María Alejandra Rendon Infante (Valencia, 1986) es docente universitaria, metodóloga, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, magister en Literatura Venezolana. Entre sus obras se encuentran Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018), este último galardonado con el premio único de la Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo 2016, y En defensa propia, libro que resultó ganador del Premio Nacional de Literatura Stefanía Mosca 2019.
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Lluvia
Se iba a los matorrales a llorar sobre los golpes
porque no le gustaba dejarse ver así
En un banco se posaba a despedir la tarde
de espaldas a la casa
dibujaba con una astilla sobre el suelo del patio
allí dejaba la forma de su dolor profundo
para que más tarde
se lo llevara la lluvia.
Orden en la sala
No preguntes quiénes son ellas. Han guardado
las llaves en el fondo
donde callan…
Luis Alberto Crespo
En una favela de Río de Janeiro
a ELLA
se la comieron entre un poco más de treinta
como una patilla repartida
la mordieron bebieron el jugo
le cavaron un túnel a martillazos en su pudor de hembra
Ella no recuerda
pero el aliento de los cuervos la mantiene en vilo frente a la audiencia
ELLA no recuerda
repite mucho la palabra dolor
lo cual
no es prueba suficiente
En un callejón de España
ELLA sintió el jalón de una manada
le desfloraron el último grito de las entrañas
la dejaron en medio de un charco de culpas:
-Reconoce usted que ese día consumió alcohol y otras sustancias
-Sí
-Reconoce usted que se ñ sola
-Sí
-No más preguntas su señoría.
Usted
Al final, destruimos el tiempo
al ocupar
el sitio de los muertos.
Leopoldo Castilla
Escribo con la memoria trunca
sin poder recordar lo claro de sus ojos
abuela ilustre — que siempre estuvo jodida—
solo llegó hasta cuarto grado
y jamás supo su misión en esta tierra
la que cansada de comer mayas se fue con el primero que la miró distinto
a cambio de un plato de lentejas
usted, abuela
que arrastraba los pies
tez soleada cabello grueso boca dulce
quien nos quiso extrañamente con la única forma que aprendió
usted
la de ocho partos
quedó sin dientes antes de los cuarenta
encantaba ranas
pellizcaba la barriga a los niños hasta hacerlos llorar.
La muerta en vida que resucitaba flores
la forma de la casa
la horma de toda nuestra sangre
la de adentro y la de afuera
usted
María
la más María de todas
sabia y refranera
no tejió mantas como las otras abuelas
usted inventó la rueca tejedora de caminos
fue otra cosa
leyenda digna de censuras
de usted las buenas mañas aprendidas
el ejemplo forjado a palo y coscorrones
usted
el hueco de nuestros llantos
la rabia del monte que nos trajo
la que sostiene estos techos todavía
usted está aquí
canta en mi nombre
que su palabra sea siempre
la que vaya adelante.
Límpida
Te da bronca esa mujer
que olfatea mentiras / incertidumbres
empuña cuchillos
predice
el escalón falso de tu cuerpo
La que sabía besar y morder antes que tu boca y dientes aparecieran
tocar más allá del espejo de tus ojos
leer versos con humo en la garganta
segura (siempre) de golpear primero
No estás listo
para la desnudez que esta mujer
procura con sus dedos
hasta palpar el estertor
tomarte como sorbo a fondo blanco
No estás a gusto con su manía de nombrarse a secas
aferrada por instinto al apellido de la madre
al zurrón de culpas echadas al patio convertidas en jardines
Te intimida esa mujer
que invoca fuerzas terrenales
y no sabe jurar
ni quiere
aún así
cumple promesas
abraza tus noches
espanta la soledad
te sobrepone de los escalofríos
Te abochorna su seña procaz
su atuendo que obliga la constante excomunión
su ruido incontestable
su zancada de garza entre los juncos
Te asusta esa mujer
ojos de cuarzo ahumado
el raudal de voces que sale de su boca
sus manos de hormigón
despuntando la alborada
Te encandila esa mujer
límpida
que no logras ver
aunque abra brecha en tus entrañas
como sol a mediodía.
Razón doméstica
Vengo de doblar el día
espantar las moscas de la cocina.
Recojo la noche sin hacer ruido
por costumbre
así me repito
como el Avemaría sobre los muertos.
Seco las manos de la bata una y otra vez
como mi madre
les lleno de manchas que no curan
a la altura de las caderas.
Vengo de perfumar la casa con sahumerios
para espantar el olor viejo de los rincones.
Vengo de la seña aprendida
de tirar la toalla y recogerla
del monólogo de quejas
de asumir la culpa
de abrir las piernas
esperar a ver qué pasa.
La mañana siguiente huele como todas:
a café.
Dictum
No juegues con fuego
puedes quemarte
(se me dijo)
no insistí.
Desde entonces juego con palabras
todo lo que compruebo ser
es quemadura.
Un día no
Mi abuela María no habló de amor
En sus manos una oración para las ranas
una canción para curar helechos.
Orinaba de pie
comía con las manos.
Techo de Palma por cielo,
las estrellas parecían demasiado lejanas.
Con el mismo barro que la hizo
fabricó una casa con olor a bosque.
Pan caliente a la boca de todos
una vez entero
otras dividido
cocido hasta el centro con el fuego de Prometeo.
Mis abuelas se quedaron con lo amargo de la yuca,
lo demás fue a la mesa.
Indias de Terrón y paja seca,
sin más letras que las de sus nombres.
Mi abuelo le hizo un vestido de golpes.
Ella
María
hembra
Nunca supo cuando fue mujer
él se lo dijo
los hijos (también)
se lo dijeron.
Ella
pecho de candelabro
ojos de fogón ardido
aceptó las fronteras de su cuerpo como mundo.
Un día no
se quejó tarde
cuando la casa quedó
sin ella y sin nosotros.
En blanco
Tanto extrañé por esos días
que nada quise
parecía estar de más la tarde
con gladiolas y colibríes.
Me he citado a solas
frente a la santidad de los árboles.
Una mirada a la poesía venezolana: La tradición que nos une