Carlos Drummond de Andrade, por Mijail Lamas

El poeta mexicano Mijail Lamas nos ofrece una versión y una lectura de "Elegía 1938", del poeta brasileño Carlos Drummond de Andrade, poema en el que anida un aparente desaliento y en cuyo reverso persiste la necesidad de luchar contra la injusticia del mundo y la maquinaria implacable del capital. Carlos Drummond de Andrade es uno de los poetas más destacados de la lírica brasileña del siglo XX.

 

 

ELEGÍA 1938

Carlos Drummond de Andrade

 

Trabajas sin alegría para un mundo caduco,

donde las formas y las acciones no contienen nada ejemplar.

Practicas, laboriosamente, los gestos universales,

sientes calor y frío, falta de dinero, hambre o deseo sexual.

 

Los héroes llenan los parques de las ciudades en las que te arrastras

y preconizan la virtud, la renuncia, la sangre fría, la concepción.

De noche se nubla, abren sus paraguas de bronce

o se guardan en los volúmenes de siniestras bibliotecas.  

 

Amas la noche por el poder de aniquilación que encierra

y sabes que, cuando duermes, los problemas te eximen de morir.

Pero el terrible despertar demuestra la existencia de la gran maquinaria

y te repones, pequeñito, frente a indescifrables palmeras.

 

Caminas entre los muertos y con ellos conversas

sobre cosas del tiempo futuro y negocios del espíritu.

La literatura arruinó tus mejores horas de amor.

Al teléfono perdiste muchísimo tiempo por sembrar.

 

Corazón orgulloso, tienes prisa por confesar tu derrota

y posponer para otro siglo la felicidad colectiva.

Aceptas la lluvia, la guerra, el desempleo y la distribución injusta

porque no puedes, tú solo, dinamitar la isla de Manhattan.

 

 

 

ELEGIA 1938

 

Trabalhas sem alegria para um mundo caduco,

onde as formas e as ações não encerram nenhum exemplo.

Praticas laboriosamente os gestos universais,

sentes calor e frio, falta de dinheiro, fome e desejo sexual.

 

Heróis enchem os parques da cidade em que te arrastas,

e preconizam a virtude, a renúncia, o sangue-frio, concepção.

À noite, se neblina, abrem guarda-chuvas de bronze

ou se recolhem aos volumes de sinistras bibliotecas.

 

Amas a noite pelo poder de aniquilamento que encerra

e sabes que, dormindo, os problemas te dispensam de morrer.

Mas o terrível despertar prova a existência da Grande Máquina

e te repõe, pequenino, em face de indecifráveis palmeiras.

 

Caminhas entre os mortos e com eles conversas

sobre coisas do tempo futuro e negócios do espírito.

A literatura estragou tuas melhores horas de amor.

Ao telefone perdeste muito, muitíssimo tempo de semear.

 

Coração orgulhoso, tens pressa de confessar tua derrota

e adiar para outro século a felicidade coletiva.

Aceitas a chuva, a guerra, o desemprego e a injusta distribuição

porque não podes, sozinho, dinamitar a ilha de Manhattan.

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