quien entiende el universo de mis sentidos
y me dice fuerte y claro:
Hijo mío, perdónalos, porque no saben lo que hacen.